Los precios del suelo urbano y la diferenciación
socioespacial en Bahía Banca, Argentina
Guillermina
Urriza
Resumen
Los precios de la tierra urbana y la operatoria del mercado inciden
en el desarrollo de la ciudad en su dimensión urbana, económica como también
social. El presente trabajo tiene por objeto abordar aspectos relevantes de esta
problemática como la relación entre los precios del suelo urbano y el entorno
socioeconómico, y el efecto de la estructura de valores en la diferenciación
socioespacial del crecimiento urbano en Bahía
Blanca.
Para
realizar esta investigación fue necesario llevar a cabo una revisión
bibliográfica de naturaleza teórica y práctica, así como también efectuar
entrevistas a informantes claves, que brindaron su visión y conocimiento sobre
el tema. Asimismo, se analizaron los precios del
suelo urbano no edificado, publicado para su venta en la prensa local, y la
información suministrada por el Censo Nacional de Población del año 2001 para el
análisis de los diferentes sectores de la ciudad según la condición
socioeconómica de los hogares.
Abstract
Urban land prices and market dynamics have an
influence on the development of cities in their urban, economic as well as in
their social dimension. This paper is intended to address certain aspects that
are relevant to this issue, such as the relationship between urban land prices
and the socio-economic environment, and the effect of the price structure on the
socio-spatial differentiation of urban growth in Bahía Blanca.
For this research paper, it was necessary to
review both theoretical and practical literature, and conduct interviews to key
informants who provided their viewpoints and knowledge on the topic.
Additionally, the sale prices of undeveloped urban land were analyzed as
published in the local newspaper, together with the information provided by the
2001 National Census of Population, in order to study the different sectors of
the city according to the socio-economic situation of their
households.
1. Introducción
El mercado de suelo urbano en Bahía
Blanca,
los elementos explicativos de la estructura de precios de la tierra y sus efectos
en la configuración urbana y socioespacial de la ciudad constituyen un
tema
de investigación personal desde hace casi diez años. El interés radica en que
los
valores del suelo y la operatoria del mercado inciden en el desarrollo de la
ciudad, en su dimensión urbana, económica como también social.
El presente
trabajo aborda uno de los aspectos relevantes de esta problemática, el entorno socioeconómico como factor
explicativo de los precios del
suelo y el efecto de la estructura de valores en la diferenciación socioespacial
del crecimiento urbano en Bahía Blanca.
El
funcionamiento del mercado y los precios del suelo conllevan una diferenciación
socioespacial en el proceso de ocupación del espacio, marcada por la capacidad
económica de la población para acceder a la tierra. Como afirma Carreras Moysi, “El precio del suelo no
urbanizado se establece, asimismo y fundamentalmente, a partir de la expectativa
sobre la capacidad económica, y hábitos de consumo, de los grupos sociales y
actividades que se espera se sitúen en la zona. Esta expectativa se basa en la
división socioeconómica del espacio, es decir, en la apropiación que distintos
grupos y actividades hacen de distintas zonas de la ciudad y sus áreas de
crecimiento.” (Carreras Moysi, 1995: 18).
En el marco de la investigación fue necesario llevar a cabo una
revisión bibliográfica de naturaleza teórica y práctica, así como también
efectuar algunas entrevistas a informantes claves vinculados a la actividad
inmobiliaria, la administración pública y la investigación urbana, que brindaron
su visión y conocimiento sobre el tema.
Una mención especial merece el procedimiento empleado
para la determinación de la estructura de valores del suelo urbano en la ciudad.
Para tal fin, se recopiló información sobre la oferta de suelo urbano no
edificado, publicada los días domingo en el Diario La Nueva Provincia desde el año
2001 hasta la fecha.No
obstante, el análisis de los precios se focaliza fundamentalmente en los
registrados durante los dos últimos años, 2006 y 2007.
A fin de poder
analizar la incidencia del entorno socioeconómico en la determinación del precio
suelo en Bahía Blanca, fue necesario procesar información socioeconómica
adecuada. Para ello, se analizaron datos obtenidos del Censo Nacional de
Población, Hogares y Vivienda del año 2001, a partir de los cuales –mediante
su procesamiento con un SIG- se elaboraron mapas temáticos sobre la distribución
de los estratos socioeconómicos en el espacio urbano, según el índice de
privación material de hogares (IPMH) y la presencia de necesidades básicas
insatisfechas (NBI).
Por otra parte, se complementó el estudio cuantitativo de los
datos censales, con el análisis de la distribución espacial de los asentamientos
irregulares y los conjuntos habitacionales.
2. La estructura de precios y el mercado del suelo urbano
El suelo
urbano es un bien escaso, que tiene un valor de uso y un valor de cambio. El
primero se refiere a su utilidad, como soporte de distintas actividades humanas,
y el segundo expresa –según Adam Smith- “la capacidad que para la compra de
otros artículos proporciona la posesión de ese objeto” (En Harvey, D., 1979:
159).
Puesto que
constituye un bien de consumo y un activo de carácter indestructible, puede
esperarse la generación de ingresos, mediante su uso o arrendamiento. Por lo
tanto, el valor de la tierra urbana se define como el flujo actualizado de renta
neta esperado, que varía en función de las expectativas. Éstas dependen de la
situación económica general, la perspectiva de desarrollo urbano y también del
grado de conocimiento que se tenga del mercado, entre otros factores (CIDU-IPU,
1981: 2).
En una
economía de libre mercado, la ley de la oferta y la demanda determina el precio.
No obstante, debido a la singularidad del mercado de tierras, esta ley no
funciona como en otros bienes. Si bien existe una relación causal desde el punto
de vista económico entre la expansión de la demanda y el incremento de los
precios de los terrenos (ley de demanda), el aumento de la oferta de suelo
urbano no garantiza una declinación de los valores.
Dentro de
este contexto, existe un debate teórico sobre la importancia que tiene la oferta
y la demanda en la formación de los precios del suelo urbano. Mientras que
algunos autores afirman que la explicación se encuentra del lado de la demanda,
otros sostienen que los factores de la oferta determinan fundamentalmente los
valores de la tierra.
