LA
MUERTE ES UNA AMIGA GENEROSA.
Me hubiera gustado ser médico.
Pienso que es una labor maravillosa: estar a la puerta de la vida en la que todo
bebé entra llorando y, sobre todo, coger con amor la mano del moribundo que se
dispone a abandonarla, para decirle que no tenga miedo, dudas o desesperanza,
puesto que nada malo le acecha en ese tránsito.
En ese momento decisivo en el que
va a emprender el “último viaje”, trataría de convencerle de que han mentido
todos aquellos que tratan de inculcar a tantos, la idea de la nada tras la
muerte física o que esperen espantosos infiernos con temibles demonios. Porque
ahora es cuando será verdaderamente libre, y “al otro lado” sólo encontrará
verdaderos amigos y parientes que le precedieron, indiferentes por completo a
las ideologías que tanto confunden a los hombres de “este lado”, con su “ego”
dispuesto a ser impuesto siempre al de su prójimo, que también pretende
conseguir lo mismo.
Me hubiera gustado ser médico,
vuelvo a decir. Pero, al ser otra mi función en este mundo, que también ha
llenado largos años de mi vida, he debido conformarme y buscar senderos del
conocimiento, donde pude encontrar un párrafo escrito en el tiempo inmemorial de
las galaxias e impreso en los corazones de los que son ajenos al tiempo como
límite y al espacio como contención. Tal vez sea adecuado
transcribirlo:
“El hombre sabio salió a ver atardecer sobre los campos. Se detuvo
frente a la mies y vio que las espigas estaban maduras. Por un extremo del
sembrado, el espectro de la muerte había comenzado la siega, blandiendo la
guadaña de izquierda a derecha, rítmicamente. Hasta el hombre sabio llegaba el
miedo de la mies que faltaba por segar, pero las espigas que yacían en tierra ya
no temían a la muerte, porque esperaban una nueva sementera.”
Yo no creo en la muerte, ni le
tengo el menor miedo. Temo más al dolor, a la preocupación y a las
perturbaciones que pudiera originar, en el transcurso del proceso, a los seres
que me rodean y me quieren. Particularmente, a los que no saben o no asimilan la
Verdad, que son los que más sufren.
Yo creo que la vida va hacia la
muerte, sí; pero, la muerte, a su vez, va hacia la vida. Yo pienso que todo
cambia, salvo la Ley que determina la eternidad de lo creado. Yo siento que todo
es hoy y todo será mañana. El mañana será diferente, pero también será siempre,
el todo de ayer, con nuevas formas, nuevos colores, nueva linfa, nueva
conciencia, nueva vida y nueva obra. Yo estoy seguro de que la muerte empuja a
la vida hacia nuevos senderos más luminosos, y que la verdadera vida emerge de
la muerte. Despojándola de los hábitos materiales, deviene real y existente,
sabedora de ser una sola cosa con la vida del Cosmos. Yo veo a la muerte, pues,
como una amiga generosa.
Creo también en la multiplicidad
de vidas, es decir, en la reencarnación sucesiva de la entidad espiritual de
cada uno. Una sola vida, como única ocasión, no resuelve las comparaciones
injustas entre un rico y un pobre, un sano y un enfermo, un hermoso y un
contrahecho, un sabio y un imbécil, un normal y un deficiente psíquico, el que
vive noventa años y el que muere a los siete días de nacer...Entre otras muchas.
No tiene el menor sentido.
Yo sé y creo, que todo ser humano
tiene que volver repetidas veces, por lo menos siete en cada generación, sin que
pueda tener conciencia de ello, para que las pruebas de una vida no puedan
influir ni interferir en la de otra, más allá del empuje espiritual de lo
aprendido en la anterior, válido para la siguiente, a nivel inconsciente. Creo
que esa es la Ley que rige la economía de la Causa y el Efecto, la Ley que
instruye los mecanismos del Juicio personal y la Justicia. Yo creo, que cada uno
de nosotros es juez de sí mismo y ha de someterse a la Ley del Karma, de la que
nadie puede escaparse.
Esta Ley me dice bien claro: Que
lo que siembre, recogeré. Y lo que recoja ahora, marcará el destino de mi
mañana. Lo que yo haga hoy a los otros, mañana otros me lo harán. En esta vida o
en otra posterior. Si siembro cebollas, no puedo esperar recoger rosas. Quien
mata, no puede impedir que le maten. Quien roba, no puede evitar ser robado.
Quien odia, será odiado. Quien traiciona, recibirá la misma moneda. Una vida
vivida justamente no dejará de tener el premio de la felicidad y la
paz.
