Narrando la Región Metropolitana
de Buenos Aires como factor integrador

Pbro.
Dr. Gabriel F. Bautista
Arquidiócesis
de Buenos Aires
Comisión
de Medioambiente
Resumen
Buenos
Aires como megaciudad puede despertar una sensación de perplejidad en el
ciudadano vecino o en quien se acerca buscando un futuro. Esta perplejidad
proviene del encontrarse el ciudadano o urbanita meramente aglomerado en medio
de un laberinto caótico. En general, se proponen trabajos sobre la historia
urbana o sobre la naturaleza de Buenos aires. El enfoque de los planes urbanos
tampoco es suficiente para darle un sentido al habitar en Buenos Aires. Se hace
necesario una narración a gran escala e integradora de la historia y de la
naturaleza. El trabajo propone la narrativa del gran relato de la naturaleza y
de la historia instituyéndose mutuamente como una manera de recuperar el sentido
del lugar como morada donde es posible habitar y encontrar un sentido como
persona humana que busca la plenitud y la realización.
Abstract
Buenos
Aires is a megalopolis that can arose a feeling of perplexity in the citizen or
the urbanite that is piled up in the midst of a chaotic labyrinth. On the other
hand, the stories told about Buenos Aires, they usually tell the story of either
the history or the nature of Buenos aires. The perspective of the urban planning
is not enough to give meaning to this megacity. The article proposes to tell the
story of both nature and history in mutual connection as a way to restore the
meaning of place so as it is possible to inhabit and find meaning as a human
being in search of plentyness and satisfaction.
1.
Ante la perplejidad, la narrativa
No
sólo hay una gran perplejidad con respecto a la gobernabilidad y la gestión de
las regiones metropolitanas; también hay una cierta perplejidad en el modo de
comprenderlas porque representan una condición nueva de vida, nunca antes
experimentada. Estamos, pues, viviendo un cambio de matriz cultural tan fuerte
que no sabemos bien cómo encarar los desafíos que imponen las regiones
metropolitanas. Es cierto que la gestión de gobierno y la participación
democrática son muy importantes, pero no es suficiente. Parece que falta
reconocer que ante ciertas situaciones no sabemos bien cómo proceder; hay que
reconocer que estamos asistiendo a verdaderas mutaciones en la habitabilidad
humana de la
Tierra y que el mundo que hemos estado moldeando nos deja, al
menos por ahora, perplejos.
Podríamos
decir que estamos viviendo una revolución copernicana en el habitar humano.
Nunca antes asistimos a tamaños desafíos de poblaciones urbanas que desbordan
cualquier orden de magnitud conocido.
Las regiones metropolitanas constituyen un mundo que necesitan de la
construcción de consensos para ofrecerse como territorios donde es viable
habitar humanamente; donde es posible construir la morada que da significado a
la vida como una vida humana abierta a una realización personal plena, es decir,
cuerpo, mente y espíritu.
En
este trabajo nos proponemos mostrar la condición de posibilidad de un gran
relato que unifique este mundo tan caótico representado por las megaciudades.
Pero, ¿es posible crear y construir un gran relato, una narrativa que ayude a
superar el caos, “el desfasaje que existe entre el ciclo europeo de la ciudad y
el ciclo mundializado de los flujos urbanos que se materializa en metrópolis
gigantes, megapolis y ciudades mundo con frecuencia completamente fuera de
control” ? (Mongin, 2006: 204)
2.
La condición urbana
Según
Mongin (2006: 194), la actual condición urbana es la no-ciudad, como resultado
del predominio de los flujos sobre los lugares. Este autor aprecia varias
categorías, comenzando por una pérdida del paradigma de la ciudad europea y el
paso a la megalópolis como ciudad mundo por extensión espacial y expansión
demográfica; también menciona la ciudad global, la que está conectada con los
flujos mundializados y la metrópolis, la ciudad fragmentada y multipolar, que
sería el caso de Buenos Aires. Por otro lado, ya no sólo asistimos a la mayoría
mundial de población urbana, sino también a una continuidad geográfica de lo
urbano, que está en todas partes, esfumando la distinción clásica entre el campo
y la ciudad. “El caos, la tensión no son ya la condición mínima de la
experiencia urbana; han llegado a constituir la norma. Los flujos urbanos
construyen un mundo que puede oscilar entre dos extremos: la pérdida total de
tensión (lo veremos en el caso de las grandes megapolis) y la hipertensión”, representada en la
ciudad global replegada sobre sí misma (Mongin, 2006: 195).
