¿Para qué y para quién?:
Integración Regional en Sudamérica.
El caso de la minería metalífera

Ana
Laura Berardi
CONICET
– Centro Humboldt
Resumen
Luego
de más de dos décadas en las cuáles América Latina había entrado en un abismo
económico, dejando con ello una deuda social gigantesca, mediadas por supuesto,
por etapas de crecimiento
macroeconómico en algunos países, el cambio de siglo estuvo marcado por
tumultuosas revueltas sociales en la región. Era una verdadera señal de que el
modelo neoliberal estaba agotado. Es así que la región parece dividirse en dos
grandes líneas políticas: los que intentan aferrarse al viejo modelo económico,
y los que apuntan a una política de cambio progresista.
El
giro de la política latinoamericana se encuentra colmado de discursos de cambio,
de progreso y por sobre todo, se plantea un proyecto de
unidad.
Esta
dicotomía que se plantea entre estos dos modelos de gobierno, parecer ser
solamente una apariencia a raíz de las medidas que unos y otros llevan a la
práctica. Por esta razón cabe preguntarse ¿hasta qué punto se diferencian estos
dos modelos de gestión? ¿Es posible establecer un proyecto de integración
solidario en el marco de la economía capitalista?
Si
bien estos interrogantes parecen complejos de resolver, se intentará marcar un
punto de partida a través del análisis de caso de la actividad minera. Esta
actividad ha tenido un cambio significativo durante la década de los ´90, a
partir de la profundización de la
actividad y el incremento de inversión de empresas multinacionales. De esta
forma, parece existir una discordancia entre lo que se plantea en el discurso
“integración e independencia” de las naciones sudamericanas y la práctica que
tiende a una creciente extranjerización de la economía. Esta disyuntiva es lo
que intentará abordar este trabajo.
Abstract
After
but of two decades witch Latin American had entered an economic abyss, leaving
in this way a great debt social, with stages of macro – economics growth in some
countries, the change of the century was marked by boisterous social revolts in
the region. It was a true signal that the neoliberal model was exhausted. It is
so the region seems to be divided in two great political lines: those try to
cling to the old economic model, and those that aim at a policy progressive
change.
The
turn of the Latin American policy is overwhelmed, with change speeches, of the
progress and by mainly, a project a
unit considers.
This
difference that considers between these two models of government, to seem to be
only one appearance as a result of the measures that everyone take to the
practice. Therefore it is possible
to ask itself exist different between these two models of management? It is
possible within the framework to establish a shared in common model of
integration of the capitalism economy?
Although
these questions seem complex to solve, will be tried to mark a departure point
through analysis of case of the mining activity. This activity has had a
significant change during the decade of ´90, from the deepening of the activity
and the increase of investment of multinational companies. Os this from, it seem
to a discordance between which one considers in the speech “integration and
independence” of the South American nations and the practice that lends to an
increasing presence of foreign capitals. This dilemma is what will try to
approach this paper.
Introducción
Los
vaivenes que ha sufrido la economía mundial en las últimas décadas, han dejado
su huella en las economías latinoamericanas.
Desde la “década perdida”, signada por el aumento de la deuda externa,
continuando con la implementación del modelo aperturista y de desmantelamiento
del Estado en los ´90.
Con
la llegada del nuevo siglo, el camino hacia el desastre socioeconómico parecía
inevitable: manifestaciones sociales a lo largo de toda la región hacían ver que
el modelo estaba agotado. Pero si el modelo ya no era funcional ¿qué surgiría de
ello?
Vientos
de Esperanza emergían desde las entrañas del continente, bajo las figuras y los
discursos, que algunos con desdén y otros con optimismo, caracterizaban como
progresistas. Por otra parte, algunos países de la región intentaban aferrarse
al viejo modelo.
Bajo
el discurso de refundar las naciones a partir de la ruptura del yugo que las
mantenía atadas al poder hegemónico, especialmente de EEUU, se plantea la idea
de una integración regional “libre” y “popular”.
Sin
embargo, resulta imprescindible preguntarse, ¿hasta que punto dichos objetivos
planteados pueden ser viables bajo las reglas de juego impuestas por el sistema
capitalista? De este interrogante se desprende la idea sí efectivamente se esta
poniendo en marcha una nueva concepción política en la región o en su defecto
gobiernos que en apariencia se encuentran en las antípodas tienen una misma
lógica.