Teniendo en cuenta la variedad de factores
intervinientes, resulta complejo delimitar la incidencia particular de cada uno
de ellos en el mercado del suelo, puesto que si bien operan con distinta
intensidad, lo hacen en forma combinada. En otras palabras, tanto los atributos
diferenciales de los terrenos (oferta), como la demanda que existe sobre un
sector de la ciudad, explican la formación de precios y su comportamiento, no se
trata de factores excluyentes, sino de variables que participan de alguna manera
en su determinación. El peso de cada uno de ellos dependerá de la situación o
caso particular de análisis, por la tanto resulta difícil establecer una “ley
científica” aplicable indistintamente a cualquier paño de terreno, e incluso a
cualquier espacio y sociedad.
En la
mayoría de los casos se evidencia un desarrollo urbano en torno a un área
central a partir de la cual se estructuran los precios de la tierra. “La
estructura funcional de las ciudades y la estructura de precios de la tierra
asociada a ésta tiene claros orígenes históricos.” (Trivelli, 1985: 65). En este
sentido, se destaca la decisión de localización de las principales instituciones
político-administrativa, la inversión pública en infraestructura urbana, las
vías del ferrocarril y las estaciones, los puertos y sus instalaciones, la
definición de la red vial y los espacios públicos, entre otros aspectos que en
el transcurso del tiempo han incidido en el desarrollo y configuración de los
distintos asentamiento humanos.
El centro
principal de la ciudad generalmente registra los mayores valores del suelo
debido a la concentración de la demanda y la competencia de los distintos usos
por este espacio. La jerarquía de las funciones político-administrativas, de
servicios y comerciales instaladas en este espacio se vincula a su poder
económico. De este modo, las exigencias de localización central y la disposición
real a pagar elevan los precios del suelo por sobre cualquier otro espacio
urbano, en función de la importancia de la ciudad y del volumen de negocios que
se efectúa en ella (Trivelli, 1985: 66).
A
partir del área central se generan gradientes hacia la periferia; sin embargo,
su comportamiento es diferente según la dirección que se tome, en función del
uso del suelo, y el entorno urbano y socioeconómico dominante en los distintos
sectores de la ciudad. Es decir, el gradiente de precios del suelo urbano
asociado a una distancia creciente al área central no se cumple necesariamente
en situaciones en que varía la capacidad de pago de los usuarios (Sabatini,
1982: 10). En este sentido, los valores del suelo urbano distan mucho de adoptar
una típica estructura de cono invertido, como postulan los modelos teóricos.
Una de las
explicaciones sobre los factores intervinientes en la determinación de la
estructura de valores de la tierra urbana hace referencia a los atributos diferenciales
de los terrenos y reconoce la participación de distintas variables. El valor de
un predio urbano, exceptuando su valor agrícola y los costos de urbanización u
otras mejoras incorporadas, se explicita -en gran medida- como consecuencia de
elementos externos a la parcela, que escapan al control del propietario
individual: condiciones físicas, sociales y ambientales del barrio, dotación de
vialidad y accesibilidad respecto al centro y subcentros relevantes, ubicación
relativa dentro de la ciudad, entre otros factores (CIDU-IPU, 1981: 11). “Para
la mayoría de los suelos urbanos –afirma Trivelli-, su valor comercial se
determina en buena medida por variables de contexto que constituyen
externalidades para cada uno de ellos.” (Trivelli, 1981: 47).
Algunos
investigadores sostienen que los factores determinantes de la estructura de
precios de la tierra urbana se vinculan fundamentalmente a la demanda de
terrenos. “El precio dependerá –opina Sabatini- de cuánto puede pagar, de
acuerdo a sus ganancias o ingresos, las actividades o personas interesadas en
ocupar el suelo.” Agrega –citando a Topalov- que como se trata de un bien
natural que no tiene costo de producción, no existe “un referente objetivo (de
oferta) para fijar su precio.” (Sabatini, 1982: 26). En este sentido, el autor descarta las diferencias de “calidad
urbana” (base de las rentas diferenciales) como variable explicativa de los
montos de los precios, y destaca la relevancia que tienen la demanda de suelo y
su distribución por áreas internas de la ciudad, según tipos de uso y capacidad
de pago (Sabatini, 1982: 33).
La
estructura de los precios de la tierra urbana está fuertemente vinculada a las
demandas de suelo de las distintas actividades y, por ende, a la estructura
funcional de la ciudad. En otras palabras, “son las tendencias locacionales de
las actividades privadas (comercio, industria, residencias, etc.) las que con su
implantación espacial codeterminan una estructura social, físico-funcional y
económico-espacial que se manifiesta directamente en los valores del suelo.”
(CIDU; 1981: 11).
En síntesis, los
factores considerados más relevantes en la formación y estructura de los precios
de suelo urbano según la literatura específica, y también reconocidos en la
práctica inmobiliaria, son:
§ centralidad: El
suelo urbano es más caro en las áreas centrales no porque supone un ahorro en
desplazamientos, sino fundamentalmente debido a la concentración de diversas
actividades (administrativas, comerciales, de servicios, etc.) y la demanda
(competencia) por este espacio que recibe un flujo intenso de personas y medios
de transporte.
§ accesibilidad:
“dice relación con la capacidad de desplazamiento de la población en el espacio
urbano y su posibilidad de llegar a los lugares centrales.” (Trivelli, 1985:
54). Este factor, expresado en términos de tiempo de transporte y movilidad,
influye más en la formación del valor del suelo urbano que la distancia al
centro en kilómetros, puesto que una mejor y más rápida accesibilidad supone la
reducción de costos, en tiempo y dinero.
§ entorno
socioeconómico: la capacidad de pago de las actividades (usos) y el nivel
socioeconómico de los grupos que se instalan o demandan localizarse en un
espacio inciden directamente en la determinación de los valores del suelo del
lugar.
