EL PAISAJE
ORDENADO DE LA REDUCCIÓN DE SANTA ANA
Élida H. Arenhardt
INTRODUCCIÓN
Los “treinta pueblos de las reducciones
guaraníes”, fundados por los Padres Jesuitas, pertenecientes a la Compañía de
Jesús entre 1610 a 1769, conformaban una estructura organizada regional, y
cada reducción un sistema integrado por un conjunto de subsistemas. La
interacción solidaria entre estructura, sistemas y subsistemas, hizo que
funcionara por ciento cincuenta años de la mejor manera posible el uso de los
componentes del espacio en función de las necesidades de cada reducción.
Cada reducción formaba un sistema, porque si bien tenía que autoabastecerse de
los recursos que le ofrecía su espacio geográfico, una reducción por sí
sola no subsistía. Un pueblo dependía de otro y en lo posible se
complementaban, producía lo que otra reducción no lo hacía con el fin de
enfrentar situaciones en circunstancias adversas. Cada reducción era el núcleo
de enlace con otra reducción y a veces una, el centro motor del área. De ahí que
leyendo los documentos algunas reducciones sobresalen más que
otras.
El
espacio geográfico que abarcaba la Provincia de la misiones jesuítico-guaraníes
estaba localizado entre los 25º a 30º de latitud Sur, y los 53º a 60º de
longitud Oeste. Delimitada por ríos, mesetas (mal llamadas sierras), esteros y
lagunas: al Norte: los ríos Acaray, Paraná e Iguazú; al Sur: ríos Miriñay,
Uruguay, Ibicuy y Yacui o Igai ; al Este: Laguna de los Patos, sierras de los
Tape y Erval ; y al Oeste: río Paraguay, Paraná, Esteros y Laguna Iberá. Martín
de Moussy calculó la superficie donde los treinta pueblos podían desplegar sus
actividades en seis mil leguas cuadradas.
Mucho se
ha escrito sobre las fuentes que inspiraron a los padres jesuitas en
el desarrollo de un proyecto tan adelantado para la época, cuyo
objetivo fundamental en estas tierras era el de evangelizar a los aborígenes.
Los componentes básicos para el desarrollo de las reducciones fue la formación
íntegra de los padres jesuitas, basada en una disciplina de estructura
militar, las Leyes de Indias y las prácticas de otras reducciones,
especialmente las que habían prevalecido en Juli (Perú).
Recién
después de más de dos siglos de la expulsión de los jesuitas, y conociendo las
características y exigencias de la “Globalización” de fin del Siglo
XX, se puede decir que los Padres Jesuitas pusieron en práctica metodología que
condicen con las exigencias de un mundo actual: lograron el
ordenamiento territorial basado en la interacción de los componentes del sistema
natural y el hombre; consideraron al nativo como integrante al marco físico o
natural donde desarrolló sus actividades, desde la habitación en un determinado
lugar hasta sus medios y modos de vida.
Si bien
los treinta pueblos de las reducciones, debido a su organización todos
eran muy parecidas entre si, cada Reducción tenía “algo” que la
diferenciaba de las demás. En el caso de Santa Ana, con sólo ir a visitar las
ruinas se percibe el ordenamiento sencillo que lograron los jesuitas y los
nativos del espacio urbano. La ocupación del suelo, mediante la percepción de
los elementos visibles, permite elaborar un mapa mental de la organización
estructurada del paisaje, donde la comunicación y el riego son los
componentes que le dan legibilidad e identidad.
1. LOCALIZACIÓN REDUCCIÓN DE SANTA ANA
La
Reducción de Santa Ana fue fundada en 1633, en la provincia del Tape (Río
Grande do Sul; Brasil) por los Padres Pedro Romero y Cristóbal de Mendoza,
que ante los reiterados ataques de los “bandeirantes” deciden dejar esas tierras
y dirigirse al occidente del río Uruguay. Luego de una sacrificada travesía, lo
que queda de la Reducción de Santa Ana, en 1939 se establecieron al sur del
Arroyo Yabebiry, en una loma que les permitía divisar a su alrededor un
bellísimo paisaje, característica que con el tiempo dejaron de ponderar , para
incorporar otros elementos como la calidad y la fragilidad del
mismo, por lo que analizaron la flora y fauna del lugar, y la capacidad
productiva de los suelos en su contexto ecológico. Después de permanecer
aproximadamente veinte años en el cerro Peyuré (Santa Ana), los jesuitas
entendieron que era un lugar frágil, no apto para el desarrollo de
actividades agropecuarias por los desniveles del terreno y la presencia de
un suelo poco evolucionado mal llamado “tosca”; por lo que
trasladan la reducción cinco kilómetros al noroeste de la anterior, entre el
arroyo Cuchuy (actual Santa Ana) y un pequeño afluente, en un área
elevada a 136 metros sobre el nivel del mar, con pendientes suaves hacia los
terrenos circundantes y distante 5 km. del río Paraná, 8 km. de la
Reducción de Loreto y 20 km. de la Reducción de
Candelaria.
Para
aseverar que los jesuitas tenían como objetivo el ordenamiento espacial, me
remito a lo que sostiene el geógrafo francés, Olivier Dollfus en su obra El
Espacio Geográfico (1990), considera que los paisajes ordenados son
el reflejo de una acción meditada, concertada y continua
entre los seres humanos y el medio natural.
