Estimados amigos:
El ocaso del segundo milenio y el comienzo del tercero, después de Cristo,
encuentran a la Humanidad en un estado tal de ebullución que todas las fuerzas,
por la influencia de Satanás, están agitadas. Lo vemos hoy sin máscara, en
plena actividad, por las calles, en las fábricas, en las oficinas públicas y
privadas, hasta en la familia y en la escuela, en todas partes. Pero, sobre
todo, en el interior de muchos. Parece haberse instalado por todo lugar con el
desenfreno y la arrogancia que le caracterizan. No escatima ni siquiera las
iglesias. En efecto, se habla de herejías y de cismas; y en Garabandal como en
La Salette y en alguna otra parte se afirma que obispos estarán contra
obispos, cardenales contra cardenales, y en Fátima se dice claramente que
Satanás reina en los puestos más elevados, determinando la marcha de las
cosas y, aludiendo a los antipapas, dice que conseguirá introducirse
hasta en la cima de la Iglesia.
Y en el Apocalipsis está escrito: ¡Ay de la tierra y del mar, ya que a
vosotros desciende el diablo, con gran furor, sabiendo que tiene poco tiempo
(Apoc. XII, 12).
A pesar de las opiniones de muchos convencidos de que siempre ha ocurrido los
mismo en el transcurso de los siglos, desde 1.914 la Humanidad entró en una era
de crisis que no tiene igual en ninguna de las épocas pasadas. Antes de esta
fecha, las guerras y las revoluciones habían sido de carácter local. Desde
entonces, el organismo mundial parece unificado y todo sobresalto repercute en
todos. Es un período que coincide con el máximo desarrollo científico y
mecanístico. Se ha verificado un crescendo cada vez mayor en la cantidad de
fenómenos y en su intensidad, ya que se han introducido en ellos otros factores,
políticos, económicos, sociales. Como una fiebre, que revela un estado morboso
en el organismo mundial, se han ido verificando, cada vez más, los conflictos de
toda índole. Es un fenómeno común a todos los pueblos: claro indicio de que los
designios están fuera del alcance de los hombres a raiz de la libertad de
Satanás, el Maligno enemigo. Quien sepa comprender, puede fácilmente intuir que
el comienzo de este III Milenio señala el fin de un largo período de
civilización. Algo nuevo y grande se prepara para las futuras generaciones. La
crisis de tránsito, en acción, está en pleno desarrollo y parece que vaya
asumiendo cada vez más una aceleración de tonos dramáticos y trágicos para los
años futuros, cercanos a nosotros. Todas las profecías parecen decirlo con
claridad inusitada.
Saludos,
José
García Álvarez