EL RACISMO EN
SUDÁFRICA
Faiella María
Victoria
Luchetti Javier
Fernando
1.
Introducción.
El objetivo del siguiente
trabajo es analizar y comprender la historia del Apartheid sudafricano como un
sistema segregacionista creado y utilizado por la minoría blanca, para despojar
de las tierras y negarles los derechos a la mayoría de los nativos africanos,
explotándolos al máximo, y manteniendo la opresión y la injusticia a lo largo de
los siglos.
El
Apartheid, palabra afrikáner que significa “separación”, expresaba un sistema de
segregación que provenía desde la época de la colonia: “Con ese término el
gobierno de Sudáfrica designa al régimen económico, político y social que, bajo
la máscara del ‘desarrollo separado’ de las razas que viven en su territorio, se
pretende convertir en fundamento ‘jurídico’ para decidir los destinos de la
nación y de sus bienes sin intervención de sus habitantes no blancos, que
constituyen la abrumadora mayoría de la nación”.
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada en 1948, en su artículo 2
menciona que toda persona tiene derechos y obligaciones sin distinción de raza,
color, sexo, idioma, religión, opinión política, origen social o nacional, y
posición económica, o nacimiento, sin embargo, para los blancos sudafricanos, el
color de la piel constituía la causa tajante para que los negros fuesen
diferenciados y discriminados. El racismo de los blancos, fue instalado por una
minoría que se adueñó del poder en 1948 e “ (…) hizo del apartheid la política
oficial del Estado, alegando la necesidad del dominio y del control de los
blancos sobre las ‘razas no blancas que se encuentran a un nivel más bajo de
desarrollo y civilización’, pretendiendo justificar la opción del ‘desarrollo
separado’ como un medio eficaz de evitar tensiones y conflictos”. El sistema llegó a su
término en 1994, cuando se convocaron a las primeras elecciones democráticas en
donde pudo participar la población negra, aunque sus consecuencias continuaron
perdurando en el tiempo.
2. La colonización de
Sudáfrica.
El 6 de abril de 1652, varios navíos holandeses llegaron a la bahía
de Table, antiguo nombre de la actual región del Cabo. La Compañía Holandesa de
las Indias Orientales encomendó establecer una estación de abastecimiento para
sus barcos que hacían la ruta de la India, de ahí el inicio de la colonia
holandesa. Pero, la actitud de los colonos hacia la Compañía cambió con la
concesión de granjas independientes, lo que hizo que se distanciaran cada vez
más de ella.
Los
holandeses se llamaron a sí mismos “burghers” o ciudadanos pero luego se
convirtieron en los “bóers”, término holandés para campesinos, mientras que a
las tribus autóctonas las llamaban “cafres”. Los colonos se organizaron contra
los nativos y se adueñaron de fértiles pastizales. Debido a esto, lograron
forjar una comunidad étnica original, caracterizada por el “afrikaans” (lengua
derivada del holandés). Se sentían superiores por tener la carreta, el látigo y
la Biblia, y comenzaron a someter a la esclavitud a los negros de la
región.
En
1795, desapareció la Compañía de las Indias Orientales, y los bóers debieron
hacer frente a dos enemigos: los ingleses que habían comprado a los holandeses
la colonia del Cabo y, los zulúes. Desde 1792, los ingleses estuvieron presentes
en la colonia del Cabo. En 1806, el gobierno inglés le dio a los negros la
posibilidad de demandar judicialmente a sus amos bóers que se mostraron hostiles
a esas disposiciones. El dominio de los ingleses se reforzó. En 1828, el idioma
inglés se convirtió en lengua oficial, y en 1834, Inglaterra abolió la
esclavitud.
Para
escapar del dominio inglés, a partir de 1835 los bóers emprendieron una larga
travesía hacia el norte por regiones áridas hasta establecer asentamientos a
ambos lados de los ríos Orange, Vaal y Natal. Esta gran migración a través de
regiones habitadas por pueblos hostiles marcó de manera imborrable la imagen y
el destino de los afrikáners. En esta gran migración, los bóers se encontraron
con los zulúes, que los recibieron pacíficamente. El jefe zulú declaró que el
país era grande y que había tierras para todos; pero inmediatamente los bóers
limitaron las tierras con cercas y alambrados y no dejaron circular libremente
por ellas a los pastores africanos. Para los zulúes esta actitud fue una
traición al espíritu de hospitalidad, por lo que en 1838 dieron muerte a un gran
número de bóers, pero estos últimos derrotaron en el mismo año a los zulúes que
igualmente siguieron luchando.