1.2. Acción meditada
La acción es meditada cuando los grupos que se localizan en
un medio, se empeñan en sacar el mejor provecho de los recursos para satisfacer
sus necesidades y aquellas que le permitan ventajas para la
vida en relación. Para ello, el hombre organiza el espacio de acuerdo a su
estructura social y a las técnicas que posee.
El primer indicio que lleva a pensar en un ordenamiento es el
alejamiento de las tierras belicosas y la movilidad en el área en busca de las
tierras más adecuadas. Esto se interpreta sobre la
base de las expresiones del Padre Sánchez Labrador “no solo basta considerar
la bondad del agua y fertilidad del terreno. El empeño del misionero ha de mirar
a que el lugar de su Reducción sea saludable, como lo es, el que está en alto
sobre una bella colina o loma, retirado de pantanos y anegadizos, lagunas y
aguas estancadas”. Hace referencia a que se elijan los lugares teniendo en
cuenta la “calidad del aire por los árboles y plantas”, que donde
crecen “ troncos gruesos y derechos,”... “ bien poblados de hojas y
ramas”,... “frutos grandes y de buen color y sabor”...es señal de un clima
benigno y de un suelo fértil. Por lo que aconsejan la explotación de
especies autóctonas e introducidas que solamente dan beneficio al
hombre.
Si analizamos la localización de la Reducción Santa Ana es
óptima: en una lomada a 136 m.s.n.m., de pendientes suaves, influenciado por los
vientos y alejado de los cursos de agua que fluctúan
su caudal por las crecientes y copiosas precipitaciones. Es una zona de
transición entre la meseta y la llanura, entre la selva y el
campo.
La bondades del suelo lo podemos analizar con un mapa edafológico de la
provincia de Misiones, relevamiento hecho por C.A.R.T.A. (Compañía
Argentina de Relevamientos Topográficos y Aerofotogramétricos) en 1962, a Escala
1: 50.000, el área urbana ocupada por la reducción de Santa Ana, corresponde a
la Unidad Cartográfica 6 A: se define como suelos
jóvenes, poco evolucionados, derivados de meláfiro alterado y fracturado hasta
una profundidad de 2 metros, de perfil profundo, permeables, ligeramente
ácidos, fértiles, que debido a su relieve plano o poco inclinado posee escaso
peligro de erosión. Por las características del suelo se cree que los espacios
dedicados a la agricultura (Abambaé y Tupambaé) se localizaron entre la
Reducción de Santa Ana y Loreto, correspondiendo a la Unidad Cartográfica 9:
con suelos rojos profundos muy evolucionados, lixiviados, permeables,
ácidos o ligeramente ácidos, medianamente fértiles.
Las
espacios dedicados a la ganadería localizados entre el río Paraná, los arroyos
San Juan y Santa Ana hasta el cerro del mismo nombre, pertenecen a la Unidad
Cartográfica 4: son suelos poco evolucionados, superficiales de roca
compacta, continua, a menudo aflorante, asociados a suelos hidromórficos,
arcillosos, medianamente profundos, ácidos y medianamente fértiles. En cambio,
el suelo que se desarrolla próximo a los arroyos, corresponde a la Unidad
Cartográfica 3: hidromórfico de baja fertilidad, también
llamado suelo “ñaú”, que es un tipo de arcilla regional característica, muy
utilizada por los nativos para labrar ollas, platos, tejas y otros
enceres.
La riqueza geológica la podemos analizar en
base a lo que describe el Padre Sánchez Labrador, explotaban cuatro tipos de
piedras: “tres para fabricar y la cuarta para blanquear”. La más usada,
los nativos la llamaban “Itá-curú por ser como un
amasado de piedrecitas”, de color pardusco y “con poco golpe se
resquebraja”... El “tacurú” o “ripio limonítico”, trata de costras
con concentración de nódulos procedente de la lixiviación del hierro
contenido en las tierras coloradas, disolución quizás al estado de bicarbonato y
ulterior depositación; cementadas por material arcilloso, acompañado de materia
orgánica, arena, fragmentos de areniscas y basaltos.(Angelelli V.,pág.268). El
“tacurú” en yacimiento es maleable, fácil de cortar en bloques,
endureciéndose posteriormente de su extracción. La otra piedra la llamaban
“Itaquí” blanda, muy
parecida a la piedra de amolar ordinaria, “si por ventura no es la misma.
Lábrase con facilidad, aunque gasta mucho la herramienta”....
“Itaqui” es una roca sedimentaría denominada arenisca
roja.
La tercer piedra era la llamada
“Itá-Tatá", muy dura
y con dificultades para trabajarla. También explotaban una piedra llamada
“Tobatí” o “cara blanca”,
que molida utilizaban para blanquear las paredes, “quedan como si les diera
un yeso”
Con respecto a
los cursos de agua el arroyo Santa Ana y su afluente,
en relación a sus vecinos San Juan, Yabebiry y Garupá, es corto, poco
meandroso, playo y de poco caudal, presenta valles estrechos en
forma de “V” o de “U”. Esta característica permitió a los jesuitas, la
construcción de un puente que facilitó la comunicación con el Sur y el río
Paraná. Los demás arroyos de la zona son angostos, con fondo firme de piedra,
llano y poco profundos por donde se puede pasar caminando, cabalgando o en
carreta. A lo largo de los cursos de agua se formaban densos bosques en galería
alternando con la paja amarilla y la paja colorada.
