Globalización y metamorfosis de la
fruticultura del Alto Valle del río Negro
Lic. Graciela
Landriscini
Universidad Nacional del Comahue
Resumen
El trabajo
propuesto centra su objeto de estudio en las relaciones entre empresas, haciendo
hincapié en las relaciones de complementariedad entre pequeñas y grandes
unidades, avanzando en aportes sobre la configuración de la trama de empresas en
la fruticultura. Plantea superar el estudio de la empresa como unidad
organizacional individual, para enfocar las relaciones entre las empresas y su
ambiente productivo (“atmósfera industrial”), definido como “el
conjunto de relaciones, tangibles e intangibles, con las demás unidades
productivas e instituciones”.
En tal
sentido, enfoca los vínculos, la cuestión de la capacidad innovativa, y la
reorganización del proceso de trabajo, partiendo de la consideración de la
evolución de la relación entre el análisis del territorio y el estudio de la
empresa como unidad productiva en sus relaciones hacia adentro y hacia fuera.
A partir de
tales relaciones como elemento dinámico, analiza la metamorfosis de la
fruticultura en el territorio: del “distrito” al sistema de
empresas, poniendo énfasis en la cuestión de la “atmósfera
industrial” ( los elementos intangibles del “distrito” ), y el avance
en la conformación del sistema institucional territorial,
entendido como “la expresión directa de la nueva competencia territorial, que
convierte a las externalidades del territorio en agentes directos que operan
para el desarrollo del mismo”.
Globalización y metamorfosis de la fruticultura del Alto
Valle del río Negro.
Lic.
Graciela Landriscini.. Facultad de Economía y Administración- Universidad
Nacional del Comahue
Introducción
El presente trabajo da cuenta de algunas transformaciones experimentadas
por la trama de empresas en la fruticultura a partir de la globalización y el
cambio de régimen económico en la Argentina durante la década del noventa.
Retoma y pone énfasis en la cuestión del territorio y la creación de
competencias, en el marco de las tensiones derivadas de las exigencias
planteadas por dicho proceso en materia de competitividad. Ello por cuanto en el
tránsito de las ventajas comparativas estáticas a las dinámicas exigidas por la
nueva economía, la capacidad de aprender, traducida en innovación y concebida
como un proceso interactivo y de fuerte componentes sociales, desempeña un papel
clave.
En el caso de la agricultura, y para el medio rural en general, la
cuestión de la innovación se plantea en un contexto complejo caracterizado
principalmente por:
a.
la diversidad de actores
involucrados (agricultores, agroindustria, proveedores
de insumos, agrupaciones del trabajo, consultores, asesores privados,
instituciones públicas, organizaciones no gubernamentales, etc.);
b.
la multidimensionalidad de la
problemática de desarrollo rural, ligada, entre otros aspectos, a la
sustentabilidad, y la asimetría de relaciones, traducida en la existencia
simultánea de la concentración agroindustrial, explotaciones de subsistencia,
marginalidad y pobreza;
c.
el crecimiento de la importancia de las
actividades rurales no agrícolas;
d.
la demanda hacia producciones
diferenciadas y con mayor valor agregado que desplazan
el centro de decisión estratégica del sector productivo al complejo
agroindustrial y la gran distribución; y
e.
la naturaleza del cambio
tecnológico basado en la biotecnología, la informática,
las telecomunicaciones y la innovación organizacional en cuestiones de escala,
de escala, gestión de calidad y capacidad de negociación dentro de la cadena
agroindustrial.
De lo anterior se deriva la necesaria opción por la “competitividad
sistémica”, y construida, como condición indispensable para la permanencia
en el mercado, junto a la necesidad de preservar la base de recursos naturales.
Los procesos que ello desencadena no son lineales ni homogéneos, y configuran un
escenario económico signado por el riesgo y la incertidumbre. Transcurren en el
marco de las nuevas condiciones nacionales e internacionales, y de las profundas
transformaciones estructurales del sector agroalimentario/ agroindustrial, entre
ellas la concentración económica y la acumulación diferencial como una de las
cuestiones centrales, junto a la demanda de equidad e integración de las
poblaciones, lo que desencadena tensiones entre globalización y fragmentación,
integración y exclusión, concentración y descentralización.
En este escenario, resulta pertinente el interés de explorar el
entramado entre empresas y ambiente productivo en el complejo frutícola
regional, definido como el conjunto de relaciones tangibles e intangibles de las
empresas con las demás unidades productivas e instituciones (atmósfera
industrial). Ello supone indagar en los vínculos, la cuestión de la
capacidad innovativa, y la reorganización del proceso de trabajo, partiendo de
la consideración de la evolución de la relación entre el análisis del territorio
y el estudio de la empresa como unidad productiva en sus relaciones hacia
adentro y hacia afuera.
A partir de tales relaciones como elemento dinámico, interesa explorar
el dificultoso y conflictivo proceso de conformación de un “sistema
institucional territorial”, entendido como “la expresión directa de la nueva
competencia territorial, que convierte a las externalidades del territorio en
agentes directos que operan para el desarrollo del mismo”.