Si
bien, el tema es muy complejo de analizar y excedería a la extensión de este
trabajo, resulta interesante como punto de partida, observar como ejemplo, el
caso de la actividad minera en Sudamèrica.
Esta
actividad ha sufrido grandes
transformaciones, especialmente a partir de la década de los ´90 y fundamentalmente en lo que respecta a su
forma de producción, hecho que se
ha ido intensificando desde entonces. Por lo desarrollado hasta el momento
podría parecer como un acontecimiento beneficioso, especialmente sí se tiene en
cuenta que la valorización de los recursos naturales ha adquirido una gran
significación en el mercado mundial, mucho más sí se trata de recursos no
renovables. Ahora bien, al momento de analizar bajo que condiciones se esta
desarrollando esa actividad (legislaciones permisivas, incremento de la
extranjerización de las inversiones, entre otros factores) emergen las
contradicciones entre el planteo político
expresado y la materialización concreta de las acciones llevadas
adelante.
A
partir de lo planteado hasta aquí, este trabajo intentará explicar las
contradicciones que emergen de la idea de integración, en términos discursivos y
simbólicos, pero que no tiene correlación con las políticas llevadas adelante.
Retomando
la idea esbozada anteriormente, en una economía global que se encuentra en
crisis y en donde las deudas han sido y son transferidas a las economías
periféricas ¿es posible concretar y
consolidar proyectos que tengan como principales beneficiarios a los
pueblos (ideas expuestas por varios
gobernantes) sin “patear el tablero” del statu quo establecido por el poder
hegemónico capitalista? ¿Hasta qué punto existe tal dicotomía entre las posturas
de aquellos gobiernos que promulgan la idea pro – mercado y siguen sin reservas
los designios de los países más poderosos y las de aquellos que dicen combatir
todo lo que vaya en contra del desarrollo de los pueblos?
Los
interrogantes están planteados.
¿La
reconfiguración de la región? ¿O el cambio para que nada
cambie?
El
fin del siglo XX y el comienzo de la nueva centuria encontraron a América Latina
sumergida en una profunda crisis económico social con la consecuente debacle
institucional y pérdida de legitimidad del poder político.
Innumerables
revueltas populares emergían para hacer oír sus voces de descontento. ¿Qué
devendría de ello? Resultaba evidente que las viejas recetas neoliberales que
habían imperado desde los ´70 y que habían mostrado su cara más cruda durante
los ´90 habían llegado a su fin, al menos en apariencia.
Los ojos de la escena política mundial
apuntaban nuevamente a América Latina, pues desde el corazón del continente
emergían las ideas “esperanzadoras” de que era posible el
cambio.
De
esta forma, el mapa político regional parecía dividirse claramente en dos grupos
que, a priori, resultan ideológicamente en las antípodas: la derecha neoliberal
de los 90, reducida a unos pocos remanentes, y la ola progresista cubriendo
ampliamente el espectro geográfico latinoamericano. (Beinstein, 2006:2).
Sobre
el modelo neoliberal mucho se ha dicho y se ha escrito, ahora resulta
imprescindible establecer una tipificación acerca de esta nueva forma política
que estaba naciendo en Sudamèrica, tarea para nada fácil, por cierto. En
palabras de Jorge Beinstein “… pululan señales híbridas, contradictorias,
discursos opuestos a los hechos, promesas incumplidas. Sus fronteras son
borrosas, en ciertos casos difíciles de establecer si algunos de sus integrantes
realmente pertenecen o no al espacio, su heterogeneidad ideológica y de origen
político es desconcertante”.
Ante
esta descripción, en principio supondría un futuro incierto, por lo que resulta
interesante observar ciertas características que ha adoptado el derrotero
reciente de la política regional a fin de establecer ciertas pautas que permitan
avizorar, al menos, el futuro cercano de estas naciones.
Como
punto de partida, para emprender dicho análisis, resulta relevante poner de
manifiesto los tipos de alianzas y posicionamientos de los diferentes gobiernos,
situación que al menos, aparentemente, podría esclarecer el panorama en cuanto a
las medidas que llevan adelante en función del desarrollo de la región, las
economías nacionales y fundamentalmente de los pueblos.
Claudio
Katz, en la introducción de su libro “El rediseño de América Latina” comienza
diciendo que los acuerdos de integración latinoamericanos han despertado un gran
interés como nunca antes había sucedido. (Katz, 2006:9).
Ahora
bien, ¿de dónde proviene tal repentino interés?
