PROPUESTA METODOLÓGICA GEOHISTÓRICA
PARA SU APLICACIÓN EN GEOGRAFIA POLITICA

Dupuy, Héctor Adolfo
Departamento de Geografía
Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación
Universidad Nacional de La Plata
El estudio de la Geografía política tuvo su origen en la cuna misma de la
Geografía moderna. Surgida a partir de los trabajos de Ratzel, a fines del siglo
pasado, se ha vinculado en esta centuria a las escuelas anglosajona y alemana,
siendo concebida como el estudio de un mundo dividido en Estados o, mejor aún,
como el estudio del Estado mismo. Los estudios actuales se encaminan a
analizarla en un contexto socioeconómico, vinculada a un sistema al cual podemos
denominar "economía – mundo capitalista". Estos presupuestos teóricos nos
permiten abordar la problemática político espacial a partir de la identificación
de las bases culturales imperantes en el territorio en estudio, de las fuerzas
económicas y sociales actuantes y de su representación concreta a través de las
relaciones de poder entre las instituciones sociales. Además, los fenómenos
político-geográficos surgen como una resultante de procesos seguidos a lo largo
de una historia concreta del espacio en estudio. Esta metodología se enriquece
con la utilización de cortes históricos de estudio espacial. Para comprenderla
mejor se ha recurrido a su aplicación a un caso particular, el estudio
espacio-temporal europeo y se ejemplifica a partir de uno de los cortes
históricos, el correspondiente a la Revolución urbana y comercial en Europa
(1453-1498).
Introducción
El estudio de la Geografía política tuvo su origen en la cuna
misma de la Geografía moderna. En gran cantidad de textos, tratados o estudios
monográficos, la perspectiva política se ha ido ligando a la trayectoria y a los
destinos de nuestra ciencia. La mayor parte de estos ensayos, así como la
concepción que se ha generalizado en Geografía política, se desarrolla sobre la
base de esa rama de la Geografía, surgida a partir de los trabajos de Ratzel, a
fines del siglo pasado, y que, con diversas variantes, se ha vinculado en esta
centuria a las escuelas anglosajona y alemana, con los estudios de diversos
geógrafos encabezados por Halford Mackinder y Karl Haushofer para cada una de
dichas vertientes.
Bajo este punto de vista clásico, la Geografía política ha sido
concebida básicamente como el estudio de un mundo dividido en Estados o, mejor
aún, como el estudio del Estado mismo (Vicens Vives.1981). Asimismo
tradicionalmente se ha puesto énfasis en el carácter estático de la Geografía
política, frente al carácter dinámico de la Geopolítica (Atencio.1982).
Esta caracterización nos transporta a la idea que se ha
utilizado en diversas oportunidades, comparando a la Geografía política con una
instantánea en la cual quedan impresas las distintas particularidades políticas
en su relación con el espacio geográfico. Su representación clásica es el mapa
político, donde se presenta una clara diferenciación de los Estados, sus
límites, sus formas, capitales, ciudades principales y, en algunos casos, su
división política intraestatal.
Es indudable que, con estas características, la Geografía
política ha quedado relegada a ser un mero instrumento al servicio de la
Geopolítica o, en el mejor de los casos, una herramienta para la enseñanza
descriptiva de la Geografía en los distintos niveles de la educación.
Aparece entonces como muy dificultoso el desarrollo de un
estudio científico de la dinámica político espacial o su utilización en un
aprendizaje relacionado e integrador de conocimientos.
Por otra parte, los estudios realizados al respecto por la
Geografía clásica se han dedicado a analizar la relación entre política y
territorio con una lógica en sí misma, llegando a formular leyes que no se
apartan de esta relación binaria, con algunos componentes auxiliares como la
Historia, la Demografía, los recursos naturales, etc., los cuales quedan
supeditados a la relación principal, a la cual se le asigna un carácter
dominante y totalizador.
En los estudios de Geografía política se suelen distinguir
también claras tendencias de tinte neodeterminista, al concebir al medio natural
dotado de caracteres propios capaces de determinar y justificar los hechos
geopolíticos, conceptualizando como fundamentales algunos elementos morfológicos
de los Estados - forma, tamaño, fronteras, etc.-. Así se llegaron a establecer
leyes imperativas del medio, como la del "lebensraum", o del espacio vital, por
la que se justificaron procesos expansionistas, más bien relacionados a
imperativos del desarrollo económico de las potencias.
Asimismo, algunos trabajos más actualizados insisten en esta
caracterización, construyendo ideas geográficas vinculadas a un condicionamiento
de las organizaciones políticas y las relaciones internacionales con respecto a
las condiciones fisiográficas (Sanguin. 1981).
De cualquier manera, se trata de tomar el método de una
disciplina más relacionada con el ejercicio del poder que con su estudio: la
Geopolítica.
En tal sentido, es indudable que este tipo de análisis no
alcanzan para definir la realidad político espacial; entre otros motivos porque
su formulación estuvo desde un principio más vinculado a actividades político -
territoriales agresivas (imperialismo, expansionismo, racismo) que a estudios
científicos rigurosos y abarcativos.
Por otra parte, estos estudios toman al Estado - nación como
objeto central de estudio, tendiendo en ocasiones a interpretarlo como una
entidad con vida propia e independiente. Esta fuerte influencia nacionalista se
inicia con el auge de los Estados europeos modernos, emergentes de las
transformaciones experimentadas por la configuración política feudal y que
adquieren verdadero auge con la Ilustración. De manera que la concepción
geopolítica moderna es anterior al desarrollo científico de los estudios
geográficos decimonónicos. Es evidente que esta influencia resulta un imperativo
lógico e ineludible para el impulso de la ciencia geográfica en general y para
la Geografía política en particular.
Otras tendencias actuales han utilizado aportes desde las
técnicas cuantitativas desarrollando una Geografía política electoral o,
atendiendo a las indicaciones aportadas por los nuevos estudios urbanos, en pos
de una Geografía política urbana preocupada por los problemas sociales. En ambos
casos, aunque sesgados a temáticas muy puntuales y poco abarcativas, se realizan
importantes aportes a la aproximación del debate alrededor de la cuestión del
poder.
Por último, aportes teóricos más complejos tienden a
caracterizar a la Geografía política desde una perspectiva más global, con una
mayor y más completa perspectiva histórica y teniendo en cuenta las importantes
vinculaciones de la ciencia geográfica con sus disciplinas afines del campo
social. Así surgen trabajos en los cuales la dinámica político - espacial se
encuentra en íntima relación con sistemas sociales y económicos, históricos o
actuales, otorgando un panorama más completo y con una mayor apoyatura teórica,
cualquiera sea el basamento filosófico e ideológico a partir del cual se
realicen.
El presente trabajo intenta abordar el estudio de la Geografía
política desde esta perspectiva. Parte de una perspectiva teórico conceptual y
se entronca con una visión integral espacio – temporal. De allí se intentará
desprender una propuesta metodológica general
Perspectiva teórica
A fin de definir la perspectiva teórica sobre la cual se
apoyará la presente propuesta metodológica, es importante profundizar en la
observación de cómo se construye el espacio geográfico y de qué manera quedan
organizados los territorios.