1-El
territorio y los sistemas productivos locales en la economía
global
Recientes aportes teóricos resaltan el papel que los sistemas locales de
empresas, y formas diversas de organización de pequeñas y medianas unidades
desempeñan en el marco del posfordismo, con trascendentes implicancias en la
configuración del sistema económico y social en los tiempos actuales de la
globalización. Ello, sin dejar de reconocer que, la gran empresa ha encontrado
nuevas formas de organización en la economía global, recuperando, de este modo,
el liderazgo económico y forzando la reconfiguración de los espacios
institucionales cuestionados por la crisis del fordismo.
Junto a estas consideraciones, se reconoce que en el nuevo contexto han
cambiado los factores que condicionan las ventajas competitivas, los que dan
cuenta de una creciente complejidad e incertidumbre, otorgando preeminencia a
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, a la economía del
conocimiento, los procesos de innovación, la calidad, la logística, y la
cuestión del medio ambiente.
En tal sentido, diversos autores remarcan que cabe plantear la
redefinición del “distrito industrial”, expresión referida a los sistemas
productivos locales de empresas, por cuanto muchos de sus elementos han
evolucionado; algunos han reducido su influencia al tiempo que otros la han
aumentado, y otros diferentes se han desarrollado, resultando necesario
profundizar el alcance de los cambios de su estructura, como condición previa a
la formulación de políticas para el desarrollo de PyMes y de los ámbitos
locales. (Boscherini y Poma, 2000)
De ello deriva la pertinencia de redescubrir el papel que juega el
territorio en una economía abierta y global, un nuevo paradigma interpretativo
sobre el rol del tejido productivo local y sobre el territorio en el que y con
el cual, el tejido productivo interactúa.
El análisis concibe al territorio a partir de la complejidad de las
tramas de relaciones que se desarrollan entre la dimensión económica y la
dimensión institucional, lo que conduce a definir los nuevos “sistemas
institucionales territoriales”. De este modo, el territorio es un conjunto
que interactúa.
La “nueva competencia territorial”, los agentes y las
instituciones territoriales ya no constituyen una externalidad o una economía
externa, sino que se convierten en agentes directos del proceso competitivo.
Esto, por un lado, reduce la importancia de la empresa que en el pasado
constituía el eje alrededor del cual se movían todas las externalidades
territoriales, y por el otro, le devuelve la importancia central al proceso de
producción, entendido como pro-ducción de conocimiento. “En dicho
proceso, en el marco de la nueva competencia territorial, los agentes locales
redefinen su identidad, sus estrategias y las nuevas fronteras del territorio”.
(Boscherini y Poma, 2000)
El conocimiento se desarrolla a través de un proceso de
institucionalización que involucra
la combinación entre conocimiento tácito y codificado, por un lado, e individual
y colectivo, por el otro, lo que se puede llevar a cabo sólo si existe y se
mantiene, en un marco caracterizado por la diversidad, un “core estable”
de confianza e identidad. (Rullani, 2000).
Ello remite al concepto “economía de la proximidad”, que alude a
la articulación entre proximidad organizacional y geográfica, en las que
resultan claves las interacciones cognitivas y los procesos de aprendizaje que
desarrollan los recursos específicos de un territorio. De este modo, el
territorio adquiere la función de “integrador versátil”, capaz de
vincular las características de la sociedad local con los cambios en el contexto
económico global. Por lo tanto, el desafío consiste en descubrir una posible
relación entre la estructura interna del sistema local y la estructura externa
del sistema global.
Ello ocurre en el marco de un contexto completamente renovado y que se
caracteriza por una elevada complejidad e incertidumbre estructural, lo que
exige al sistema territorial una función interpretativa y no solo productiva,
centrada en la reflexividad institucional y de los sujetos, ya que “la riqueza
del territorio” no puede depender únicamente de la acción azarosa de la “mano
invisible del mercado”.
2- La
cuestión de la innovación y la gestión asociada en el
territorio
Al
respecto gran cantidad de trabajos profundizan sobre las micro y pequeñas
empresas y su capacidad estratégica de adecuación a los cambios, desde el punto
de vista de su organización y prácticas internas, evaluando la capacidad de
adaptación de los sistemas locales ante el nuevo escenario de competencia.
(Yoguel, 1996, Kantis, 1998).
Al mismo tiempo, surge de ellos que la “asociatividad” y la interacción con
otros agentes e instituciones, en particular los geográficamente cercanos,
pueden constituir una fuente de competitividad.
.
En tanto,
paralelamente al redescubrimiento de lo “local”, el fenómeno de la
globalización se expresa entre
otras cosas en el rol creciente de las empresas trasnacionales en la producción
y el comercio internacionales; en la proliferación de “alianzas estratégicas”, y
redes (networks) entre firmas de distintos países; y en la mayor apertura
de las economías nacionales a los flujos globales de mercaderías, capitales y
tecnología, y a la innovación, como proceso interactivo, y acumulativo, en el
cual cabe incluir lo organizacional, y los conocimientos tácitos y
localizados.