§
acciones públicas: el Estado
interviene en el mercado de suelo mediante diferentes mecanismos de intervención
directa, y en algunos casos indirecta, como las políticas macroeconómicas, que
inciden en los precios de la tierra urbana, la dinámica inmobiliaria de las
ciudades y, en definitiva, en la distribución socioespacial de la población.
Entre los primeros, cabe mencionar la normativa urbana, las inversiones en
infraestructura, equipamiento y vivienda, y los sistemas de tarifas de los
servicios públicos, entre otros.
§
demandas locacionales:
Las distintas actividades compiten, según
requerimientos locacionales y solvencia económica, por ocupar distintos sectores
de la ciudad. La concentración de la demanda en ciertos puntos, a fin de
aprovechar las externalidades de tal localización, incide directamente en la
estructura de precios de la tierra urbana. El efecto de la demanda sobre los
valores de suelo guarda relación con el tipo de uso que se trate, de su
flexibilidad locacional y del grado de control de mercado que le confiere la
ubicación deseada.
3. El
entorno socioeconómico como factor explicativo de los precios del suelo
urbano
El entorno
socioeconómico constituye –como se señalara anteriormente- un fuerte factor
explicativo de la estructura de valores de la tierra de una ciudad. Así se
reconoce en la bibliografía específica sobre el tema y se ratifica en el
quehacer inmobiliario. En este sentido, los agentes inmobiliarios a la hora de
explicar las diferencias de valores entre sectores citan el nivel socioeconómico
de la población como una variable fundamental en la determinación del precio de
suelo. Sin duda las disparidades de solvencia económica se reflejan en la
calidad urbana del espacio y en el prestigio social de las diferentes áreas, y
además representan un aspecto importante evaluado por las familias y empresas al
momento de decidir una localización residencial o de otras actividades
(inversiones comerciales, de equipamiento,
etc.).
En efecto, la
capacidad de pago de las actividades (usos) y el nivel socioeconómico de los
grupos que se instalan o demandan localizarse en un espacio incide directamente
en la determinación de los precios del suelo del lugar. A su vez, el valor de la
tierra implica una diferenciación socioeconómica espacial dada por la
posibilidad de acceder al suelo y/o vivienda de acuerdo al nivel de ingresos de
la población; es decir, determina el patrón locacional de los distintos
sectores sociales según su solvencia económica.
Como se mencionara
anteriormente, este trabajo pretende abordar la caracterización del entorno socioeconómico como factor
explicativo de los precios del
suelo urbano y el efecto de la estructura de valores en la diferenciación
socioespacial del crecimiento urbano en Bahía Blanca.
Figura 1

En primer lugar,
resulta interesante considerar, a modo de antecedente, el estudio de la
estructura socioeconómica de Bahía Blanca realizado por la Dra. Nidia Formiga (2000) en su tesis doctoral. Mediante el
análisis de los datos censales de 1991 e información suministrada por
instituciones de enseñanza de la ciudad, Formiga definió cuatro estratos
socioeconómicos a partir de la categoría ocupacional y el tipo de ocupación del
jefe de familia.
Al observar la
estructura socio-ocupacional de la ciudad del año 1991 (Figura 2), se puede
apreciar que el estrato superior se concentra en el microcentro y parte del
macrocentro de
la ciudad, los barrios parque Palihue y Patagonia, y el sector correspondiente
al Barrio Espora donde reside el personal militar y civil de la Base Aeronaval Cte.
Espora y la Base
Naval Puerto Belgrano. El estrato medio-alto se localiza
rodeando al superior, destacándose por un lado, en el sector norte, los barrios
próximos al eje de Avenida Alem; y por el otro, más allá del precinto delimitado
por las vías del ferrocarril, el Barrio La Falda enfrentado al Palihue y el sector
central de Villa Mitre. Por
su parte el estrato medio rodea al anterior, evidenciando una clara extensión
hacia el sector norte y noreste del área periurbana; en tanto el estrato bajo
ocupa el resto de la periferia y la localidad portuaria de Ingeniero
White.
Si
bien se considera que durante el último período intercensal la ciudad sufrió
importantes transformaciones, especialmente en ciertos sectores de la periferia,
se puede decir que la distribución socioeconómica de la población en el espacio
conserva en general su estructura, y en todo caso, acentuó ciertas
tendencias.
Figura 2

Antes de realizar
el análisis de los datos censales, resulta conveniente observar la distribución
espacial de los
asentamientos precarios e irregulares en la ciudad (Figura 3), en tanto guarda una
estrecha relación con la presencia de indicadores sociales críticos de NBI y
privación material de hogares. Se puede apreciar que, establecidos en tierras
fiscales o de particulares, ocupan una localización periférica en la trama
urbana bahiense, donde predomina el estrato socio-ocupacional bajo. Se
identifican dos grandes focos. Un primer agrupamiento se halla en el sector
oeste-sudoeste de la ciudad, conformando “un área que le imprime a todo el
sector una condición de marginalidad que pesa en su integración y desarrollo con
las áreas circundantes” (Formiga, 1997). El segundo se ubica en dirección sur y
presenta la particularidad de que se desarrolla siguiendo el curso del Arroyo
Napostá que, al actuar como eje, ha inducido la continuidad espacial de las
distintas villas sobre sus márgenes y zonas aledañas. Los asentamientos
restantes se encuentran distribuidos de forma dispersa. En los casos que aún no
se ha regularizado la tenencia de la tierra, la precariedad dominial, la escasez
de recursos y el carácter “temporario” e irregular de su solución habitacional
explican –entre otros factores- la construcción deficitaria de los hogares, las
carencias de servicios públicos y en definitiva, las condiciones de
habitabilidad de estos sectores.
A fin de obtener
una aproximación a la actual distribución espacial de la población según las
condiciones socioeconómicas en Bahía Blanca, se utilizaron como indicadores
proxy las necesidades básicas insatisfechas (NBI) y el Índice de Privación Material de Hogares
(IPMH), según datos censales del
año 2001.
Los radios
censales comprendidos en el análisis de este trabajo involucran un total de
85.340 hogares, de los cuales 5.847 (6,85%) registran necesidades básicas
insatisfechas. Se observa una alta concentración hogares con NBI (25,5-39%) en
el borde sur y oeste de la ciudad (Figura 3), donde se localizan un conjunto de
asentamientos precarios y familias predominantemente de escasos recursos.