Al respecto, se pueden detectar diversos elementos que,
tradicionalmente, se los ha identificado con análisis de tipo económico,
político, ambiental, social, etc. En este sentido, resulta evidente la fuerte
influencia ejercida por las macroestructuras socioeconómicas sobre la
organización territorial. Estas macroestructuras están claramente representadas
por el carácter conflictivo de las relaciones económicas y su transferencia a
las relaciones de poder entre los distintos actores sociales. Las mismas se
verán traducidas en hechos eminentemente políticos - decisiones vinculadas con
las relaciones de poder imperantes- los cuales actuarán sobre el espacio
produciendo una serie de transformaciones que quedarán plasmadas, junto con las
dinámicas anteriores, en una verdadera amalgama de fenómenos superpuestos.
Sin embargo, esta perspectiva sólo nos permitiría vislumbrar
los grandes tipos de organización territorial - espacios desarrollados y
subdesarrollados, capitalistas y colectivizados- restando agregar, para una
interpretación más acabada, las particularidades o subjetividades culturales que
hacen, de cada territorio, una realidad única e irreproducible.
Esta descripción conceptual no parte solamente de un análisis
referido a un determinado momento histórico, sino que se apoya en toda una
perspectiva de la profunda vinculación espacio temporal que nos permite
desarrollar una verdadera tipología de los fenómenos socioeconómicos y
territoriales.
Para avanzar en esta visión de la construcción del espacio nos
apoyaremos en las propuestas teóricas de dos historiadores, Fernand Braudel e
Immanuel Wallerstein, y de un geógrafo, Peter Taylor.
Los estudios realizados sobre los sistemas mundiales y, en
particular, el sistema denominado de economía – mundo (Wallerstein.1984;
Taylor.1994) nos permiten acceder al análisis del fenómeno de las relaciones de
poder dentro de estructuras sociales más complejas y abarcativas.
El análisis de los sistemas mundiales planteados por
Wallerstein tiende a explicar los cambios sociales a partir de la existencia de
una sociedad única, ya sea por su extensión o por su significación, en la cual
se producen transformaciones que se enmarcan en una lógica común y conflictiva y
que se incluyen en períodos de "larga duración" (Braudel. 1968:60/76). Podemos
pues definir la situación actual enmarcada en un sistema mundial de "economía –
mundo capitalista".
De acuerdo con la definición de Taylor, la economía - mundo se
basa en el modo de producción capitalista que se rige por la obtención de
beneficios y la acumulación del excedente en forma de capital. "No hay una
estructura política dominante, ya que el mercado es, en definitiva, quien
controla con frías riendas la competencia entre las diversas unidades de
producción, por lo que la regla básica consiste en acumular o perecer".
(Taylor.1994: 6)
Su localización espacio - temporal está dada por la economía -
mundo europea, que surge a mediados del siglo XV y se manifiesta con vocación
global. Así, todo el desarrollo de la conquista europea, tanto en su faz
colonialista como en la consiguiente expansión de las empresas multinacionales,
se inscriben dentro de este sistema que alcanza, en este siglo, una verdadera
escala planetaria.
Por otra parte, de destacan como características centrales de
este sistema, un mercado mundial único, restringido espacialmente en los
primeros siglos pero expandido globalmente en la actualidad, un sistema político
estructurado en múltiples Estados que tienden a equilibrar su poder político,
limitando el predominio de algunos de ellos sobre el mercado, y un sistema de
explotación que opera en tres niveles –estructuras tripartitas- a fin de lograr
una mayor estabilidad en el sistema (los sectores "medios" en las relaciones
conflictivas entre capital y trabajo; los partidos "de centro" entre la
izquierda y la derecha en las estructuras políticas; los países
"semiperiféricos" entre el centro y la periferia en la organización
internacional del trabajo...)
Propuesta metodológica general.
Los presupuestos teóricos precedentes permiten abordar la
problemática político espacial a partir de la identificación de las bases
culturales imperantes en el territorio en estudio, de las fuerzas económicas y
sociales actuantes y de su representación concreta a través de las relaciones de
poder entre las instituciones sociales. El postulado básico de esta propuesta
metodológica podría sintetizarse, entonces, en la hipótesis que plantea que la
configuración del espacio geográfico, en cuanto resultante de las decisiones y
acciones impulsadas por las sociedades, responde a imperativos políticos
derivados de la actuación de fuerzas económicas y sociales, tanto como de las
subjetividades culturales de desarrollo temporal, dinamizadas por las relaciones
de poder imperantes.
Intentando profundizar en esta propuesta, podríamos agregar,
con relación a las decisiones y acciones sociales, que las comunidades toman
decisiones de conjunto que transforman permanentemente el espacio y, de esta
manera, lo van configurando y organizando. De una forma u otra, los individuos y
sectores que componen este cuerpo social son partícipes –por acción, omisión u
oposición- de esas decisiones. De esta manera, el espacio va siendo construido
permanentemente por el resultado de esas decisiones, las cuales tienen un neto
cariz político pues son el resultado de las relaciones de poder existentes en el
seno de la sociedad o en la relación con otras sociedades.
Por otra parte, a pesar de la estrecha vinculación que las
acciones políticas tienen con las fuertes motivaciones económicas y sociales, no
se puede negar que aquellas gozan también de su propia dinámica, movilizada por
las causales socioeconómicas, potenciada por las subjetividades culturales, pero
respondiendo a relaciones de poder notorias en el seno de la propia
sociedad.
Planteado así, el territorio político deviene de una realidad
suficientemente compleja para plantear el problema de la imposibilidad o, al
menos, una gran dificultad para su comprensión. ¿Cómo encarar el estudio de un
objeto que nos presenta tal cantidad de variables? ¿Por dónde comenzar a abordar
tales complejidades? ¿A qué aspecto otorgarle un carácter prioritario?
A fin de allanar tales dificultades y adoptar una metodología a
la vez práctica y con suficiente apoyatura científica, se tomó en consideración
la clasificación general de instituciones sociales que Wallerstein y Taylor
utilizan para su análisis de la economía mundo. Al respecto se tuvo en cuenta
que las relaciones de poder que se desarrollan en la realidad político espacial
de la economía mundo capitalista y en especial, las instituciones que actúan en
tal sentido, pueden presentar, en algunos casos, una perspectiva de
identificación en el espacio, siendo probable realizar avances en cuanto al
establecimiento de una lógica de su localización.
Siguiendo los postulados de Wallerstein (1984), se pueden
distinguir en tal sentido cuatro tipos clave de instituciones sociales, de
carácter intermedio entre el individuo y el ámbito máximo del poder del sistema,
el mercado mundial único de acumulación capitalista a escala global. Estas
instituciones son:
a) El Estado, que detenta el poder formal de la economía mundo
y sustenta, con sus sistemas jurídicos, parte de las normas por las que se rigen
las otras instituciones.
b) Los grupos de individuos de afinidad socio - cultural,
definidos como "pueblo", "nación", "grupo étnico", o simplemente el "grupo"
(Claval. 1997), conforman el entorno o marco de contención y justificación
institucional.
c) Las clases sociales, interpretadas por Wallerstein según su
ubicación en el modo de producción, han sido motivo de luchas y transformaciones
conflictivas, alterando en mayor o menor medida su situación, aunque manteniendo
significaciones diferenciadas según su vinculación al modelo mundial de centro y
periferia.
d) Las unidades domésticas, definidas por Wallerstein como
grupos de unión de rentas, y no sólo de parentesco, se constituyen en ese
basamento social, caracterizada por el patriarcado y que asegura el ciclo de
reproducción.