El centro
de esos procesos son las propias firmas productivas, las que no innovan
aisladamente, sino que establecen diversas clases de relaciones con otros
agentes, competidores, proveedores, y clientes, institutos y laboratorios de
investigación y experimentación, sin las cuales los procesos innovativos serían
más lentos y de menor alcance. Tales relaciones se dan entre el mercado y la
jerarquía, y pueden adoptar diferentes formas: desde vínculos informales entre
firmas pequeñas que dependen mutuamente de las capacidades de cada una de ellas,
a “redes” con centro en una empresa que se vincula con sus
proveedores y subcontratistas, hasta “alianzas estratégicas” entre firmas
líderes que tienen capacidades tecnológicas más o menos similares. Asimismo,
pueden adoptar formas más o menos centralizadas o descentralizadas, y darse en
el plano de la innovación, la producción y /o la comercialización. (Ernst,
1994).
En el caso
de las relaciones con fines de innovación, Lundvall enfatiza la naturaleza
interactiva de los procesos de innovación y aprendizaje, ya que las redes
formales o informales en las que participan las firmas pueden compensar las
limitaciones de cada una. Asimismo, la generación y difusión de tecnología
descansa en la reducción de costos de transacción vía internalización de los
intercambios en redes. Ello reduce el riesgo ante cambios tecnológicos,
generándose una “cuasi coordinación de inversiones entre actores formalmente
independientes” ( relaciones cuasimercado)( Carlsson y Jacobsson,
1994).
Duning
expresa que “los costos crecientes de la innovación, la necesidad de un rápido
ajuste ante los cambios tecnológicos y el hecho de que las tecnologías se hacen
crecientemente sistémicas o genéricas, implica que las firmas necesitan
compartir los costos y riesgos de sus actividades de investigación, desarrollo y
experimentación”, lo que impone a las instituciones de generación y
transferencia de tecnología la necesidad de trabajar interactivamente en la
difusión y adopción de las innovaciones.(Duning, 1994)
En el caso
de las micro y pequeñas firmas, las interacciones y los vínculos adquieren un
rol clave para la supervivencia de las mismas, debiendo las instituciones
regionales, y locales potenciar dichos vínculos.
Según Pyke
(1994), hay tres maneras básicas a través de las cuales las pequeñas unidades y
microunidades pueden mantenerse y prosperar en un ambiente globalizado:
·
pueden aspirar a convertirse en
proveedores preferenciales de grandes corporaciones,
mejorando sus estándares de calidad y plazos de entrega;
·
pueden procurar competir en mercados
finales, en nichos específicos, o
·
pueden buscar fortalecerse colectivamente
asociándose con otras firmas pequeñas, en modelos tipo
“clusters” o “distritos”, para cooperar, producir y vender a
través de alianzas, instituciones colectivas y consorcios.
Así, en una región pueden predominar los nexos tipo “traded
interdependences”, en el cual la aglomeración de empresas tienen como
objetivo la reducción de costos de transacción, o “untraded
interdependences”, que no pueden ser reducidas a relaciones insumo /
producto o contractuales, y que incluyen “spillovers” tecnológicos y
convenciones, reglas y lenguajes para desarrollar, interpretar y comunicar el
lenguaje. .
Para Lundvall
(1992), la globalización, avanza hacia la mayor importancia de los sistemas
“locales” y “regionales”. En la misma línea de pensamiento, Camagni (1991) y
Storper (1991) asumen que las tendencias hacia lo local y hacia lo global son
mutuamente reforzantes, y que la globalización y la especialización
internacional se basan en el fortalecimiento de “distritos” y
“networks” regionales y transterritoriales.
En el mismo sentido, Duning (1997) habla del nacimiento de un “nuevo
capitalismo” y argumenta que si bien pueden sobrevivir algunos “distritos
industriales”, entendidos como sistemas de empresas localizados basados en
micro y pequeñas empresas, estas últimas, en general sólo jugarán un papel
importante en “alianza”, en la medida en que formen parte de redes lideradas por
grandes firmas.
Amin y Robins
(1991) agregan que las economías regionales y locales sólo pueden ser concebidas
como un tejido dentro de una red económica global, dado que se vive una pérdida
de autonomía de las ciudades y regiones en manos de los actores económicos
mundiales. En cualquier caso, la irrupción de lo “global”, condiciona y
transforma la evolución de los sistemas “locales” y “regionales.
Asimismo, las
respuestas posibles del “milieu” local ante las nuevas tendencias pueden
ser diversas; los lazos locales informales pueden ser reemplazados por redes más
formalizadas, con vínculos predominantemente no locales, pueden surgir firmas
líderes al interior del “milieu”, o puede que desemboque en estrategias
de diversificación y /o especialización en nichos de productos diferenciados.
Derivado de ello, pueden resultar conductas defensivas u ofensivas de los
sistemas locales de empresas, los que deben adaptar las actividades de las
respectivas cadenas de valor a las nuevas condiciones de un enfoque global.
En
síntesis, las formas que adoptan las tramas de empresas, entre integración
vertical y coordinación, quedan definidas a partir de las condiciones de
competencia vigente, la extensión del mercado, y el tipo de relaciones de poder
e independencia que condiciona el proceso decisorio de las mismas. El proceso de
segmentación y diferenciación configuraría un esquema de división social del
trabajo entre distintas firmas que facilitaría a las grandes la solución de diversos problemas asociados a las
fluctuaciones de la demanda, precios, etc., la innovación tecnológica y el
control del proceso de trabajo, generando, a la vez, un proceso de
diferenciación de ingresos y salarios, y de fragmentación del mercado de
trabajo, según el desigual tamaño y trayectoria de las firmas.