En
efecto, las transformaciones de las grandes ciudades del mundo han sido de tal
orden de magnitud que hoy estamos habitando en una nueva condición urbana. La
ciudad antigua, la ciudad medieval, la ciudad renacentista y la industrial
estaban concebidas como lugares de hospitalidad y liberación, de realización
humana en los vínculos. Al respecto, dice Olivier Mongin (2006: 193): “las
consecuencias que tiene la tercera mundialización en el devenir urbano son
concretas y por lo tanto muy evidentes. Al no representar ya un lugar de
hospitalidad y de liberación, lo urbano se confunde con espacios que se pliegan
ante presiones externas y se inscriben en los flujos.” Aunque si bien del pasado
podemos tomar algunas referencias, para poder encontrar un modo viable de
habitar las grandes regiones metropolitanas de nuestro siglo, habría que
desarrollar una actitud apropiada, actitud que podríamos llamar metropolitana.
Esta actitud comprometería de lleno una mirada geográfica, ya que induce a leer
la totalidad de la región como realidad física, con sus relieves y sistemas y,
no de manera superpuesta, sino íntima a esos relieves y sistemas, la realidad
humana. De esta manera, territorio y población no se destituyen sino que se
instituyen mutuamente para constituirse en una región metropolitana. Esta
institución mutua puede ser narrada de manera integradora, como un gran relato
que funda el sentido de ese lugar gigantesco, que es una megalópolis, donde no
se aprecian los límites y donde se experimenta un laberinto de recorridos y de
experiencias que pueden multiplicarse parecería al infinito.
3.
El paisaje urbano
El
gran relato de Buenos Aires por el momento está fracturado en dos: el que cuenta
la historia a partir de 1536-1580, por un lado –por ejemplo, Gutman
y Ardió (2007) narran la historia urbana del area metropolitana de Buenos Aires desde 1536 hasta el
2006; y por el otro, el que cuenta la
naturaleza en los milenarios procesos geológicos y geomorfológicos –por ejemplo,
Novas (2006) cuenta los múltiples paisajes de Buenos Aires en distintos cortes
temporales.
“Según Juan de Garay, la ciudad debía ser la puerta de la tierra, es decir, un
lugar de entrada y salida para el vasto espacio que los españoles estaban
poblando entre el Cerro de la Plata y el Río de la Plata.” (Luna, 1982: 12).
Buenos Aires nació como puerta, para entrar y salir y relacionarse con el
interior, su hinterland y con el exterior. En ocasión del proyecto del traslado
de la capital de Buenos Aires al interior, Luna (1982: 142), sostenía que “el
país, tal como ahora es y funciona, no puede seguir gobernado desde un vértice
de su territorio, en una enorme urbe donde se hace todo: finanzas, cultura,
educación superior, administración municipal, industria, comercio. El solo hecho
de gobernar desde Buenos Aires, por más sensibilidad que tengan los titulares de
turno en el poder, obnubila la visión de la totalidad del país”. Justamente,
ahora esto hace que Buenos Aires sea una ciudad global. Y no favorece, no ya la
mirada de la totalidad del país, sino de la totalidad de la región
metropolitana, del Buenos Aires metropolitano.