Propuesta metodológica específica
La tradicional diferenciación entre Geografía Física y
Geografía Humana y la influencia de sus imperativos, trasladados a manera de
escuelas entre deterministas y posibilistas, implicó la tendencia a acentuar la
relación de la disciplina geográfica, respectivamente, con las Ciencias
Naturales o con las Humanísticas.
A pesar de su parcialidad, son estas últimas perspectivas las
que han influido más directamente en las vinculaciones de la Geografía con la
ciencia histórica. En este sentido, P. George hace notar que "la obra de
Vidal-Lablache, de Jean Brunhes, de Albert Demangeon, representan diversas
formas de esta búsqueda de las relaciones múltiples entre la naturaleza, la
historia y las combinaciones sociales y económicas del momento, y, en
consecuencia, de la descripción de los fenómenos motores y de sus mecanismos",
agregando que obtiene sus argumentos "del conocimiento de la historia y...
(establece) escrupulosos balances de los datos y de las relaciones observadas"
(George. 1967: 15-16).
Siguiendo esta línea de pensamiento y con relación a los
fenómenos político - geográficos, estos surgen como una resultante de procesos
seguidos a lo largo de una historia concreta del espacio en estudio. Sin
embargo, con respecto a esos procesos y tal como se ha manifestado más arriba,
se hace necesario partir de la concepción básica de que son los grandes
movimientos socioeconómicos, así como las macrotendencias culturales, muy
ligadas a aquellos, los que imprimen una dinámica particular a los hechos
históricos. Y son éstos a su vez los que, transformados en acciones y decisiones
políticas de todo tipo (gubernamentales, bélicas, diplomáticas, etc.)
interactúan en y sobre el espacio, dando como resultante una forma de
organización territorial. De esta manera, el territorio recoge indicios de todos
los otros elementos en juego (Santos. 1991:4).
Estas apreciaciones se relacionan con los planteos hipotéticos
propuestos para este trabajo. A través del mismo se intenta demostrar que la
configuración del espacio geográfico es una resultante de decisiones y acciones
políticas, consecuencia a su vez de la actuación de fuerzas económicas y
sociales y subjetividades culturales. Estas decisiones y acciones se desarrollan
en una dinámica actual pero también proceden de un proceso temporal.
Al respecto se destaca que la construcción de esta realidad
político espacial se va realizando sobre la base de las relaciones de poder
planteadas en una dinámica temporal, en las cuales intervienen las distintas
situaciones históricas que han dejado su impronta en el espacio.
El análisis histórico permitirá, de esta manera, identificar la
forma en que el espacio en estudio se ha ido modificando, en contacto con el
accionar político histórico, como consecuencia de los imperativos económicos y
sociales y bajo el influjo de las subjetividades culturales.
Otra cuestión de análisis se desprende de la necesaria
diferenciación epistemológica con relación a los mecanismos metodológicos
desarrollados por la Historia. Al respecto, resulta prudente deslindar la
tradicional "metodología utilizada por la ciencia histórica, que se aboca al
estudio de los procesos - análisis vertical -, con la que corresponde a la
Geografía. En nuestra disciplina se puede realizar tal tipo de análisis mediante
el método de los cortes históricos, efectuando estudios de síntesis geográfica
en determinadas épocas clave, las cuales nos permiten definir el espacio en ese
momento e identificar las causales mediante el método comparativo - análisis
horizontal -" (Dupuy, 1993:8).
A partir de estas definiciones, los cortes históricos deberán
mostrar con claridad las relaciones entre los imperativos socioeconómicos y las
acciones políticas, con el correspondiente substrato cultural.
Resulta de gran interés el aporte realizado en este sentido por
Braudel en cuanto a la necesidad de proceder a la "búsqueda sistemática de
estructuras, de aquello que se mantiene de hecho más allá de las tempestades de
tiempo corto", para lo cual propone la construcción de modelos, "es decir,
sistemas de explicaciones mutuamente relacionadas" (Braudel. 1968:185).
Para facilitar este trabajo y poder aportar mayor claridad a su
definición, puede resultar de interés la identificación de algunos elementos del
modelo que predominen entre los demás y que sirvan como pivotes del entramado
estructural. Manteniendo una coherencia con lo manifestado previamente, estos
elementos predominantes pueden clasificarse en económicos, sociales y político -
institucionales, los cuales estarán fuertemente influenciados por la evolución
cultural de la sociedad en estudio.
Las predominantes socioeconómicas tenderán a mostrar el modelo
planteado por la estructura productiva y sus formas de apropiación social,
identificando la organización o estructura social que de ella se deriva. En este
sentido, resulta de interés el concepto de modo de producción aportado por
Wallerstein, en un sentido más amplio que la definición marxista tradicional y a
la vez más próximo al análisis espacial.
De las acciones y decisiones adoptadas por los agentes en
juego, y de las perspectivas que ofrezca el substrato cultural, se desprenderán
las predominantes políticas y el sistema institucional emergente.
Con respecto a las subjetividades culturales, su análisis puede
derivar, no sólo de los grandes movimientos y escuelas que ejerzan su influencia
sobre los actores políticos, sino también de las propias ideas y teorías
políticas y geopolíticas - la acción intencionada de los actores políticos sobre
el espacio- manifestadas por los mismos a fin de imponer o justificar un
determinado accionar dentro del sistema.
Todos estos elementos darán lugar a la definición de una serie
de parámetros político - espaciales, identificables con mayor o menor facilidad,
y cartografiables. Algunos de ellos han sido empleados tradicionalmente por los
geógrafos políticos y, en ocasiones, utilizados por los geopolíticos, pero
pueden servir como elementos de una descripción y para establecer sus relaciones
con las causales estructurales socioeconómicas. Por otra parte, no debe
olvidarse que estos parámetros son, antes que nada, una consecuencia de las
relaciones de poder analizadas y deberán articularse con aquellas. Otros
atienden a perspectivas más íntimamente identificadas con los modelos a
analizar.
Entre estos parámetros podemos diferenciar, siguiendo a Sanguin
(1981), los que se relacionan con el territorio y con la población. Queda claro
que, en nuestra perspectiva teórica, estos parámetros son, por definición,
resultantes estructurales de los sistemas analizados, aunque en su origen
podamos detectar innumerables causas, muchas de ellas no ligadas directamente a
las estructuras estudiadas - nuevamente el juego de los substratos culturales o
de condicionamientos naturales- y aunque se puedan convertir ellos mismos en
factores desencadenantes de otros fenómenos tanto o más complejos que aquellos
que les dieron origen.
Para el establecimiento de los cortes a comparar se hará
necesaria la definición de tres elementos auxiliares, cuya elección será de
fundamental trascendencia para la prosecución del trabajo. Se trata del
establecimiento de una periodización, de la localización temporal de los cortes
y de la elección de un punto de partida.
Aplicación de la metodología específica a la Geografía política
europea
A fin de ejemplificar la propuesta metodológica bosquejada
precedentemente, se detallarán algunos resultados alcanzados en un proyecto de
investigación en cual se aplicó la misma a la Geografía política de Europa.