Los
británicos pronto ocuparon el territorio bóer de Natal y lo convirtieron en
posesión británica. Esto provocó que los afrikáners abandonaran Natal,
dirigiéndose hacia el oeste y el norte. En esa zona fundaron dos pequeñas
repúblicas, Orange y Transvaal, y empezaron a esclavizar a la población
autóctona y a aplicar las premisas del Apartheid, es decir, la rigurosa
separación de las razas.
El
descubrimiento de diamantes en 1867 en Kimberley y de oro en Transvaal en 1886,
atrajo a los ingleses. La industria minera estuvo financiada por los británicos,
y miles de mineros ingleses entraron en Transvaal, aunque el gobierno afrikáner
se negó a otorgarles los mismos derechos civiles, y además aumentó los impuestos
que debían pagar las compañías extranjeras. Muchos africanos se sumaron por la
promesa de que se les reconocerían sus derechos; así fomentaron las
sublevaciones contra los bóers, dando por resultado en 1902, luego de una guerra
de 3 años, la firma de un tratado por el cuál las repúblicas bóers se
convirtieron en colonias de la corona británica.
Los
afrikáners de fines del siglo XIX poco tenían en común con los antiguos colonos:
eran contrarios a toda idea de progreso, vivían en una economía rural y atrasada
y consideraban a los africanos como seres inferiores a los que había que
mantener a toda costa en la ignorancia y la sumisión. Para los ingleses, una
segregación fundada en la raza era un rasgo de anacronismo económico, pero el
imperio británico se hallaba en su apogeo, y le preocupaban menos las
consideraciones humanitarias y morales que los intereses económicos. Así, los
ingleses se guardaron bien de cumplir la promesa hecha a los africanos de
reconocer sus derechos políticos. En cambio, aceptaron a los afrikáners como
súbditos británicos y les reconocieron los mismos
derechos.
Pocos
años después, en 1910, el Parlamento británico fundó la Unión Sudafricana, con
las cuatro colonias –El Cabo, Natal, Transvaal y el Estado Libre de Orange- como
provincias. El Partido Sudafricano o Afrikáner ganó las elecciones y comenzó la
apropiación de las tierras africanas, lo que motivó la reacción de los líderes
negros que fundaron el Congreso Nacional Africano (CNA) en
1912.
3.
El nacimiento y desarrollo del Apartheid.
Hacia
1936, se fija un aumento en la distribución de tierras que se les otorgaban a
los africanos, que pasaba de un 7 a un 13%, como una forma de compensación por
la supresión de su derecho de voto parlamentario. Al principio, la segregación
fue económica, los blancos se adueñaron de las mejores tierras y explotaron la
mano de obra negra, y luego fue explícitamente racial a partir de 1948 cuando en
las elecciones finalizó el predomino político anglosajón y ganaron los
defensores a ultranza del Apartheid. Durante la década del ’40 y del ’50, se
produjeron huelgas y disturbios, especialmente por ciertas medidas
discriminatorias como la aplicación de la segregación en los sindicatos como una
condición para su existencia legal, el uso de salvoconductos para los africanos,
etc.
En
1950 se aprobó una ley anticomunista, y también leyes que consideraban como un
delito a los matrimonios mixtos entre blancos y negros, y que establecían una
educación distinta para los negros. Mientras que la población blanca mantenía el
control sobre la mayoría del país, se instalaban ciertas áreas llamadas
bantustanes (nueva división administrativa), reservadas para los grupos negros.
Pero sólo el 13% de la tierra quedó para los bantustanes, que debían –y no
podían- mantener al 75% de la población del país. El gobierno determinó
establecer el autogobierno en diez bantustanes, Bophuthatswana, Ciskei,
Gazankulu, Kangwane, Kwandebele, Kwazulu, Lebowa, Qwaqwa, Transkei y Venda,
aunque en realidad dependían del gobierno nacional.