El
gran relato debería abarcar la totalidad del área metropolitana. Al respecto,
así describen Gutman y Hardoy (2007: 10) la situación actual de la
región:
El
impacto acumulativo de la globalización y los cambios económicos mundiales, la
aplicación de las políticas neoliberales, los cambios políticos nacionales, la
creciente interdependencia de Buenos Aires con el mundo compactado por las
nuevas tecnologías informáticas y de comunicación, el incremento de la brecha
entre ricos y pobres, la instalación de las políticas de derechos humanos y la
crisis política económica de 2001-2002, así como la recuperación posterior,
entre otros factores, han acelerado los cambios en la metrópolis que hasta
entonces había crecido mucho, pero cambiado relativamente poco. A seis años de
comenzado el siglo XXI, el Área Metropolitana de Buenos Aires se ha complejizado
y diversificado. Expone las profundas marcas de la globalización en la
transformación de algunos sectores del centro y del corredor norte
metropolitano, como las grandes torres de oficinas o vivienda que ocupan
manzanas enteras de la antigua cuadrícula o del nuevo barrio de Puerto Madero, o
de los enormes shoppings urbanos y
suburbanos poblados de marcas internacionales y rodeados o superpuestos a un mar
de automóviles estacionados. Al mismo tiempo, la metrópolis expone la
pulverización del territorio suburbano de los antiguos y nuevos municipios,
donde se multiplican tanto los enclaves de riqueza en los barrios cerrados, como
enclaves de pobreza en las cada vez más extensas y numerosas villas miseria.
Así
pues, los límites de la región metropolitana dependen del uso del suelo. En su
interior integra mundos que antes han sido descompuestos. Es un laberinto en el
que se conocen los puntos de partida y de destino, pero se desconocen los
derroteros, los recorridos que serán necesarios para poder unirlos. Odiseas
cotidianas entre el lugar de trabajo y el lugar donde se habita. Son verdaderas
navegaciones que están a merced de los vientos sociales y de los niveles de
conflicto. El estado del tránsito hoy se transmite como el estado del tiempo.
Hay pronósticos que nos inducen a tomar en consideración las posibilidades que
tenemos de volver a casa. Hay una cierta planificación que se hace plausible,
pero en un nivel muy bajo. Los diseños son inconsistentes: hablar de un plan
director hoy por hoy es un ente de razón, una pieza de museo, un recordatorio de
otra ciudad de otro mundo que se llamó industrial o moderno. Según Gutman y
Hardoy (2007: 20), “al fin y al cabo, el paisaje urbano que recorremos está
apoyado en múltiples paisajes del pasado que, de haber sido preservados, podrían
haber introducido una calidad urbana distinta a la de la anticiudad que parece
dominar en algunas áreas.”
El Documento Final del Plan Urbano Ambiental (2001: 19) describe de esta
manera:
La
ciudad de Buenos Aires, con sus 3.000.000 de habitantes, es centro de un Área
Metropolitana con cerca de 12 millones y cubre un territorio de 4000 has. Se
caracteriza por su rol de capital y puerto, sitio de concentración del poder
político y económico. Continúa siendo sede de los tres poderes nacionales así
como de las principales instituciones y empresas internacionales y nacionales,
foma parte con México, San Pablo y Río de Janeiro del grupo de 15 áreas urbanas
denominadas “megaciudades”. Su población posee los mayores niveles relativos de
ingresos, educación, salud, aún en el ámbito de una segregación social
progresiva. Las transformaciones recientes –nuevo status jurídico administrativo
de la ciudad, deslocalización de actividades económicas, nuevas ofertas
residenciales, privatización de los servicios públicos- se plantean como nuevos
dilemas para Buenos Aires y se complejizan en su superposición con conflictos
heredados de períodos anteriores.
En
general, el Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires propone una ciudad que sea
socialmente equitativa, ambientalmente sana y económicamente viable; todo esto
con una mirada integradora del territorio del polígono federal y en relación con
el área metropolitana y con el paisaje ribereño. Pero el Plan Urbano Ambiental
todavía no entró en vigor (La Nación,
21 diciembre 2007: 20)
4.
