Reflexiones ante
discursos mediático-políticos sobre temas geográficos.
Aporte contextual a
partir de una entrevista.

Lic. Conrado Santiago Bondel
En el marco de una
nota periodística que se me hiciera entorno de la temática violencia y medio
ambiente, se desarrolló el punteo de preguntas y
respuestas expuesto más abajo y que retomo en la oportunidad a la espera de
contribuir a la discusión de cuestiones geográficas que gozan de un empuje
mediático y político de envergadura, diríamos, mundial.
Como indica el título, son
sólo reflexiones, no elaboradas a modo de ponencia sino a partir de la consulta
específica. Lejos estoy de poder sostener pruebas de tal o cual condición
geográfica a escala planetaria, quedando, decididamente más cerca de las dudas
que de las certidumbres. Pero nuestra tarea docente e investigadora a veces
requiere posicionarse frente a una visión paradigmática, frente a planteos y
discursos que se presentan a la sociedad, la cual, por otra parte, tiene el
legítimo derecho de depositar su confianza en las conclusiones científicas. Nos
decía Octavio Paz criticando posturas minimistas o exageradas "... la ciencia no tiene por objeto juzgar
sino comprender" (1970:128), y es esa la orientación buscada.
Con este posicionamiento
general, pongo a consideración el desarrollo que sigue, entendiendo que
reuniones de trabajo como la presente, se muestran como vías de canalización de
la demanda social de conocimientos.
Desarrollo integral de la
entrevista, con las preguntas originales y respuestas con unos pocos agregados
tardíos:
- Partiendo de la base de que el informe central hablará
sobre "Tiempos violentos", la idea es ver si también este concepto puede
trasladarse al campo del medio ambiente. ¿Cuál es su visión respecto a este
punto?
Me parece prudente
no caer en una generalización demasiado estricta de los significados que puede
sugerir referirse a “tiempos violentos”. Estos dos términos en conjunto poseen
una relatividad tan amplia que prefiero evadir un tanto su connotación profunda
orientándome hacia rincones
problemáticos más accesibles en relación con, diría yo, los tiempos y espacios inciertos de
las últimas décadas.
A pesar de esta evasiva,
no es cuestión de desentenderse de las múltiples y a veces violentas situaciones
conflictivas que involucran al medio natural y el desenvolvimiento de los
pueblos, es decir el medio ambiente.
Es que si bien conflicto y violencia son términos muchas veces asociados, se
debe rescatar del primero de ellos
su potencial constructivo.
Desde lo territorial y
aunque gocen de menos reputación como tema científico que ciertos aspectos
ecológicos (calentamiento global, contaminación, extinción de especies, etc.),
las cuestiones geodemográficas contemporáneas aparecen como las temáticas más
conflictivas, arrastrando las más de las veces situaciones medioambientales
críticas. Será por necesidades de lugar, agua, abrigo o sustento, pero los
rápidos desplazamientos de miles y a veces millones de personas sugieren
impactos territoriales que no sólo impiden desarrollar estrategias correctivas
sino que siquiera dan tiempo a simples inercias mitigadoras de los mismos.
Resulta curioso destacar, además, que hoy en día no sólo se trata de las típicas
y ásperas migraciones campo-ciudad o
de región pobre a lugares más prósperos. Con la llamada posmodernidad los
conflictos asoman aún en zonas receptoras de migrantes “por gusto”, por moda, y
el medio natural, en estos casos, se muestra como la variable de ajuste.
Hasta se asumen como propiedades, costas de lago, mar o río y, sin exagerar,
sistemas montañosos completos.
Resulta paradójico, además
que las explicaciones a tantas situaciones conflictivas aparezcan empalidecidas
desde el abordaje científico por cierto gusto que pareciera encontrarse en
explicaciones deterministas, al punto que se regresa a la temeraria dicotomía,
superpoblación versus calidad
ambiental; análoga a aquella nunca cerrada políticamente sobre superpoblación versus grado de
desarrollo.
-¿Cuál considera que es actualmente la relación del
hombre con el medio ambiente?