Asimismo se destaca en el sector este, un radio censal con 27% de los hogares
con NBI, que corresponde al asentamiento Stella Maris. El rango de 14-25,5% de
hogares con NBI verifica una localización también periférica en la trama urbana
consolidada, en general asociada a la presencia de asentamientos en tierras
públicas o privadas, y en distinto grado de avance en el proceso de
regularización.
Figura 3

En cuanto al índice
de privación material de los hogares, el 27,15 % de los hogares de Bahía Blanca
verifica algún tipo de privación (patrimonial, de recursos corrientes o
convergente). A fin de obtener una aproximación a la distribución espacial de la
población de mejores condiciones socioeconómicas, se analizó la variable de
hogares sin privación. Como se puede observar en la Figura 4, las áreas con altos
porcentajes (82,7-95,2%) de hogares sin ningún tipo de privación material
corresponde a los radios censales céntricos, Villa Mitre y los barrios de mayor
prestigio social (Palihue, La
Falda, Santa Margarita y el Barrio Parque Patagonia en la
periferia).
Figura 4

En el
rango opuesto, 5
a 32% de hogares sin privación, se destaca nuevamente el
borde sur y oeste de la ciudad como el área de condiciones socioeconómicas
críticas, correspondiente a los radios donde se ubican familias de escasos
recursos y asentamientos precarios (Bajo Rondeau, Villa Nocito, Vista al Mar,
Saladero, Spurr, Ferro, etc.). En este sentido, también se identifican los
asentamientos Miramar y Stella Maris en el borde noreste y este de la trama
urbana consolidada.
Como se puede
observar, en general existe coincidencia en cuanto a la distribución
espacial de la población según la condición de necesidades básicas insatisfechas
y la privación material de los hogares. Durante los años posteriores al Censo 2001,
esta distribución no ha variado sustancialmente, sin embargo ha manifestado una
tendencia de aumento de la población del estrato superior y medio alto en el
sector norte y noreste de la periferia, es decir, un proceso de suburbanización
de los grupos de mayor solvencia económica. Ello se debe fundamentalmente al
crecimiento residencial en los alrededores del Barrio Parque Patagonia, así como
también la radicación de dos urbanizaciones cerradas sobre la Ruta Nacional Nº 33 y
el Camino de Circunvalación (Bosque Alto y Solares Norte). También se manifiesta
en el emplazamiento de loteos, vinculados a la imagen de suburbio verde, como
San Ignacio, Las Acacias, Parque Norte, Las Calandrias, Las Cañitas, que
se ubican preferentemente en el sector norte y noreste, destinados a familias de
nivel de ingreso medio-alto y alto.
Dentro de
este contexto, como se mencionara anteriormente, también resulta conveniente
considerar la localización de los conjuntos habitacionales edificados por
distintas entidades intermedias e instituciones públicas en la ciudad (Figura 4). La gran mayoría se encuentra más
allá del precinto delimitado por las vías del ferrocarril y el Canal Maldonado,
a una distancia mayor de 3
km de la Plaza Central donde el valor
del metro cuadrado de suelo resulta comparativamente menor y donde la
zonificación urbana lo permite. Se destacan algunas áreas de mayor
concentración: un primer agrupamiento se ubica en el sector noroeste, entre las
calles Don Bosco y Avenida Alem; el segundo en la localidad de Ingeniero White,
cercano al Parque Industrial y Polo Petroquímico; y el tercero en el sector sur,
entre las vías del ferrocarril y la calle Ecuador. El resto de los denominados
barrios planificados se halla
más disperso, no obstante se destaca en el sector este, las localizaciones
próximas al Camino Circunvalación Interna. En cuanto al nivel socioeconómico de
las áreas donde se encuentran emplazados los conjuntos habitacionales,
corresponden mayoritariamente al estrato medio y bajo, y los hogares presentan
diversas condiciones en cuanto a privación material y satisfacción de las
necesidades básicas. La concentración de emprendimientos habitacionales en
ciertos sectores ha generado la conformación de áreas relativamente homogéneas
desde el punto de vista socioeconómico, morfológico y urbano, que inciden en la
valorización del suelo.
Si bien las
distintas formas y dimensiones de los radios censales imprimen cierta distorsión
a la distribución socioeconómica de la población en el espacio, especialmente en
la periferia, se puede afirmar que existe relación entre los valores del suelo
urbano y la estructura social de la ciudad. Resulta interesante entonces, analizar
algunos ejemplos sobre la
importancia del nivel socioeconómico como factor explicativo de los valores del
suelo, sin desconocer la intervención de otras variables en la determinación de
la estructura de precios.
Figura 5

El
Barrio Parque Palihue, localizado junto al Club de Golf y las vías de
ferrocarril, se destaca por su calidad y nivel socioeconómico. Constituye, junto
a Altos de Palihue, una de las áreas de mayores ingresos y prestigio de la
ciudad. Suele verificarse una asimetría de valores en la
estructura de precios del suelo hacia una zona de la ciudad, donde se desplaza
la población de mayores ingresos. En el caso de Bahía Blanca, se
encuentran en Palihue –así lo reconocen los agentes inmobiliarios- los terrenos
para uso residencial de mayor valor comercial, debido al precio del metro
cuadrado y la superficie de los lotes, generalmente superior a
1000
m2.
El
Barrio La Falda,
adyacente a Palihue, también se caracteriza por viviendas de excelente calidad y
hogares de estrato medio-alto. En el año 2006 registró valores que oscilaban
entre $220 y $410/m2,
a pesar de la proximidad del asentamiento Miramar, instalado en el imaginario
colectivo como una zona socialmente conflictiva, y la presencia de las vías del
ferrocarril y entubado del Arroyo Napostá que dificultan en cierta medida su
accesibilidad.