El paisaje natural
Cada
vez más se toma conciencia de que el paisaje de Buenos Aires está modelado por
fuerzas naturales que operan en escalas temporales muy vastas. Nabel y Pereyra
(2002) describen y narran estos procesos naturales. Novas (2006) lo complementa
y completa con el aporte de la paleontología. El paisaje metropolitano integra
también el pasado de una manera novedosa, como nunca antes pudo pensarse: “a
partir de 1920, y fundamentalmente en el curso de 1930, Buenos Aires fue
remodelando su aspecto mediante la edificación del Puerto Nuevo, la construcción
de numerosos edificios, el ensanchamiento de la avenida Corrientes, y la
ampliación de la red de subterráneos. Corría 1922 cuando en las excavaciones del
Banco de Boston (erigido en la intersección de la avenida Roque Sáenz Peña y
Florida) apareció una porción de mandíbula con los incisivos del Mesotherium que, como dijimos, se
parecía a un carpincho. Restos del mismo animal fueron exhumados junto a los del
gliptodonte Sclerocalyptus en el
transcurso de las perforaciones a 14 metros de profundidad, en el terreno donde
se construía el Banco Italiano, frente a la Plaza de Mayo” (Novas, 2006: 25).
Novas nos propone una mirada del paisaje porteño que está en comunión con un
pasado cuando el hombre americano todavía no caminaba por estas tierras y que se
hace presente en la geomorfología y en las excavaciones urbanas para construir
edificios, subtes y túneles. Los estudios de ecología del paisaje complementan y
completan esta narración con el estudio de la frontera urbano-rural o periurbano
(Morello, 2000; Tacoli, 1998).
El Atlas Ambiental (2007: 19) considera las unidades de paisaje de una
manera más sincrónica que diacrónica, aunque no deja de establecer que “además
de su condición espacial y territorial fundamental, el paisaje es el resultado
de la interacción de los componentes considerados a lo largo del tiempo, por lo
que resulta implícita su dimensión temporal, en la medida que presenta un
registro acumulado de la evolución geomorfológico, biológica y de la historia de
las culturas que nos precedieron.” Considera cinco unidades de paisaje, a saber:
el delta y el río, la pampa y la costa y el AMBA. Se pueden considerar en un
continuo que va desde la más fuertemente intervenida por la acción antrópica
hasta la de más débil intervención. Así está el AMBA, la pampa, la costa, el
delta y el río. La intervención más fuerte del río sería el puente entre Buenos
Aires y Colonia, además de todo lo referido al sistema portuario y los dragados
(cf. Aber, 2001).
La toma de conciencia ecológica, por su parte, hace que la región
desarrolle las reservas naturales urbanas. Son áreas protegidas que destacan por
su paisaje natural débil o
fuertemente modificado. Además, el arbolado urbano y los parques y
jardines hacen de la región metropolitana una región con alta diversidad
ecológica. La sociedad ha ido desarrollando aquí una ecología política muy
propia, con pequeños parches de biodiversidad aún en pleno centro porteño. Aquí
hay que considerar también terrazas y balcones.
5.
El paisaje como narración: paisaje metropolitano
El
historiador ambiental William Cronon ha narrado cómo Chicago está íntimamente
vinculado a su hinterland. Este relato favorece la superación de la perplejidad
que acotamos al comienzo. Quien se encuentra en esta narrativa, empieza a
presentir la presencia de un lugar, aún cuando Chicago sea un centro financiero
global, en especial relacionado con los granos y otros commodities.
Además,
Nature´s Metropolis de Cronon es un
ejemplo de cómo la división urbano-rural es una construcción mental, una
distinción de razón apropiada, pero no real. Sí existe, pero lo rural no puede
ser entendido sin lo urbano y viceversa, y ambos están sustentados por la
naturaleza. El relato de Cronon es una narración de cómo Chicago emergió de la
naturaleza y cómo llegó a diferenciarse de ella; sin embargo, es todavía parte
de ella y depende de ella. La naturaleza es el todo ecosistémico que sustenta
tanto el ambiente de la agricultura como el de la ciudad. Cronon relee la tesis
de la frontera de Turner y la relaciona con las áreas agrícolas del geógrafo
económico von Thünen para mostrar cómo lo rural y lo urbano van juntos. Se
podría decir que son como complementarios opuestos.