La
elección del lugar de asentamiento de la Reducción de Santa Ana a 5 Km del río
Paraná, permite confirmar la acción meditada de los padres jesuitas, en
aprovechar los recursos naturales para la vida en relación. Uno de
los de mayor importancia que con el tiempo favorecería el desarrollo del área,
por las posibilidades de intercambio, es el puerto de Santa Ana. Es abrigado,
profundo y de fácil acceso.
Sobre la
base de la clasificación realizada por el Profesor Federico Daus e Ingeniero
Papadakis de las Regiones Naturales de Misiones, Santa Ana se
localiza en una zona de transición entre el Campo y la Selva Misionera,
por lo que se pueden encontrar islas de exuberante vegetación, de madera
dura y valiosa, especialmente en los cerros: Timbó, Lapacho, Loro,
Guayebira, Canela, Anchico, Alecrín, Ombú, Higuera, Incienso, Ibirápitá o
Cañafístula, Pindó, Guaembé, Urunday, Cedro, Naranjo, Laurel, Yerba Mate. ,todas
maderas de ley, utilizadas en la Reducción con diversas
aplicaciones.
Escribió
el padre Sánchez Labrador... “En sus selvas se descuella el Igary o
Cedro, por su semejanza con los de Europa, ..empleándose en todos los
usos, que los de Europa... El Timboy, compite con los primeros pero son muy
inferiores en la hermosura de su madera, de unos y otros se fabrican aquellas
embarcaciones de una pieza llamadas canoas”. Los nativos utilizaban
las astillas del Cedro para preparar una infusión... “bebido con prudencia es
eficaz para arrojar la sangre extravasada por golpe o caída..., su resina sirve
para preparar barnices. Utilizaban la fruta del Timboy...
“quebrantada y usada en lugar de jabón, limpia la ropa sin dañarla ni pegarle
olor ingrato”. El árbol llamado Ibirá-Pitá o colorado... “su madera buena
para muchas obras de carpintería”... “y puestas sus astillas o aserrín en
infusión de agua, su tintura está en pocas horas de un bello color
encendido”
Abundaban los frutos silvestres muy apetecidos por los
nativos: mamón, guayaba, aratikú,, higo silvestre, guaviyú, morera, castaña
silvestre, murucuyá, aguaí, banano, tuna, cactus, ananá, araucaria. También
cogollos de tacuara, hojas de col silvestre, raíz de kará o caladium. Los frutos
que eran comestibles y presentaban una cierta toxicidad, los hervían varias
veces cambiando el agua, por ejemplo el manduvirá.
Tuvieron un profundo conocimiento de las propiedades
medicinales y útiles de muchas plantas, lo que fue bien aprovechado por los
padres, para el tratamiento de los males que les aquejaba, que de ello luego se
benefició la humanidad.
Sería muy largo enumerar las plantas medicinales usadas por
los nativos. Se puede decir que cada especie de la floresta tropical tenía una
utilidad en la vida de los nativos.
Por estar
localizada Santa Ana en una zona de transición presenta una gran riqueza
florística y faunística, no tanto en cantidad como en variedad de
especies: osos hormigueros ciervos, catetos, yagua-tirita, carpinchos, monos,
avestruz, pavo de monte, calandrias, loros, patos, zorzales, urutaú, caburé,
loros, tucán, mariposas, víboras, etc.
1.3. Acción concertada
La acción es concertada, cuando los individuos que
forman una sociedad se proponen alcanzar determinados objetivos, basado en su
origen étnico, tradiciones y nivel social. Con esta acción los
jesuitas alcanzaron no solo el crecimiento de la reducción, sino el desarrollo
humano de los neófitos.
La Reducción de Santa Ana, como todas las demás misiones dependían del Rey de
España y de las Reales Audiencias de Perú y Buenos Aires. Los nativos reducidos
eran considerados vasallos directos del Rey, al que debían pagar, en la
tesorería Real de Buenos Aires un tributo de un peso por familia. Los que
estaban exentos del pago eran los recién convertidos (hasta diez años), los
caciques y sus hijos.
Los jesuitas para poder llevar a cabo la gran empresa de las reducciones
tuvieron que desarrollar estrategias básicas: seguridad a los nativos ante
el ataque de otros pueblos belicosos; dignidad ante el abuso de “encomiendas” y
“mita” y otras actividades de parte de los españoles; civilizar al nativo por
medio de la evangelización.
Los guaraníes poseían muchas cualidades que los hacía vulnerables ante los
objetivos de los jesuitas, que fueron bien aprovechados y les permitió
desarrollar su acción evangelizadora. Entre las cualidades que eran
condición indispensable para la vida en reducción se menciona la agricultura, el
trabajo colectivo, el respeto por el liderazgo natural, el canto, baile,
música y arte. También poseían actitudes adversas que paulatinamente
fueron corregidas con una abnegada paciencia y constante vigilancia: la
antropofagia, las borracheras, la poligamia, la ociosidad, la volubilidad, y la
hechicería.
El Padre Cardiel en sus escritos resalta la
inteligencia de los niños guaraníes, en cambio cuando llegan a
adulto se embotan. Esto llevó a los jesuitas a desarrollar una tarea
perseverante de protección y supervisión, caso contrario el desarrollo de
las reducciones hubiesen fracasado.