Si
bien el objetivo de este trabajo no es efectuar un análisis histórico del camino
político recorrido por Latinoamérica, resulta fundamental poner de relevancia
ciertos acontecimientos del pasado que parecen emerger nuevamente en la palestra
política regional.
Es
sabido que los intereses del imperialismo sobre este espacio así como también,
por otros espacios periféricos no es algo nuevo. Ya con la Doctrina Monroe y
el establecimiento de la “Alianza para el progreso” quedaba claramente expuesto
el futuro que le era deparado a la región por parte del poder hegemónico
estadounidense proclamándose para si, en una clara puja con el imperialismo
europeo, el privilegio de un espacio dotado de recursos naturales y mercados
para la colocación de sus capitales y mercancías. En este contexto, EEUU como
potencia emergente estaba plantando bandera ante el poder europeo que comenzaba
a demostrar ciertas flaquezas. Esta disputa interimperialista no es el resultado
de un fenómeno azaroso, sino la puja de los intereses de las burguesías
respaldadas por los Estados, pos de convalidar su poder.
Desde
ese momento la presencia de los EEUU en Latinoamérica cobró cada vez más fuerza,
oscilando entre la acción coercitiva a través de intervenciones militares
directas, como en el caso de Centroamérica, apoyando los regimenes dictatoriales
a lo largo de la región y, cuando la fuerza no fue funcional, la estrategia se
redireccionó hacia una presión económica comandada por las empresas
multinacionales y los organismos multilaterales de crédito, “aconsejados” no
solamente por los gobiernos del país del norte, sino que también, contó con la
anuencia de sus pares europeos.
El
agotamiento del modelo fordista, a finales de la década del `60 va a establecer
una nueva etapa dentro de la economía capitalista. El proceso de
sobreacumulación que amenazaba seriamente a tasa de rentabilidad que hasta el
momento había gozado la economía central. En estos momentos críticos, el poder
imperialista pone en práctica las más crudas estrategias. Como explica David
Harvey,
cuando la reproducción ampliada de capital ya no genera la rentabilidad
esperada, aparecen mecanismos ajustes que dicho autor denomina “acumulación por
desposesión”. Éste término hace referencia a las características, que Marx había
definido como acumulación primitiva, pero si bien, esto se creía una instancia
superada en el desarrollo capitalista, éstas vuelven cuando se convierten en
vitales para reencausar el proceso de acumulación.
“Todas
las características de la acumulación primitiva mencionadas por Marx han seguido
poderosamente presentes en la geografía histórica del capitalismo hasta el día
de hoy”.
Cómo
continua explicando el autor la acumulación por desposesión se profundizó aún
más desde 1973, en donde EEUU va a tener un papel predominante en la
implementación de un sistema financiero a escala internacional que permitiera
severos ajustes, en determinados momentos, generando procesos devaluatorios que
permitieran la apropiación de activos en las economías afectadas. (Harvey, 2003:124)
Esta situación de debilidad frente al
poder hegemónico, conllevó y conlleva a la aceptación de las reglas de juego
impuestas por el poder dominante.
De
esta forma, desde la irrupción de estos mecanismos, América Latina se ha visto
condicionada a seguir las reglas de juego.
Durante
las décadas de los 70 y 80, incluso años antes, el imperialismo en alianza con
las burguesías locales llevaron adelante un plan sistemático para desmantelar
las estructuras productivas y la destrucción de la clase trabajadora. Escudado
en el terror y la violencia del Estado, bajo las dictaduras militares, el
capitalismo central puso en funcionamiento su plan.
La
necesidad de colocar el exceso de capitales que resultaban improductivos,
condujo inevitablemente a forzar la apertura de las economías. Este hecho tuvo
dos efectos, contraproducentes. Por un lado, la imposibilidad de la producción
regional de competir con los productos importados provocó la destrucción de la
industria y el amedrentamiento de la clase obrera que se resistía a perder las
conquistas obtenidas en etapas anteriores. Por otra parte, y consecuencia de lo
expresado previamente, los capitales invertidos en la región fueron
direccionados hacia el sector financiero, altamente improductivo y especulativo,
en una palabra rapaz.
La
primera parte del objetivo se había cumplido. Las bases económicas
latinoamericanas destruidas, la resistencia aniquilada y un cuantioso
endeudamiento externo, además del interno, al que en muy pocas ocasiones se hace
referencia. Este fue el momento en donde las dictaduras dejaron de ser
funcionales. Era el tiempo de la transición democrática.