Los
habitantes negros quedaron asignados a determinadas zonas, y debían llevar pases
especiales cuando entraran por motivos laborales en las zonas habitadas por
blancos, lo que provocó que el Congreso Nacional Africano decidiera adoptar una
política de desobediencia civil, apareciendo Nelson Mandela como principal líder
del movimiento, aunque su entrada en escena, se había iniciado en 1944 cuando
había formado la Liga Juvenil. Sin embargo, su política de no-violencia no le
alcanzó para evitar convertirse en el hombre más buscado de Sudáfrica. Pocos
años después, en 1955, miles de ciudadanos de distintas razas y etnias,
suscribieron la Carta de Libertad, documento en que se proclamaba una Sudáfrica
unificada, democrática y no racista, y que fue adoptado por el CNA como su
declaración básica.
Después
de los disturbios antiapartheid en Sharpeville el 21 de marzo de 1960, en los
cuáles la fuerza pública asesinó a 69 personas que protestaban contra las leyes
sobre los salvoconductos, el gobierno ilegalizó cualquier organización política
negra, incluido el Congreso Nacional Africano. La Asamblea General de las
Naciones Unidas proclamó en 1966, al 21 de marzo, como Día Internacional de la
Eliminación de la Discriminación Racial. Desde ésta década hasta mediados de la
década de 1970, el gobierno sudafricano intentó hacer del apartheid una política
de “desarrollo separado”. En 1962, el gobierno aprobó la denominada Ley de
Sabotaje, por la cuál se ilegalizaba a la mayoría de las organizaciones
opositoras, de ahí que tanto el Congreso Nacional Africano como el Congreso
Panafricanista (CPA), decidieran organizar grupos de resistencia armada. En
1964, Mandela fue acusado de sabotaje y traición, por lo que fue sentenciado a
cadena perpetua, a pesar que de los 222 cargos de sabotaje que se le
adjudicaron, sólo 20 fueron probados y en ninguno de ellos participó
Mandela.
La
política de “desarrollo separado” culminó con la concesión de la “independencia”
de Transkei, Bophuthatswana, Ciskei y Venda entre 1976 y 1981. Pero el más
popular de los bantustanes fue Kwazulu, bajo la jefatura de Mangosutu Buthelezi.
Buthelezi formó en 1975, el Partido para la Libertad Inkatha (PLI), y consiguió
promover el nacionalismo zulú.
La
revuelta de los negros continuaba y el 16 de junio de 1976, escolares del
municipio negro de Soweto, a unos 20 kilómetros de Johannesburgo, se negaron a
concurrir a clase y salieron a las calles a protestar, porque el régimen quería
introducir el idioma afrikáner como único medio de instrucción en las escuelas.
Pero la reacción del gobierno fue rápida, y unos 1.000 estudiantes fueron
muertos y miles más fueron heridos. Esto produjo una escalada de violencia,
huelgas, y manifestaciones en todo el país, lo que provocó que en la siguiente
década, el gobierno aprobara una serie de reformas que permitieran la
organización de sindicatos negros y cierto grado de actividad política para
parte de la oposición.
No
obstante, el gobierno sudafricano continuaba dividiendo a la población en cuatro
grupos “raciales” principales: a ) los blancos, o sea los habitantes de
ascendencia europea; b) bantúes o africanos, es decir, quienes pertenecían a
cualquier tribu africana; c) asiáticos, las personas provenientes en su mayoría
de la India y de Pakistán y; d) gente de color, denominación que abarcaba a
personas de ascendencia mezclada, pero que incluía también a otros grupos, como
los malayos que vivían en El Cabo. Como parte de esa política, en 1984, se
permitió la participación de mestizos y de población asiática, para lo cuál se
estableció un parlamento tricameral, integrado por una cámara para los blancos,
otra para los mestizos, y una tercera para la comunidad india, pero se excluyó a
los negros que constituían más del 75% de la población.
Finalmente,
debido a los numerosos enfrentamientos urbanos, las huelgas, y la presión
externa, la política segregacionista se iba debilitando, y en 1990, el
presidente Frederick De Klerk del Partido Nacional (PN), puso fin al apartheid
con la liberación de Nelson Mandela, y la legalización de las organizaciones
políticas negras como el Congreso Nacional Africano, el Congreso Panafricanista,
y el Partido Comunista Sudafricano. Mandela fue elegido primer presidente negro
en 1994, en las primeras elecciones democráticas en la historia del
país.
4. El Apartheid y sus consecuencias sobre el pueblo
africano.