Escribió Sánchez Labrador: “Cada pueblo
tenía su cura, el cual era superior respecto a su compañero, y ambos superiores
respecto a los indios”. Santa Ana estaba regida por dos jesuitas, que
dependían directamente del Superior de las Misiones con asiento en Candelaria e
indirectamente del Provincial, que residía en Córdoba. Si bien el Cura era
la autoridad máxima de la Reducción en todos los planos de las posibles
actividades de sus moradores, el Cabildo con su Corregidor al frente, era la
mayor autoridad civil, que casi siempre era uno de los caciques del pueblo y
capaz de obrar armónicamente con el Cura.
Existía
un profundo respeto por la autoridad jerarquía tanto en el orden eclesiástico
como entre los nativos, porque de las buenas relaciones entre todos dependía la
prosperidad espiritual y material de la Reducción. Esta jerarquía continua
y vigorosa: Provincial, Superior de las Reducciones, Cura y Compañero,
Corregidor y Cabildo, Caciques y pueblo; todo estaba engranado a la perfección,
y al moverse una rueda todas las demás se ponían en movimiento. Esta admirable
disposición gubernativa, tan sencilla y forzadamente eficiente llevó a que
la vida civil de los nativos dentro de la Reducción,... “llegó a su más alta
cumbre; pueblos en los que la felicidad personal y colectiva no tuvo eclipses,
ni menguantes; pueblos en los que prevaleció el respeto recíproco y aun el amor
cristiano que lleva a los espíritus el sosiego, la tranquilidad y la
paz”.(Furlong, G. 1962, pág. 264)
Nadie
puede garantizar la felicidad humana y las alternativas individuales, esto es
algo muy personal, pero el proceso de desarrollo humano requiere de un ambiente
propicio para que las personas, tanto individual como colectiva, puedan
desarrollar todos sus potenciales y contar una oportunidad razonable de llevar
una vida productiva y creativa conforme a sus necesidades e
intereses.
El
desarrollo humano se refiere más a la formación de capacidades humanas, tales
como un mejor estado de salud o mayores conocimientos. A esto hay que
incorporar, el trabajo, el descanso las actividades sociales y culturales, la
educación y la libertad es primordial, en perfecta armonía con el medio. Esto
fue un factor esencial en el ordenamiento del sistema espacial de la reducción,
ya que el mismo se presentaba como el ensamble de un conjunto de subsistemas,
relacionados funcionalmente y que en conjunto constituían la estructura
territorial, como ser: las construcciones para el asentamiento de religiosos y
nativos, para el desarrollo de las actividades (oficios, religiosos y
cívicos); de redes de comunicación (caminos, puentes), de obtención y
distribución de agua, de deshechos fisiológicos; usos del suelo; de
administración...., todos ellos en interacción con el sistema
natural.
En los inicios de su etapa de reconstrucción
contó con una población muy reducida. Según un censo de población que se realizó
en 1647, Santa Ana contaba con 779 almas, siendo la menos poblada de todas
las reducciones. Los motivos fueron varios: deserción de los nativos durante su
traslado, epidemias, hambruna y muerte por ataque de las fieras en los montes
aledaños a la reducción, cuando salían de caza en busca de
alimentos.
La composición de la población de la Reducción
de Santa Ana era muy heterogénea, proveniente de distintos lugares: del Tape,
cuenca del Uruguay y del Paraná. Esta heterogeneidad fue sobrellevada mediante
la cohesión entre los propios jesuitas, alentados por la solidaridad que existía
entre las comunidades aborígenes durante la etapa de
reconstrucción.
Los jesuitas entendían que para lograr el
desarrollo de la reducción era imprescindible el desarrollo humano, por lo que
pusieron énfasis en la educación del nativo, mediante la enseñanza de
oficios. Instalaron los talleres de escultores, carpinteros, pintores, herreros,
alfareros, torneros, talabarteros y bordados de encaje dentro de la
reducción, y fuera de ella la explotación de rocas en las canteras cerca del
Paraná, mataderos y carnicerías. Todos los nativos de los 12 a 50 años debían
aprender y desempeñar un oficio, tenían plena libertad de elegir ellos mismos el
oficio que más le gustaba. Tenían una buena organización en ejercer los
oficios, cuando era época de cultivar la tierra algunos talleres entraban en
receso. Se insistía mucho sobre el trabajo, que tenía por fin evitar la
ociosidad, pero no se le exigía al nativo más de lo que podía dar
razonablemente.
Una estrategia utilizada por los misioneros fue
la incorporación del jesuita no sacerdote, llamado “hermano” que ha vivido la
cultura guaraní y conocía bien las virtudes y defectos de los nativos. Así es
como mediante el “hermano” adquieren importancia los oficios de: encaminar el
agua por las acequias a los campos, huerto y pueblo; construcción de una fuente
pública, con estanque y pilas para lavar ropas; construyen la iglesia y las
casas con ladrillos y tejas. Otros aborígenes en cambio se dedican a la
agricultura, desarrollando sementeras, cultivos y cosechas, siendo muy
controladas estas actividades por los jesuitas con premios para estimularlos a
desarrollar las tareas con responsabilidad, ya que de ello dependía la
subsistencia de la reducción. Existía un estricto control sobre la producción de
bienes, porque el nativo se destacaba por vivir el momento, sin pensar en el
mañana.