Con
la llegada de los gobiernos, elegidos por vía de las urnas, la situación no se
modificó, sino muy por el contrario. La herencia dejada por las dictaduras, el
siempre omnipresente poder hegemónico y las burguesías locales beneficiadas por
las políticas en vigencia no iban a permitir que el cambio fuera
posible.
La
década de los ’90 fue coronada por la ortodoxia liberal, con una crisis que
volvía a arremeter contra el sistema económico mundial. Bajo el eslogan de la
globalización, de la oportunidad de un futuro promisorio, se imponía la libertad
de mercado como condición excluyente para lograr el tan ansiado progreso. Pero a
esta medida, además debían agregarse otras más, como la reestructuración del
aparato estatal y leyes laborales que permitieran el proceso de flexibilización
de los trabajadores, que entre otros factores, posibilitara el incremento de las ganancias de las
burguesías a través de una competencia feroz, a escala mundial, que afecta
directamente los ingresos de los obreros que son utilizados como uno de los
mecanismos para atraer las inversiones, cada vez más
volátiles.
El
saldo de la implementación de las políticas neoliberales fue más que negativo.
El incremento del desempleo, deterioro de las asistencias básicas del Estado, el
desplazamiento de los campesinos de sus tierras, el aumento de la pobreza y de
la marginalidad, sumado a un deterioro en los términos del intercambio fueron
muestras más que suficientes para demostrar que las recetas hacia el éxito
económico que propugnaban los organismos multilaterales de crédito y los gurúes
del establishment,
habían cumplido el objetivo intrínseco que tenían estas medidas que no era otra
cosa que profundizar las asimetrías económicas y asegurar el proceso de
acumulación capitalista.
Ahora
bien, ante la situación crítica que atravesaba la región, los pueblos mostraron
su descontento y plantearon la necesidad de cambio. Manifestaciones populares se
hicieron sentir en toda la geografía latinoamericana.
Producto
de este contexto de crisis emergen en la política regional la necesidad de un
cambio y de una mayor inclusión social. El progresismo estaba resurgiendo,
apoyado en una carga simbólica muy fuerte y apelando a discursos y a medidas de
dudosa efectividad, pero que han generado una gran esperanza y expectativa,
aunque también una gran incertidumbre.
En
el apartado sucesivo se intentará caracterizar el mapa político sudamericano y
los alcances de las políticas implementadas por cada uno de ellos.
Las
alianzas y los proyectos de nación que se intentan configurar, a simple vista,
parecen disímiles y hasta
contrapuestos. Por esta razón, resulta de vital relevancia poner el acento sobre
los acuerdos económicos, los alcances de éstos, y por sobre todo, en beneficio
de quién sean estos acuerdos. De las decisiones tomadas se podrá visualizar el
delineamiento de la región en el principio de este nuevo siglo.
¿Hacia
una Unidad Sudamericana?
La
conformación de bloques económicos no es algo novedoso en América Latina. Desde
la conformación de la ALAC y la ALADI, muchos acuerdos se han puesto en marcha,
aunque los alcances de éstos no han quedado más que en proyectos o en el mejor
de los casos, las políticas que se implementaron tuvieron un alcance limitado,
al menos para las expectativas populares.
A
partir de la década de los ’90, se observa un giro de la política imperialista
hacia la periferia, en donde la
idea de democracia y la de libertad de mercado son utilizados prácticamente como
sinónimos.
Cómo
lo expresa Osvaldo Coggiola: “en la virada del siglo, la política norteamericana
para América Latina navegaba en medio de las iniciativas destinadas a
profundizar la colonización económica, con vistas a profundizar una hegemonía
política continental que los EEUU, pudiesen utilizar como un arma decisiva en la
disputa mundial Inter. -
monopolista, principalmente contra el bloque europeo y Japón”.
De
esta forma, se retomaba la vieja idea de la Alianza para el Progreso, en su
nueva versión denominada Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), es decir
un área de libre comercio que abarcara todo el continente (excepto Cuba). Con
este objetivo, se aseguraba por un lado la apertura de los mercados
latinoamericanos para colocar sus mercancías en países que no ofrecen
competencia alguna y, por otro el aprovisionamiento de recursos naturales a bajo
costo y una mano de obra con salarios depreciados. Con ello, el capitalismo
norteamericano aseguraría el control de su periferia frente a los embates,
principalmente del capitalismo europeo, especialmente en Sudamérica, en un
momento de flaquezas de la economía mundial.
