GÊNERO Y DESARROLLO:
Reflexiones a partir del cotidiano de mujeres campesinas e indígenas
en
la región de frontera del Brasil
ALosandro Antonio Tedeschi.
RESÚMEN
En
este texto pretendo reflectir como desde los años 90 se han incrementado
discursos de combate a la desigualdad y exclusión en general de las mujeres y
otros grupos marginalizados. Nosotros, que trabajamos con políticas de inclusión
y desarrollo, somos cada vez más conscientes que las estrategias basadas en
modelos económicos han sido incapaces de ofrecer un cambio genuino y positivo
para muchas personas y comunidades carentes. Esto ha conducido a la búsqueda
para construir herramientas y enfoques que vean más allá de la economía y hacia
el mundo político, social y cultural. Esta desigualdad que afecta a los pueblos
indígenas, campesinos, lo cual es sostenido desde las mismas organizaciones
indígenas y populares, es un fenómeno estructural histórico, que a pesar de las
políticas de desarrollo elaboradas por el estado, no ha tenido resultados, no
solo por el modelo asimétrico y desventajoso para los pueblos, sino por la
continua negación de las condiciones de equidad, bienestar e igualdad jurídica
para los mismos. Focalizar la ciudadanía significa mirar a las personas que
conforman un grupo, una comunidad o una nación y cómo trabajan dentro del grupo,
comprendiendo la forma en que éste funciona. Tomar las actividades, funciones y
responsabilidades de la gente como un punto de partida abre nuevas posibilidades
para enfocar y, de hecho, revertir la marginalización de grupos tales como las
mujeres. La introducción de una perspectiva de género en los análisis del
desarrollo ha conducido a distintos cambios en muchas interpretaciones tanto de
la condición como de la práctica de la ciudadanía. La exclusión de la ciudadanía
por razones de género, clase, etnia está vinculada a políticas históricas del
patriarcado, que hoy continúan siendo tan disimuladas y profundas que
antes.
ABSTRACT:
In this paper I intend reflect as since the 90s have grown speeches
combating inequality and exclusion in general women and other marginalized
groups. We who work with inclusive policies and development, we are increasingly
aware that strategies based on economic models have been unable to offer a
genuine and positive change for many individuals and underserved communities.
This has led to the search for building tools and approaches that look beyond
economics and into the political, social and cultural development. This
inequality affecting indigenous peoples, peasants, which is supported from the
very popular and indigenous organizations, is a historical structural phenomenon
that despite development policies developed by the state, has had results, not
only by asymmetric model and unfavorable to the people but by the continued
denial of the fair, welfare and legal equality for same. Focus citizenship means
looking at the people who form a group, community or nation and how they work
within the group, understanding how it works. Take the activities, roles and
responsibilities of people as a starting point opens up new possibilities to
approach and, indeed, to reverse the marginalization of groups such as women.
The introduction of a gender perspective in the analysis of development has led
to changes in many different interpretations of both the status and practice of
citizenship. The
exclusion from citizenship on grounds of gender, class, ethnicity is linked to
historical policies of patriarchy, which today remain as hidden and deeper than
before.
1.
Introducción
En años recientes, muchos(as) actores(as) del desarrollo han
utilizado los derechos y responsabilidades de ciudadanía para enfocar metas del
desarrollo, tales como la erradicación de la pobreza, el fin de la desigualdad
de género, la discriminación y la democratización. Por su vez, activistas de los
derechos de las mujeres, académicas feministas y movimientos sociales de mujeres
han hecho uso de las ideas sobre la ciudadanía a fin de lograr una mayor
igualdad de género.
Este artículo ofrece una reflexión sobre las categorías género,
ciudadanía y desarrollo. Presenta debates claves en la literatura sobre género y
ciudadanía e intenta mostrar que la ciudadanía, desde una perspectiva de género,
está muy lejos de introducir derechos y participación política más amplios como
metas del desarrollo. También destaco que comprender las formas en que los
diversos grupos definen y experimentan la ciudadanía puede permitir a
actores(as) del desarrollo y a ciudadanas y ciudadanos con quienes trabajamos
hacer y pensar una nueva realidad en lo que se refiere a los derechos. En un
ambiente donde el enfoque de la discriminación y la exclusión se coloca cada vez
más firmemente en la agenda, junto al desarrollo económico y técnico, comprender
la ciudadanía a partir de sus realidades locales y culturales puede ayudar a
brindar un panorama más amplio de la base de dicha discriminación y exclusión.
Este enfoque centrado en indígenas y mujeres campesinas (instaladas por la
reforma agraria en Brasil) es un recurso esencial para efectuar cambios
positivos.
2 - La ciudadanía distante de las
mujeres.
La ciudadanía tiene que ver con la pertenencia a un grupo o comunidad
y con los derechos y responsabilidades que esa membresía confiere. Por tanto, la
ciudadanía puede ser una relación con el Estado y/o un grupo, sociedad o
comunidad. Es al mismo tiempo una condición – o una identidad – y una práctica o
proceso de relacionarse con el mundo social mediante el ejercicio de
derechos/protecciones y el cumplimiento de obligaciones.
La exclusión y marginación de la ciudadanía no
sólo tienen que ver con ser una persona extranjera en un sentido geográfico.
Grupos como las mujeres, las minorías étnicas y las personas pobres pueden
quedarse fuera de la ciudadanía plena. Las experiencias de ciudadanía, por
tanto, también dependen de la posición y los roles sociales – roles que son
dictados por relaciones sociales de poder desigual, formadas sobre la base de la
raza, etnicidad, casta, clase y género. Los roles y las relaciones dentro de las
sociedades dictan quién está “adentro” y quién “afuera”, así como cuáles
actividades son valorizadas. También conducen a diferentes tipos y niveles de
exclusión de las ventajas que la pertenencia implica.