Para alcanzar los fines que se proponía, la Compañía de Jesuítica hizo una muy
detallada y exigente selección de los padres. Además de las usuales virtudes
morales, el misionero debía tener dotes especiales, entre los que figuraba el
profundo conocimiento de los problemas guaraníes y sus adecuadas soluciones. El
misionero era a la vez un admirable economista y un penetrante sociólogo con un
estado de ánimo por un racionalismo integral. (Popescu, 1952, pág.
34).
1.4. Acción continua
La acción es continua cuando se conjugan la acción meditada y la acción
concertada y se da a lo largo de un período de tiempo más o menos lejano,
sacando el mejor provecho posible al recurso, utilizando métodos
y técnicas adecuadas que no produzcan desequilibrios en el
medio.
Entre 1685 a 1700 se desató en el área una
epidemia de sarampión, disentería y viruela que diezma la población de Santa
Ana. Quedan muchos niños huérfanos sin su madre que los amamante. Fue muy
inteligente de parte de los jesuitas desarrollar la ganadería para la obtención
de carne y leche, que ésta se reservaba especialmente para los más pequeños. Con
la epidemia que se desató los nativos más pequeños se salvaron por
ser alimentados con leche de vaca que contaba la reducción. Ante el
continuo avance de epidemias, y como los jesuitas no eran médicos y no
sabían justificar el motivo, deciden cambiar la dieta alimentaria de los
nativos basada en carnes y frutas, por lo que intensifican las actividades
económicas hacia esos rubros.
Surge un nuevo reto por seleccionar las actividades
agropecuarias teniendo en cuenta el relieve, microclima y recursos naturales,
humanos y técnicos de cada reducción.
El uso racional de recursos naturales impone
limitaciones en los tradicionales desmontes. Se controla la época y la técnica
de la tala de los árboles; el traslado de los troncos se hace con mucho cuidado
para evitar destruir la vegetación menor. No se queman los bosques ni los
campos porque “podrida la hojarasca con su misma corrupción se esparce sales,
y oleos, que comunican a la tierra crasitud y su substancia, con el
socorro de las aguas llovedizas van sales y óleos a las raíces, que con sus
barbillas las chupan” (Carbonel de Masy, 1992, pág. 141)
Por la experiencia que atravesaron
los jesuitas en la región del Tape, recibieron instrucciones que los
nuevos pueblos se fijaran muy próximos entre sí y se comunicaran con
facilidad ya sea... “por caminos y ríos con puentes y los que no, con canoas
y canoeros para transportar los pasajeros”, según escribía Cardiel,
... “a cada cinco leguas hay una capilla, con uno o dos aposentos y
una o más casas de indios que la guardan”... que servía de posada por
caridad.
También
recibieron instrucciones que tuvieran especial cuidado en el trazado urbano y
equipamiento humano, respetando las actividades que se realizaban dentro de la
reducción con las de los espacios rurales. De esta manera Santa Ana va a la
vanguardia de una nueva etapa de modernización en construcción edilicia y
organización del espacio, proceso que se realiza en forma lenta pero continua.
2. El
espacio urbano
Los jesuitas para atraer a los nativos, le respetaron
el lugar de asentamiento de una reducción, tanto en las formas de la
construcción de las viviendas como en su disposición. A medida que aumentaba la
confianza, el cacique era convencido de las ventajas de un ordenamiento
urbano, por lo que los jesuitas terminaron por imponer un plano que presenta una
asombra similitud en todas las reducciones. Es cierto que se adaptaron a normas
establecidas por disposición superior, pero esto se hacía para lograr orden,
mayor economía de tiempo y recursos, y para que ya en sus inicios, los distintos
espacios urbanos generaran programa o algún plan de acción.
La Plaza era el escenario principal, no solo
por su magnitud -un rectángulo de 140x159m- sino por las múltiples funciones que
cumplía, donde se realizaban manifestaciones cívicas, religiosas, recreativas,
comerciales, etc. A muchos llamó la atención después de años de abandonadas las
reducciones, el que las plazas se hubiesen conservado sin vegetación, mientras
que el resto estaba invadido por la maleza. Se dice que “los nativos
pisotearon el terreno de tal manera, que ninguna semilla de árbol pudo brotar
allí; que allí era donde labraban las piedras para sus edificios, que todo
aquello formó una especie de argamasa de macadam y dio el resultado fenomenal
que presenciamos”.(Furlong. G., 1962, pág. 198)
Otras ocupaciones del espacio urbano
corresponden a la Iglesia, el Colegio, Cabildo, el Taller, el Cementerio, la
Huerta, el Cotiguazú, las viviendas de los nativos y las calles que eran
rectas, anchas y limpias. Cada lugar era importante por el programa que generaba
en beneficio del desarrollo humano.
Santa Ana posee rasgos arquitectónicos que
llaman la atención: el conjunto de escaleras y explanadas que avanzan sobre la
plaza; los estanques y las acequias; la altura de 5 a 6 metros y espesor
de los muros de 1,20 metros; las cumbreras a dos aguas sobre los muros; el
corte rectangular de los bloques o rocas para la construcción; la construcción
de terraplenes bastante elevados como muro de contención, para salvar las
diferencias de niveles; las canaletas de desagües; los cimientos de resistente
“tacurú” que sobresalen unos metros sobre el nivel del suelo y el resto
construido de material más blando de hasta 4 metros de altura, para
favorecer la ventilación y reducir la influencia de las altas
temperaturas.