En
principio, el Apartheid residencial era patente; numerosos blancos vivían en
mansiones señoriales con piscina y parque en los suburbios elegantes o en los
barrios aristocráticos; en cambio gran cantidad de negros vivía en las
“ciudades” artificiales y sórdidas que fueron creadas por la segregación, en
sitios baldíos de la periferia de las grandes ciudades, verdaderas villas
miserias superpobladas sin las comodidades más elementales, como servicios
sanitarios o electricidad.
La
mayoría de los empleos que exigían una calificación, en las industrias o en las
oficinas, eran desempeñados por blancos, en circunstancias que los negros
realizaban la casi totalidad de las labores subalternas o mal remuneradas. Pero
además los negros no tenían derecho a circular libremente y elegir su residencia
dentro del territorio sudafricano, puesto que para trasladarse de un lugar a
otro debían poseer los “pases de circulación”, que fueron impuestos por la Ley
de Registro de Población de 1950 que establecía que toda persona mayor de 16
años debía llevar siempre su tarjeta de identidad racial.
También
estaban sometidos a la Ley Bantú de 1952, por la cuál se determinaba que todo
africano de más de 16 años debía portar su “libreta de referencia”, que
comprendía su tarjeta de identificación, su fotografía, el registro de empleos,
el pago de impuestos, permiso para permanecer en la zona habitada por blancos,
etcétera. Si un negro carecía de estos documentos y era descubierto, podía ser
arrestado y condenado por cometer un delito. Ciertamente, la mayoría de la
fuerza de trabajo africana trabajaba en actividades vinculadas con la
agricultura, la silvicultura y la pesca. El sector agrícola era el sector con
menores ingresos, y practicándose en los bantustanes una agricultura de
subsistencia.
La
situación de los negros hacía que fuese necesaria la lucha para mejorar las
condiciones laborales, y los sindicatos eran un arma importante, pero el
gobierno intervino para frenar cualquier movimiento contra el sistema, mediante
la Ley Laboral Bantú de 1953, que establecía que no se podían registrar
oficialmente los sindicatos de negros, pero sí los de los blancos que podían
discutir los contratos colectivos de trabajo. Y si los negros querían ir a la
huelga, lo hacían corriendo el riesgo de ser arrestados, puesto que las huelgas
estaban prohibidas, si bien aumentaron en las décadas de los setenta y
ochenta.
Una
de las formas de mejorar el entendimiento entre las razas hubiera sido el
establecimiento de relaciones sociales, pero difícilmente los grupos raciales
podían tener amigos fuera de su grupo o menos aún, enamorarse fuera de él. La
Ley de Inmoralidad de 1950, castigaba las relaciones sexuales entre personas de
razas diferentes, y un año antes se habían prohibido los matrimonios mixtos.
Pero la discriminación basada en el sexo encontraba sus raíces étnicas en
diversas comunidades, en gran parte a causa de la docilidad de las propias
mujeres. Cada grupo étnico o cultural aplicaba una escala de valores en virtud
de la cual se consideraba a las mujeres inferiores a los
hombres.
El
régimen del Apartheid no hizo más que confirmar esos valores, integrándolos a
veces en su sistema jurídico. Los varones negros que podían conseguir trabajo en
las zonas blancas, estaban autorizados a vivir en las afueras de las ciudades, a
las cuáles debían regresar antes del toque de queda a las nueve de la noche. De
ahí que difícilmente vivieran con su familia, puesto que la legislación vigente
les impedía tener a su lado a su mujer y sus hijos, y aunque ambos trabajaran en
el mismo sector urbano, era poco frecuente que pudieran vivir juntos por la
cantidad de obstáculos que se ponían en el camino.
Para
las feministas de Sudáfrica, la familia constituía la base de la opresión de las
mujeres, pero la mayoría de las sudafricanas aceptaba su subordinación y no la
miraba en absoluto como una opresión. Tampoco experimentaban resentimiento hacia
sus compañeros varones, que los consideraban como las primeras víctimas del
poder blanco. Sin ninguna formación, poco instruidas y confinadas en las zonas
rurales, estaban en su mayoría al margen del mercado de trabajo. Las que tenían
un empleo recibían por lo general una remuneración inferior, porque trabajaban
en el campo, y porque a las mujeres se les pagaba menos que a los hombres por
idénticas tareas. Quedaban solas para enfrentar el mantenimiento y el cuidado de
sus hijos, en muchos casos cultivando la agotada parcela familiar para obtener
un poco de alimento.