Los roles y las relaciones de género son una de esas
relaciones de poder. El género se refiere tanto a los significados como a las
prácticas sociales de ser mujer y ser hombre. Las relaciones entre grupos de
mujeres y hombres y dentro de estos grupos difieren de una cultura a otra, han
cambiado con el paso del tiempo y se transforman constantemente. Sin embargo, en todo el mundo las mujeres
enfrentan desventajas en el acceso a los recursos y al poder, en comparación con
hombres de su misma raza, clase o grupo étnico. Ellas a menudo también sufren
una doble exclusión. Las mujeres que viven en comunidades étnicas minoritarias,
por ejemplo, pueden ser discriminadas debido a su raza y a su género.
Los roles sociales y las responsabilidades de las
personas son centrales para su experiencia de la ciudadanía. Los roles y la
condición de las mujeres y los hombres varían de una sociedad a otra. Sin
embargo, en la mayoría de sociedades las mujeres asumen una función mucho mayor
en las tares del hogar y el trabajo de cuidados, además de participar menos en
la política formal y quizás menos aun en la obtención de salarios. Las nociones
sobre la baja condición de las mujeres y la mayor posición de los hombres están
arraigadas tan profundamente que hacen que esta relación entre mujeres y hombres
parezca natural, aun para las mismas mujeres. Las luchas por la igualdad de
género orientadas a revertir el desequilibrio de poder y recursos entre mujeres
y hombres pueden lograr esto cuestionando y desafiando dichos roles.
La ciudadanía puede ser un concepto dinámico que
incorpore negociaciones relacionadas con la pertenencia, la exclusión, los roles
y valores, el poder y la igualdad. Tales negociaciones pueden confluir en torno
de las luchas para incluir los roles o actividades que quedan fuera de la
ciudadanía o que son subvalorados en ésta – y, por tanto, para incorporar a
quienes emprenden esas actividades. Es importante que estas luchas no fijen
dichos roles, sino que permitan que sean negociados. Las personas asumen una
variedad de actividades en la sociedad y se les debe ver como seres completos y
complejos. Más que nada, las personas deben ser capaces de articular cómo ellas
mismas ven su posición y sus contribuciones a los grupos a los cuales
pertenecen.
En la última década, asistimos a un renovado interés
por la cuestión de la ciudadanía desde una óptica del género, la extensa
bibliografía sobre el tema así parece confirmarlo.
Y entre esas numerosas obras publicadas sobre el asunto, los temas giraban en
torno de un eje común: ¿Por qué la ciudadanía no ha dejado de ser un problema
para las mujeres? La senda para la respuesta, en gran medida, ya fué apuntada
por Scott (2005) cuando, también en
los años noventa, se cuestionaba: “la ciudadanía es neutra desde el punto de
vista del género”?
Lo que la teoría feminista contemporánea ha puesto de
manifiesto es un dilema importante a la hora de abordar la cuestión, tanto en la
teoría como de la práctica de la ciudadanía, pues, ¿cómo ascender a un status –
la ciudadanía – que se supone igualador y neutro cuando en la realidad la propia
categoría comporta representaciones y prácticas desiguales desde el punto de
vista del género? Carole Patemann se ha referido en ese sentido, específicamente en sus discussiones,
a que se coloca entre reivindicar la inclusión en ese concepto patriarcal de
ciudadanía, alegando la igualdad entre hombres y mujeres – igualdad que resulta
ser falsa – o bien insistir en la importancia de las capacidades y actividades
diferenciales de las mujeres para forjar la ciudadanía y la política, pero son
esos aspectos los que precisamente la ciudadanía patriarcal
excluí.
El universalismo implícito de la
ciudadanía,
por tanto, se presentaría como una armadilla falsamente igualadora, y por su
vez, el particularismo representaría los límites del concepto. Desde las teorías
del contrato social clásico, el modelo de sujeto propuesto, se caracteriza por
el discurso del igualitarismo, sin embargo, codificando la inferioridad
implícita de cada uno de ellos, es como si fuese necesario reforzar la
inferioridad femenina en el momento en que el universalismo iluminista parecía
colocarlo en discusión.
El universalismo moderno se fundamenta en una ideología
individualista que defiende la autonomía y la libertad del individuo, emancipado
de las creencias religiosas y de las dependencias colectivas. Por definición, la
ideología racionalista ilustrada se fundamenta en la idea de una humanidad
indiferenciada en la que todos los individuos tengan los mismos valores y los
mismos derechos.
Libertad, igualdad y fraternidad son las marcas
ideológicas de la revolución francesa y de una nueva manera de entender las
relaciones sociales y políticas. Sin lugar a dudas, estos derechos que son
definidos con aspiraciones de universalidad, rápidamente, cuando van a ser
concretizados políticamente, imponen restricciones a las
mujeres.
Carole
Pateman (1993) define la ciudadanía como una categoría patriarcal construida
sobre la imagen masculina, y la alternativa es criar una concepción de
ciudadanía diferenciada, reconociéndose la capacidad que las mujeres poseen y
que los hombres carecen: la maternidad. Por ejemplo, criticando
el feminismo domesticado, Pateman argumenta que esta visión “dá devido peso à
diferença sexual num contexto de igualdade civil, exige a rejeição de uma
concepção unitária (isto é masculina) do individuo, abstraído de nossa
existência encarando a divisão patriarcal entre o privado e o
público”.
El contrato sexual explica que las mujeres fueron
pactadas fraternalmente por los varones y que dicho pacto las excluía de los
derechos civiles y políticos y que las confinaba al territorio doméstico. La
ruptura de la universalidad ética, política y epistemológica no ha sido
solamente una incoherencia de la ilustración sino también uno de los elementos
más potentes de la deslegitimación política de las democracias modernas,
pues excluye de la lógica
democrática y del principio del mérito a las mujeres y se han aplicado a la
lógica estamental: democracia para los hombres y el status adscriptivo para las
mujeres. Pateman (1993) nos plantea que su objetivo es ir más allá de la
igualdad y de la diferencia, y que el ámago del asunto no es la diferencia
sexual, pero si la subalternización de las mujeres, y de cómo subvertir las
mujeres que fueron subyugadas dentro de esa
cultura.