Para el establecimiento de la periodización, se estudiaron
distintas posibilidades, tradicionales y alternativas, en cuanto al
establecimiento de una división de la historia europea en períodos que sirvan de
base al establecimiento de los cortes. Al respecto se optó por analizar cuatro
perspectivas que no fueran necesariamente opciones, sino, más bien, que pudieran
complementarse desde distintas perspectivas (teóricas, metodológicas y
técnicas). Las periodizaciones analizadas fueron:
A) Grandes períodos establecidos a partir de la Historia del
Mundo de Salvat (1971), con textos síntesis a cargo de Antoni Jutglar, que
reproduce la visión de la obra del historiador José Pijoan. Si bien plantea una
división temporal algo tradicional y con mayor énfasis en los hechos políticos
que en los grandes procesos socioeconómicos, el aporte de datos resulta bastante
útil y serio desde el punto descriptivo y los textos de síntesis acompañan, en
parte, la perspectiva teórica escogida (se incorporan los títulos que pueden
servir para su particularización en los cortes):
B) Siguiendo la teoría del análisis de los sistemas mundiales,
formulada por Wallerstein, Peter Taylor analiza varios sistemas de
periodizaciones que se corresponderían en mayor o menor medida con dicha
conceptualización. La primera de ellas es la del propio Wallerstein que,
realizando una combinación selectiva de elementos críticos de la historia
materialista de Fernand Braudel con los estudios neomarxistas de Gunder Frank,
analiza los "sistemas históricos", concepto próximo aunque diferenciado del
tradicional concepto de "sociedad" (Taylor. 1994: 4-5). Esta perspectiva
concuerda en mayor medida con la perspectiva teórica del trabajo, por lo cual
podría servir de base conceptual e intentar una articulación con las otras
periodizaciones analizadas. Cada uno de estos sistemas históricos es único, pero
se pueden clasificar en tres tipos (Taylor, 1994: 5-6): minisistemas, imperios -
mundo y economías - mundo.
A su vez, el paso entre de un sistema a otro se produce
mediante un cambio social que puede adoptar cuatro formas fundamentales (Taylor.
1994: 6-7): transición, incorporación, ruptura y continuidad.
En este trabajo se adaptó esta metodología a una clasificación
específica para Europa.
C) De acuerdo con este carácter cíclico de la economía mundo
capitalista, Taylor analiza los Ciclos de Kondratieff, de fluctuaciones
producidas por cambios tecnológicos dentro del modo de producción capitalista,
que se inician a partir de 1780, y que constan de dos fases: una fase "A" de
crecimiento (innovaciones tecnológicas) y una fase "B" de estancamiento, y los
completa, para la etapa anterior a esa fecha, con las ondas "logísticas"
propuestas por Braudel (Taylor. 1994: 12-15)(más largas, de hasta 300 años). A
partir de allí se pudo realizar una nueva periodización.
D) En un clásico decimonónico, el historiador italiano César
Cantú establece una periodización para realizar su minuciosa descripción de la
"Geografía política" de su Historia universal. La misma presenta cierta
utilidad a fin de secuenciar los cambios allí descritos, aunque sus criterios no
guardan ninguna relación con los utilizados por los historiadores citados con
anterioridad. (Cantú. 1883: VII, 215-488):
Se realizaron numerosas pruebas con las periodizaciones
analizadas, intentando localizar aquella que posibilitara la determinación de
los cortes más apropiados, para lo cual se debió avanzar sobre las
características estructurales de los mismos. Por último se optó por aquella
metodología que resultó la más conveniente, de acuerdo con las pautas
establecidas.
De estas apreciaciones se desprende la necesidad, en el
presente trabajo, de tomar la divisoria de mediados del siglo XV como punto de
partida para la periodización que permita el establecimiento de los cortes
históricos.
Con respecto a los períodos anteriores, los mismos pueden ser
considerados a modo comparativo, especialmente en sus dos expresiones político
espaciales más importantes: la antigüedad romana y la Europa feudal. A los
mismos también se les asignó un corte, aunque con una investigación más
somera.
De acuerdo con estas pautas, podríamos distinguir cinco
períodos, a partir de la divisoria inicial a mediados del siglo XV y hasta la
etapa de transición actual iniciada en la década de 1970:
1.- Período desde mediados del siglo XV hasta la segunda mitad
del siglo XVIII, que combina la idea de capitalismo inicial y la formación de la
sociedad moderna de Jutglar y la crisis del Antiguo Régimen (Salvat, Vol. VIII
al IX), con la segunda onda logística de Braudel, identificada con el desarrollo
de un nuevo modo de producción en Europa y de un nuevo sistema, la economía
mundo europea de Wallerstein, basada en este momento en el capitalismo agrícola,
seguido por una base de estancamiento.
Se extiende desde el Renacimiento italiano a través de
fenómenos y hechos como el avance de los turcos, la expansión marítima
portuguesa y española, los intentos absolutistas pontificios, la Reforma
religiosa, la revolución inglesa, la Guerra de los Treinta Años, "le grand
siecle" francés, los monarcas ilustrados hasta culminar en la caída del Antiguo
Régimen.
Recurriendo a Cantú se identifica este período con tres de sus
épocas: la de la organización definitiva de las naciones, la centralización y la
monarquía; la de los arreglos simplificadores de la paz de Westfalia, y la época
previa a la Revolución.
2.- Período desde fines del siglo XVIII hasta mediados del
siglo XIX. Corresponde a la Revolución industrial y al desarrollo del gran
capitalismo, coincidentes con el primer ciclo de Kondratieff, con una fase de
crecimiento e innovaciones tecnológicas liderado por Gran Bretaña y una de
estancamiento en las décadas del '20 al '40, con expansión a los continentes
adyacentes. Período napoleónico, su liquidación por el Congreso de Viena y las
luchas entre absolutismo y constitucionalismo. Coincide con la última época de
Cantú.
3.- Período correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX.
Fin de siglo dominado por la era victoriana, de crecimiento liderado por Gran
Bretaña y luego de depresión con predominio alemán y estadounidense - segundo
ciclo de Kondratieff -.
Son hitos significativos el segundo imperio napoleónico, el
"Risorgimento" italiano, la guerra franco - prusiana y unidad alemana, las
luchas parlamentarias entre liberalismo y socialismo y la caída del imperio
turco.
4.- Primera mitad del siglo XX, hasta la segunda guerra
mundial, correspondiente al tercer ciclo de Kondratieff. Fases de crecimiento
durante la expansión eduardiana de preguerra, liderada por Estados Unidos y
Alemania, y de estancamiento durante la posguerra y Gran Depresión.
5.- Período desde la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis y
reestructuración actuales (década del '70), dominado por la explosión económica
de posguerra y la Guerra fría.
Definidos los períodos y establecidos los criterios para fijar
los cortes, solo resta ubicar esos momentos tan particulares, en los cuales
podamos encontrar, con cierta claridad nivel de organización, las fisonomías y
los "paisajes" políticos espaciales, muestras claras de las dinámicas de poder
imperantes y de las estructuras sociales económicas y culturales que les dieron
origen.
De esta manera, podemos proponer los siguientes cortes:
A) 1453-1498. Caída de Constantinopla. Expansión de ultramar.
Llegadas a América e India. Organización de las monarquías territoriales y
surgimiento del Estado moderno.
B) 1648. Paz de Westfalia. Establecimiento del capitalismo
inicial o agrario. Transición al absolutismo monárquico.
C) 1815. Congreso de Viena. Statu-quo en las transformaciones
liberales y momento de auge del capitalismo industrializador (primera revolución
industrial).
D) 1870-1878. Guerra franco prusiana y Congreso de Berlín.
Fines de la expansión victoriana e inicio de la expansión del capitalismo
financiero y la revolución científico - técnica (segunda revolución industrial).
Auge del imperialismo formal.