Chicago
debe tributo a su hinterland y viceversa, como cualquier ciudad lo hace. Nature´s Metropolis de Cronon explora la
intrincada relación entre lo urbano y lo rural y de ambos con lo natural. Esta
concepción de lo urbano, lo rural y lo natural como una unidad es la perspectiva
predominante para entender los problemas ambientales y de la urbanización. Esta
lectura de la historia geográfica de Chicago hay que completarla con la lectura
de Chicago como ciudad global. Chicago concentra funciones de servicios
empresariales y gerenciamiento, en particular, domina el comercio mundial en
futuros, lo cual se debe a su vínculo con la gran llanura del Midwest
norteamericano; además, por este motivo, concentra inmigrantes que trabajan el
los servicios (Sassen, 2003).
Ya
el hecho mismo de hablar acerca de una región metropolitana da la idea de un
conjunto con características homogéneas compartidas, en especial, el aspecto
físico, el paisaje donde predomina lo urbano y su pasaje a lo suburbano y lo
periurbano como medio físico y funciones y actividades de los actores sociales,
dedicados a las actividades secundarias, terciarias y cuaternarias. Se puede
hablar de la región metropolitana como un mundo. Al hablar de mundo se puede
apreciar una cierta índole estética en este gran amasijo de gente, estructuras
físicas de diversa índole y ritmos de vida entrecruzados y muy variados. La
apreciación de una región metropolitana como mundo es un verdadero desafío y un
proyecto que favorece la mirada de la utopía sobre estas realidades que aparecen
ingobernables, insustentables, inabarcables,
incomunicables.
Sin
embargo, la región metropolitana, como nunca antes en la historia urbana de la
humanidad, y aúna de una manera necesaria los paisajes naturales, rurales,
urbanos, industriales y aún posindustriales. La región metropolitana ha
adquirido para nuestro planeta un carácter casi geológico, es como una gran
placa tectónica de una fuerza tal que modela la superficie terrestre como nunca
antes y que además influye sobre el resto del continente y del planeta. Serres
(2004: 33) dice que
en
lo sucesivo, sobre el Planeta-Tierra interviene no tanto el hombre como
individuo y sujeto ... no tanto los grupos analizados por las viejas ciencias
sociales, asambleas, partidos, naciones, ejércitos, todos ellos pequeños
pueblos, como, masivamente, unas placas humanas inmensas y densas. Visible
durante la noche desde un satélite como la mayor galaxia luminosa del globo, más
poblada que los Estados Unidos, la supergigante megalópolis Europa parte de
Milán, franquea los Alpes por Suiza, bordea el Rhin por Alemania y el Benelux,
toca oblicuamente Inglaterra después de haber atravesado el Mar del Norte y
acaba en Dublín, una vez pasado el canal de San Jorge. Conjunto social
comparable a los Grandes Lagos o al casquete glaciar de Groenlandia por su
tamaño, la homogeneidad de su tejido y su influencia sobre el mundo, esta placa
altera desde hace mucho tiempo el albedo, la circulación de las aguas, la
temperatura media y la formación de las nubes y de los vientos, en una palabra
los elementos, pero también el número y la evolución de las especies vivientes
en, sobre y bajo su territorio.
Serres
(2004: 69) es uno de los que propician la necesidad de un contrato natural que
se adecue a la crisis ecológica. Así como hubo un contrato social que abrió el
camino para favorecer relaciones sociales más justas; ahora es necesario un
contrato natural que favorezca relaciones de ecología política más justas entre
la sociedad y la naturaleza:
Añadir
al contrato exclusivamente social el establecimiento de un contrato natural de
simbiosis y de reciprocidad, en el que nuestra relación con las cosas
abandonaría el dominio y la posesión por la escucha admirativa, la reciprocidad,
la contemplación y el respeto ... contrato de simbiosis: el simbionte admite el
derecho del anfitrión, mientras que el parásito –nuestro estatuto actual-
condena a muerte a aquel que saquea y que habita sin tomar conciencia de que en
un plazo determinado él mismo se condena a desaparecer.