En
el Barrio Parque Patagonia el precio promedio del metro cuadrado de suelo es $
196. Este barrio, de trazado radioconcéntrico y gran forestación, nació en la
década de 1950 como un loteo suburbano de segundas residencias en la zona alta
(70 m
sobre el nivel del mar) del noreste de la ciudad. Durante los años 90 manifestó
un importante crecimiento de viviendas permanentes de familias de ingresos
medio-altos, favorecido por la concreción de importantes vías de comunicación
-el Camino de Circunvalación y la Avenida de Penetración Alberto
Cabrera (ex Sarmiento)- que mejoraron la accesibilidad del lugar. A ello se sumó
la radicación de Wal Mart y dos shopping centres sobre esta avenida
que otorgaron a esta arteria un mayor protagonismo y dinámica.
Se
puede observar que este sector de la periferia bahiense se destaca dentro de la
estructura social como perteneciente a un estrato socio-ocupacional superior, y
no registra prácticamente hogares con NBI o privación material.
La escasez de lotes vacantes en el Barrio Palihue, unido a que éste
“se ha hecho un poco inalcanzable” –según la opinión vertida por un operador
inmobiliario-, contribuyó a incrementar la demanda residencial y la percepción
de Patagonia y alrededores como una alternativa interesante. En este sentido, una vez saturada la
disponibilidad de terrenos en el Barrio Palihue y su extensión denominada Altos
de Palihue se produjo una discontinuidad locacional del estrato de ingresos
medio-altos y altos, afectando los precios en espacios suburbanos (Trivelli,
1985: 71). De forma similar, cuando los terrenos vacantes en Patagonia
comenzaron a escasear a fines de los años 90 y el precio había registrado un
importante aumento, la demanda se volcó hacia las inmediaciones, en el sector
comprendido entre la
Avenida de Penetración Alberto Cabrera y el barrio parque,
afectando los valores de su entorno, que en el año 2007 ascendían a
$120-150/m2.
Por su
parte, el Club de Campo Bosque Alto -localizado en la periferia norte de la
ciudad, sobre el camino de Circunvalación- explica la presencia de una zona de
mayor avalúo ($130-150/m2) en un entorno de menor valorización. Del
mismo modo ocurre en el Barrio cerrado Solares Norte, también ubicado sobre
la Avenida de
Circunvalación, donde los valores oscilan entre
$120-220/m2.
Otro ejemplo a señalar es el Barrio Universitario; se trata de un
importante barrio en el macrocentro de la ciudad, próximo a la Universidad
Nacional del Sur, que se destaca por la excelente calidad de
las viviendas. El entorno socioeconómico medio-alto y alto, la cercanía al
microcentro, sumado al perfil de la edificación, explican –entre otros factores-
los valores registrados en este sector de la ciudad ($1100/m2). Cabe
señalar que este barrio ha experimentado una demanda creciente de terrenos para
la construcción de pequeños edificios de departamentos para estudiantes
universitarios en paños de superficie reducida, situación que explica, en parte,
la valorización registrada en los últimos años. No obstante, siempre se destacó
por su alto valor en el mercado.
Los barrios Santa Margarita y San Cayetano, limitados por
la Avenida
Alem y Cuyo, se destacan como áreas residenciales de estrato
medio-alto, que ubicadas más allá del Canal Maldonado registran valores
unitarios del suelo semejantes a otros sectores del macrocentro ($180-300/m2),
como el Barrio Kilómetro Cinco ($150-280/m2).
En
contraposición, el entorno inmediato a la Avenida de Circunvalación Interna
(Indiada) se caracteriza por el predominio de los estratos medio y bajo, un 23%
de hogares con NBI y 50% con privación material, viviendas de menor calidad, la
presencia de conjuntos habitacionales, y la cercanía –en algunos casos- de
asentamientos irregulares. Si bien el sector consolidado al interior de la
circunvalación cuenta con los servicios básicos, el precio del suelo ronda en
promedio $ 66/m2, valores comparativamente menores que el sector
noreste. Más allá de la circunvalación, en Villa Muñiz –definido como “barrio
obrero” por un agente inmobiliario-, el metro cuadrado en el mercado
generalmente no supera $40.
En el sector norte,
en el entorno inmediato de la
Avenida Alem y próximo al Camino
Sesquicentenario, ejes estructurantes del sistema circulatorio de la ciudad,
donde predomina el estrato medio-bajo y un 35% de los hogares sufre algún tipo
de privación material, el precio del suelo fluctúa entre $32 y
$93/m2. Del mismo modo, la zona más baja, cercana a la Avenida de Acceso Sur a
Puertos y al estuario de la bahía, en el sudoeste de la periferia bahiense, los
valores registrados en el año 2007 rondaban los $60/m2. Asimismo, en
el sector oeste de la ciudad, entre las calles Don Bosco y Castelli, los valores
oscilan entre $45 y $75/m2. En este sector predomina el estrato
socio-ocupacional bajo, un 50% de los hogares registra algún tipo de privación y
se concentran un conjunto importante de barrios planificados que le otorgan un
perfil particular al área. En efecto, al observar los precios del suelo
en sectores próximos a zonas residenciales de menores recursos y asentamiento
precarios, se puede apreciar que éstos no superan $75/m2.
En definitiva, el
precio del suelo depende –en gran medida- de los ingresos de quienes son y serán
sus ocupantes. Un operador inmobiliario de la ciudad de Bahía Blanca
afirma que “El entorno social es fundamental en la determinación del precio. No
es lo mismo una zona de clase media a un barrio obrero. (...) En la periferia (a
50 cuadras del área central) en general los valores no han variado debido a que
en estos sectores se localiza población de escasos recursos y eso incide en el
valor de la tierra”. En definitiva, ello demostraría que valor del suelo se determina en gran medida
en función de lo que sobre él se puede construir; valdrá más si sobre el se
pueden construir viviendas de alto estándar que si será destinado a la
edificación de viviendas de interés social. Esta situación se hace quizás más evidente en
áreas de expansión donde en algunos casos se registran valores comerciales del
suelo relativamente elevados con relación a sectores más consolidados u otras
zonas periféricas, no obstante, de menor nivel socioeconómico.