E) 1919. Tratado de Versalles. Establecimiento de la Europa del
siglo XX.
F) 1945. Conferencias de Yalta y Potsdam. Reparto de influencia
de las grandes potencias y base de sustentación político espacial de la guerra
fría. Desarrollo del imperialismo informal.
G) 1989-1992. Desaparición de las "democracias populares" y
reunificación europea.
Estudio de caso: corte histórico correspondiente a la
Revolución urbana y comercial en Europa (1453-1498).
Como una muestra del tipo de trabajo desarrollado se hará una
breve reseña de las conclusiones alcanzadas en uno de esos cortes, el
correspondiente a la etapa de la Revolución urbana y comercial en Europa
(1453-1498).
Predominantes económicas: En esta etapa, en Europa occidental
se da el paso desde la revolución comercial y urbana (iniciada en los siglos XI
y XII) hasta el surgimiento de un capitalismo inicial, a partir de una creciente
complicación de la economía mercantil urbana, producida por el avance constante
del tráfico comercial, el incremento de las relaciones interregionales y el
aumento de las operaciones dinerarias.
El proceso de urbanización (o reurbanización) se había iniciado
manteniendo el esquema feudal, pero con un resurgimiento de actividades
comerciales y artesanales, llegando las mismas a casi equiparar en importancia y
a enfrentar a las agrarias, en algunas regiones: ciudades comerciales italianas
y artesanales del norte de Francia, norte de Alemania, región del Rhin, el
Báltico e Inglaterra. Las primeras llegaron a protagonizar una verdadera
revolución económica, al reconquistar comercialmente el Mediterráneo (Génova,
Venecia, etc.), con la ayuda de las cruzadas. En las otras, con el auge de la
artesanía textil y de la acumulación dineraria, eclesiásticos y señores vivían
en las ciudades, invirtiendo en artesanías y comercio.
La nueva economía, que se contrapone totalmente a la feudal
basada en el valor económico de la tierra, está caracterizada por el valor
asignado a la circulación dineraria - apoyada en el afán de lucro-, en el
espíritu de empresa de los sectores mercantiles y en la racionalización de la
producción, el comercio y el negocio. Su desarrollo, a partir de la actividad
mercantil, posibilita una acumulación de capital que luego es reinvertido en
determinadas actividades, las cuales permiten dar inicio al proceso de la
modernización (agricultura, ganadería, minería, etc.). Todas estas actividades
van a ubicar sus producciones en el sistema, motivando un nuevo incremento de la
actividad mercantil, es decir produciendo una retroalimentación del mismo.
El sistema impulsado en occidente con la implantación de este
capitalismo comercial, está regido desde su inicio por la imposición de un
mercado único, basado en las relaciones interregionales, con una activa
circulación de los capitales, las producciones y algunas materias primas.
La riqueza estaba concentrada, en gran medida, en torno al
Mediterráneo, en particular en Italia. Sin embargo podemos distinguir tres
sistemas o redes fundamentales para el funcionamiento del mercado global: las
rutas de galeras mercantes venecianas, las rutas comerciales hanseáticas y, en
forma más desordenada, las ciudades de ferias (importantes y secundarias).
Los flujos comerciales resultantes dieron grandes utilidades a
los mercaderes - financistas de las ciudades italianas, especialmente venecianos
y florentinos, mientras que los genoveses, ante la decadencia de su ciudad,
empezaron a emigrar hacia las ciudades españolas. A la vez, se inicia el poderío
de los banqueros alemanes, como la casa Fugger de Augsburgo. Es en estas casas
donde se inicia el proceso de acumulación descripto más arriba.
De esta manera, mientras el poder financiero empieza su
desarrollo en ámbitos urbanos específicos, el sistema comercial no contempla
condicionamientos dados por espacios políticos definidos (mercados estatales),
sino que manifiesta una clara tendencia a la globalización, dentro del marco del
mundo conocido y controlado por la economía europea. El mercado de materias
primas y manufacturas es eminentemente global, la acumulación capitalista es de
carácter urbano y la producción de alimentos empieza a fluctuar entre un
intercambio interregional y la tradicional producción feudal. No se distingue
con claridad la presencia de los que hoy podríamos llamar "mercados nacionales o
estatales".
En este marco, las áreas de conquista del Imperio otomano se
presentan al margen del sistema y participando de una economía de pillaje
(impuestos, tributos, razzias o saqueos organizados) impulsados desde la corte
del Sultán (Istambul) y desde los centros locales de dominación turca, a partir
de un típico sistema de dominación de horda o pueblo seminómade
Predominantes sociales: Los cambios económicos iban acompañados
por una gran transformación social y cultural (el movimiento humanista y el
Renacimiento), que tenían como plataforma espacial las ciudades del
Mediterráneo, norte de Francia y Flandes. Esto representó un gran empuje
cultural, con una revalorización de la cultura greco - romana clásica y una
valoración creciente de la racionalidad y la individualidad.
A pesar de la gran depresión demográfica sufrida durante el
siglo XIV, a raíz de malas cosechas, epidemias de peste negra, guerras -
italianas, de los cien años- y levantamientos populares - jacqueries,
sublevaciones urbanas flamencas e inglesas -, el crecimiento urbano siguió
incrementándose, favoreciendo el desarrollo de los "foubourgs". Estas eran áreas
de crecimiento urbano alrededor de los antiguos burgos señoriales y episcopales,
alentado por las transformaciones económicas. Este proceso de urbanización
plantea en Occidente una alternativa: frente a una forma de vida ruralista y
gregaria - hábitat rural concentrado en aldeas -, se plantea otra representada
por el individualismo y las formas de vida urbanas.
En cuanto a la organización en "pueblos" diferenciados, la
Europa occidental muestra una clara tendencia a la homogeneización, con la
fuerte expansión de los pueblos germánicos, su superposición sobre las
poblaciones nativas y su notorio mestizaje. La identificación de la cultura
medieval con un cristianismo monolítico, a la vez religión y "nacionalidad" o
rasgo de pertenencia, es dominante y la identificación urbana es sólo una
variante de la característica primordial.
Sin embargo, los pueblos dominados - galos, gallegos, vascos,
gaélicos, escoceses, irlandeses, itálicos, etc.- logran mantener caracteres
propios y sentimientos culturales singulares allí donde no los alcanza la
dominación germano - cristiana (montañas, interior de bosques...). Tal vez sea
aquí donde podamos identificar verdaderos sentimientos "nacionales" o
"prenacionales" de minorías, hoy todavía irredentas.
En la periferia oriental también se han ido unificando las
tribus durante el bajo medioevo. Los eslavos, diferenciados en diversos grupos,
quedaron separados entre sí por las invasiones de pueblos nómadas asiáticos que
entraron por la llanura de Panonia. Otros grupos de más difícil definición
étnica, pero de innegable peso regional (albaneses, macedonios, gitanos, etc.),
complican aún más la mezcolanza étnica.
La estructura social feudal ha ido sufriendo diversas
transformaciones hasta alcanzar las pautas básicas para la conformación del
sistema de clases capitalista moderno. Así se plantea una estratificación mucho
más compleja, encabezada por el monarca, la alta nobleza tradicional, la gran
nobleza administrativa y el alto clero, acompañada por un empobrecimiento de la
nobleza media y parte del artesanado y un enriquecimiento de la burguesía de
mercaderes y financistas, tendiendo a la polarización social.