Además,
para Serres (2004: 33), ya no es posible hablar de un sujeto que sea el “yo”,
“englutido como un punto, ese era el
hombre hasta no hace mucho” (2004: 34), sino de un sujeto que es el
colectivo social, un mar: “un actor contractual muy importante de la comunidad
humana ... pesa por lo menos un cuarto de billón de almas. No en peso de carne,
sino por sus redes cruzadas de relaciones y el número de objetos-mundo de que
dispone. Se comporta como un mar.”
El
paisaje metropolitano vive en su doble aspecto de político y ecológico, de
realidad de vínculos humanos o polis
y realidad de vínculos físicos o ecológicos, el oikos. La región metropolitana como
mundo significa estudiar la lógica de la relación entre el oikos, lo doméstico o la comunidad
ecológica, y la polis o la sociedad
humana. Así se podría hablar hoy de un paisaje que es una ecología política
metropolitana. Esta ecología política consistiría en un laberinto más o menos
regular de luces y rectas que parece interminable desde el cielo nocturno. Nunca
habíamos visto nada igual. Es un paisaje metropolitano. En ese corazón del
mundo, en esa gran placa se mueve la vida del mundo, bullen decisiones que
afectarán el resto de la naturaleza del país y de la región. En el paisaje
metropolitano, ya no es posible distinguir con total claridad un paisaje
natural, rural y urbano, con sus características peri-urbanas; sin embargo, los
tres tipos fundamentales están presentes.
6.
Buenos Aires, ciudad
metropolitana
La
metropolización representa un proceso que genera una tensión entre la
suburbanización y la reconfiguración del centro que rompe con el molde más o
menos clásico de la ciudad industrial. Hay un proceso de polarización, una
profunda desarticulación de los espacios urbanos entre los ricos y los pobres,
la alteración de los pequeños negocios, la segregación residencial acompañada de
grandes emprendimientos -en especial en el frente ribereño de la región
metropolitana, la degradación y disfunción de áreas urbanas, marginación y
exclusión de la población y enfeudamiento de las clases sociales que producen la
información y el control de los códigos urbanos. Un reflejo es que han crecido
tanto las villas miseria de Buenos Aires como disminuido la ciudad tradicional
con sus barrios como un espacio de vida, la cual está puesta bajo presión
inmobiliaria. En el caso de Buenos Aires podemos llegar a preguntarnos si es una
ciudad global o apenas una mega ciudad. Según Mongin (2006: 266),
mientras
se observa la remodelación de zonas específicas del centro de la ciudad –las que
corresponden a edificios antiguos que simbolizan la edad de oro de la sociedad
industrial (puertos, fábricas y depósitos abandonados) donde hoy se concentran
los bancos, los hoteles de lujo, las oficinas de las empresas multinacionales-,
hay otros dos fenómenos que llaman la atención: la multiplicación de zonas de
relegación en barrios cada vez más cercanos a la zona asegurada del centro de la
ciudad y el desplazamiento de la clase media condenada a habitar cerca de los
más pobres. Aquí, como ocurre también en Montevideo, capital del Uruguay
–situada en la otra ribera del Río de la Plata y donde el antiguo centro
portuario, zona donde residen los más pobres, está en vías de veloz reciclado-
el mapa es implacable: se ve cómo se separan, se disocian los barrios, los
territorios urbanos, es decir, asistimos al desmembramiento de una
ciudad.
La
ONU lanzó en el 2006 una voz de alarma sobre el crecimiento a nivel mundial de
las villas miseria. Al ritmo actual, en el 2020, unos 1400 millones de personas
vivirán en un asentamiento precario. La reacción de las clases altas urbanas es
refugiarse en zonas residenciales cerradas y separadas del resto de la ciudad
(La Nación, 17 junio 2006: 2).