En
el campo las condiciones inhumanas no favorecían la inserción social, en
particular la de los jóvenes, que en varios casos formaban bandas de
delincuentes o de marginales que aterrorizaban a pacíficos ciudadanos. Los
bantustanes estaban emplazados en las zonas más pobres de Sudáfrica, sin
embargo, la mayoría de los habitantes vivían mayoritariamente de una agricultura
y ganadería de subsistencia, que tenía como características fundamentales los
suelos agotados, la falta de inversiones y la escasez de tecnología
adecuada.
La
política de los bantustanes provocó la degradación de los suelos que han sido
erosionados por el sobrepastoreo y la tala indiscriminada. El frágil
medioambiente fue deteriorado por el exceso de población y por la falta de
trabajo, puesto que la escasez de medios económicos para la compra de materiales
para controlar, por ejemplo, el pastoreo, o construir terraplenes, ha provocado
un grave daño ecológico.
La
falta de alimentos provocó que miles de personas murieran de desnutrición y
tuberculosis y vivieran sin hogar. En 1984, existía un médico africano, de color
o asiático por cada 45.000 personas, en comparación con un médico por cada 370
blancos. Los que más sufrían eran los niños y los ancianos. Precisamente, uno de
los sectores más débiles sufría la discriminación en materia de pensiones y de
jubilaciones, pues los negros se encontraban en una situación de inferioridad y
casi no recibían subsidios de desempleo, acentuando las desigualdades entre
negros y blancos.
La
política educacional también estaba firmemente dividida. Las razas se educaban
en forma separada y diferente, con el objeto de prepararlas para el lugar que
iban a ocupar en la sociedad. El gobierno gastaba 10 veces más en la educación
de los niños blancos que lo que gastaba en la educación de los africanos. La
asistencia a la escuela era obligatoria y gratuita para los alumnos blancos,
pero no era gratuita ni obligatoria para los negros. Por supuesto, la gran
mayoría de los negros no disponían de los medios necesarios para pagar a sus
hijos una educación que les sirviera para el futuro.
Los
alumnos negros en escuelas secundarias debían abonar el costo total de sus
libros, y sus padres debían pagar el arancel escolar a diferencia de los padres
blancos. A mediados de la década de los ochenta, la proporción de alumnos por
cada maestro era de 20 a 1 para los blancos y de 47 a 1 para los africanos. La
mayoría de los niños africanos abandonaban la escuela después de unos pocos años
de enseñanza primaria, y otros no eran aceptados por carecer de lugar. Por lo
demás, muchos niños ni siquiera estaban escolarizados.
La
lucha de los negros por sus derechos contaba con la ayuda externa. Las sanciones
económicas fueron perjudiciales, y los capitales extranjeros no arribaron en
grandes cantidades. Sin embargo, el boicot económico instado por la Asamblea
General de las Naciones Unidas y el Comité Especial contra el Apartheid para que
los países no mantuvieran relaciones económicas, técnicas, diplomáticas y
militares, no fue todo lo exitoso que se esperaba. La Asamblea instó a los
principales socios comerciales de Sudáfrica, en particular al Reino Unido, los
Estados Unidos, Francia, la República Federal de Alemania, Japón e Italia a que
cesaran su colaboración con el gobierno sudafricano. Pero tanto los Estados
Unidos como Gran Bretaña, se excusaban de aplicar restricciones económicas,
puesto que consideraban que las sanciones económicas eran complicadas, costosas
y perjudicaban a los negros más que al gobierno. Por eso proponían que el
capitalismo se desarrollara en Sudáfrica más fuertemente mediante la inversión
de capitales y los préstamos para que de esta forma se acabara con un sistema
atrasado como era el Apartheid. Asimismo, a pesar que el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas hizo obligatorio el embargo de armas hacia Sudáfrica en
1977, el país continuó adquiriendo material bélico.
El
boicot no solo era económico, sino también académico, cultural y deportivo, y se
logró comprometer a millones de personas en todo el mundo. El boicot deportivo
comenzó en 1988, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas oficializó
una propuesta de la Convención Internacional contra el Apartheid en los
Deportes. Las consecuencias del boicoteo cultural fueron también evidentes.