En este
sentido, a tal punto es la importancia del entorno socioeconómico en la
determinación del precio suelo, que la injerencia de otros factores como
accesibilidad, distancia al centro, disponibilidad de servicios básicos y
equipamiento, etc., puede ser -en cierta medida- relativizada, alcanzando
valores comparativamente altos con relación a otros sectores de la ciudad. Así,
por ejemplo, el valor comercial del metro cuadrado en Patagonia oscila entre
$150 y $230/m2, e incluso se ha registrado hasta $330/m2,
tratándose de una urbanización localizada a 4,5 km de la plaza central, que aún no
dispone de desagües cloacales y algunas calles son de tierra; en tanto, algunos
terrenos ofrecidos en sectores más cercanos al macrocentro presentan valores
unitarios que rondan estos precios, sin embargo cuentan con la totalidad de los
servicios básicos, proximidad al equipamiento central, mejor cobertura del
transporte público, etc.
Resulta oportuno
aclarar que la calidad ambiental y paisajística de la zona alta de Bahía
Blanca le otorga un valor intrínseco a estas tierras, que se intensifica con el
deseo creciente de “vivir en contacto con la naturaleza”.
Es
importante considerar que el valor del suelo no sólo resulta afectado por el
nivel de ingreso de las familias/usos demandantes de un espacio, sino que
también actúa a modo de “filtro” seleccionando quienes pueden acceder a ese
submercado; es causa y efecto de la distribución espacial de los usuarios según
su capacidad económica. García Bellido sostiene que el precio del suelo “es el
mecanismo que permite ajustar la jerarquía social a la división social del
espacio.” (García Bellido, 1982: 61).
Se puede
concluir que “La segregación residencial constituye, entonces, un resultado
esperable en el marco de una libre operatoria del mercado del suelo, la cual
puede verse reforzada por las normas y las decisiones adoptadas por el sector
público. (...) el mercado de suelo la canaliza, la estimula y la acentúa.”
(Trivelli, 1982: 15).
4. Efecto
de los precios del suelo en la diferenciación socioeconómica y espacial del
crecimiento urbano.
Luego de
analizar el entorno socioeconómico como factor explicativo de la estructura de
precios del suelo urbano en Bahía Blanca, se cree conveniente reconocer las
consecuencias sociales y espaciales que tienen la estructura de valores y la
operatoria del mercado de tierras en el desarrollo de la ciudad. En este caso se
abordará uno de los aspectos más relevantes de esta problemática: la
diferenciación socioeconómica y espacial del crecimiento.
Resulta
interesante señalar entonces la analogía que realiza David Harvey entre el
mercado de vivienda con un stock fijo y el proceso de ocupar secuencialmente los
asientos en un teatro vacío, comparación que también puede aplicarse al mercado
de suelo urbano. “El primero que entre tendrá n posibilidades de elegir, el
segundo tendrá n-1, y así sucesivamente hasta que el último no tenga ninguna
posibilidad de elección. Si los que entran para ocupar el teatro lo hacen por
orden de capacidad de licitación, entonces aquellos que tengan dinero tendrán
más posibilidades de elección, mientras que los más pobres ocuparán los asientos
que queden después de que todos los demás hayan escogido sitio.” (Harvey, D.,
1979: 176). En palabras de Martim Smolka, “para las capas de bajo ingresos,
difícilmente se podría concebir su decisión respecto de la localización
residencial como de `libre arbitrio´. (...) a esas poblaciones sólo les toca el
espacio residual, usualmente el más periférico.” (Smolka, 1981: 87).
Es dable
agregar a tales afirmaciones que los espectadores de mayor poder adquisitivo
podrán elegir los mejores lugares del teatro (generalmente los más caros),
mientras que las personas de menores ingresos probablemente no podrán afrontar
el valor de la entrada, y por lo tanto no accederán al recinto. En definitiva,
los precios de la tierra determinan quienes acceden al mercado del suelo y
quienes quedan fuera de él.
Como es de esperar los valores inmobiliarios implican una
diferenciación socioespacial, puesto que sólo aquellas personas que gozan de un
nivel de ingreso acorde al precio de la tierra podrán acceder formalmente a
ella. En este sentido, la
estructura de valores del suelo urbano “no sólo es causa y consecuencia de la
estructura social que prevalece en las ciudades, sino que además constituye el
principal elemento de acentuación y propagación del mismo fenómeno.” (Trivelli,
1987: 18).
De este
modo, los grupos sociales tienden a ocupar el espacio de acuerdo a su capacidad
de pago, favoreciendo la conformación de áreas residenciales relativamente
homogéneas en su interior y diferenciadas entre sí.
El
desplazamiento de población del estrato medio-alto hacia la periferia,
fundamentalmente en el sector norte-noreste de Bahía Blanca, ha dado lugar a un
importante crecimiento residencial en el área, así como también la aparición de
desarrollos inmobiliarios, como loteos tipo barrio parque y urbanizaciones
cerradas. Este proceso incide en la valorización del espacio, convirtiéndose
esta franja de la ciudad en un submercado de suelo orientado principalmente a la
población de este nivel de ingresos.
Los precios del
suelo en este sector de la periferia bahiense y la superficie predial mayor
implican un poder absoluto de pago superior. De este modo, los grupos más solventes que optan por este espacio
están dispuestos a pagar -según Samuel Jaramillo- un “impuesto privado” para
acceder a los terrenos con carga social positiva. “Aparece así un escalonamiento
en los precios del suelo (refracción, por supuesto, del precio de los
inmuebles), concomitante con el poder de compra de los ocupantes de las diversas
secciones del territorio urbano.” (Jaramillo, 1996: 66).
Resulta
importante considerar que la diferenciación socioespacial se ve favorecida por
la normativa urbana que establece el residencial parque de densidad
baja como uso dominante en la zona alta de la ciudad, donde además se
concentra la mayor disponibilidad de tierras
urbanizables. Se podría decir que el tipo de uso del suelo y la subdivisión mínima
confieren al área cierto carácter de “reserva” para sectores medios y
medio-altos. Ello se refleja en valores de la tierra relativamente mayores, que
unido a la dimensión predial, representan una clara limitante de acceso a estos
terrenos, de acuerdo a la capacidad económica.