A mi juicio, los hechos
muestran que esta pregunta no tiene respuesta; es un planteo erróneo que deja
las decisiones políticas globales en manos de unas pocas ideas
pretendidamente universales con justificativos más que opinables. Viene al caso
la advertencia de Ortega Cantero respecto de la solidez de las construcciones
teóricas y metodológicas contemporáneas, cuando toma de Goethe aquello de, "Conceptos generales y grandes opiniones
llevan siempre camino de acarrear una desgracia horrible" (1988:12).
Resulta irónico ver la
desproporción que hay entre el despliegue que se monta para alguna acción de
protección de la naturaleza desde las mismas esferas que saturan el consumo con
sus consecuentes impactos. Más mordaz aún es el discurso que se viene instalando últimamente y que da por
sentada una homogeneidad mundial a partir de ideas como la aldea global y demás figuras
simpáticas. Suena a algo así como: ahora que muchos ya pasamos la fiesta, disfrutando de los excesos,
resulta que es momento que todo el mundo se convierta en austero y
orgánico. ¿Algo violento, no?.
Salta a la vista que con
la globalización, especialmente en materia de consumos, grandes temas
ambientales, como la contaminación del mar y del aire, la alteración de los
biomas y otros aspectos
medioambientales, están en situación de crisis, pero muchas veces lo que se
propaga es un mensaje de fuerte peso negativo, como tendiendo a la parálisis.
Mensaje sostenido en círculos ideológicos muy diversos (de derecha a izquierda y
de izquierda a derecha) y de visión cardinalmente condenatoria, que en
definitiva, impide enfrentarse con realismo a las macro estructuras de
tipo multinacional y sus desmedidos poderes económicos.
Desde una visión
científica y ligada a desarrollos tecnológicos notables, cabría atender que así
como los enfoques sistémicos globales, llevan claridad progresiva respecto de la
realidad compleja, en especial en materia meteorológica y climática, se muestran
mucho más limitados cuando se penetra en el campo socio-cultural, donde la
homogenización de variables es necesariamente abstracta.
-¿Cuáles son las perspectivas para el mundo y
específicamente Argentina en cuanto a los riesgos a futuro en función del
famoso informe que se presentó en Paris sobre el cambio
climático?
Para empezar y desde
un lugar, diría periférico, tengo una postura escéptica respecto de aquel
informe (02/2007). Es cierto que logró un consenso científico y mediático
impresionante, pero llama la atención que para el primer caso pareciera que es
suficiente aquello de está
científicamente comprobado y poco nos ocupemos de atender opiniones muy
importantes que no se condicen con la generalidad del argumento; para los medios
y las gestiones políticas, directamente pareciera una herejía entrar en disenso;
ni siquiera cuando hay climatólogos de primer nivel que, aún sin negar procesos
de calentamiento en algunos lugares del mundo, se enfrentan con firmeza a los
enunciados apocalípticos y mucho más a antropocentralizar su análisis.
Entre muchos, uno es John
Daly que denuncia falta de rigor científico en
las proyecciones térmicas y habla de una falsificación de la historia climática
para probar el calentamiento global. Otro, por ejemplo es Rui Moura que publicó también un artículo riguroso
en el que acusa de climatócratas a los responsables más visibles del
Panel Intergubernamental del
Cambio Climático (IPCC); incluso asegura que al sostener un hipotético calentamiento global, en
definitiva se está respaldando un falso argumento que pretende meter
miedo como pretexto para imponer restricciones (y controlar) a la actividad
humana. Este investigador basa el comportamiento climático especialmente en la
dinámica de los grandes centros anticiclónicos del globo y considera que el lPCC
se equivoca al fundir lo climático y la contaminación en un único cuerpo de
análisis dado que son dominios científicos básicamente incompatibles. Nos dice
Acot en su Historia del Clima, " ...
tendremos que terciar entre las conjeturas, las hipótesis y las certezas y,
también, luchar con un cierto catastrofismo mediático y el optimismo
irreflexivo" (2005:17).