En el contexto de la ilustración feminista y en el seno
del principio de la igualdad se crea lo que Célia Amorós define como el “género
vindicación”. Esa filósofa entiende “vindicación” como una
crítica política a la usurpación que los hombres han realizado de lo que los
hombres mismos vienen definiendo como genéricamente “humanos” y por él reclama
por la igualdad a partir de una irracionalización del poder patriarcal y una
deslegitimación de la división sexual del
trabajo.
Con
las nuevas “luces” del siglo XVIII la diferencia entre hombres y mujeres fue
esclarecida por la justificación de una diferencia social, cultural e histórica
basadas en una visión biológica, en la cual los hombres y mujeres son tratados
como radicalmente diferentes. El resultado de eso es que a partir de la idea de
una diferencia biológica “natural”, se pasó a justificar y proponer inserciones
sociales diferentes para los dos sexos. Sin embrago, permanece la pregunta sobre
¿cómo en un siglo donde la argumentación por la participación de todos era
imperativa, la mitad de la población no podía se sentir incluida
concretamente?
Las mujeres
son la mitad de cada categoría social, de cada movimiento social o de cada
sociedad. Y no solamente eso: “a posição das mulheres é um elemento
estrutural que determina o caráter de toda a cultura”.
Por todo eso, podemos decir que las mujeres forman un colectivo
cualitativo y cuantitativamente distinto a los ya nombrados. Su singularidad
está relacionada con su presencia en todos los grupos sociales, todavía que
invisiblizadas y desapoderadas debido a su
sexo.
Hay diversos tipos de discursos de legitimación
de la desigualdad de género en las narrativas históricas. La tradición
occidental judaico-cristiana, por ejemplo, incorpora en sus narrativas una representación sobre el
trabajo femenino (doméstico = privado) y que pasa a ser entendida como labor
de/en la casa, las tareas de la familia, que se realizan exclusivamente en el
ámbito privado y como este esfuerzo aislado, condición de la “naturaleza”, como
no-productivo.
Desde este debate, se pregunta Joan Scott si “existe um interesse das
mulheres que atravesse as barreiras de classe, etnicidade e raça e, se assim
for, em que consiste.”
Amorós, responde a esta cuestión explicando que el
sexismo es una forma identificable de opresión, muchos de los efectos son
percibidos por las mujeres con independencia de la raza, clase o cultura a que
pertenecen. Utilizando investigaciones empíricas sobre el trabajo de las mujeres
en los países pobres, concluyen que las condiciones de las mujeres en el tercero
mundo son “similares, porém, mais agudas e acentuadas” que a de los países
ricos.
La desigualdad que experimentan las mujeres no es
casual ni aleatoria. Por largos siglos sometidas a una socialización
generalizada que se han concretizado socialmente en el ejercicio de las
funciones (esposa, madre, cuidadora, guardiana de los buenos costumbres, da
cultura, entre otros), cuyo contenido las separaba de lo público y lo político y
las confinaba al territorio de los cuidados y de los afectos, han sido
suficientes para que las sociedades patriarcales se hayan configurado lentamente
como sociedades estratificadas desde el punto de vista del
género.
Joan Scott explica muy bien que la “questão é que as mulheres são
politicamente eficazes quando se mobilizam como categoria social”.
El feminismo de tradición igualitaria considera
la construcción de la identidad feminista como una condición de posibilidad para
que las mujeres se constituyan en sujetos y para articular colectivamente la
lucha política. Esa identidad, distante de bases calcadas en esencias o
ontologías, como sugiere Amorós, es crítico-reflexiva con relación a la
identidad femenina.
El feminismo de la igualdad ha afirmado en
numerosas ocasiones que no hay una identidad esencial femenina, ni tampoco una
unidad original y previa que recuperar. El fundamento en construcción de una
identidad feminista es que todas las mujeres comparten inicialmente una
situación de discriminación. La identidad debe ser entendida instrumentalmente
como el fundamento de la lucha contra la opresión, pero nunca como la exaltación
de una diferencia o de una esencia. Sin identidad colectiva no hay movimiento
social ni posibilidades de combatir las prácticas de exclusión impuestas a las
mujeres.
La identidad se produce cuando los actores sociales, embasándose en los
materiales culturales de que dispone, construyen una nueva identidad que
redefine su postura en la sociedad e, al hacerlo, busca la transformación de
toda la estructura social. Los derechos de ciudadanía poseen sus fronteras en la
esfera privada, y eso tuvo consecuencias desastrosas para la vida das mujeres,
tales como la tradicional “cultura” de la violencia doméstica como un “asunto
privado”, que no era de interés de las políticas de ciudadanía en la esfera
pública.
Según Deere[19] (2002), la ciudadanía fue caracterizada por una noción pasiva y una
diferencia entre igualdad formal y real. En cuanto la igualdad formal se refiere
a la igualdad de derechos, la real se refiere a la igualdad de resultados. La
autora destaca que no solamente los pobres son incluidos en esa perspectiva de
ciudadanía, sino también las mujeres. Se trata de un concepto individualista,
sin distinción de clase o de género.
Sin embargo, la conquista de derechos para las mujeres
campesinas e indígenas no represento en la verdad la expansión de la ciudadanía.
En otras palabras, conquistada parte de los derechos legales de
ciudadanía[20], se tornó evidente que los mismos no consiguieron alterar, por
las vías tradicionales de la democracia representativa, el cuadro de profunda
asimetría entre hombres y mujeres en las instancias de las relaciones de poder e
género en el medio rural en Brasil.