El
proyecto a lo largo de la década del `90 tuvo marchas y contramarchas,
especialmente por las fuertes presiones que impuso EEUU en las negociaciones y
las escasas o nulas concesiones que ofreció a los países latinoamericanos, todo
ello a fin de favorecer las exigencias de sus grupos empresarios. (Katz, 2006:
17). Por otra parte, los grupos económicos vinculados al mercado interno o con
un cierto grado de penetración en el mercado regional, tampoco veían con buenos
ojos un acuerdo de este tipo, en donde se verían arrasados por las inversiones
de los grandes “pulpos” multinacionales.
Ahora
bien, no necesariamente el decreto de defunción que tan enfervorizadamente
anunciaba Hugo Chávez en la Cumbre de los Pueblos,
se iba a concretar. Sí EEUU no podía llegar a cabo su estrategia de control
continental, todavía contaba con una estrategia que le permitiría llevar
adelante sus objetivos: los tratados de libre comercio.
Cómo
afirma Claudio Katz, “El imperialismo ya lanzó un programa sustituto. Esta
contraofensiva promueve el reforzamiento de los tratados de libre comercio ya
existentes (México y Chile, la ratificación de nuevos convenios (Centroamérica y
República Dominicana) y la negociación de otros acuerdos (Panamá, Perú,Colombia,
[hoy ya corporizados]
y Ecuador).
De
esta forma, por medio de tratados bilaterales, se intentaba imponer los
acuerdos, que de conjunto habían resultado infructuosos, especialmente por la
oposición del bloque más fuerte de Sudamérica que anteponía los intereses de los
grupos locales y, por sobre todas las cosas, porque una decisión favorable hacia
el ALCA hubiera supuesto una resistencia popular muy fuerte, factor no menor en
una región que había sufrido los embates sociales y que habían conducido a la
inestabilidad y el desprestigio de las corrientes políticas
tradicionales.
Con
la firma de los tratados de libre comercio (TLC), comenzaba a reconfigurarse el
mapa político latinoamericano, entre aliados y opositores, al menos en
apariencia, al imperialismo norteamericano.
No
obstante, esta diferenciación que a primera vista resulta taxativa, a la hora de
analizar ciertos procesos no parece tan evidente. Lo que hace mucho más complejo
el panorama político.
Sin
lugar a dudas dentro del grupo que apoyan abiertamente el proyecto impulsado
desde los EEUU, están por un lado sus aliados incondicionales, como México quien
es miembro junto a sus vecinos del norte del NAFTA, también la mayoría de los
países centroamericanos. Pero donde se complejiza y se vuelven más difusos los
caminos a seguir es en Sudamérica. El giro de la política regional, sumado a la
idea de conformar proyectos propios, que por un lado favorezcan a los grupos
económicos locales, o en su defecto que permitan construir una posición de
negociación más consolidada ante los EEUU, ha complicado mucho más los intereses
norteamericanos.
Sin
embargo, éste país cuenta con aliados, a los cuáles la Casa Blanca considera
fundamentales, el principal es Colombia, a quién amparado en la lucha contra el
narcotráfico ha permitido la presencia imperialista tanto desde el punto de
vista militar, así como también desde el punto de vista económico. Pero como
plantea Claudio Katz, aunque se podría esperar mayor benevolencia con “el amigo”
sudamericano, los resultados obtenidos hasta el momento apuntan a lo contrario,
especialmente para los agricultores colombianos. (Katz,
2006:23)
Pero
el gobierno de Álvaro Uribe no es el único que ha entablado acuerdos de este
tipo, tanto Perú como Chile también se han embarcado en acuerdos comerciales con
EEUU. En ambos casos, resultan de vital relevancia analizar los convenios
bilaterales, ya que el interés fundamental radica en la exportación de recursos
naturales, fundamentalmente de recursos mineros, aspecto que se trata en este
trabajo.
A
esta embestida norteamericana que ha opuesto no solamente los proyectos
sudamericanos, sino también tanto el capitalismo europeo como el asiático, que
ven la oportunidad de realizar inversiones propias del capitalismo central en
los países periféricos, como así también utilizar a los mercados
latinoamericanos como plataformas de exportación hacia los EEUU. Como plantea
Katz “las empresas europeas buscan sacar rédito del clima hostil que existe en
América Latina hacia su concurrente del hemisferio norte”. Pero esto no
significa que los acuerdos con los grupos económicos del viejo continente sean
más atractivos que los que ofrece su contrincante americano. Como el autor
continúa explicando: “al igual que Estados Unidos, Europa no esta dispuesta a
otorgar concesiones comerciales, y ofrece acuerdos con fuertes exigencias de
protección jurídica a las compañías, pocas normas de cooperación y reducidos
reconocimientos de asimetrías”
Con esto resulta evidente, en un contexto
de sobreacumulación de la economía mundial, el capitalismo central no esta
dispuesto a otorgar ningún tipo de beneficios al capitalismo
periférico.