Los jesuitas ponían especial énfasis en los
desagües de los retretes, tal lo manifiesta Guillermo Furlong “en 1693 el Padre
Provincial con respecto a la reducción de Santa Ana advertía “la acequia que
pasa por los retretes necesita mayor cuidado, para que nunca falte el agua”,
aunque habla de acequia, término que de suyo indicaría un curso de agua al
aire libre, en el presente caso se refería a la acequia que corría por los
subterráneos, aunque es posible que a veces, o en secciones, iría al aire
libre”. Tales túneles subterráneos no eran más que los desagües de los baños,
que aprovechando el desnivel del terreno, corrían hasta llegar, quizás, a los
arroyos más cercanos.
Otro hecho que nos dice claramente que los
jesuitas pretendían el desarrollo humano de los nativos, lo podemos
observar en la evolución que tuvieron las “casas de los indios”. Al
principio eran muy pobres semejantes a las que ellos usaban en su estado
salvaje...“estaban fabricadas de cañas revestidas de barro”, pero
luego presentaron rasgos más evolucionados a medida que pasaban los años...
“hoy son tan cómodas, tan limpias, como las de los españoles del pueblo”.
Esta era una manera de ir adaptando al nativo en forma paulatina a un modo de
vida más evolucionado y no sintiera el cambio brusco de
hábitat.
Hacia el año 1662, en el segundo asentamiento, ya estando
bastante avanzada la construcción de edificios, se originó un incendio que
destruyó la Iglesia y la Casa de los Padres. Estos incendios eran muy frecuentes
porque los techos eran de paja, por lo que los padres deciden aprovechar
el “ñaú” y fabrican tejas desterrando el uso de paja y tacuaras en la
construcción.
Para fabricar las tejas utilizaban como materia prima la arcilla o “ñaú”, que
extraían de las zonas bajas o aledañas a los cursos de agua (suelos
hidromórficos), amasaban con las manos y tenían como molde el muslo de la pierna
de los nativos. Es por eso que se observa que todas las tejas guardan la misma
forma, pero difieren en tamaño.
La Iglesia de Santa Ana era una de las más esbeltas y
espaciosas. Era de 3 naves, media naranja “con 85 varas de superficie, sin el
presbiterio, y 28 de anchura igualando a la que más en ornamentos y alhajas”,
según escribe Félix de Azara. No se tiene seguridad quien la empezó a
construir, pero se sabe por documentos escritos que el Hermano Brasanelli la
terminó por instrucción del Padre Superior Luis Roca.
Dentro del espacio urbano, se intensifica el desarrollo de la
huerta que tenía 90 metros de fondo que les permitió una alternativa de
cubrir necesidades no sólo alimenticio sino también
medicinales.
El Padre Sepp hace una descripción de la huerta de la
Reducción de San Luis y se cree que no existían variantes con la de Santa Ana.
“Tenemos un jardín sumamente grande, hacia el que sólo debo caminar un paso
de mi habitación. Hay allí un jardín de hortalizas y de lechuga, un huerto
frutal, un jardín de flores, uno de hierbas para los enfermos –aquí no hay
médicos ni boticarios-, como así una viña especialmente hermosa”.
Cultivaban: lechugas, escarola amarilla, achicoria, raíces de pastinaca,
acelga, grosellas, espinaca, rábanos, celidonia, coles, colinabos, perejil,
anís, hinojos, melones, cilantro, pepinos y otras hierbas indígenas. También
cultivaban menta, rudas, romero, mejorana, pimpinela, y frutales como manzano,
perales, nogales, duraznos, granadas, limas, limones, membrillos... Muchas
semillas traídas de España, se desarrollaron en esta zona sin inconveniente,
porque el clima de la región mediterránea de Europa es también
subtropical como el de Misiones, pero con una variedad distinta:
con estación seca.
Lindante al huerto se localiza el estanque artificial y un
sistema de canalización pluvial, construidos con material resistente, bloques
de basalto alterado o “Ita-curú”, que aseguraba el abastecimiento de agua
a los cultivos de la huerta, a los talleres y al campo abasteciendo de agua al
ganado. El estanque es un cuadrado de 6 metros de lado y 1,80 metros de
profundidad. Más al Norte de la reducción a unos mil metros, dentro de lo que
podríamos denominar la zona rururbana existe otro estanque de 7 metros de lado y
1,10 metros de profundidad, con tres aberturas que posiblemente serían la
entrada de agua, y una compuerta de salida del elemento líquido. Se
observa a unos 10 metros del mismo una cañería subterránea de lajas por
donde corre agua y desemboca en una cámara de considerable tamaño. Este sería
otro lugar de captación de agua, todavía con fines no establecidos por los
investigadores.
Con respecto a cómo lograban los jesuitas el abastecimiento
de agua, localizados en una loma, no existen en los documentos explicaciones muy
claras. Pero la presencia de agua era una de las condiciones indispensables para
instalarse en un lugar. Se cree que existían nacientes u “ojos de agua”, hoy
desaparecidos, por el intenso desmonte.