La construcción de la ciudadanía es un "proceso de maduración",
pues implica la reflexión sobre valores que fueron inculcados a lo largo de
nuestra historia. Esos valores, distanciados de la noción de ciudadano pleno y
participante, nos condicionan a aceptar formas tuteladas de ciudadanía que
impiden la emancipación como individuos y, consecuentemente, como sociedad. La
ciudadanía concedida a las mujeres campesinas presenta la marca del paternalismo
y del personalismo, pues su extensión y contenido encuentran origen en las
relaciones sociales de género, desiguales y opresivas, que les confirieron
responsabilidades materiales y simbólicas en la esfera familiar, funcionando
como instrumento de contención para el acceso de las mujeres a la vida
pública.
Giuliani[21](1997) considera que la conquista de la ciudadanía femenina en
Brasil quedó reducida al acceso a los derechos sociales, sin haber sido ampliada
a la esfera del trabajo, resaltando que la mera conciencia de la opresión no
construye sujetos autónomos. Llama la atención para el hecho de que tener
conciencia de las desigualdades, de la concentración del poder y privilegios, de
todas las formas de injusticia y de su fundamento, por si solo no transforma la
realidad. El sujeto autónomo es aquel capaz de emplear su creatividad para
realizar transformaciones. Si la información y la conciencia están acompañadas
de apatía y resignación, no hay perspectivas de cambios, una vez que, en estas
condiciones, el individuo no influye en la dinámica social, nada de nuevo
realiza y, por eso, permanece en la misma condición de objeto que aquel que no
posee ninguna conciencia.
Deere y León(2002) argumentan que los Movimientos de Mujeres en América Latina
no poseen una postura clara y enfática con relación a la posición económica y
social desigual de las mujeres. El derecho de tomar decisiones sobre la propia
vida depende de una cierta reserva financiera, lo que en el campo no ocurre de
manera equilibrada. Sin embargo, lo que podemos constatar con relación a la
realidad de las mujeres campesinas en las regiones de la frontera sur brasilera
difiere de las constataciones y lecturas de ciertas analices más contextuales no
llevando en cuentas las regionalidades. En nuestro caso, hombres y mujeres
adquiriendo el derecho al beneficio de jubilación rural, se igualan en la esfera
formal y acaban por construir ciertas negociaciones culturales entre
ambos.
Scott refiere también que, mientras las mujeres no tengan una postura
clara y objetiva acerca de sus papeles, que extrapole los espacios de lo privado
y de la simple conquista de derechos sociales, continuarán reforzando
representaciones y concepciones de un mundo masculino, criador de los
significados del concepto de trabajo, de derechos laborales e hasta mismo de los
derechos humanos.
Así, vivimos en un mundo donde la ciencia y la
cultura han sido construidas por el poder masculino y, por lo tanto, solamente
se ha valorizado aquello que se relaciona a los hombres. En ese caso concreto de
que nos estamos ocupando – la ciudadanía, desarrollo y género de las mujeres
campesinas e indígenas –, todas las actividades relacionadas a la sustentación
de la vida humana, que tradicionalmente han sido realizadas por las mujeres y,
en gran medida, se caracterizan porque su resultado desaparece en el propio
desarrollo de las mismas, no han sido valorizadas; al contrario, aquellas que se
realizan en el mundo público, cuyos resultados trascienden el espacio doméstico,
y que tradicionalmente han sido realizadas por los hombres, gozan de valor
social.
Este clivaje tiene relación con la diferenciación que
Hannah Arendt (1988) establece entre labor y trabajo. Para la autora, la labor
guardaría relación con la satisfacción de las necesidades básicas de la vida y
correspondería a aquellas actividades que no dejan vestigios, que su producto se
agota al realizarlas y, por eso, generalmente han sido depreciadas. Por otro
lado, el resultado del trabajo tendría un carácter más duradero y objetivo, en
el sentido de la relativa independencia de los bienes de quien los producen,
dado que no estaría ligado a los ciclos repetitivos y a las urgentes necesidades
humanas y, consecuentemente, sería producto de actividades más valorizadas y
reconocidas. Es notoria la semejanza - tanto en contenido como en la
valorización social – de estos dos conceptos: trabajo doméstico e trabajo
público, respectivamente.
La segunda razón tiene que ver con el funcionamiento de
las representaciones sociales
en los sistemas
económicos. Históricamente, los sistemas económicos han dependido de la esfera
doméstica: han legitimado una determinada estructura familiar que ha permitido
asegurar la necesaria oferta de la fuerza de trabajo a través de las
mujeres. En el caso de las mujeres que viven ligadas a la tierra, la
actividad de cuidar de la vida humana se constituye en nexo entre el ámbito
doméstico y la producción del mundo público. Por eso es importante que ese nexo
permanezca oculto, porque facilita el desplazamiento de los costos desde la
producción capitalista hasta la esfera
doméstica.
Creemos que el feminismo y los movimientos de mujeres
deben prestar atención a las diferentes manifestaciones y las maneras por las
que persistentemente reproducen los sistemas de opresión y dominación sociales,
sin interpretar las diferentes manifestaciones como simples demostraciones de
diferencia. Quiero decir, es necesario desalojar el patriarcado y entender el
sistema sexo/género inserido en las redes sociales y políticas complejas. Dado
que las coordenadas de las injusticias sitúan la gente en localizaciones
sociales diversas, tenemos que ser capaces de reconocer (al menos no silenciar) estas
diferencias. Y los análisis en este sentido no pueden ser entendidos o
interpretados como modelos de la diferencia, sino como una manifestación (tan
importante como otras) de las formas que asume el sistema sexo/género para
mantenerse y perpetuarse.
La lucha por la ciudadanía de las mujeres
campesinas e indígenas, es na práctica de la acción política un componente
fundamental para que esos grupos sociales se tornen activamente participantes,
pudiendo influenciar en los procesos de decisiones en diferentes instancias,
buscando conquistar intereses comunes a través de la ampliación de la
democracia. En este sentido, la ciudadanía tiene que ser considerada como un
proceso dialéctico en construcción y de transformación social, principalmente en
el campo de las relaciones de género, en la medida en que los derechos deban ser
extendidos a todos y pensados a partir de sus necesidades.