En
oposición a las alternativas impuestas desde el poder hegemónico, el progresismo
surgido en los últimos años ha intentado construir, en un caso y reconstruir, en
otro sus propuestas.
De
esta forma, en una alianza algo difusa y con algunos vaivenes se ha intentado
crear un bloque que aparentemente, tenga objetivos comunes. Para lograr estas
aspiraciones, dos proyectos se encuentran en pugna.
El
primero de ellos, no es nuevo, sino que ya lleva más de una década desde su
conformación.
El MERCOSUR, surge del acuerdo bilateral
entre los dos países con mayor peso de América del Sur. Desde su constitución,
en un contexto de crisis económica y con una deuda externa exorbitante, el
bloque tuvo como estrategia ampliar los mercados nacionales deprimidos y
saturados. Ahora bien, esta proyección de una integración comercial entre los
vecinos sudamericanos no necesariamente apuntaba a un proceso de verdadera
integración y cooperación económica. Ya desde su concepción, el bloque apuntó a
favorecer a los grupos capitalistas locales y por sobre todo favorecer a las
empresas transnacionales que encontraban como atractivo las concesiones a la
hora de invertir, especulando con los vaivenes de los tipos de cambio y un
mercado ampliado que permitiría generar economías de escalas. Esta estructura
productiva permitía generar a estos grupos económicos una mayor acumulación
gracias a los nulos o bajos aranceles y al proceso de división del trabajo
Inter.- regional, lo que implica un competencia voraz por atraer las inversiones
para cada uno de los países, generando medidas regresivas en térmicos sociales y
en beneficio del capital transnacional que era el que lograba los beneficios.
(Katz, 2006: 36 – Coggiola, 2007: 49).
Por
esta razón la idea de un proyecto de verdadera integración quedo descartado
desde el comienzo. Las asimetrías entre los países miembros, y el peso de los
grupos de las burguesías brasileña y argentina, han conducido a que el bloque no
haya podido sortear su estadio inicial. A esos contratiempos hay que sumarle la
debilidad de cada una de las naciones, frente a las debacles económicas de los
países miembros que fueron arrastrando al resto de los
socios.
Según
Osvaldo Coggiola, “El MERCOSUR, el bloque comercial de las burguesías del Cono
Sur, se fue muriendo de muerte natural, como consecuencia de la quiebra de cada
uno de sus integrantes. Su crónica inestabilidad demostró su inviabilidad, su
incapacidad para hacer frente a una crisis mundial en forma autónoma y unida.
(…) es una unidad parcial de ciertos grupos de monopolios (…)”
Sin
embargo, la llegada al poder de la corriente progresista, sumado a los
proyectos, algunos de ellos consumados, de ampliar el bloque hacia otros países
sembró cierta ilusión de una renovación de un verdadero proyecto de integración.
Con la anexión de Chile y Bolivia como socios adherentes, y la de Venezuela, en
carácter de socio pleno, muchos se ilusionaban con pensar en una
construcción que condujera hacia la unidad sudamericana.
Ahora
bien, cuando se ponen en superficie las contradicciones existentes entre estos
países, la realidad de un proceso de integración se transforma en un espejismo
en el desierto.
Por
un lado, teniendo en cuenta los inconvenientes no saldados entre los países
miembros en lo que respecta a la eliminación de aranceles y los problemas sobre
subsidios a ciertos productos, muy difícilmente se puede pensar que esto pueda
revertirse con un bloque ampliado. Incluso si se tiene en cuenta que tanto
Uruguay como Paraguay amenazaron con retirarse del bloque para establecer
acuerdos de libre comercio con EEUU como consecuencia de los pocos dividendos
obtenidos hasta el momento.
Por
otro lado, la participación de Chile genera, al interior del bloque, ciertas
reticencias, especialmente por los acuerdos de libre comercio que éste país
tiene con EEUU. Esto implicaría por un lado, que efectivamente lo planteado en
el párrafo anterior se convierta en realidad, además que el país trasandino
sería una plataforma de exportación del país norteamericano, con lo que
progresivamente iría erigiendo su proyecto de expansión
territorial.