En
condiciones de turbulencia, las empresas pequeñas poseen menos experiencia
dinámica en la interacción y sus dificultades para adaptarse a las nuevas
condiciones de producción y de mercado pueden ser fatales en su
desenvolvimiento. En este contexto, cobran importancia las “redes
institucionales” que involucran agentes locales del tipo bancos,
financieras, universidades, centros de tecnología, que conforman un “sistema
institucional territorial”. En él pueden identificarse heterogeneidad de
“relaciones contractuales” que condicionan el desarrollo de las pequeñas
unidades regionales, lo que estimula el análisis de las condiciones de
competencia, los nuevos modelos de asociación, absorción de empresas, e
interacciones en el marco de apertura y desregulación, la nueva dinámica global,
el papel del Estado y los cambios en el régimen de incentivos. Ello supone
profundizar en la diferencial trayectoria de los agentes empresas en términos de
las dimensiones de su capital, el desarrollo técnico productivo y
organizacional, el acceso a la información y a las decisiones públicas, y la
inserción internacional; e indagar acerca de la diversidad de modelos
contractuales en la reestructuración y su impacto sobre la organización
socioproductiva e institucional de la región, lo que da cuenta del rol que
comporta el fenómeno jurídico-económico denominado “conexidad
contractual”.
3- La
fruticultura: un complejo regional en proceso de cambio
El complejo frutícola constituye un caso de estudio relevante, en tanto
presenta un conjunto de restricciones que devienen de su estructura y dinámica
socioeconómica, profundizadas en la actual fase de globalización, las que se
expresan en crecientes conflictos ambientales y sociales, a partir de la quiebra
en el modo de organización sectorial, la reorganización de la trama de empresas
y del conjunto de relaciones sociales.
La configuración del sistema productivo local se ha modificado en
términos de relaciones y en términos espaciales a lo largo de las distintas
fases del desarrollo capitalista en el país y el mundo, evolucionando desde la
fruticultura tradicional con énfasis en la producción familiar, al complejo
agroindustrial, y al actual “sistema institucional territorial” en
gestación.
El ambiente en el que operan los fruticultores está dominado por la
incertidumbre en el horizonte de cálculo económico, lo que justifica que, en
estos casos, se debe abandonar la hipótesis de racionalidad de los agentes
económicos individuales basada en criterios de maximización y en el supuesto de
información perfecta.
Dado que en el área se desarrolla el cultivo de especies perennes, la
incertidumbre rodea a las decisiones tomadas en relación con el futuro, siendo
esto más evidente cuando se instrumentan innovaciones biológicas cuyo resultado
depende de acontecimientos fuera del alcance del fruticultor y que se
materializan por lo menos un lustro después de que invirtió en esa tecnología.
En tal sentido, el criterio de maximización puede reemplazarse por los conceptos
schumpeterianos de rutina y de satisfacción de necesidades (Nelson y Winter,
1982). De este modo, se adopta el concepto de innovación que la liga a un cambio
en las reglas de decisión, estimulado más por amenazas y adversidades que por la
obtención de un resultado futuro maximizador.
Al respecto señala Miranda, siguiendo a Dosi, que los patrones de
innovación no pueden conceptualizarse sólo como una reacción ante modificaciones
de las condiciones de mercado, ya que la modernización está condicionada por el
estado de la tecnología utilizada. Por tanto, es la naturaleza de esta última la
que determina el rango dentro del cual la organización de la producción puede
acomodarse a los cambios exógenos en las condiciones económicas. La probabilidad
de modernizar una explotación va a ser, entre otras cosas, una función de su
nivel tecnológico y la innovación será el resultado de un proceso cuya dirección
y velocidad dependen de las capacidades tecnológicas acumuladas. Ella engloban
el stock de tecnología biológica y su estado, las inversiones en capital fijo
inanimado y los conocimientos adquiridos por el fruticultor o responsable de la
explotación. (Miranda, 1997).
Estudios disponibles sobre el “subsistema frutícola” del Alto Valle del
río Negro, que avanzan en la comprensión de las relaciones directas de
acumulación entre los agentes sociales involucrados en los mecanismos de
reproducción ampliada del capital, señalan que se ha profundizado la
concentración y centralización del capital en el sector, que el pequeño
productor independiente, como representante del capital fragmentado, es el
receptor principal de la crisis de la actividad, y que “los mismos factores que
lo afectan socialmente son los que reproducen las condiciones de limitada
innovación tecnológica y baja productividad frente a un determinado costo de
producción”. (De Jong y otros, 1994)
En el mismo sentido, otros estudios dan cuenta de que de las formas de
mercado poco transparentes a las que los productores accedieron como oferta
atomizada durante décadas pasadas (resultante de la producción en pequeñas
unidades familiares independientes), se ha evolucionado al sistema
contractualizado, y de precios y condiciones administradas, regidos desde la
forma de oligopsonio que adopta el mercado local de frutas, a partir de la
operación de las empresas agroindustriales exportadoras integradas. Ello afecta
el ritmo y la modalidad de innovación, pone en crisis el mecanismo tradicional
de aprendizaje colectivo y cambio incremental distrital y los vínculos de
confianza–identidad (“atmósfera industrial”), forzando modelos de
agricultura de contrato centrados en relaciones jerárquicas.
