A LOS HABITANTES DE LA
TIERRA
Sentimos pena de vuestra miseria moral y
espiritual, pero no podemos dejar de obedecer las supremas leyes universales y
la divina voluntad que nos anima, para que la justicia del amor eterno triunfe
también sobre vuestro planeta.
Vuestra insensibilidad a las admoniciones que
diariamente os notificamos, con actos profundamente simbólicos y significativos,
nos inducen a forzar los planos de nuestra intervención patente y oculta.
Nuestras fuerzas son activas en toda la tierra y nuestros operadores se han
multiplicado con el fin de introducir, con vuestro lenguaje, la lógica de la
verdad universal y los valores positivos de la evolución cósmica.
Nosotros tutelamos al máximo el trabajo que con
coraje cumplen los llamados y los designados, y a ellos damos todo el consuelo
necesario que precisan para llevar a buen fin su misión. Es verdad que su labor
es dura y pesada, pero también es cierto que tendrán mucho para pedir por lo que
habrán dado y dan con fe y abnegación. Cada acto de su amor es un llamamiento de
bien eterno para la luz de sus espíritus.
Quisiéramos que muchos se parecieran a éstos, y
que todo corazón emitiera la luz de bien y verdad que emiten estos corazones
prendidos de la llama divina del Padre Creador. Desgraciadamente son pocos, pero
suficientes para sacudir los durmientes y traumatizar los incapaces. Si la
humanidad de este mundo no se ha autodestruido y no ha capitulado ante las
fuerzas negativas, esto es debido a la capacidad operativa de los Llamados y de
los Designados esparcidos por el mundo.
Adoniesis y otros hermanos