Desde fines de la década del sesenta, las Naciones Unidas exhortaron a los
actores, y otros representantes de la cultura que se abstuvieran de tener
contacto con el gobierno sudafricano. Los propios africanos sufrían las
consecuencias, y la mayoría de la población estaba al margen de la vida
cultural, además porque las autoridades sudafricanas censuraban las
publicaciones de autores negros.
5.
El comienzo del fin del Apartheid: la etapa de transición.
Cuando
el presidente De Klerk elegido en 1989, legalizó el 2 de febrero de 1990, el
Congreso Nacional Africano y otras organizaciones de oposición al régimen de
Apartheid, desencadenó pasiones latentes durante tres siglos. El gobierno
dispuso revisar la legislación del Apartheid y negoció con los movimientos
representativos una nueva constitución, reconociendo a todos los mismos derechos
cualquiera que sea su origen étnico. El sufragio universal, cara aspiración de
todos los “no blancos”, se convirtió en realidad. Se dejaron en libertad a las
personas que cumplían condenas por ser miembros de organizaciones consideradas
ilegales o porque cometieron ciertos delitos relacionados con las prohibiciones,
aunque algunos sentenciados por otros delitos tales como asesinatos, terrorismo
o incendios premeditados no fueron favorecidos.
Pero
estas y otras medidas no significaron el fin de la intranquilidad, puesto que
tanto los blancos como los negros se encontraban en una situación de
incertidumbre. Los blancos temían “la falta de privacidad” y “la inflación”, ya
que querían “seguir siendo ricos”. Los negros tenían como mayor preocupación al
“ejército”, y aspiraban “a ser políticamente iguales”. De hecho, se produjo un
éxodo de profesionales blancos como médicos, abogados, ingenieros, etc., que se
instalaron en otros países, en particular Canadá, el Reino Unido y Australia.
Los motivos variaban, pero eran muchos lo que temían que los cambios les
hicieran perder sus privilegios.
El
desmoronamiento formal del Apartheid comenzó recién a principios de los noventa,
con la erradicación de la legislación sudafricana de sus pilares fundamentales:
la ley de Areas de Grupos (blancos, mestizos, indios y negros debían vivir en
zonas separadas), la ley de Registro de la Población (al nacer se registraba en
los documentos de cada individuo el color de su piel), el Acta de Recreaciones
Separadas (la segregación racial se extendía a paseos públicos, escuelas,
bibliotecas y espectáculos), la ley de Pases (se controlaba el desplazamiento
interior de las personas), y la enmienda a la ley de Inmoralidad (la prohibición
de matrimonios entre diferentes razas).
Muchas
personas hostiles al Partido Nacional argumentaron que se arrancó esta concesión
al gobierno gracias a la presión de un bloqueo económico y político que se había
vuelto demasiado asfixiante, y que el partido gobernante terminó por comprender
hasta qué punto Sudáfrica dependía de los aportes financieros y tecnológicos del
exterior. Mientras todos los partidos políticos discutían el futuro y la nueva
constitución de Sudáfrica, fue indispensable que una constitución provisional
garantizara la paz y el orden público. El debate versó sobre todo en el
contenido de la nueva constitución basada en la no-discriminación y el sufragio
universal.
Algunos
de los que combatieron en Sudáfrica contra el Apartheid se resistían a la idea
de instaurar una democracia de corte occidental, porque las relaciones de
occidente con su continente no han sido precisamente democráticas: se despojó a
los africanos de su autonomía física con la trata de esclavos, y después el
colonialismo les privó de su personalidad jurídica. Occidente llevó a Sudáfrica
el ferrocarril, y el derecho de voto, pero llevó también la horca, los controles
de identidad, y el encarcelamiento sin juicio previo.
Finalmente
en 1993, los partidos políticos que participaban en el foro multipartididista de
negociación aprobaron varios acuerdos relativos a varias instituciones que
servirían de guía para el período de transición, aprobándose también la
Constitución Provisional que entró en vigencia en abril de 1994. En la misma se
establecía que un gobierno de unidad nacional gobernaría el país durante los
cinco años siguientes hasta 1999. El gabinete estaría integrado por el
presidente, dos vicepresidentes y los ministros. Todo partido que tuviera más de
veinte asientos en la Asamblea Nacional tendría derecho a una o más carteras, de
acuerdo con la proporción de las bancas que tuviera.