En este marco, los fruticultores familiares del Alto Valle han innovado
disminuyendo el uso de los factores relativamente más escasos, por ejemplo,
bajando el coeficiente de la tasa de salarios, o sea el índice del costo del
trabajo permanente con relación a los gastos anuales de producción. Esto produce
la diferenciación de las explotaciones que continúan con esquema tradicional,
las cuales deben reorganizar la producción para mantener su espacio dentro del
mercado. (De Jong, y Tiscornia, 1994)..
La mano de obra familiar se convierte así en el recurso que les permite
reducir los costos medios, y durante cierto período, reproducir su explotación;
junto a ello, se intensifica el uso del suelo con plantaciones de mayor
densidad, se incorporan innovaciones biológicas, en una combinación de
conocimiento tácito resultado de la experiencia y la comunicación, y el
codificado provisto a partir de la información de los paquetes técnicos
comercializados.
De este modo, la reconversión productiva en tanto búsqueda de calidad y
competitividad del producto, tiene impacto social en la redefinición de los
agentes, dada su capacidad diferencial para acceder a las innovaciones
tecnológicas cada vez más especializadas y complejas, en un marco de
incertidumbre e información imperfecta, profundizando las relaciones de
dominación, a través de mecanismos de cuasi integración y redes de fuerte
acoplamiento que se traducen en la subsunción real del productor – pequeña
empresa al complejo agroindustrial trasnacionalizado.
La fase actual transcurre, entonces, en la tensión entre lo local y lo
global, a partir de la apertura, la concentración económica y la
descentralización técnica en modelos multiplantas, en redes de flujo
tenso,
inserción competitiva y exclusión, en un marco de incertidumbre y complejidad
competitiva, profundizando las asimetrías con implicancias en la diversidad
productiva, organizacional, en la dinámica innovativa y en las formas de gestión
social. Ello permite plantear
hipótesis acerca del devenir de la fruticultura, desde el “distrito”
clásico conformado por pequeñas explotaciones en el Alto Valle del río Negro, al
“sistema de empresas”, desplegado en un territorio que abarca el conjunto
de los valles de Río Negro y Neuquén, y al actual “sistema privado- público
de actores productivos e institucionales”, que puja por definir la nueva
competencia territorial, en el marco de la economía global.
Los actuales procesos de globalización de los que se derivan nuevas
técnicas de producción y gestión, y el reordenamiento de los mercados, han
puesto en crisis la organización del sistema de empresas y las formas
institucionales, reclamando un nuevo papel de las instituciones locales en
términos de “governance” más que de “government”. Asimismo,
fuerzan profundos cambios en la división del trabajo, y otorgan relevancia a la
“pro-ducción” de conocimientos, redefiniendo la combinación de tácitos y
codificados, individuales y colectivos.
Al mismo tiempo, transforman los vínculos interempresarios, sus
relaciones formales e informales, comprometiendo a los agentes locales a adoptar
conductas colectivas en el territorio,
en la interpretación y decodificación de información, en su difusión, en
la administración de la incertidumbre, y en la construcción de nuevos proyectos
estratégicos, para enfrentar el cambio integral planteado por la economía
global.
Lo anterior estimula a construir nuevos conceptos con relación a la
innovación y la reorganización en la fruticultura: una nueva visión de la
empresa y el territorio, de las economías externas, de aglomeración y
aprendizaje, y a reflexionar sobre la transición de la “atmósfera
industrial” a la “atmósfera institucional”, la ruptura de las viejas
instituciones y la conflictiva gestación de las nuevas, y el papel de los
actores públicos y privados y los nuevos movimientos sociales en dichos
procesos.
A partir de las líneas teóricas consultadas, es posible señalar un
conjunto de cuestiones que diferencian la fruticultura tradicional del Alto
Valle como “distrito agrícola” y la transición del “ sistema de
empresas” al actual “sistema institucional territorial”.
v
En primer lugar, el territorio constituye
el factor central de diferenciación: en el “distrito”
el territorio representa el eje del tejido productivo. La proximidad de la
localización espacial entre pequeñas y medianas empresas -en muchos casos de
tipo familiar- ha generado economías externas y potenciado la “atmósfera
industrial”. Ello supone una economía de escala básicamente nacional y en la
que la empresa y la producción física de bienes constituyen las actividades
principales del distrito. En su interior se ha desarrollado una capacidad
innovativa difundida de carácter incremental, centrada en formas de aprendizaje
basadas en relaciones informales -entre familias y sujetos-, y en conocimientos
tácitos. Este ha sido el ambiente en el que se desenvolvió, por décadas, la
agricultura valletana, como organización de productores independientes,
cooperativizados e integrados hacia adelante.