La construcción de la ciudadanía para mujeres y
hombres demanda nuevas representaciones de las relaciones de poder,
resignificando el sentido de la libertad y de la igualdad de la ciudadanía, no
más por la lógica dominante (masculina, patriarcal y liberal) que reduce
ciudadanos y ciudadanas, hombres y mujeres a consumidores y propietarios y sí
bajo la lógica que considere la diversidad de personas, la diversidad de las
mujeres y las desigualdades existentes entre ellas propias, llevando a nuevas
políticas de inclusión y desarrollo social.
3 – Género y desarrollo y algunas
controversias.
La definición de desarrollo está marcada desde sus
inicios, en la década de los 50, por una concepción formal basada en la
centralidad del mercado capitalista como institución protagonista del desarrollo
económico, separándola así de otras instituciones sociales tales como el
parentesco o la religión. Esta concepción, según Esteva (2000), alentó la extensión de la escasez como
un fenómeno universal y al mercado como recurso frente a tal escasez asociándolo
al crecimiento económico, entendido este como aumento de la renta per
capita.
Así, se parte de una ideología económica occidental
centrada en la escasez, lo que va a incidir de manera directa en las
concepciones económicas de los países donde se ejecutan proyectos de desarrollo
y en las relaciones de género. Las nociones de desarrollo anulan el valor de la
diferencia e implica una imposición tácita de los valores occidentales a otras
partes del mundo, lo que vendría a significar una nueva ola de colonialismo. La
separación de dos mundos definidos así jerárquicamente ha creado un imaginario
de ambos como mundos totalmente opuestos.
Algunos teóricos proponen una definición del desarrollo que
podríamos denominar cultural. Estas propuestas parten de entender el desarrollo
como un proceso que mantiene sus propias lógicas a partir de la interacción con
las comunidades locales concretas donde se llevan a cabo, es decir, el
desarrollo es definido por todos los actores involucrados en él.
De esta forma, entendemos que esta nueva dinámica
de transformación está vinculada a una mayor capacidad de reorganización social
o de gestión social desde la base, donde los actores sociales (hombres y mujeres
que viven en el local), involucrados, articulados y organizados, ejercen su
papel de ciudadanos y ciudadanas. O sea, reivindican lo que les es de derecho,
asumen el control social de las políticas públicas que rigen su territorio e
interfieren, contribuyendo diferenciadamente, en la construcción de nuevas
políticas adecuadas al escenario local.
Los procesos que van a posibilitar este
movimiento son diversos, pero precisan ser democráticos, considerar las
diferencias de género y étnicas existentes en el local e incidir directamente en
el empoderamiento de grupos sociales específicos, antes marginalizados en las
esferas de tomada de decisión. Las respuestas que surgen de las localidades
serán reflejos de la mayor o menor capacidad de articulación de sus actores
sociales.
Identificamos local como el territorio donde
viven y se relacionan los individuos - mujeres y hombres - donde las redes
sociales y productivas se hacen presentes, produciendo disputas e conflictos,
que por su vez, generan respuestas, dando espacio para iniciativas revertidas
para la posibilidad de creación de otra vía de
desarrollo.
La condición de hombres y mujeres de una determinada
localidad, según la investigadora Martha Lya Velásquez Toro, en innúmeras sociedades la identidad masculina está más asociada a
un poder de dominación, mientras que la identidad femenina a un poder de
sumisión o a un “no-poder”. La construcción de esas identidades se da
socio-culturalmente, y valoriza papeles y funciones diferenciadas que hombres y
mujeres asumen, en la familia, en la escuela, en el trabajo y en los diferentes
ambientes de convivencia y socialización. La mujer, según Toro, está
generalmente asociada a desempeñar un papel reproductivo – socializador y
organizador – mientras que el hombre a un papel productivo – proveedor de la
sobrevivencia familiar. Estos papeles también definen una ligación mayor de la
mujer con el ámbito privado y del hombre con el ámbito público.
Cuando el foco del trabajo es el desarrollo local, lo
que parece ser importante percibir es que la dimensión del género como
construcción social, define funciones diferenciadas para hombres y mujeres en
los ámbitos reproductivos, productivos, políticos, comunitarios y culturales
específicos. Según Brumer (1990), de esa forma el enfoque de género en el
contexto local, permite optimizar el análisis de la realidad específica e
identificar de forma explícita las diferencias socialmente determinadas y las
formas de relacionamiento existentes entre mujeres e hombres en el territorio en
estudio. Estas diferencias inciden en las condiciones y posiciones asumidas por
hombres y mujeres, actores sociales, de la localidad.
Visualizar y explicitar las diferentes
condiciones en que viven mujeres y hombres en una localidad permite también,
mejor dimensionar las relaciones de poder existentes en las relaciones entre:
hombres y hombres, mujeres y mujeres y entre hombres y mujeres en un determinado
territorio. Por otro lado, lo que se encuentra en la base del desarrollo a
partir de lo local es la configuración de redes socio-productivas de base
comunitaria y dinámicas democrático-participativas que van produciendo la
ampliación de la esfera pública y construyendo ciudadanía. Si esa construcción
atiende adecuadamente las demandas diferenciadas de los actores sociales
(hombres y mujeres, jóvenes, adultos(as) y personas de edad avanzada) se amplían
las posibilidades para la transformación de las relaciones desiguales de poder
existentes en las comunidades locales.
Con la perspectiva de mediar el desarrollo local
de base comunitaria, a partir del enfoque de género es pertinente la cuestión:
¿cuál es la importancia y el papel del/de la “mediador(a)” en este proceso?