Predominantes políticas: Esta etapa significa la superación de
las tres alternativas de organización continental que se habían planteado
durante los siglos de decadencia del feudalismo (siglos XII a XIV):
a) Un nuevo Imperio romano bajo el Emperador alemán -Sacro
Imperio Romano– Germánico-. Proponía la superación del sistema feudal con la
unidad y universalidad del Imperio ("Dominium Mundi"), como un Estado monárquico
establecido por voluntad divina (carácter sagrado de la monarquía). La tesis
imperial fracasa tras la derrota de Federico II frente a los güelfos en 1250 y
reaparece en Dante y otros intelectuales italianos.
b) Una Europa cristiana bajo el poder del Papa -"Teocracia
pontificia"-. Contó con pontífices de una Iglesia militante, pero necesitaba del
poder militar imperial y fracasó al ser derrotado el Imperio y con el
fortalecimiento de los monarcas, a los cuales no logra hacer entrar bajo su
dependencia.
c) Formación de grandes Estados territoriales apoyados en los
principios del Derecho Romano (Justiniano): una monarquía absoluta destinada a
lograr el bien común. La soberanía del monarca surge como un servicio público,
pero también interpretando a la realeza como propiedad - de allí el carácter
hereditario -. El rey legisla para todo el pueblo y también puede recaudar
impuestos en todo el reino, superando la concepción feudal. Según Alanus, "cada
rey tiene tanto derecho en su reino cuanto el emperador en su Imperio.
Taylor nos aporta algunas pautas para la comprensión de la
instalación de este nuevo sistema organizado en Estados territoriales, partiendo
de la base que, para un sistema económico apoyado en un mercado mundial único,
como lo era el capitalista ya desde su inicio, resulta imprescindible el hecho
de que ningún Estado llegue a controlarlo por completo, a fin de evitar que
dicho mercado quede sometido a un control político y pierda su carácter de
mundial, eliminando la competencia (Taylor. 1994:9).
En el proceso de conformación de estos Estados pueden
distinguirse dos experiencias político espaciales previas o más o menos
simultáneas:
1) La Tiranía italiana. Desarrollada en las "comunes"
medievales del Norte tras un proceso iniciado en gobiernos municipales autónomos
urbanos, dentro del Imperio, y que quedan bajo la autoridad de la alta burguesía
mercantil, quien logra imponer a sus líderes, desarrollando el sistema de los
"signori", el cual concentra todo el poder comunal: el tirano. Bajo este
sistema, las señorías logran una gran expansión comercial y una organización
territorial. En este sentido, se llega a un tipo de Estado regional, con sede en
la ciudad principal, pero que, sin identificarse con el gobierno de ésta, es
común a todo el territorio. Con la concesión de títulos nobiliarios a los
"signori" por el Emperador o el Pontífice, la Señoría se convierte en
Principado, constituyendo un primer paso hacia el Estado moderno, por la
extensión -deja de ser una ciudad-Estado- y por la organización del gobierno. A
pesar de no constituir verdaderos Estados, con sus características de unidades
políticas del sistema capitalista emergente, estas experiencias constituyen
verdaderos laboratorios de política moderna que serán luego trasladadas para su
implementación en los Estados territoriales.
2) Las Monarquías autoritarias. Afirmadas sobre las monarquías,
surgidas del feudalismo e integradas como Estados territoriales y relacionadas
económicamente con los grandes mercaderes. Se apoyan en la teoría de la "razón
de Estado" con lo que se produce un retroceso del poder parlamentario
manifestado en las mismas.
En cuanto a la conformación de este nuevo sistema de unidades
políticas, se produce la consolidación en Europa occidental de tres grandes
monarquías a las cuales ya se puede denominar Estados territoriales o modernos,
bajo el poder de importantes dinastías: Francia (Capetos - Valois), surgida de
la expansión a partir de una posesión feudal; Inglaterra (Plantagenet),
conformada por un acuerdo de señores feudales bajo un monarca; y Castilla y
Aragón (Reyes Católicos) que, unificada tras el proceso de reconquista
peninsular, darán lugar al Reino de España. Este último, a su vez, presenta
dominios en islas y penínsulas mediteráneas (Baleares, Córcega, Sicilia,
Nápoles). A estas tres unidades políticas se agrega una potencia ascendente, de
carácter expansionista mundial, el Reino de Portugal.
Asimismo surgen grandes monarquías periféricas, más demoradas
en cuanto a su conformación como Estados, que se presentan poco consolidadas o
en vías de consolidación: Reino de Hungría, Polonia - Lituania, reinos nórdicos
de Dinamarca, Suecia y Noruega (Unión de Calmar) y Estados de la Orden
Teutónica. Pueden ser considerados como protoestados, con tendencia a la
integración en Estados modernos, aunque algunos de ellos nunca llegaron a
lograrlo (Estados de la Casa de Borgoña, Polonia - Lituania, etc.).
Europa central se debate en la anarquía espacial del Imperio
Germánico, en el que se pueden identificar: a) Alemania, dividida en múltiples
principados semiindependientes pertenecientes a grandes familias o a grandes
señores eclesiásticos, y el territorio de los Habsburgo, b) el territorio
imperial, comprendido en unas fronteras teóricas y poco precisas, perforado por
la Confederación Helvética, que demora su surgimiento como protoestado; c) el
extremo sur del Imperio (Norte de Italia), dividido en los señoríos
semiindependientes, que aparentan una especie de feudalización, por cuanto se
trata de territorios inestables por herencias y conquistas y son dominados por
dinastías gobernantes, pero su organización política y espacial es muy distinta,
como ya se ha visto.
Tres Estados ejercían fuerte influencia sobre estos últimos: el
Ducado de Saboya, la República de Venecia y los Estados de la Iglesia o
Pontificios.
El poderío musulmán se reduce, tras la caída del Reino de
Granada en manos castellanas, al Imperio Otomano que amplía su territorio a toda
la península de los Balcanes, Moldavia y Valaquia, aceptando todavía la
presencia de los venecianos en sus costas y algunos Estados minúsculos, como la
República de Ragusa y Montenegro. Asimismo inicia su institucionalización con el
Kanun-Namé, inspirado por Mohammed II "el Conquistador", especie de Ley
fundamental y código religioso.
A partir de esta caracterización político espacial y teniendo
en cuenta sus condicionanates económicos y sociales, resulta aún prematuro
definir a Europa a partir de la existencia clara de un centro y una periferia de
correspondencia estatal. Más bien podemos distinguir la existencia de regiones
centrales y periféricas y efectuar una categorización de las unidades políticas
en cuanto a su inserción en esta realidad con una mayor o menor tendencia a la
conformación de Estados modernos.
Tal descripción la podemos apoyar en la "matriz de información
espacio - temporal", elaborada por Taylor a partir de las ondas logísticas de
Braudel y los ciclos de Kondratieff y con sujeción a la tesis de las estructuras
tripartitas - centro, periferia y semiperiferia - formulada por Wallerstein.