En Santa Ana se observa un ingenioso sistema de canalización
pluvial con una pileta, que se puede interpretar la disposición con una
utilidad: primero potable, segundo para el aseo y último para el lavado de
ropa.
Los jesuitas protegían a
su pueblo en forma eficaz, tal lo demuestra lo referente al cementerio y la
falta de hospitales. La higiene y sanidad, como no contaban con hospitales, en
época de una peste los nativos se aislaban en los bosques para no contagiarse, y
permanecían allí hasta que pasaba el flagelo. Tenían dos cementerios, uno el
general y ordinario que se localizaba contiguo a la Iglesia y otro para
los tiempos de epidemia fuera de la población. Sánchez Labrador nos informa al
respecto:.. “estos son cementerios del tiempo de peste o epidemia. Esta
providencia ha mirado a apartar de los neófitos los hálitos contagiosos, y el
riesgo de infección nueva; están cuidados con mucha decencia, cercados, y por lo
común al contorno hay plantados naranjos dulces, vense también sus bordaduras de
nardos” (Furlong, G. pág. 259)
Cuando el Provincial Luis de la Roca visitó en 1714 Santa Ana
ordenó... “encargo se ponga todo empeño en proseguir las casas de los indios
como se ha empezado con cimientos de piedra y también de piedra una vara,
o tres cuartas fuera de ellos”.
En la construcción de viviendas se observa el empleo de dos
materiales distintos. Hasta los 1,10 m. del suelo, se utilizó “Ita-curú” y
luego “Itaquí”, arenisca sedimentaria menos
resistente.
En 1718 había en Santa Ana unas 1.000 familias. Los guaraníes
no se destacaban por tener una gran prole, lo normal era de tres a cuatro hijos.
Como las familias eran muy solidarias entre sí, los padres para un mejor
ordenamiento, dispusieron que cada una ocupara un espacio contiguo al otro, en
bloques de hileras de viviendas, con una gran galería abierta y protegida,
respetando costumbres de los nativos.
La reducción de Santa Ana es la que menos sufrió durante la
penosa década 1730-40, cuando la población total de las reducciones de
guaraníes, por epidemias se redujo a la mitad. Esto se debe a las medidas de
precaución tomada por los jesuitas en lo que a desarrollo humano se refiere. La
excesiva población de Santa Ana fue trasladada a reforzar la Reducción de
Santa María La Mayor, casi extinguida en esos años. En 1760 Santa Ana llegó a
tener 6.000 habitantes. El continuo aumento de población demandó
intensificar la construcción de viviendas, esto nos demuestra el interés puesto
en alcanzar el desarrollo humano, que para lograr tal objetivo era
necesario correr en forma pareja con un crecimiento económico.
3.
El espacio rural
El nativo, al contrario del europeo, no se
dedicaba a la acumulación de riquezas. Rehusaban al trabajo excesivo, no por
incapacidad o indolencia, sino por considerarlo inútil. Trabajaban solo para
satisfacer sus necesidades. Es por eso que le costó mucho al nativo entender por
qué los blancos desde su llegada a éstas tierras (Argentina, Brasil, Paraguay),
necesitaban talar tantos árboles de los
bosques.
El modo de vida de los Guaraníes antes de ser reducidos,
discurría en un espacio geográfico bien definido y delimitado denominado
“tekoa”, donde se desarrollaban en comunidad exclusiva y tenían un gran
apego por dicho terruño, costando mucho a los padres convencer a los mismos que
no siempre era el lugar más adecuado para el emplazamiento de una reducción. Al
principio debieron consensuar posiciones hasta llegar a una situación que
conformara a unos y otros. En forma lenta y perseverante, los jesuitas lograron
que los nativos alcanzaran un nuevo modo de vida cristiano, en un espacio
geográfico construido y defendido por ellos.
Si bien en las tres primeras décadas del Siglo XVIII
priorizaron el desarrollo urbano, no descuidaron el desarrollo del espacio
rural, ambos se complementaban. Las principales actividades del espacio rural
eran la agricultura, ganadería y la explotación de las distintas rocas en las
canteras, que casi siempre estaba localizado lindante a un curso de agua: río o
arroyo.
Dentro del paisaje agrario los jesuitas organizaron el
“tupambaé” y el “abambaé”. El primero combinaba una doble función:
abastecer a los Padres y a los pobres, contribuyendo al bienestar del pueblo y
también a otros que pasen por una situación crítica y necesitan de la
solidaridad para seguir viviendo. Los nativos que no tenían oficios especiales
servían a la comunidad en el tupambaé los lunes y sábados. (Carbonel
Masy, 1992, pág.170)
Lo contrario era el abambaé, que significaba hacienda
de los indios, era la propiedad privada del nativo, que a veces estaba
distanciada de tres a cuatro leguas del pueblo, siendo el responsable de
coordinador toda la actividad el cacique. El abambaé apuntaba al
abastecimiento familiar, los nativos que tenían oficio trabajaban en forma
alternada, una semana en el oficio y otra en el campo. (op.cit.
pág.171).
La explotación colectiva dio origen a las sementeras,
yerbales, frutales y estancias que beneficiaba a todos los integrantes de la
reducción, con posibilidad de vender o intercambiar con otros pueblos. En cambio
la explotación particular apuntaba al abastecimiento familiar y en caso que ésta
faltase se completaba con la explotación comunitaria.