v
En función de ello, durante largo tiempo se
ha estudiado la empresa, la chacra tipo, su organización, su desenvolvimiento,
sus costos y su dinámica a fin de
comprender la dinámica del área o distrito. Hoy la nueva organización
exige revisar las dinámicas del “distrito” para comprender la acción y
las potencialidades de las empresas pequeñas y medianas que lo componen, junto a
las grandes empresas en tramas con fuerte asimetría. Ello significa reconocer
el rol más amplio y dinámico que desempeñan las llamadas “externalidades
territoriales” que asumen una nueva funcionalidad en la competencia
territorial. Así, las cámaras, el comercio, los bancos locales, los gremios, los
gobiernos y entidades locales, las universidades y centros educativos,
laboratorios, y agencias de desarrollo territoriales, tienen que cambiar su
perspectiva de acción, es decir pasar de ser herramientas de “government”
del territorio a agentes de la “governance” territorial, que
participan en la definición y la consecución de reglas, acuerdos, y
convenciones. De este modo, los agentes locales públicos y privados dejan de ser
“externalidades” para convertirse en agentes directos de la producción.
v
En tercer lugar, el conjunto de empresas
evoluciona de la producción física de bienes a la generación de intangibles,
traducida en pro-ducción de conocimiento,
(técnicas de producción y gestión, marketing, organización y negociación, etc.),
cuyo valor se agrega a la producción física del bien y constituye un resultado
colectivo que deviene de la interacción entre lenguajes, conocimientos y
visiones cognitivas diferentes. La interacción supone rivalidades y pujas a
partir de realidades diferentes, generando conocimiento, apertura, dinamismo y
la gestación de estrategias de acción, y negociación frente a los cambios. En
determinadas etapas genera parálisis y hasta involución en algunos sectores,
producto de la explicitación de conflictos, las dificultades de comprensión y
comunicación, la inercia, la erosión de las relaciones de confianza, y la
conformación de “coaliciones regresivas” en el territorio, orientadas a
defender el “status quo” y la inmovilidad frente a las dinámicas
externas, como las que produce la economía global. (Boscherini y Poma,
2000)
v
La “comunidad productiva”
constituyó un elemento distintivo del “distrito agrícola”
localizado, y ha supuesto una “atmósfera
industrial” en términos marshallianos, representando un bien colectivo
intangible, y la articulación casi automática de conocimientos y acciones
individuales convertidas en bienestar colectivo. Las innovaciones incrementales
trasmitidas de chacra en chacra, y de galpón en galpón, se tradujeron en un
patrimonio del sistema productivo local, a través de la acción casi inconsciente
del productor familiar, el embalador, y el galponero, que en la búsqueda de
mejorar su perfomance generaron un bien colectivo geográficamente
diseminado en el distrito.
v
Avanzadas las fases de desarrollo de la
fruticultura, la aparición de nuevos actores, el debilitamiento de las
relaciones informales, de los valores compartidos sedimentados, y de la
identidad formada a lo largo del tiempo y a través de la tradición; la extensión
del objetivo de maximización de la ganancia capitalista por empresa, y la
profundización de las asimetrías, significaron la evaporación de la
“atmósfera” a lo largo del sistema abierto de empresas y de la geografía
de los valles, y la gestación de “una nueva ruralidad”, imponiendo
de este modo fuertes cambios en las reglas e instituciones (extensión de las
relaciones salariales, de los contratos de compra venta y organización
corporativa de los actores). El “sistema de empresas” se basó en una
división del trabajo entre unidades que no compartieron plenamente la misma
“atmósfera industrial” y ello debilitó el concepto de identidad al
transformar los conocimientos difundidos en conocimientos codificados. La
descentralización productiva y su dispersión geográfica transformó la dinámica
interna del “distrito” Alto Valle en una dinámica esencialmente externa.
La progresiva apertura de los mercados ha implicado un mayor dinamismo y
flexibilidad externa que ha afectado los elementos de estabilidad, y
transformado el mundo rural regional.
v
Diversas razones abonaron la crisis del
“distrito” frutícola del Alto Valle. Entre ellas pueden citarse además de
las directamente ligadas a los mercados, la determinación de los precios y el
conflicto distributivo, la ausencia del recambio generacional del productor
independiente, la escasa transferencia entre generaciones de las habilidades y
competencias de la fruticultura artesanal, la transferencia de competencias
obsoletas frente al acelerado ritmo de innovación tecnológica, la aversión al
riesgo y a la producción independiente en las generaciones jóvenes, frente a los
empleos en relación de dependencia y la mayor movilidad territorial de las
personas. Los elementos dinámicos han puesto en cuestión la organización
distrital, entendida no sólo como contexto productivo, sino también como
ambiente social que reproduce con continuidad las condiciones necesarias para su
propia existencia, debilitando su competitividad, y fragmentando su
estructura.
v
Los elementos dinámicos que han
desestabilizado el distrito frutícola valletano han sido fundamentalmente:
En cuanto a la dinámica económica, la apertura
de los mercados y la consecuente globalización de la economía .
En cuanto a la dinámica social la pérdida del oficio del
fruticultor; y el nuevo proceso de aprendizaje que asume rasgos generales,
institucionales y externos, con base en conocimientos codificados, lo que
convierte al cambio generacional en la empresa familiar en una problemática muy
relevante. Junto a ello, la tendencia al individualismo en la sociedad desgasta
la relación entre familia y empresa característica de la tradición valletana.