¿Cuál es nuestro papel en cuanto mediadores(as) de los agentes de
transformaciones? ¿Qué transformaciones queremos? Si no estamos hablando de un
desarrollo impuesto de arriba para abajo, centralizado en sus formas de decisión
y defendemos una propuesta participativa que cualifique e impulse el
protagonismo local y las cuestiones de género, entonces el papel de mediación de
los agentes da transformación precisa estar consonante con este movimiento.
Cabe resaltar que procesos participativos,
estimuladores del desarrollo local están en constante construcción y no pueden
ser traducidos en un método específico. La incorporación del enfoque de género
en estos procesos es al mismo tiempo, una estrategia que evidencia que mujeres y
hombres tienen necesidades, intereses y potencialidades de desarrollo diferentes
y una herramienta que garante que los efectos o beneficios del desarrollo
alcancen de forma equitativa a hombres y mujeres, agregando calidad al
desarrollo local.
Incorporar la dimensión de género al desarrollo local
contribuye para construir la democracia una vez que esta presupone la búsqueda
de la igualdad con respeto por las diferencias, como base para un nuevo
relacionamiento humano. Una de las representaciones más problemáticas y que
coloca en cuestión la propia visión que se tiene del desarrollo es la que remite
a las causas de la desigualdad como siendo un problema del sur, un problema del
subdesarrollo.
Luego, el “desarrollo” sería la respuesta simple para
acabar con las desigualdades. Al vehicular las imágenes y discursos sobre los/as
outros/as somos muchas veces responsables por una mala interpretación de las
causas complejas de las asimetrías. Enfocar demasiado al/a la otro/a nos hace
olvidar del nosotros y del hecho de que las desigualdades no eligen sociedades,
ellas ocurren de diferentes maneras y de formas diversas en sociedades
distintas. Otra cara de la misma moneda es el “culturalismo” exagerado: la
justificación “cultural” de las desigualdades esconde las verdaderas raíces de
los desequilibrios de poder e no lleva en cuenta las evoluciones y convulsiones
internas de la cultura.
Estos proyectos, por no consideraren una distinción
entre “condición” y “posición” de las mujeresen
contextos culturales diversificados, no consiguen traer cambios significativos
en la vida de la población femenina. En verdad, muchos de ellos consiguieron
ampliar el ingreso familiar, garantir el acceso de las mujeres a salud, la
educación, etc., pero no proporcionaron cambios significativos en la posición
social de las mujeres. Estas continuaran subyugadas, excluidas de cualquier
esfera de decisión y autonomía.
Estas limitaciones en las políticas de desarrollo
con enfoque de género, permanecieron durante mucho tiempo dominando los
proyectos de desarrollo. La falsa preocupación con la preservación de la llamada
cultura popular (mismo que ella sea opresora y violenta), el miedo en promover
cambios cualitativos en la división sexual del trabajo y en la estructura
familiar poniendo en riesgo el poderío masculino, sirvió apenas para mantener el
dominio patriarcal intacto.
Otro tipo común de práctica entre los agentes de
desarrollo (estado, órganos cooperadores, universidades, etc.) que han mantenido
las mujeres alejadas de los beneficios de ese tipo de proyecto, es la concepción
de que las necesidades de las mujeres son idénticas a las de los hombres o a la
de agrupaciones más amplias como trabajadores rurales, líderes locales, etc.
Generalmente, las mujeres son vistas y tratadas apenas como proveedoras del
bien-estar de la familia o como medio de bien-estar de otros, como madres y
esposas, nunca como sujetos autónomos con demandas propias, y no llevan en
consideración las cuestiones étnicas, sexuales,
etc.
Como consecuencia, estos proyectos resultaron
ineficaces y hasta contraproducentes, en la medida en que los agentes de
desarrollo no habían entendido las desigualdades de género y, por lo tanto,
implementaban acciones que solo aumentaban la carga de trabajo de las mujeres
sin el correspondiente en términos de beneficios, aumentando así las
diferencias de género, esto es, el abismo existente entre los derechos
del hombre y los derechos de la mulher.
A partir dos anos 80, las feministas comenzaron a
cuestionar las estrategias de desarrollo y las intervenciones de estos proyectos
que no atacaban los factores estructurales que perpetúan la opresión y
exploración de las mujeres, en especial de las mujeres pobres. En este contexto
es que los movimentos de mujeres passan a utilizar el concepto de
empoderamiento.
El concepto de empoderamiento surgió con los
movimientos de derechos civiles en los Estados Unidos en los años setenta (empowerment) a través de la bandera del
poder negro, como una forma de auto valoración de la raza y conquista de una
ciudadanía plena. El término comenzó a ser usado por el movimiento de mujeres ya
en los años setenta. Para las feministas el empoderamiento comprende la
alteración radical de los procesos y estructuras que reducen la posición de
subordinación de las mujeres como género. Las mujeres se tornan empoderadas a
través de la toma de decisiones colectivas y de cambios
individuales.
De acuerdo con Cevasco, el empoderamiento de las mujeres, representa un desafío a las
relaciones de poder dominantes. Es un desafío a la ideología patriarcal (que es
también machista), influye en la discriminación no solo de género, sino también
con las desigualdades sociales. Por un lado el empoderamiento de las mujeres
significa, el “desempoderamiento” de los hombres, del poder dominador y
subordinador. Por otro lado, las mujeres más empoderadas inauguran formas de
relacionamiento más solidarios, eliminando, por ejemplo, la responsabilidad
masculina como siendo la única responsable por el sustento de la familia.
Significa un empoderamiento de orden también psicológica/emocional que permite
avanzar en la dirección de la disminución de los estereotipos de género y en la
construcción de una sociedad más igualitaria y solidaria.
El empoderamiento de las mujeres representa un
desafío a las relaciones patriarcales, en especial dentro de la familia, al
poder dominante del hombre y la manutención de sus privilegios de género.