El
Parlamento Nacional estaría compuesto por una Asamblea Nacional de 400 miembros
elegidos sobre la base de la representación proporcional, y un Senado de 90
miembros elegidos por las nueve asambleas legislativas provinciales, a razón de
10 cada una. En la Constitución Provisional se preveía un poder judicial
independiente. El presidente de la Corte Suprema sería designado por el
presidente de Sudáfrica en consulta con el gabinete.
Otro
punto importante fue la Fuerza de Defensa Nacional que sería la única fuerza
militar del país, integrada por miembros de las Fuerzas de Defensa de Sudáfrica
y otras formaciones armadas de los movimientos de liberación y de los
territorios patrios. Por último, Sudáfrica quedaba dividida en nueve provincias:
El Cabo Occidental, El Cabo Oriental, El Cabo Septentrional, el Estado Libre de
Orange, Kwazulu-Natal, Noroeste, Pretoria-Witwatersrand-Vereeniging (PWV),
Transvaal Oriental y Transvaal Septentrional, cada una con una asamblea
legislativa elegida por un sistema de representación
proporcional.
6.
El fin del apartheid: las elecciones de 1994.
Acusaciones
de fraude y atentados con bombas empañaron las históricas elecciones
sudafricanas, pero sin impedir que millones de negros afluyeran a las urnas para
sellar la suerte del dominio blanco. Los partidarios del Congreso Nacional
Africano y del Partido para la Libertad Inkatha chocaron en varios
enfrentamientos, pero también existieron atentados provocados por el Movimiento
de Resistencia Afrikaner (MRA). El MRA reclamaba un estado blanco mientras
desplegaba banderas de la ex república de Transvaal y con pancartas amenazaba:
“No a las elecciones, no a la paz”. Presentó por primera vez un mapa de su
patria que abarcaba el Transvaal, el estado libre de Orange, y parte de Natal
para contar con un corredor hasta el Océano Indico. Además publicó un borrador
de su futura constitución, que concedía derechos de ciudadanía solamente a los
blancos.
Por
otra parte, Buthelezi y la población zulú cuestionaron las elecciones por lo que
hubo que controlar ciertas áreas. Buthelezi había pedido a sus seguidores que
boicotearan las elecciones, porque consideraba que no había sido garantizada la
autonomía exigida por los zulúes, pero después de arduas negociaciones, se
consiguió que se presentara tanto a elecciones nacionales como
provinciales.
Sobre
más de 40 millones de habitantes, 22 millones estaban en condiciones de
concurrir a las urnas, con una composición étnica aproximada de más de 16
millones de negros, más de 3 millones de blancos, 1,8 millones de mestizos y
650.000 indios aproximadamente. Más del 70% del padrón no había votado nunca. El
grueso de los resultados fue demorado por trabas burocráticas y falencias en los
centros de información. Al mismo tiempo, Los funcionarios se vieron abrumados
por los números y por su propia inexperiencia.
Las
elecciones multirraciales llevadas a cabo desde el 26 al 29 de abril de 1994,
dieron como resultado que el Congreso Nacional Africano obtuviera más del 62% de
los votos, obteniendo la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, frente al 20%
del Partido Nacional y un 10% del Partido para la Libertad Inkatha. El resto de
los sufragios fue a otros partidos menores. Nelson Mandela se convirtió en el
nuevo presidente, Thabo Mbeki fue elegido primer vicepresidente, y el ex
presidente Frederick de Klerk, segundo vicepresidente.
En
su discurso inaugural como presidente, Mandela exhortó al pueblo de Sudáfrica a
actuar unido en pro de la reconciliación y la construcción nacional, dedicando
la celebración a todos aquellos que habían contribuido a la lucha por una
Sudáfrica unida, democrática y sin distinciones de raza o sexo, y rindiéndole un
homenaje especial a su segundo vicepresidente.
Los
blancos tenían mucho miedo de lo que pudiera hacer Mandela; pero sorprendió a
todos porque cuando algunos esperaban que tomara revancha, dejó la economía en
manos de los blancos y nombró como ministro del interior a Buthelezi. Mandela
expresó que el CNA tendría como prioridad de gobierno la creación de fuentes de
trabajo y el fin de la violencia. También urgió a los Estados Unidos a
convertirse en el socio más importante del esfuerzo internacional para revivir
al continente africano, e instó a las estrellas del deporte internacional a
visitar Sudáfrica ya que serían muy bien recibidas.