En cuanto a la dinámica tecnológica, el progreso
técnico procede tan rápidamente que parece transformar en obsoletos los saberes,
conocimientos y técnicas productivas de los productores independientes.
En
tal sentido el “distrito frutícola”, debido a su relación con los
componentes sociales y culturales del territorio, no puede ajustarse a estos
cambios dinámicos a la velocidad que ellos requieren; la apertura económica en
los reducidos tiempos que otorga no permite redefinir las relaciones productivas
dado que eso significaría redefinir las relaciones sociales.
La evolución de la fruticultura de un “modelo distrital” a un
“sistema de empresas” ha significado, asimismo, pérdida de cohesión
social, a partir del arribo de agentes no locales, multiplicidad de empresas y
codificación de relaciones, con apertura al territorio de pertenencia. La nueva
situación ha requerido la definición de reglas “mesoformales”, las que
devienen de la confianza originada por el desarrollo continuo de las relaciones
entre empresas, tanto en las actividades productivas como en las de
investigación y desarrollo, centradas en elementos económicos.
v
Frente a la apertura y la complejidad
competitiva planteada a partir de la economía global, el sistema productivo
local demanda el necesario refuerzo de la capacidad de proyección a partir de
acciones colectivas generadas por la acción conjunta entre varios agentes o
empresas del territorio. El sistema debe mantener su propia identidad porque
esto le puede permitir manejar el proceso de apertura e innovación sin
disolverse y sin convertirse en un obstáculo para el cambio. La dinámica de la
transformación da cuenta de la trascendencia de la elección del apropiado
mix de “valores e identidad” versus “transformación y cambio”, de
“cohesión y relaciones internas” versus “apertura y relaciones externas”,
y por último de “relaciones informales y conocimiento tácito” versus
“relaciones formales y conocimiento codificado”, debiendo “combinarse” de manera
“adecuada” ambas categorías de sistemas para alcanzar un resultado
“aceptable”.
v
La nueva competencia territorial para los
valles frutícolas de la región cabe conceptualizarla a través de un proceso de
síntesis institucional entre dos dimensiones: el tejido productivo y el
territorio. El territorio tradicionalmente fue
considerado como una “externalidad” para el tejido productivo porque
proveía a las empresas economías de producción que aumentaban su competitividad
sobre todo a través de la reducción de costos, enfoque válido mientras la
competencia se basaba principalmente en criterios de competitividad costo. La
“atmósfera industrial” tuvo la pertinencia de poner en evidencia el
importante papel jugado por el ambiente para favorecer la innovación tecnológica
considerada en sentido amplio. La visión desde el “sistema de empresas”
amplió el sentido de la división del trabajo del interior de la empresa, a la
desarrollada entre empresas, y extendida entre localidades con la consecuente
ruptura y pérdida de identidad, que otorga flexibilidad a la vez que fragilidad
al sistema productivo y social. Actualmente, la mayor complejidad e
incertidumbre producto del proceso generalizado de apertura de los mercados y de
globalización de la economía impulsan el abandono del concepto de territorio
como “externalidad” para las empresas, para considerarlo como una
necesidad competitiva y un recurso de sobrevivencia.
La calidad, la
innovación, el marketing, y el medio ambiente constituyen procesos que
operan saliendo de la empresa individual, y cuyo resultado depende del sistema
en su conjunto, lo que aconseja a pensar en términos “competitividad
sistémica” o territorial, y en producción entendida como producción y
difusión de innovación.
Por lo tanto,
los agentes territoriales se convierten en componentes directos internos y no
externos del sistema productivo, con lo que el alcance de la innovación del
sistema territorial es el de una cultura colectiva, que comprende reglas
formales e informales, y un lenguaje codificado y articulado, necesario para la
circulación y transferencia de conocimientos. De este modo, lenguaje,
confianza, comunicación, relaciones entre agentes o instituciones, tradición y
valores se convierten en instituciones, proceso en el cual la innovación y la
dinámica constituyen un proceso de ruptura entre viejas y nuevas
instituciones (Poma, 2000).
En tal sentido,
los cambios puestos en marcha en los Sistemas de Extensión del INTA en el Alto
Valle, definidos como un nuevo Proyecto de Innovación Tecnológica, Asistencia,
Información y Capacitación Regional, sus criterios, y los mecanismos de
interacción desplegados desde el Programa Cambio Rural, junto con las
iniciativas académicas, de investigación y extensión a nivel universitario, y
las acciones desde los consorcios y organismos que administran el riego,
comportan una experiencia estratégica en la conformación de la nueva competencia
territorial.
v
La experiencia realizada durante diez años en
ese proceso permite incorporar algunos elementos al debate instalado en la
Argentina en relación a la necesidad de modernizar el Estado, y transformar sus
instituciones, redefiniendo roles y funciones recreando una nueva
institucionalidad capaz de apoyar la elaboración de un modelo de desarrollo
sustentable en el sector agroalimentario y agroindustrial regional. El caso Alto
Valle estaría demostrando un elevado aprovechamiento de las oportunidades que ha
brindado la política de descentralización de la extensión a partir de mediados
de los 80, y los programas de intervención en los 90, para alinear y facilitar
el desarrollo de un nuevo diseño institucional acorde con las demandas emanadas
desde el territorio, y partir de las capacidades en él acumuladas.