Significa una mudanza en la dominación tradicional de los hombres sobre las
mujeres, garantiéndoles la autonomía en lo que se refiere al control de sus
cuerpos, de su sexualidad, de su derecho de ir y venir, bien como un rechazo al
abuso físico y a violación sin castigo, el abandono y a las decisiones
unilaterales masculinas que afectan a toda la
familia.
Según León, el empoderamiento de las mujeres libera y
empodera también a los hombres en sentido material y psicológico, ya que la
mujer consigue tener acceso a los recursos materiales en beneficio de la familia
y de la comunidad, a compartir responsabilidades, y también debido a que se
permiten nuevas experiencias emocionales para los hombres y los libera de
estereotipos de género. El
proceso de empoderamiento de la mujer trae consigo una nueva concepción de
poder, asumiendo formas democráticas, construyendo nuevos mecanismos de
responsabilidades colectivas, de tomada de decisiones y responsabilidades
compartidas.
Pero algunos se desarrollan en contextos que les
proporcionan una relativa libertad de ejercer sus propios valores y costumbres.
A pesar de su importancia numérica, de proporcionar pistas interesantes en
temáticas de empoderamiento y en términos de la diversidad de problemáticas que
se plantean, existe poca información construida sobre la base de visibilizar su
papel, sus potencialidades y su situación desde una perspectiva de género. Tener
información diversa y sistematizada sobre estas nuevas identidades podría
proporcionar criterios importantes con relación a procesos de ciudadanía,
subjetividades, empoderamiento y potencialidades de los propios grupos de
mujeres indígenas y campesinas en los contextos de mestizaje cultural, para el
desarrollo y la superación de la pobreza en comunidades agrarias en región de
frontera como la nuestra.
La intervención de los latifundios,
terratenientes, en territorios indígenas, e incluso el desarrollo concebido por
el Estado para estos territorios no toma en cuenta que la tierra tiene un
significado diferente en la cosmovisión indígena, que no está reducida a
conceptos de carácter económico productivo sino que incorpora significados
holísticos e integrales en la relación de los seres humanos con la naturaleza,
ausentes del desarrollismo de occidente. La tierra, el agua, los seres vivos,
son elementos sagrados en la cosmovisión de las culturas indígenas y, por tanto,
la lógica del desarrollo basada en los principios del comercio afecta de manera
profunda a estos grupos no sólo por sus repercusiones en el equilibrio
ecológico, sino en su cultura y relación con el mundo que les
rodea.
Esto, sumado a la desatención y negligencia tradicional
de los gobiernos al desarrollo rural y territorios originarios, produce una
serie de desequilibrios sociales derivados de la exclusión y marginalización de
los pueblos indígenas, el deterioro de sus recursos naturales y la pérdida de
control y gestión de sus territorios, como es el caso en nuestra provincia, donde la
segunda mayor etnia indígena brasileña (Guarani-Kaiowá) viven en condiciones de
pobreza extrema y son expulsos de sus tierras por el modelo económico que
incentiva el padrón basado en el latifundio
agro-exportador.
En estos contextos, las más afectadas son las
mujeres, pues ellas están tradicionalmente especializadas en la administración
de los recursos naturales y el medio ambiente así como de los cuidados con la
salud derivados del conocimiento de su entorno natural. Sin embargo, Deere y
León (2000), han señalado que la problemática de las mujeres en relación con la
tierra no es tan lineal, poniendo en tela de juicio la supuesta
complementariedad de géneros y demostrando que las mujeres están marginadas en
muchos sentidos del control de los recursos, sobre todo en lo que se refiere a
la propiedad y la posibilidad que ellas denominan de
‘negociación’.
En Brasil por ejemplo, según datos proporcionados
por el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INCRA), durante el periodo
posterior a la Reforma Agraria de 1980 que
otorgó la propiedad de la tierra a los campesinos y comunidades, sólo el 1.2% de
los títulos estuvieron registrados en el nombre de mujeres, puesto que en la
legislación de este país, como de muchos otros, la propiedad está definida en
función del jefe de hogar, y cuando la jefa de hogar es una mujer existe una
discriminación en la propia aplicación de la
ley.
El proceso de deterioro de los territorios, de la
calidad de vida y de las posibilidades de desarrollo en las áreas rurales y
comunidades indígenas provoca frecuentemente migraciones en condiciones de
precariedad que nuevamente descargan en las mujeres la mayor vulnerabilidad,
pues en la mayoría de los casos se constituyen en las únicas responsables de sus
familias, sin acceder necesariamente a mayores espacios de poder y decisión;
muchas veces estos fenómenos se dan en contextos de desestructuración de la
unidad familiar y de relaciones de violencia
intrafamiliar.
4 -
Conclusiones
Sin embargo, si nos ubicamos en otro nivel, no ya
como gestores sociales sino como diseñadores de un nuevo modelo de sociedad, no
podemos admitir que, al igual que en las décadas pasadas, la mujer sea
considerada sólo un recurso económico, una variable demográfica, soporte del
ambiente o educadora ambiental, mientras en la práctica continúa excluida de los
espacios de decisión.
Las mujeres rurales y indígenas aunque debilitado
por una situación de dependencia, son los actores principales en el
mantenimiento de la vida en la comunidad rural. Hay un hecho establecido que
nadie discute: sí, los hombres tienen poder y dinero, pero las mujeres ya han
experimentado el sentido de las situaciones y la capacidad para formularlas. Es
mucho más fácil las mujeres hablar
por las mujeres que los hombres hablar de los hombres.
Teorizar en este campo es uno de los grandes
desafíos del pensamiento feminista. Es necesario deconstruir el discurso que la
cultura reforzó para analizar esta difícil relación de las mujeres con la
naturaleza – indiscutiblemente diferente de la de los hombres – pero que debe
ser explicada desde el lugar en el que la mujer ha sido colocada, y no a la
inversa. Si la femineidad es inducida por la división de los papeles, aceptarla
como principio de la cultura es también aceptar dicha división sexual del
trabajo. Entre lo impuesto por la cultura y nuestra identidad gira el nudo a
desatar.