Mientras, crece la demanda y la construcción en altura en la villa 31 de Retiro,
donde pedían $ 30.000 por una
vivienda, en el 2007. Desde el 2003 se duplicó la cantidad de habitantes, que
ahora ronda los 25.000 (Clarín, 14
octubre 2007: 58). En 8 años se duplicó el número de villas en la Capital
Federal (La Prensa, 25 mayo 2007:
22). Además, crecen los asentamientos provisorios para pernoctar en la ciudad:
entre los “sin techo” y cartoneros, duermen más de 2300 personas en la calle, lo
que a su vez, acarrea quejas de los vecinos (La Nación, 29 octubre 2007: 27). A veces
esto se relaciona de manera directa con la inseguridad (La Nación, 29 abril 2006: 32). Hay
cierta correspondencia con el mapa del delito (La Nación, 12 agosto 2007: 28). Por
ejemplo, recientemente hubo una pelea entre vecinos y cartoneros por un
asentamiento en Caballito, donde viven 200 familias que reciclan basura y piden
que se les reconozca su cooperativa, pero unos 500 vecinos se quejan del aumento
de la inseguridad y reclaman su desalojo (Clarín, 28 junio 2008:
64).
7.
Buenos Aires, ¿sin categoría posible o ciudad con
marca?
Por lo tanto, en vez de ir desarrollando una intimidad con lo urbano o lo
rural, hay más alienación en una tierra yerma que es un lugar poco habitable
(Bautista, 2003). Se ha creado una nueva geografía social. Los enclaves de
capital están representados por los nuevos barrios privados y cerrados que se
han ido multiplicando desde la década del noventa, modificando el paisaje
periurbano y también los barrios con edificios en torre. Por ejemplo, en el
barrio de Villa Urquiza, en cuatro años se hicieron 130 edificios y el valor del
metro cuadrado a estrenar subió casi un 50% (Clarín, 28 mayo 2008: 36). Este proceso
está en correlación con la prolongación del subte desde Federico Lacroze hasta
la estación de Urquiza. Asi como en Caballito, también en Palermo los vecinos
piden un límite a la construcción de torres (Clarín, 3 junio 2008: 36). Sin embargo,
Puerto Madero concentra el 40% de las construcciones nuevas; lo siguen Palermo,
Belgrano, Caballito y Flores (Clarín,
23 abril 2008: 40)
Este crecimiento y expansión está directamente asociado a las autopistas
que reproducen la acumulación de capital, creando corredores de modernización,
exclusión y fragmentación socio-territorial en el área metropolitana. Muchos de
los nuevos desarrollos son conocidos como pueblos o fundados como ciudades. Los
enclaves están también relacionados a la concentración comercial y los grandes
centros de compra. Mongin (2006) denomina a este proceso, economía de
archipiélago; patrón que se reproduce a nivel mundial entre las ciudades
globales.
Buenos Aires también participa en cierta medida de la tendencia de las
ciudades a convertirse en marcas. En mayo de 2006, se llevó a cabo en Elche
(Alicante, España) el Segundo Congreso Internacional de Citymarketing. Según la autora, ningún
país o ciudad podrá sobrevivir si no crea y desarrolla una marca que respalde su
identidad, porque las ciudades han dejado de diferenciarse en infraestructura
para hacerlo en valores. La infraestructura se da por supuesta. Según propone
Capurro, una ciudad con marca hace palpable los valores y capta las iniciativas
que favorecen la creación de riqueza; logra diferenciarse (La Nación, 18 junio 2006: 16). Ya hace
tiempo que se establece el ranking de calidad de vida entre ciudades. Buenos
Aires es tercera en América Latina y 78 a nivel mundial. Es superada por San
Juan de Puerto Rico y Montevideo de Uruguay (Clarín, 10 junio 2008: 38)
Por otro lado, los inversores europeos están interesados en Buenos Aires.