"Como en todos los modelos centro - periferia se insinúa que 'el centro explota
y la periferia es explotada'. Pero no es que las zonas se exploten unas a otras;
esta explotación se produce debido a que en las distintas zonas operan procesos
diferentes. Los procesos de centro y periferia son dos tipos opuestos de
relaciones complejas de producción... En este sentido, uno de los aspectos más
originales del enfoque de Wallerstein es el concepto de semiperiferia
(semiperiphery), que no es ni el centro ni la periferia sino que combina
de una forma particular ambos procesos. Fíjense en que no hay procesos
semiperiféricos; más bien, el termino de 'semiperiferia' se aplica directamente
a las zonas, regiones o Estados en los que no predominan ni los procesos de
centro ni los de periferia. Estos significa que las relaciones sociales
generadas que se producen en estas zonas suponen la explotación de zonas
periféricas, a la vez que la misma semiperiferia sufre la explotación del
centro" (Taylor. 1994:17-18).
Según esta definición y la matriz mencionada (Taylor. 1994:19),
en esta etapa (fase B de la primera onda logística de Braudel) corresponden al
centro las áreas de expansión geográfica inicial con base en la Península
Ibérica (Castilla - Aragón y Portugal), manifestada en primer lugar en el
Mediterráneo, sobre la región afectada por las cruzadas, y con posterioridad
hacia el exterior. Sin embargo los adelantos económicos, especialmente los
basados en la expansión y acumulación mercantil - financiera, se ubican en el
noroeste de Europa, donde predominan Francia, la potencia borgoñona (luego
repartida entre Francia y los Habsburgo) y algunas de las ciudades imperiales,
especialmente las hanseáticas que se asocian financieramente a la expansión de
ultramar.
La Europa oriental, área de "segundo feudalismo", se presenta
como una clara periferia, aunque en ella intentan surgir algunos protoestados
(Hungría, Polonia - Lituania, los Estados Teutónicos).
En la semiperiferia se observa el declive relativo de las
ciudades de Europa central y mediterránea, que todavía dominan los mares
circundantes y tienen fuerte injerencia en el comercio del interior de
Europa.
La conformación como Estados territoriales se va apoyando en
este esquema, notándose la presencia de las siguientes categorías: a) Estados
con fuerte tendencia a la integración como Estados modernos consolidados y con
presencia dominadora, no solo a escala continental sino también mundial
(Francia, Inglaterra, Castilla - Aragón y Portugal); b) protoestados que
intentan alcanzar el rango superior a partir de su entidad territorial, pero que
se encuentran carentes de consolidación y/o estabilidad, como consecuencia de su
condición, periférica, semiperiférica o de reciente o parcial ingreso al centro
(Estados de la Casa de Habsburgo, Ducado de Borgoña, Polonia - Lituania, los
países escandinavos bajo la Unión de Calmar, Hungría, Saboya, Venecia, los
Estados de la Iglesia...); c) los señoríos italianos y las ciudades comerciales
alemanas, laboratorios de la política moderna pero carentes de entidad
territorial como para conformar verdaderos Estados; d) principados del Imperio,
afectados por una fuerte feudalización y en declive semiperiférico; e)
monarquías apoyadas en jefaturas de clanes con características feudales o
prefeudales, como Escocia o los reinos escandinavos antes de iniciar su proceso
de consolidación y modernización; y f) imperios de expansión del tipo de horda,
extendidos durante varios siglos por Asia central y occidental y Rusia
meridional y de los cuales el único exponente europeo es el imperio otomano.
En realidad, la conformación de muchos de estos Estados
territoriales, previos a la conformación de verdaderos Estados modernos, se
compadecería, en su noción teórica, con los "Estados Ley" planteados por Strayer
(1970). Estos reinos se caracterizaron por la creación, a partir del siglo XIII,
de instituciones que sólo se ocupaban de los asuntos internos, especialmente las
vinculadas a la gestión de la hacienda a gran escala.
En cambio, es recién a partir del siglo XV que los Estados,
especialmente los centrales que ingresan en la modernidad, se empiezan a
preocupar por las relaciones permanentes con sus vecinos, aunque todavía no
signifique el establecimiento de un sistema institucional destinado a las
relaciones exteriores. Lo que ocurre es que todavía está en sus inicios el
sistema internacional - o mejor dicho "interestatal"- destinado a equilibrar
políticamente al mercado mundial (Taylor. 1994:145).
Predominantes espaciales: El surgimiento de Estados
territoriales ya consolidados o que pretenden lograrlo implica el desarrollo de
una organización interna y exterior, que es aún incipiente en esta etapa y que
resulta esencial para la conformación del sistema interestatal de la economía -
mundo capitalista.
La dinámica espacial, resultante y motor de esa organización,
sólo se puede distinguir claramente en esos focos urbanistas sobre la base de
los intercambios comerciales más que a los flujos migratorios. En efecto, la
distribución y movilidad de la población se encontraban todavía muy ligadas al
pasado feudal de inmovilismo de la mano de obra en cada ciudad y en cada
actividad urbana, a partir del sistema corporativo de los gremios.
Esas actividades comerciales, más que las agrarias, son las que
tienden a definir la posición y las relaciones entre los Estados. A partir de la
consolidación territorial surgen nuevos imperativos, como la expansión sobre
zonas con importancia mercantil (Flandes, N. de Italia), el control de rutas
comerciales (ruta Brujas - Marsella por París, controlada por Francia en su
sector intermedio, pero disputada con Borgoña y el Imperio en sus extremos; ruta
Brujas - Génova; etc.) o la disputa de áreas con recursos comercializables:
metales (interés alemán en la Transilvania húngara o los Montes Metalíferos de
Bohemia), materia prima textil (disputa por Flandes) o producción alimentaria
(expansión aragonesa en el Sur de Italia tras el desplazamiento francés). Estos
motivos también llevaron al enfrentamiento en el Mediterráneo oriental con los
otomanos, que controlaban las rutas de las especias y de la seda hacia Oriente.
En este aspecto, aún no consolidado el sistema de relaciones interestatales en
Europa, los Estados se lanzan a establecer contactos extracontinentales, los
cuales van a originar el gran proceso de expansión colonial de los siglos
posteriores.
En cuanto a la dinámica interna de los Estados, es notoria la
conformación de unidades políticas de mayores dimensiones que los del sistema
feudal, con tendencia a la compactación de sus formas y, en los casos de
discontinuidad, como la Italia española, con la conformación de virreinatos o
reinos con soberanos emparentados que se organizan como Estados coloniales - no
como provincias de un mismo Estados, sino territorios con organización propia,
dependiente de la metrópoli -, carácter que luego se asignará a los dominios
americanos. Los espacios que se mantienen muy subdivididos (Alemania, Italia del
Norte), van mostrando una mayor o menor tendencia a organizarse como Estados
minúsculos, con fuertes deficiencias a la hora de integrarse como Estados
modernos.
Dentro de estos Estados, al calor del autoritarismo naciente,
sus territorios tienden a organizarse sobre la base de un esquema mercantilista,
alentado por el auge del urbanismo. Comienza a polarizarse el Espacio de Europa
occidental, surgiendo regiones opuestas dentro de los mismos Estados. Las zonas
más urbanizadas tienden a conformar redes bien conectadas, a pesar de la
deficiente tecnología de la época, trascendiendo las fronteras, muchas de ellas
poco definidas: Flandes - Norte de Francia, red renano –lorenesa - westfaliana,
Norte de Italia, Inglaterra, etc.
Pero la mayor parte del territorio sigue sumida en la
desarticulación, el agrarismo tradicionalista y la incomunicación, constituyendo
zonas anacrónicas para los Estados emergentes por las dificultades para su
defensa, conexión con la capital y tendencia al separatismo. Esta misma premisa
es válida para el conjunto de los Estados periféricos, donde sólo se va
organizando una realidad urbana en la capital o alguna cabecera provincial.