La Argentina es un buen
ejemplo en donde la historia climática regional casi no da descanso sobre
situaciones críticas. Desde los primeros relatos de conquistadores y
exploradores hasta las observaciones sistemáticas de todo el Siglo XX, nos
muestran un país donde inundaciones, sequías, tormentas furibundas,
deslizamientos y avalanchas, así como marejadas o témpanos flotantes,
convivieron con rachas de veranos templados o ardientes e inviernos helados o
moderados. Aquí la intervención humana ha tenido (y tiene) distintas
consecuencias geográficas, desde la exitosa instalación humana en pueblos y
ciudades sustentables en su conjunto, hasta los fracasos más rotundos
(deforestaciones sin límite, sobrepastoreo, contaminación de ríos arroyos y
acuíferos, expansión urbana desmedida, agotamiento de recursos del mar, etc.).
Con todo, nuestro territorio, que de paso duplicó su población en los últimos 50
años, goza de cierta ventaja comparativa en términos de extremos
meteorológicos. Su proyección a modo de cuña junto con Chile entre masas de
aguas atlánticas, pacíficas y antárticas, nos posiciona en dominios de
moderación propios de los ámbitos marítimos.
-¿Cuál considera que es la responsabilidad humana en este
fenómeno?
Modestamente, insisto en
dudar del fenómeno tal cual es
presentado y destacar que en esta materia es bueno hablar de responsabilidades y
no de culpables. Son responsabilidades con un sentido de compromiso. A decir
verdad ya casi estamos en el absurdo de buscar culpables hasta por los
períodos muy ventosos o lluviosos que puedan ocurrir en la Patagonia.
Es cierto que no hay
pueblo o cultura que pueda eximirse de asumir obligaciones respecto del tipo de
convivencia con el medio natural. Mucho más en nuestros tiempos donde las
posibilidades tecnológicas parecieran desbordarnos. Tampoco parece razonable
cuando, desde la comodidad de aquellos socio-económicamente 'acomodados',
impulsamos a meter a todos en la misma bolsa, induciendo la inacción a decenas
de miles de grupos sociales que simplemente tienen que atender su cotidianidad
al borde o en la supervivencia. Es decir, no es cuestión de aceptar
impulsivamente mandatos dogmáticos, violentos al fin, en lugar de asumir los
riesgos de asegurarse por comprender los hechos y las propuestas en sus
dimensiones verídicas. En ese sentido será fundamental la actitud responsable de
quienes asumimos recorridos académicos.
La agresión a nuestro
propio ámbito de vida puede verse como un acto violento pero paradójicamente,
las estrategias de vida de los pueblos difícilmente pudieran haber tenido éxito
sin luchar en la naturaleza (a favor y contra ella). Si acotamos la
óptica a ejemplos cercanos, sólo desde cierta hipocresía intelectual se podría
aceptar como distendida la
vida corriente en relación con nuestro medio natural. Así como nos alimentamos,
vestimos, construimos, viajamos y demás, en una variedad gigantesca de escalas;
todas son finalmente intervenciones, desde las sencillas a las grotescas. Es
agresiva hacia la naturaleza una delimitación predial en un barrio o en una
estancia, una explotación minera, el trazado de caminos, la construcción de una
simple vivienda y así. Hasta la caza del guanaco por el Tehuelche o la
preparación de un desmonte por el Mapuche, no escapan de esta relación espinosa.
De modo que es fundamental tener presente que medio ambiente no es sinónimo de
naturaleza; es ésta una componente esencial y debe contemplarse su conservación,
pero no hay cuestión ambiental sin el cuerpo social que lo identifica y es por
allí donde debe trabajarse con rigor y porqué no, con fervor.
-¿Cuál es su visión respecto a la relación del hombre
patagónico con su medio en función de las actividades que se desarrollaran en
estos suelos? (explotación y extracción de hidrocarburos, ganadería,
pesca)
Es interesante que
el turismo, siendo una actividad netamente territorial, no surja entre
las actividades enunciadas a priori como las de mayor impacto. Pero esto es sólo
para añadir un poco de pimienta a la
charla.