Por su parte, la
zona de uso residencial mixto que compatibiliza las áreas de vivienda con
industria-taller y comercio, se localiza en el sector bajo, en la franja
oeste-sudoeste-sur de la ciudad. En tanto las zonas centrales (C1, C2 y C3) y
residenciales (R1 y R2) se ubican en la franja intermedia. En
efecto, la estructura funcional establecida por la normativa incide en la
estructura de valores del suelo urbano y en la distribución socioespacial de la
población.
En este
sentido, Jaramillo advierte sobre el juicio que “imagina la segregación
socioespacial como el resultado exclusivo de la reglamentación urbana (...). Las
reglamentaciones tipo zonning y tal vez otras a través de medios indirectos,
pueden contribuir a acentuar la segregación, pero la eliminación de la
intervención estatal sobre el uso del espacio, está lejos de suprimirla. Esta
existe espontáneamente en el capitalismo (...).” (Jaramillo, 1996: 68). Al
respecto, Geisse y Sabatini sostienen que “Las normas que prevalecen son en su
mayoría de efectos ‘excluyentes’ o ‘prohibitivos’ (normas de tamaño mínimo de
lotes, exigencias mínimas de edificación y urbanización, etc.). El carácter
prohibitivo de tales medidas contribuye a elevar el prestigio social y la
exclusividad de ciertas zonas.” (Geisse y Sabatini, 1980:
76)
En
contraposición a lo que ocurre en el sector norte-noreste, aquellas áreas de la
periferia urbana que no registran una demanda de tierras por parte de los grupos
más solventes –y por ende tienen menor valor-, son ocupadas por la población de
estrato medio y medio-bajo. Ello sucede fundamentalmente en el sector noroeste y
parte del este, que también constituyen la alternativa de localización de los
conjuntos habitacionales, por el precio de la tierra y la zonificación urbana.
Los planes de vivienda ofrecen facilidades de pago que posibilitan el acceso al
techo propio, principalmente para aquellas familias –generalmente no sujetos de
crédito- que no pueden acceder individualmente a una solución habitacional a
través del mercado, es decir, no pueden afrontar la adquisición de una vivienda,
o la compra de un terreno y luego los gastos de
construcción.
A ello se suma las
soluciones habitacionales irregulares de un número creciente de familias –dado
el incremento de los niveles de indigencia y desempleo-, incapaces
económicamente de acceder a la tierra y la vivienda; para ellos las tierras
públicas ociosas -por ejemplo de Ex Ferrocarriles Argentinos- constituyen
un espacio libre donde pueden asentarse. Estas áreas, caracterizadas por las precarias
condiciones de habitabilidad, se localizan principalmente en la franja
oeste-sudoeste-sur de la ciudad, donde la dinámica inmobiliaria formal es
significativamente menor. Estos terrenos más baratos presentan peores
condiciones en términos de calidad urbana, dotación de infraestructura y
equipamiento, accesibilidad y articulación con la ciudad; y no por casualidad
concentran los hogares más desposeídos del medio urbano (Trivelli, 1987: 15).
El acceso
de la población pobre al suelo urbano ha enfrentado tradicionalmente dos
importantes restricciones: la ilegalidad de la ocupación de tierras y las
localizaciones periféricas -con infraestructura y equipamiento insuficientes-
que terminan convirtiéndose en bolsones de pobreza. Ello ha contribuido
históricamente a acentuar los problemas de inseguridad económica, precariedad
física, desventajas urbanas y estigmatización social de estos grupos (Sabatini y
Smolka, 2001: 6). Por tales motivos, estas áreas de la ciudad no despiertan el
interés de los inversores privados, ni logran atraer a la población de un mejor
poder adquisitivo. De este modo, “la limitante que imponen las condiciones
socioespaciales imperantes tiende a reproducir la estructura social existente a
través de la operatoria del mercado de suelo.” (Trivelli, 1982: 19). En estas
condiciones, necesariamente requieren de la intervención y asistencia del Estado
para mejorar su calidad urbana y de vida, y así romper este “círculo vicioso”.
Samuel Jaramillo
manifiesta que la especialización en la ubicación de los grupos sociales en
partes del territorio “debe acarrear contrastes más o menos intensos en el nivel
del aprovisionamiento de bienes inmobiliarios, tanto de tipo individual
(características de vivienda, por ejemplo), como colectivo (infraestructura
urbana, espacios públicos, culturales, de recreación, etc.).” (Jaramillo, 1996:
69). En este sentido, la diferenciación socioespacial se acentúa en
función de un comportamiento selectivo de las inversiones de capital -como ha
sucedido sobre el eje de crecimiento de la
Av. Alberto Cabrera-, que también contribuye a mayores valores
relativos de la tierra. La localización de los shopping, hipermercados, hotel, concesionarias de autos,
etc., constituyen una muestra de ello.
Como
afirma Trivelli, la segregación residencial no sólo se vincula al prestigio que
subjetivamente se le asigna al espacio, sino que también, con una serie de
aspectos que objetivamente diferencian la calidad física y funcional de los
barrios. “Estas diferencias guardan relación con los servicios y funciones que
presta el sector privado, los que obviamente se localizan en función de la
potencialidad de los mercados, estableciendo un nivel de servicios diferencial
según la distribución espacial del ingreso.” (Trivelli, 1981:
57).
Para concluir, se
estima –si se quiere a modo de hipótesis, puesto que no se realizó un estudio
empírico- que existe una tendencia a consolidar un patrón de segregación “a gran
escala” -es decir, a nivel de grandes sectores- en el proceso de crecimiento
urbano de Bahía Blanca.
En este sentido,
se observa que los estratos alto y medio-alto tienden a concentrase en el norte
y noreste de la periferia bahiense (la zona alta); los grupos medio y medio-bajo
en el noroeste, parte del este y sudeste; y los pobres fundamentalmente en la
franja oeste-sudoeste-sur (zona baja) de la ciudad. Ello no implica que dentro de estas grandes áreas socialmente
homogéneas no resida población de un nivel de socioeconómico diferente,
especialmente en los sectores de mejores ingresos.