Los que sufren tribulaciones en
esta vida, no las sufren por casualidad. La casualidad no existe. Sí, la
causalidad. Por eso, si yo trabajo para los otros, mañana los otros trabajarán
para mí, y si yo alivio a otros de sus cargas en esta vida, es inevitable que
los otros, después, me aliviarán a mí. Esa es, repito, la Ley de Causa y Efecto,
que tantas veces viola la Ciencia si conciencia. Porque esa es la Ley de la
Justicia de Aquél que yo siento en lo Profundo.
Yo seré el juez más severo de mis
propias acciones, una vez desencarnado. Entonces, seré yo el que elegiré para la
próxima existencia, las pruebas para purgar mis culpas no canceladas, así como
el lugar donde habré de desarrollarlas y los seres con los que habré de
relacionarme, que, en su mayoría, serán los mismos de otras existencias con
funciones diferentes. Todo en consonancia con las necesidades de la
programación: mía y de los demás.
Se me podría preguntar por qué
venir tantas veces, si se ve a la gente repetir siempre las mismas cosas,
cometer siempre los mismos errores. La verdad es que la Creación es una continua
emanación, un caminar de infinitos seres, por múltiples caminos de aprendizaje,
desde su proceso larvario hasta su logro angélico. Cada uno de nosotros está en
el lugar que le corresponde por su grado de evolución y siempre debe ir
esforzándose para ascender camino de la Divinidad. Salvo algunos, relapsos, que
prefieren retroceder y volver a empezar. Esos tardarán mucho más
tiempo.
Como uno de mis trabajos, en esta
vida de ahora, ha sido la de ser Maestro de niños, trataré de explicar la
necesidad reencarnativa con una comparación a ese nivel:
Un niño fue por primera vez a la
escuela. Era muy pequeño y sus conocimientos no pasaban de la experiencia
infantil. Su Maestro (que era Dios) le puso en la primera clase y le pidió que
aprendiera las siguientes lecciones:
. No
matarás.
. No harás daño a
ningún ser viviente.
. No
robarás.
El niño, ese día, aprendió a no
matar, pero aún era cruel y robaba. Al final de la jornada le había salido barba
y era de color gris. Entonces su Maestro le dijo:
“Has aprendido a no matar, pero no
has aprendido las otras lecciones. Vuelve mañana.”
Al día siguiente volvió.
Nuevamente era un niño. Y su Maestro (que era Dios) lo puso en una clase más
adelantada y le dio otras lecciones para aprender:
. No debes hacer daño
a ningún ser viviente.
. No debes
robar.
. No debes
mentir.
También en ese día dejó de ser
cruel, pero le volvió su barba gris y aún seguía robando y mentía. Al final del
día, su maestro le dijo:
“Has aprendido a no ser cruel con
tus semejantes, pero no has aprendido las otras lecciones. Vuelve
mañana.”
Al día siguiente volvió de nuevo y
seguía siendo niño. Su Maestro (que era Dios) le
puso en una clase otro poco más adelantada y le dio estas lecciones para
aprender:
. No
robarás.
. No
mentirás.
. No debes desear lo
que pertenece a los otros.
Aprendió a no robar, pero aún
mentía y deseaba lo de los otros. Tuvo que volver. Y, así, mientras le quedaban
lecciones por aprender, su Maestro (que era Dios) le decía una y otra
vez:
“Vuelve, pequeño mío. Vuelve
mañana.”
He aquí, lo que yo he leído en los
rostros de los hombres, en el libro del mundo, en las estrellas del
cielo.
Sé que yo, y sólo yo, seré el
artífice de mi destino. Sea para bien o para mal, yo trazo hoy el sendero que
recorreré mañana, y en esta existencia edificaré la próxima. Mi Yo Superior, Ese
que Soy en verdad dentro de este cuerpo de carne que utilizo ahora, sobrevivirá
siempre en la eternidad. No puedo hacerme ninguna ilusión de poder escapar a los
efectos de la causa que haya provocado, ya sea negativa o positiva. Los efectos
posteriores serán más duros para mí, si las causas que los hayan producido se
repiten, desobedeciendo a la conciencia iluminada por la consciencia. Yo sé que
errar es imprescindible para conocer. Sin embargo, perseverar conscientemente en
el error, significa ir al encuentro de pruebas durísimas, cargadas de dolor y de
sufrimientos difícilmente evitables. El mal que yo cometa como consecuencia de
la repetición pertinaz de las causas negativas, no me será perdonado por quien
preside la ley evolutiva de las cosas creadas. Por eso, me es tan necesario
conocer y asimilar esta verdad eterna, si quiero ascender hacia la real
felicidad del sublime Bien.
Así pues, mi vida de hoy la
edifiqué ayer, y la vida de mañana la edifico hoy. Tengo plena conciencia de
esto.
Un atento saludo,