Reconceptualizar el tema teóricamente es un paso
necesario para definir una estrategia. No hay duda de que las mujeres debem
participar en las decisiones locales, como de hecho ocurre. Pero además de ello,
lo que podemos ver es un aumento de la participación femenina en las políticas
de desarrollo, espacios en los que se están tomando decisiones que comprometen
el futuro común, también el de las mujeres. Ahora bien, nuestra experiencia y
convivio con grupos de mujeres campesinas ha demostrado que no se trata sólo de
ampliar espacios y de que más mujeres se incorporen a las estructuras de poder.
Se requieren mujeres y hombres comprometidas(os) con los intereses de las
mujeres, con lo protagonismo de las mujeres.
Este es el gran desafío del siglo
XXI.
BIBLIOGRAFIAS:
_____________. Hacía una
crítica de la razón patriarcal. Barcelona: Ed .Anthropos., 1985.
BEAUVOIR, Simone de. O segundo sexo. v.1. São Paulo, Círculo
do Livro, 1990. (Fatos e mitos).
BIRGIN; Haydée. las mujeres en las estrategias de
desarrollo sustentable. Este artículo foi publicado Fin
de siglo. Género Y
cambio civilizatorio, Ediciones de las Mujeres Nº 17, Isis Internacional,
diciembre 1992.
BRUMER, Anita. Considerações sobre uma década de lutas
sociais no campo no extremo sul do Brasil (1978-88), Porto Alegre: Ensaios FEE, ano
11, n.1, 1990.
CHARTIER, Roger. Diferença entre os sexos e dominação
simbólica. Cadernos PAGU: Unicamp, 1995.
ESTEVA, G. Antropología del desarrollo. Teorías y
estudios etnográficos en América Latina. Barcelona. Paidos Studio.
2000.
FRASER, Nancy. Iusticia interrupta: reflexiones
críticas desde la posición ‘postsocialista’. Bogotá: Universidad de los
Andes. 1997.
HOFFMANN, Rodolfo. Distribuição da renda no Brasil: poucos com
muito e muitos com muito pouco, in Ladislau Dowbor e Samuel Kilsztajn
(orgs.), Economia Social no Brasil. São Paulo: Editora SENAC,
2001.
LEON, Magdalena. El Empoderamiento en la teoria y práctica
del feminismo. In: LEON, Magdalena. Poder y Empoderamiento de las mujeres.
Santafé de Bogotá.TM Editores, 1997.
Desde un cierto punto de vista, mi posición es
próxima de la de Elisabeth Badinter, porque pienso que no es posible conciliar
la lucha feminista con un concepto totalmente fragmentado de razón, como el que
es defendido por algunas posiciones pos-modernas. En este contexto, tal como
algunas filósofas españolas, en particular, Célia Amorós, defiendo que fue
la
Modernidad que definió el paradigma racional capaz de permitir
pensar modelos de vivir e de agitar libertadores e igualitarios, no siendo, por
eso, posible continuar a luchar por igualdad de derechos y perspectivas
transformadoras de la sociedad si no recapacitamos profundamente como el
concepto moderno de racionalidad construyó sujetos de
derecho.
AMORÒS, Célia. . Hacía una crítica de la razón patriarcal. Barcelona: Ed .Anthropos.,
1985.
BEAUVOIR, Simone de. O
segundo sexo. v.1. São Paulo, Círculo do Livro, 1990. (Fatos e
mitos).
CHARTIER, Roger. Diferença
entre os sexos e dominação simbólica. Cadernos PAGU: Unicamp, 1995. pp
37-45. Este
artículo fue también publicado em la Revista
Annales ESC, juillet-août 1993, no 4, pp. 997-998, y
es parte de uma serie de lecturas críticas presentadas em un colóquio realizado
em la
Sorbonne, en 1992, a propósito de la "Histoire des
Femmes en Ocident" y publicado posteriormente em las Actas del Colóquio (Paris,
Plon, 1993).
FRASER,
Nancy. Justicia interrupta: reflexiones
críticas desde la posición ‘postsocialista’. Bogotá: Universidad de los
Andes. 1997.
ESTEVA,
G. Antropología del desarrollo. Teorías
y estudios etnográficos en América Latina. Barcelona. Paidos
Studio. 2000.
BRUMER, Anita. Considerações
sobre uma década de lutas sociais no campo no extremo sul do Brasil
(1978-88), Porto Alegre: Ensaios FEE, ano 11, n.1, 1990,
p.124-42.
Sobre el
desarrollo y su eficacia en regiones de desigualdad étnica y de género,
consultar:
HOFFMANN, Rodolfo. Distribuição da renda no Brasil: poucos com muito e muitos com muito
pouco. In Ladislau Dowbor e Samuel Kilsztajn (orgs.), Economia Social no
Brasil. São Paulo: Editora SENAC, 2001.
Los
conceptos de condición e posición femeninas en la óptica desarrollista fueron
elaborados por Yong, Kate. El potencial transformador en las necesidades
prácticas: empoderamiento colectivo y el proceso de planificación. In. LEON,
Magdalena. Op.cit. 234
.
No
debemos olvidar que la incorporación masiva de las mujeres en el mercado
laboral, especialmente en la industria, asegurando al mismo tiempo un aumento en
el ingreso familiar y eliminar el aislamiento casa de la mujer, no proporcionan
la autonomía de un individuo o de la división sexual de la mujer del trabajo.
Significaba, en cambio, una sobrecarga de trabajo (segunda ronda), un aumento de
las responsabilidades, el abandono de los niños, más vulnerables al acoso y la
violencia sexual.
LEON,
Magdalena. El Empoderamiento en la
teoría y práctica del feminismo. In: LEON, Magdalena. Poder y Empoderamiento de las mujeres.
Santafé de Bogotá.TM Editores, 1997, p.21