La agricultura estaba muy bien
orientada por los padres y para dicha actividad preferían las tierras
ubicadas al nordeste de la reducción. Las tareas principales consistían en la
preparación del terreno, la siembra y la recolección; la escarda o carpida
era realizada a mano, con preferencia después de las lluvias.
Ponían especial atención al arado del suelo, que se realizaba
con bueyes, cuidando de no revolverlo en profundidad; las malezas que el arado
no podía arrancar ni limpiar, los nativos debían quitar con las manos.
Esto nos demuestra que ya ponían en práctica técnica de desarrollo
sostenible muy pregonadas actualmente, como ser la “labranza
mínima”.
Las tareas se iban ordenando lentamente con cambios en lo
técnico y en lo socio-cultural como por ejemplo las mujeres dedicaban más tiempo
a su casa, criar los niños y a la hilanza. “lo que se pudiera hacer sin
llamar a las mujeres, en especial a las que crían o están preñadas, hágase sin
ellas, que el durar la faena más, importa menos” Los hombres eran más
eficaces en arar y carpir con bueyes, en levantar la cosecha, la molienda. En
cambio, los muchachos y muchachas eran requeridos en la
carpida.
Las herramientas de trabajo como el arado era construidas de
madera, proveniente de las selvas; las azadas, azuelas, machetes, hachas en su
fabricación se combinaban madera con el hierro ordinariamente de origen
europeo.
Los padres jesuitas al ver el fácil proceso de erosión que se
producía por los cultivos anuales, dispusieron introducir mayor cantidad
de cultivos perennes, que eran menos sensibles a cambios climatológicos y
requerían menos riegos y labores culturales. Además, los cultivos perennes
daban la posibilidad de dedicarse a otras tareas comunitarias urbanas y
fomentar el desarrollo de la diversificación de los cultivos de
huerta.
Utilizaban como abono el estiércol de los animales y la paja
de los vegetales; también arena para impedir... “que las mejores tierras se
unan con solidez y que se endurezcan con exceso”
En Santa Ana los frutales que más se difundieron fueron los
cítricos, según manifiesta en 1883, Rafael Hernández en “Cartas Misioneras”...
“y debe su fama á las abundantes y exquisitas naranjas que desde leguas á la
distancia acuden los moradores á proveerse”
La yerba mate, mediante la perseverancia de los Padres pasó a
ser una rica fuente de recursos y uno de los elementos civilizadores porque
acabó con la borrachera de los aborígenes. En las chacras aledañas a la
reducción, se localizaban importantes superficies dedicadas al cultivo de
la yerba mate. El proceso de recolección y elaboración no difiere mucho del que
se realiza hoy. Era el artículo de mayor consumo y a su vez el de mayor
uso como medio de pago. A los Jesuitas se le debe el desarrollo del cultivo
intensivo de la yerba mate, que hoy es fuente o renglón importante de
riqueza y exportación en la provincia de Misiones.
De acuerdo a lo que se observa actualmente en la zona,
se puede afirmar que también se dedicaban al cultivo del maíz, porotos,
“andaí”, mandioca,
batata y de la caña de azúcar para la producción de azúcar, melaza y
rapadura. Hoy la localidad de Santa Ana es considerada la “ Capital Provincial
de la Rapadura”
La ganadería fue un importante renglón
dentro de la economía de las reducciones, porque tenía la ventaja de no estar
supeditada a las langostas y sequías como los cultivos, por lo que los padres se
empeñaron en una multiplicación y matanza ordenada, en un espacio localizado
entre el río Paraná, los arroyos hoy llamados Santa Ana y San Juan y el cerro
Peyuré. Los jesuitas para favorecer la cría del ganado, introdujeron
a la región un tipo de pasto, que se ha difundido y hoy todavía permanece y se
lo conoce como “pasto jesuita”. La ganadería nunca fue un producto de
exportación, solo se comercializó entre las reducciones.
Si hay algo que dio lugar al desarrollo humano y económico de
Santa Ana fue el dinamismo y creatividad de los jesuitas que estaban al frente
de la Doctrina, a lo que se le debe agregar la comunicación y solidaridad fluida
que tenían con las demás reducciones entre recursos y
resultados.
CONCLUSIÓN
Los
jesuitas y los nativos fueron los agentes fundamentales en la dinámica del
paisaje de la reducción de Santa Ana. Originaron un paisaje armónico, donde en
forma coherente intervinieron elementos abióticos, bióticos y antrópicos,
adaptándose a una planificación con evolución, articulada con el entorno. La
forma de organización y la armonía que tenían con la naturaleza, nos dice de la
preocupación que ponían en preservar el medio y los recursos.
A pesar
de que los jesuitas estaban sujetos al cumplimiento de normas y dependían
de una organización jerárquica que a veces parecía anular al individuo, la
libertad y responsabilidad personal era lo más relevante de los integrantes de
la Compañía de Jesús. Eran celosos de la educación, fundamentada en un contexto
humanístico y conservador, que con metodología estructurada alcanzaron a ordenar
un espacio geográfico muy envidiado y no interpretado por las autoridades
políticas del momento.
Alcanzaron el desarrollo “basado en la fe y la razón y
pusieron en el centro de su interés al nativo y la globalidad de su
vida”.
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