En ese marco, se
redefinieron los campos de la acción de extensión priorizando: el planeamiento
estratégico sectorial, regional y microregional; la promoción de redes de
intercambio entre organizaciones de productores, del comercio, la industria,
proveedores de servicios, profesionales, sector público, etc.; la conformación
de alianzas estratégicas para la creación de eslabonamientos que atraviesen las
cadenas de valor, y generación de actitudes colaborativas en función de
proyectos comunes; la promoción de la representación social, el fortalecimiento
de entidades representativas, y la generación de nuevos servicios
público-privados; en el marco de los procesos de descentralización del Estado.
El nuevo
paradigma de la extensión en el territorio, supone, entonces, la integración de
sistemas público - privados de innovación, asistencia técnica, transferencia
tecnológica, extensión, información y capacitación regionales, concebidos como
conjunto articulado de actores diferenciados, redes y organizaciones,
administrado para trabajar en el soporte de procesos de conocimiento. Y los
sistemas de conocimiento constituidos a partir de la multiplicidad de actores
regionales basan su fortaleza en la diversidad de misiones, funciones, objetivos
y características organizacionales, siempre y cuando actúen alineados detrás de
objetivos compartidos en pos del desarrollo de territorio. (Alemany, INTA,
2000).
v
En función de lo anterior, cabe señalar que
la transformación del “sistema de empresas” en “sistema
institucional territorial” es un desafío que las sociedades de los valles
irrigados frutícolas de Río Negro y Neuquén vienen atravesando con fuertes pujas
distributivas y conflictos materiales e identitarios en el marco de la
globalización y el nuevo régimen económico nacional. En el actual contexto, la
trama de relaciones entre empresa y territorio se vuelve más compleja e
interdependiente. Del modo en que se desarrollen los mecanismos de comunicación
y aprendizaje, la apertura de los mercados, la distribución, y el régimen de
incentivos a la actividad, junto a la diversidad en conocimientos y articulación
del lenguaje resultará la
“atmósfera industrial” y el grado apropiado de equilibrio entre clausura
y apertura del sistema productivo local, o la desintegración del territorio
causada por un proceso de apertura descontrolado.
Hoy el devenir
de la fruticultura, a partir del abandono del régimen de Convertibilidad, la
devaluación e inflación, y la diferencial situación de los actores frutícolas
empresariales y familiares frente al endeudamiento, plantea múltiples
interrogantes y da curso a diversidad de expectativas acerca de cómo ha de
transcurrir una nueva fase de cambios, cómo se han de reconfigurar las
relaciones entre empresas y territorio, y entre la sociedad y economía valletana
frente a ellos, y cómo se han de articular continuidades y rupturas. Cabe
preguntarse también si la capacidad acumulada en el territorio, el grado de
consenso y la energía colectiva desplegada para fomentar el desarrollo del
territorio resultará suficiente para estimular el crecimiento de las empresas y
otros agentes territoriales, y básicamente si de ello se han de derivar
dinámicas con eje en la equidad y sustentabilidad.
Lo que con
seguridad constituye una certeza es que dicha capacidad no puede dejarse librada
a la “mano invisible” en el libre juego de los mercados y de los
comportamientos y senderos individuales, como tampoco resulta razonable pensar
en rígidos modelos planificados.
Se abre entonces
un tiempo de gestación de nuevos cambios en los que se hacen presentes los
factores históricos y estructurales, las trayectorias y capacidades de una
diversidad de agentes locales y externos, tradiciones, aspiraciones, realidades
y posibilidades que el territorio procesa con marchas y contramarchas, como
auténtica dinámica de competencia entre sistemas institucionales. Nuevas formas
institucionales se están gestando en un proceso de desarrollo que se genera por
el encuentro de diversidades y por la incorporación de la reflexividad de los
actores. Nuevos conceptos y nuevas estrategias de acción marcarán los rumbos al
futuro.
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Autor del trabajo: Lic. Graciela Landriscini- Profesor Titular del Area
Teorías Económicas, Orientación Dinámica Económica. Departamento de Economía.
Facultad de Economía y Administración. Universidad Nacional del Comahue.
Investigador del mismo Departamento, y actual Decana de dicha Facultad.
Puede darse el caso de:
·
la
conformación de un “distrito”, en el que la supervivencia de una empresa
depende de sus posibilidades de diferenciación,
·
ámbitos de
coordinación compleja en las
etapas secuenciales de las cadenas de valor, en las que es frecuente el uso
común de equipos, el acceso común a pools de recursos humanos, el
intercambio de información técnica, y las relaciones de subcontratación, y puede
predominar el enfoque del “milieu” (ambiente), vinculado a las
condiciones que hacen a la estimulación innovativa en una zona y sector,
particularmente orientadas al aprovechamiento de economías externas, y con base
en relaciones socioculturales, particularmente las informales, y las de
aprendizaje tecnológico