En
lo que respecta al caso Venezolano, ha resultado relativamente sorpresiva la
aceleración del proceso de incorporación de este país al MERCOSUR.
Es
indudable, que por varias razones, Venezuela ha adquirido, en los últimos años,
una relevancia inusitada a escala mundial. Apoyado en un recurso estratégico
como el petróleo, le ha permitido al gobierno de dicho país una retórica
discursiva populista que ha desatado controversias. El enfrentamiento con la
política de los EEUU y las alianzas con Cuba y Bolivia y más recientemente con
Ecuador, luego de la llegada al poder en 2006 de Rafael Correa, han suscitado
por un lado anhelos de esperanza para ciertos sectores y de preocupación para
otros.
Una
de las causas, de la rápida entrada al MERCOSUR de Venezuela estaría
fundamentada en una estrategia conjunta de los gobiernos de Lula Da Silva y
Néstor Kirchner para intentar frenar la impronta nacionalista y antiimperialista
(al menos discursiva) que promueve Chávez y sus nuevos socios. (Katz,
2006:113).
En
efecto los mandatarios de los dos países con mayor peso en la región se
encuentran en una cruzada dual. Por un lado, consolidar la alianza sudamericana
y de esta forma defender los intereses de las burguesías locales, contando con
el apoyo estratégico de Venezuela pero por otro, controlando a dicho país a fin
de que efectivamente la política regional no se radicalice de tal forma que
implique romper las relaciones con el imperialismo, situación que se da en la
práctica, aunque discursivamente se propugne por la unidad e
independencia.
Ahora
bien, aunque soslayadamente se ha mencionado aquí lo que efectivamente desvela
tanto a los gobiernos argentino y brasileño como así también al capital
transnacional es el tercer proyecto que ha entrado en pugna entre los dos
analizados anteriormente: El ALBA.
La
Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) fue impulsada en un momento en
donde se planteaba el revés sufrido por el ALCA en Latinoamérica. La
denominación del proyecto como bolivariano, hace alusión al perfil que intenta
darle Hugo Chávez a su país como así también sienta las bases para una expansión
a nivel regional basada en lazos de solidaridad y en una clara oposición al
proyecto mercantil establecido por el ALCA. (Katz, 2006: 65). De esta forma, se
entabla una oposición abierta al imperialismo
norteamericano.
Si
bien es un proyecto incipiente, existen varios interrogantes y dilemas que se
deben tener en cuenta a la hora de analizar la viabilidad o no de dicho
proyecto.
Cómo
punto de partida si bien quedaron establecidos los lineamientos generales, las
políticas que conducirían a llevar a cabo la tan prometida y ansiada “unidad”
aún son muy difusas.
En
primer lugar, ¿hasta que punto, la integración bajo vínculos solidarios o
“ventajas cooperativas” pueden prevalecer por encima de la integración basada en
las ventajas comparativas? Resulta evidente que el objetivo de establecer
alianzas con locales, como ha sido manifestado, a fin de tejer redes que
permitan construir desde abajo un proceso en pos de los más desprotegidos, choca
no sólo con la estructura política tradicional, que más allá de ciertos cambios
aparentes en la coyuntura de los gobiernos nacionales, sigue presente, sino que
también, propugna ciertos cambios que el resto de los gobiernos sudamericanos no
estarían dispuestos a modificar. Como plantea Claudio Katz: “una acumulación de
albitas
junto a Lula, Kirchner o
Tabaré bloquearía cualquier avance
emancipador, ya que excluiría tres medidas básicas de ese camino, la reforma
agraria, la redistribución del ingreso y la nacionalización de los recursos
básicos”.
Como
segundo punto, aparecen ciertas contradicciones en cuanto a los proyectos que se
han puesto en marcha o han sido presentados como próximos a ejecutarse. Los
mismos, bajo el argumento de sentar las bases con la aspiración de integración
independiente tendiente a crear lazos de progreso, han tenido la venia de gran
parte de los mandatarios de la región.