En esta época empieza a manifestarse con mayor intensidad la
importancia político-espacial de las fronteras y las capitales, definidas por
Taylor como los productos más explícitos del sistema interestatal (1994:132).
Por supuesto, van a ser los Estados más consolidados los que presenten mayor
tendencia a la definición de sus líneas fronterizas y más preocupación en el
establecimiento de sus capitales.
En este sentido, es de hacer notar la precocidad en el
establecimiento de límites por parte de los Estados más consolidados,
especialmente en pos de su compactidad y continuidad, aunque manteniendo
regiones fronterizas más inestables en las áreas en disputa (Pirineos, Flandes,
Alpes, etc.), haciendo uso o en desmedro, según los casos, de las formas
naturales de gran magnitud, lo cual hecha por tierra con la teoría de los
límites naturales.
Asimismo es notorio el carácter intangible de los límites de
los territorios de herencia feudal, como el Imperio Germánico.
La localización de las capitales parece relacionarse por
inclusión con el modelo de "área nuclear", formulado por Pounds y Ball (1964)
para explicar el desarrollo del sistema de Estados europeos. Estas regiones,
verdaderas áreas germinales de los nuevos Estados, presentan determinadas
ventajas respecto a las regiones restantes (capacidad de generar excedentes
económicos en forma rápida, lo cual les permitía defensa eficaz y expansión
sobre vecinos con áreas nucleares más débiles). La capital "natural" sería el
área urbana principal del área nuclear. Taylor fija la crítica a este modelo al
señalar que las áreas indicadas por Pounds y Ball no son las únicas que tienen
las características geográficas precisas para convertirse en zonas embrionarias
de los Estados modernos, considerándola más bien una "explicación a posteriori"
(Taylor. 1994:137).
Para Taylor el proceso de formación de capitales pasa por su
identificación con los procesos de centro, periferia y semiperiferia ya
descritos. En el caso europeo, la mayor parte de las capitales surge de los
procesos iniciales por los cuales Europa se convierte en el centro del sistema
económico capitalista. Por lo tanto, es en esta etapa inicial y en particular,
en los Estados más consolidados, donde se puede distinguir con más claridad el
proceso de integración de capitales con la definición de "ciudades primadas". La
competencia comercial durante esta etapa hizo que la vida política se hiciese
mucho más compleja en estos Estados, en especial en las capitales históricas,
donde se localizaban las nuevas burocracias, creciendo rápidamente y
convirtiéndose en los "centros de control político que intentaban orientar a la
naciente economía - mundo en la dirección que más le conviniera al territorio
dominado por cada una" (Taylor. 1994:155).
Sin embargo hay que reconocer que no en todos los casos esta
ciudad primada coincidía que los grandes centros mercantiles y financieros. La
coincidencia inicial puede observarse en capitales como París o Londres, pero
ciudades poderosas como las de Renania y Flandes no alcanzaron dicho rango y las
capitales de los señoríos italianos, como hemos visto, solo se convirtieron en
centros de Estados sin entidad territorial.
De cualquier manera, las capitales de los Estados modernos
emergentes se van convirtiendo en centros de control de los territorios sobre
los cuales la figura simbólicamente dominante del monarca ejercía una soberanía
notoriamente autocrática. James señala que esta soberanía territorial es una
característica del sistema estatal moderno inaugurado en esta etapa (James.
1984, citado por Taylor. 1994: 149). A partir del reconocimiento paulatino de
estas soberanías dentro de un conjunto interestatal propio del sistema económico
capitalista, estos Estados obtienen legitimidad en el sistema y se diferencian
de las unidades políticas feudales, que solo ejercían una soberanía interna
dentro de la legalidad de la jerarquía imperial.
Esta tendencia es la que, a su vez impone la necesidad de
organizar administrativa y burocráticamente al territorio para su mejor control.
Van apareciendo así las divisiones administrativas que, junto con la magnitud,
diferencian a estos Estados de los señoríos o ciudades - Estado. Desde la
capital y mediante la delegación de poderes, el monarca puede intentar
controlar, mediante este sistema, el resto del territorio y ejercer su
soberanía. Algunos de los Estados nacientes debieron apoyarse en el sistema de
propiedad feudal para imponer estas divisiones (Inglaterra, Francia); sin
embargo, el hecho que el Imperio Germánico no constituyera un Estado moderno se
puede distinguir en el hecho que sus divisiones feudales no son representativas
de una soberanía imperial real.
Estas modificaciones políticas, así como las sociales y
económicas motivaron cambios cualitativos en la población europea. De las
adhesiones de la población a la ciudad - patria o a todo el conjunto de la
Europa cristiana, propias del Medioevo, se va pasando claramente al incremento
de un sentimiento de pertenencia a los Estados modernos y, de alguna manera, a
la soberanía de los monarcas. Es importante al respecto el esfuerzo realizado
por éstos para unificar culturalmente a dichas poblaciones, única forma de
asegurar la adhesión y mantener la soberanía sobre el territorio.
Al respecto, es esencial el papel jugado tanto por la soberanía
sobre el territorio como por la unidad cultural y religiosa. Con respecto a esta
última, desde el principio se vio la necesidad de unificar el sistema de
comunicación de la población, es decir su idioma, y esta unificación fue
realizada por la monarquía apelando a una lengua dominante, echando mano a
claros principios etnocéntricos (imposición de la lengua del Loira, contra la
lengua de "oc" o del sur o el celta - bretón, en Francia; expansión del
castellano en los territorios ibéricos, a pesar de la existencia de otros
idiomas como el catalán, el vasco o el gallego).
En los aspectos espirituales, la unidad cristiana frente a los
avances musulmanes y bajo el paternalismo pontificio parecía indiscutible,
aunque había sido motivo de numerosos cuestionamientos por parte de las bases
religiosas o de grupos cuyos intereses chocaban con los del Papa o con los del
monarca. Esto dio motivo a intervenciones represivas contra los herejes,
verdaderas cruzadas que los reyes utilizaron en pos de la unidad cultural de la
población.
Si no se tienen en cuenta estos fenómenos sociales y socio -
territoriales, surge la tendencia a considerar que estos elementos unificadores
se han ido presentando naturalmente, dando como resultando la existencia de
grupos humanos conscientes de esa unidad y pasibles de la calificación de
"naciones".
Es indudable que una visión común de la historia por parte de
un pueblo resulta esencial para la conformación de una nación (Ziegler.
1980:35-37), pero esta visión surge después de muchos años de esfuerzos
pedagógicos y, además, represivos, llevados a cabo en Europa por los monarcas
para lograr la unidad en sus Estados.
De esta manera, sectores comprendidos dentro de las líneas
fronterizas, pero que no encuadraban en esta concepción nacional, se van
convirtiendo en minorías nacionales (a veces definidas como "minorías étnicas" a
partir de la etnicidad impuesta como unificador nacional por los monarcas) con
un sentimiento de pertenencia debilitado a partir de su propia perspectiva, pero
más aún desde las monarquías y desde las poblaciones que adherían al concepto de
nación impuesto por aquellas para la consolidación estatal.
Como se puede ver a partir de este caso particular, el proceso
de análisis de la realidad político territorial puede aplicarse a cortes
históricos que luego ser comparados y evaluados a la luz de la propuesta de
estudio formulada en el trabajo específico y que servirá para poder vincularla a
las particularidades socioeconómicas y culturales de la región en estudio.
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