Al respecto, un
operador inmobiliario manifiesta que “Hay zonas que están como predestinadas para los grupos de
menores recursos, la zona sur; la zona cercana a Villa Rosas; el sector
oeste-sudoeste, pasando Don Bosco; la zona del Bajo Rondeau; el sureste; incluso
la calle Indiada (...).”
En
definitiva, la segregación a gran escala resulta favorecida por los precios del
suelo, la normativa urbana y la dinámica inmobiliaria de los distintos
submercados. El análisis de la consolidación de este patrón en el proceso de
ocupación de las tierras vacantes de la periferia de Bahía Blanca requiere
tiempo, y sin duda plantea el desafío de evaluar sus consecuencias, así como
también la definición de medidas tendientes a revertirlo.
Para concluir,
en general podría decirse que la pauta de localización del estrato alto “define
en alguna medida lo que sucede con los demás estratos y por su intermedio
condicionan la estructura de los precios de la tierra.” (Trivelli, 1985:
71).
En efecto, “el fenómeno de mayor trascendencia en términos del
mercado de suelos es la segregación residencial según estratos socio-económicos
(Trivelli, P., 1980). El mercado de suelo es causa y efecto de dicha
segregación” (En CIDU-IPU, 1981: 6).
5.
Reflexiones finales
Parece
existir antecedentes suficientes como para afirmar que la estructura de precios
de la tierra urbana está fuertemente determinada por el medio social y el nivel
económico de los diferentes usos, situación que se torna aún más evidente en la
franja periurbana.
Se ha analizado
como el entorno socioeconómico determina en gran medida el valor de la tierra,
relativizando incluso la importancia de otras variables, por ejemplo la dotación
de servicios y equipamiento, o la distancia al área central. En este sentido, el
precio del suelo en la periferia de la ciudad ocupada por el estado medio-alto
demuestra que éste no depende de los costos de transporte como plantean algunos
modelos teóricos, ni tampoco de la completa dotación de infraestructura urbana y
buen equipamiento, sino del nivel de ingresos de la población que la ocupa; es
decir, el valor de un terreno guarda relación con lo que sobre él se construye o
pueda construir. Las
áreas periurbanas donde se instalan los grupos solventes se valorizan, y ese
precio relativo mayor excluye de este submercado a otros sectores sociales o
actividades menos rentables. Es decir, el uso (en este caso, residencial de
altos ingresos) define el valor de la tierra, y a su vez el precio determina –en
gran medida- el futuro aprovechamiento del suelo.
Es dable
reconocer que las diferencias socioeconómicas se reflejan en la calidad urbana
de los distintos espacios y en el poder de atracción de las inversiones –en
materia de equipamiento y servicios- que a modo de círculo “virtuoso” refuerzan
los valores del suelo.
La presión de
demanda en determinados sectores de la ciudad afecta directamente los precios,
fundamentalmente cuando se trata de un uso de mayor solvencia económica.
Aquellas áreas que no experimentan una dinámica inmobiliaria como
ésta y una demanda
efectiva con capacidad de gasto, registran menores valores comerciales del
suelo.
Asimismo, se ha
analizado en el presente trabajo los efectos del mercado de suelo en el
desarrollo urbano de Bahía Blanca. La operatoria del mercado y los precios del
suelo conllevan una diferenciación socioespacial en el proceso de ocupación del
espacio, marcada por la
capacidad económica de la población para acceder a la tierra, que en el caso de Bahía Blanca
–como tantas otras localidades- se ve favorecida por la normativa urbana. De
este modo, el crecimiento de la ciudad en la periferia
evidencia cierta tendencia a consolidar un patrón de segregación a gran escala.
La morfología urbana acompaña este proceso mediante la conformación de áreas
diferenciadas: una periferia con una fisonomía de “suburbio verde” y unifamiliar
en el norte-noreste, una periferia más densa de conjuntos habitacionales y
viviendas de estrato medio y medio-bajo en el noroeste y este; y una periferia
pobre que crece fuera del mercado en el sector sudoeste y
sur.
Mientras ciertas
zonas experimentan una demanda inmobiliaria significativa que valoriza el suelo,
convirtiéndose en un submercado restringido para los grupos más solventes,
las dificultades
económicas crecientes de la población de menores recursos para acceder a la
tierra los aleja cada vez más del área central y de los sectores mejor
equipados.
La estructura de
precios supone la generación de una renta diferencial del suelo, que se
distribuye y apropia por los dueños de la tierra, que capitalizan las
externalidades positivas sin mediar en contrapartida un esfuerzo productivo
–exceptuando las mejoras realizadas sobre el terreno-. “La falta de intervención pública y la
exención tributaria de las ganancias obtenidas por la valorización del suelo
afectan la distribución de la renta y de la riqueza a favor de los propietarios
de terrenos, imponiendo una severa limitante a los sectores de menores ingresos
de la población para acceder a un lugar mínimo donde vivir, en la medida que los
terrenos quedan sometidos a procesos especulativos.” (Trivelli, 1982:
15).
Para concluir, resultan oportunas las palabras de un informe de las Naciones Unidas del año
1976, citado por distintos autores, “La tierra, por su carácter único y por la
importancia crucial que tiene para los asentamientos humanos no puede ser
tratada como un bien ordinario, controlado por individuos y sujeto a las
presiones e ineficiencias del mercado (...). La justicia social, la renovación
urbana y el desarrollo, el suministro de viviendas decentes y de condiciones
saludables para las personas sólo podrá lograrse si la tierra se usa en interés
de la sociedad en su totalidad.” (En CIDU-IPU, 1981: 12). Por tal motivo,
“... el manejo de los suelos
urbanos debe estar sujeto a un conjunto de herramientas jurídicas y económicas
para satisfacer objetivos de eficiencia económica, justicia social y
conservación del medio ambiente.” (Renard, 1994: 3).
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