Esta proyección expresa una tensión que hay en estas ciudades entre mantener su
competitividad global y el habitante local que tiene que habérselas con un
paisaje urbano muy dinámico y cambiante. Hay un conflicto entre lo local y global que
es territorio propio del lugar como encrucijada donde acontece el encuentro
entre lo político y lo físico como infraestructura natural y construída.
8.
El ciclo de vida y comentario
final siguiendo a Saint-Exupery
Este
amasijo laberíntico de carencias y de excesos da por resultado un mundo
metropolitano desbordado. Esta megaciudad ya no puede ser un umbral que distinga
sin separar, sino uniendo, lo exterior con lo interior, su entorno circundante
con su realidad interior.
Además
del gran relato, hay tres aspectos de la vida que ayudan a enlazar las
transformaciones del paisaje urbano. La alimentación y la noción de “¿de dónde?”
viene el alimento que nos nutre y cómo llega a nuestro hogar es importante en la
infancia y adolescencia (el grupo erario hasta los 18 años). Luego, el
transporte, ya que los ciudadanos al entrar en la edad económicamente activa
necesitan desplazarse (grupo erario de 18 a 65 años). Finalmente, el agua como
memoria es significativa, ya que queda asociada a las experiencias del pasado
que siguen presentes en la etapa de la tercera edad y la senectud (grupo etario
de 65 o más). Nosotros podemos instituir un relato partiendo de nuestro ciclo de
vida, considerando nuestra alimentación, nuestra necesidad perentoria de
movilidad y haciendo memoria del agua como elemento insustituible en nuestra
vida. Estos tres aspectos vinculados a la región metropolitana y sus
transformaciones.
¿Será posible que las regiones metropolitanas recuperen esa especie de
capacidad poética de ser un umbral que sabe unir lo exterior con lo interior y
crea los espacios humanos más propios que son los íntimos, los que dan sentido a
un afuera y a un adentro, al comer, al traslado y al recordar los momentos de
esparcimiento público con el agua? El transporte y las inundaciones aparecen
siempre como dos aspectos claves de la gestión de gobierno. La alimentación está
directamente relacionada con la situación socio-económica y la situación
socio-familiar. Los tres se desarrollan socio-territorialmente. En el conflicto
del campo quedó en claro la relación del transporte con la alimentación y el
desabastecimiento.
El transporte está en relación directa con los usos del suelo, con la
necesidad de movilizarse desde el lugar de residencia hacia el lugar de trabajo.
Las inundaciones a menudo se relacionan con el transporte en cuanto que los
túneles, puentes, autopistas, pavimento, rutas, vías de acceso, estaciones,
modifican la geomorfología y la hidrología del territorio. A esto se suma el
cambio climático que afecta a las regiones metropolitanas. Tanto la
alimentación, el transporte como la memoria del agua tienen que ver con la
morada. Con esto hago referencia a Saint-Exupery.
En su libro póstumo, Ciudadela, Saint-Exupery (1983: 20)
escribe que “los hombres habitan y que el sentido de las cosas cambia para ellos
según el sentido de la casa.” Este sentido está dado por el habitar que se
convierte en morar, que viene de moral, de costumbre, de modo de estar en el
mundo. Dice, pues, que “los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el
espacio. Pues bueno es que el tiempo que transcurre no nos dé la sensación de
gastarnos y perdernos, como un puñado de arena, sino de realizarnos. Bueno es
que el tiempo sea una construcción. Así voy de fiesta en fiesta, y de
aniversario en aniversario, de vendimia en vendimia, como iba cuando niño de la
sala del consejo a la sala del reposo en la anchura del palacio de mi padre,
donde todos los pasos tenían un sentido.” Porque, según afirma el mismo autor,
la morada tiene un corazón, lo cual significa que uno puede salir y volver,
aproximarse y alejarse de algún lugar. De lo contrario, no se está en ninguna
parte; y no estar en ninguna parte no significa ser libre. El ser humano
necesita de la morada donde siente el arraigo.
9.
Referencias
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