DEL ETNOCENTRISMO EUROPEO AL CRIOLLOCENTRISMO: PERO NO A LA
INDEPENDENCIA NACIONAL
Miguel Antonio Espinosa
Rico
Licenciado en Ciencias Sociales. Magister en
Geografía. Candidato a Doctor en Geografía.
Profesor Universidad del Tolima. Director Grupo
Interdisciplinario de Estudios sobre el Territorio
“Yuma-íma”.
Universidad del Tolima. Ibagué, Tolima,
Colombia
Resumen.
En la historia nacional de los países andino amazónicos (Bolivia,
Perú, Ecuador y Colombia), parte del dispositivo ideológico independentista
estuvo centrado en el combate al etnocentrismo europeo, expresión de una
práctica que en general privilegió el exterminio de los pueblos indígenas y la
imposición de una población foránea sobre el
territorio.
Sin embargo es tímida la crítica al hecho no menos cierto de que
al producirse la independencia de España y Portugal, la clase dominante, de los
comerciantes y terratenientes criollos, se convertiría en un grupo hegemónico,
dando lugar al criollocentrismo, que cerró, desde muy temprano, las
posibilidades para que la población mayoritaria, conformada por campesinos,
artesanos, indígenas y población esclavizada, accediera al gobierno en cargos de
responsabilidad y toma de decisiones.
Para estos sectores sociales la independencia no pudo significar
la liberación sino el paso de un tipo de opresión foránea a uno criollo,
mantenido bajo la férrea aplicación de un derecho acomodado a la nueva
dominación, que incluso explica por qué en países como Colombia, la esclavitud
solo pudo ser abolida en 1951, cuando en los demás países andino amazónicos lo
había sido durante la década de los años veinte del Siglo
XIX.
Desde la colonia, era claro para el común de las gentes, que ser
criollo expresaba herencia de sangre hispana y una distancia bien definida entre
aquel y la población mestiza, la más próxima en linaje, pero ya distante en
“pureza de sangre”. La construcción del imaginario de lo “criollo” pudo ser algo
involuntario, pero al detonar la independencia, adquirió un sentido práctico y
contundente de lo “superior”, hábilmente cultivado y mantenido por las elites
criollas, nuevas detentadoras del poder
republicano.
El criollismo al que aquí se hace referencia es en primer lugar
una manifestación política de vocación de poder y de esencia independentista,
pero criollismo no es igual a emancipación para los sectores sociales
mayoritarios, como efectivamente lo ha mostrado la historia de casi dos siglos
de independencia colonial. El poder militar, político, cultural y social pasó de
manos españolas a manos criollas; el poder político-económico que antes
descansaba en los encomenderos pasó pronto a manos de los terratenientes
criollos; el poder emanado de la educación pasó del control hegemónico de la
iglesia española al poder compartido del concordato Estado-Vaticano y; el modelo
señorial de la sociedad colonial se transformó en una sociedad cultural y
socialmente bi-polar, debatiéndose entre los estereotipos europeo y
estadounidense.
Antes que permitir cualquier brote de autoafirmación mestiza,
indígena o afrodescendiente, era crucial afirmar el nuevo modelo criollo de
sociedad, algo así es lo que hemos decidido denominar criollocentrismo, que en
términos concretos, si bien supone el reemplazo del colonialismo español,
también la negación de la sociedad mayoritaria, conformada por población
mestiza, indígena y afrodescendiente.