Como resulta conocido,
la Patagonia
goza de cierta reputación, diríamos mística, que de algún modo le permite eludir
el análisis reflexivo a fondo. Es como si respondiera en buena medida a
ficciones y a la vez, que éstas le han permitido ser objeto de proyectos y
concreciones de la más variada condición.
En concreto y con apenas
un millón y medio de habitantes para más de 700.000 km2, me puedo animar a decir
que nuestra relación con el medio va de mala a muy mala. Y en verdad se
puede afirmar que aún persiste cierto olor generalizado y característico a campamento. Es un hecho concluyente
que, no importa la actividad, sea minera, ganadera, pesquera, turística o
energética, esta relación medioambiental es en general poco auspiciosa. Se ha
avanzado para obtener niveles productivos ecológicamente más equilibrados, sin
embargo todavía estamos lejos de conformar un conjunto geográfico armónico.
Pensar en regiones
arraigadas significa estar proyectadas en el tiempo, con géneros de vida que
vayan más allá del mero acto productivo, involucrando la persistencia
generacional con sus múltiples ingredientes culturales. Se trata de la
apropiación genuina del espacio por parte de sus habitantes; que pampas,
montañas, ríos, bosque y mar, aunque tengan un uso determinado, estén
involucrados en lo que se llama el imaginario colectivo. Un ejemplo contundente
lo tenemos con el mar y lo ajeno que nos es a la gran mayoría patagónica.
También nos pasa con los campos, donde los alambrados no sólo sirven para
manejar al ganado, sino para poner freno a la potencial actitud agresiva del
cazador furtivo, del ladrón o del que no tiene escrúpulos para meterle fuego a
las matas, dejar basura como si tal cosa; del propietario o la empresa, que
sobrepastorea o interviene con voladuras y otras acciones, para fines de lucro
apenas fugaces.
Ojo, hay signos de
reversión de nuestra actitud y asoman circuitos turísticos, insinuaciones
agroindustriales, ganaderas y minero-industriales con sus complementos
silvícolas, tecnológicos, energéticos y pesqueros, que ojalá no sólo signifiquen
actividades económicas.
Creo que llegar a que los
lugares alcancen vocaciones productivas de razonable sustentabilidad sin
depender con exclusividad de escritorios lejanos, aseguraría una
convivencia con el medio ambiente mucho más amable que la de
hoy.
¿Qué relación encuentra en nuestro paisaje patagónico
entre violencia y contaminación visual?
Esta pregunta permite
insistir en el terreno propio de la geografía y las cuestiones del medio
ambiente que comentaba recién. Con el término contaminación nos referimos a
situaciones de impacto negativo frente a una totalidad. Pero, ¿qué totalidad?.
Si nos incumbe lo natural con exclusividad, entonces estaremos en la esfera de
lo salvaje (con su belleza o fealdad intrínseca, según desde donde se lo
mire), aquí lo humano no interviene y los resultados están del lado de la
obediencia natural. Si, en cambio, trabajamos sobre el medio ambiente, será
mejor tratar con el tradicional concepto geográfico de paisaje en su complejidad; aquí a lo
estructural y funcional propio de las componentes sociales y económico-políticos
de los territorios (en su medio natural), se le suma con vigor lo cultural,
donde lo estético juega un rol significativo y la gente es participante
indeclinable del mismo; incluso ¡como espectador!.
Es en este terreno,
como dijimos más arriba, en que se hace incompatible la condición de
'naturalizar' a la sociedad en el paisaje o considerar a un espacio cargado de
voluntades, historia y acción como una componente ecosistémica; diría en voz
bajita: ¿Son comparables en su
condición violenta, una cigüeña comiendo un escarabajo con una “cigüeña”
extrayendo petróleo?. Si realmente lo fueran, también habría que preguntarle al
escarabajo.
El
Hoyo, Chubut. Abril de 2008
Geógrafo, profesor titular de Ambiente
Natural II, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de
la Patagonia San Juan Bosco.
Paz,
Octavio. Posdata. Ed. Siglo XXI
Editores. México, 1984.
Ortega
Cantero, Nicolás. Geografía y
cultura. Ed. Alianza Universidad. Madrid. 1988. (123
p.).