Para
Mandela, los ciudadanos blancos, privilegiados en materia educativa durante la
vigencia del apartheid, tenían una especial responsabilidad en la reconstrucción
del país porque poseían conocimiento y experiencia. En una pública declaración
de lealtad a las nuevas autoridades negras, los comandantes militares blancos
asumieron el formal compromiso de no derrocarlas mediante un golpe de
estado.
El
país por otro lado, tenía en su agenda preocupaciones económicas como la
búsqueda de nuevos mercados para sus exportaciones de bienes manufacturados,
productos agrícolas y minerales. El gobierno deseaba consolidar su histórica
relación con la Unión Europea, el mayor socio comercial e inversionista de
Sudáfrica. Pero al mismo tiempo trataría de ampliar y fortalecer su relación
comercial con los Estados Unidos, Japón y las economías del sudeste asiático.
Sudáfrica retornó a la Comunidad Británica de Naciones a la que abandonó en 1961
en momentos en que arreciaban las críticas a su política de segregación racial.
Después de las elecciones de 1994, se abría un nuevo capítulo en la historia de
Sudáfrica.
7.
Reflexiones finales.
Con
la entrada en vigor de la primera constitución no racial y la celebración de las
primeras elecciones sin distinciones raciales, el Apartheid llegó a su fin. La
fiesta de la democracia llegó recién en 1994, pero además de las elecciones, el
proceso incluyó una nueva constitución y una nueva demarcación territorial.
Después de varios decenios de esfuerzos, el fin del Apartheid fue una victoria
de la mayoría de los sudafricanos de todas las razas, que contaron con la ayuda
de parte de la comunidad internacional.
Las
leyes del Apartheid habían sido desterradas, pero no así sus secuelas. El nuevo
gobierno debía dedicarse con urgencia a solucionar las disparidades
socioeconómicas causadas por el Apartheid, tales como la disminución del índice
de aprobados para los alumnos negros matriculados en las escuelas, la escasez de
viviendas –cerca de 1,5 millones de personas se encontraban sin hogar-, el
desempleo -a principios de los ’90 era de un 45% entre los negros-, las
desigualdades en infraestructura en el sistema de salud –4 de cada 10 niños
negros morían antes de cumplir los 5 años de edad-, y la escasez de servicios
para los negros, -sólo del 15% al 20% de la población negra tenía electricidad
en su casa.
Pero
para llevar adelante el desarrollo económico y social de Sudáfrica, la comunidad
internacional debe ayudar a crear condiciones estables para que una nueva
Sudáfrica, democrática y sin distinciones raciales, obtenga inversiones y
asistencia, y de esta manera afrontar los graves problemas sociales y económicos
que afectan a la mayoría de la población.
Los
sudafricanos deben tomar conciencia que para reconstruir una Sudáfrica no
racista se requerirán varios años de sacrificio. Tanto los blancos como los
negros deben controlar las expectativas, y darse cuenta que el camino hacia la
prosperidad impone el trabajo tenaz y una aplicación racional de los enormes
recursos sudafricanos, distribuyendo los beneficios para todos los habitantes
del país, más allá del color de su piel. Para ello es necesario dejar de lado
los enfrentamientos estériles del pasado, pero sin olvidarlos, como manifestaba
Nelson Mandela: “Los sudafricanos deben recordar el pasado para poder manejarlo,
perdonar cuando el perdón es necesario, pero jamás olvidar. Al recordar, nos
aseguramos que nunca más seremos víctimas de semejante barbarie y suprimimos una
herencia peligrosa que sigue siendo una amenaza para nuestra democracia. (…)
Nosotros los sudafricanos, estamos orgullosos de la nueva Constitución y de la
apertura y de la responsabilidad que se han convertido en el sello de nuestra
sociedad. Y debemos comprometernos también por estos valores en una acción que
sirva a nuestra convicción de que una cultura de los derechos humanos forma
parte, profunda y materialmente de nuestra vida. Ninguno de nosotros puede
apreciar una paz perdurable y la seguridad cuando una parte de la nación vive en
la pobreza”.
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