Es
una realidad que el contexto mundial, el abastecimiento energético se ha
convertido en una cuestión primordial, y Sudamérica no escapa a ese dilema. En
los últimos años, a partir del proceso de enajenación de los recursos naturales,
bajo el capital monopólico, algunos países de la región han tenido dificultades
para lograr la autosuficiencia energética. Pero además la región cuenta con
importantes reservas tanto de petróleo como de gas. Por esta razón, se han
puesto en marcha megaproyectos como la construcción del gasoducto sudamericano,
el anillo energético o incluso, Venezuela ha tenido una activa participación en
la creación de la empresa estatal ENARSA en Argentina. Ahora bien, a simple
vista, este estas acciones llevadas a cabo parecerían conducir a un verdadero
proyecto de integración y autonomía. Pero lo cierto es que se deben poner en
relevancia ciertos aspectos que definirán claramente hacia donde apuntan tales
propósitos. Por un lado es evidente que tanto las empresas transnacionales, como
así también las burguesías locales son las que se apropian de la renta de la
explotación de tales recursos. Entonces ¿cómo se puede convivir este mecanismo
de acumulación con la reducción de las desigualdades y la creación de lazos
solidarios?
Resulta
evidente que la aceptación de estos grandes proyectos esta relacionada con los
beneficios que las burguesías locales, sostenidas por el aparato estatal, pueden
lograr y por otro lado porque la rentabilidad del capital hegemónico no se
encuentra amenazada.
De esta manera, la idea de la unidad
regional, que tanto se promueve, conduce más a la unidad de las corporaciones
que a la verdadera unidad de los pueblos.
Explotación
minera en Sudamérica. La antítesis de la integración
La
discusión sobre la importancia y la apropiación de los recursos naturales ha
adquirido nuevamente una significación, que se había dejado de lado en etapas
anteriores.
En
un contexto de crisis de capitalismo mundial, el poder hegemónico, a través de
su política expansiva, ha arremetido con notable virulencia, para tener en
control sobre los mismos.
Es
en este marco, donde la actividad minera, especialmente la metálica, ha tenido
cambios de gran significatividad en Sudamérica.
Si
bien, los países de la región andina han tenido una larga tradición en el
desarrollo de la minería, en las últimas décadas se han producido
transformaciones en el sector que requieren ser
analizadas.
La
década del ’90, estuvo signada por la implementación de políticas conducentes al
proceso de enajenación. De esta forma, durante dichos años se preparó el
escenario que permitió la transformación y un fuerte proceso de extranjerización
de la minería. Como expone Oscar Prado: “el incremento de la presencia del
capitalismo extranjero en la actividad minera en Argentina, ocurre también en
países como Chile, México, Perú y Brasil y son parte de un proceso que condujo a
una acelerada relocalización de la producción minera mundial durante los ’90, en
el que América del Sur ha tenido un rol determinante”.
Como
punto de partida se puede observar que estas transformaciones no parten de un
proyecto de consolidación de la actividad y que la misma esté concatenada con el
circuito productivo interno, sino todo lo contrario. En la última década del
siglo XX se va a observar un incremento de la demanda mundial de minerales,
fundamentalmente a partir de los requerimientos de los países del sudeste
asiático que comenzaban a expandir su actividad industrial. (Prado, 2005:5, Luna
Quevedo, 2004:27)
Pero
no necesariamente estas condiciones favorables de la demanda mundial explican
por sí sola la importancia que empezaba a adquirir la región para el capital
transnacional. Por un lado, el potencial geológico de la región, con
concentración de minerales de alta ley, hacen de la región un lugar atractivo a
la hora de invertir.
Sin
embargo, el potencial natural de la región no parecía ser razón suficiente, al
menos desde los discursos de los gobiernos sudamericanos. Las políticas de
“brazos abiertos” a las inversiones que prevalecieron durante la mencionada
década, debían ir acompañadas de una reestructuración legislativa que hiciera
viable un proceso de acumulación mayor y que brindara beneficios acordes a lo
que las empresas multinacionales requerían.
De
esta manera, como punto de partida de esta reconversión de los marcos
regulatorios de los países del Cono Sur, las empresas extranjeras tienen un
tratamiento igualitario a las empresas de capital nacional, además que no existe
restricción para las primeras en la participación en la actividad (Pardo, 2005,
9). Pero este beneficio no resultó lo suficientemente favorable para atraer
masivamente las inversiones.
Por
esta razón, la mayoría de los países que posteriormente lograron tener una
participación activa dentro de la minería a escala internacional, crearon
legislaciones flexibles que hicieron aflorar masivamente la llegada de
capitales. Entre las medidas que se pusieron en marcha se pueden destacar la
estabilidad cambiaria, que en el caso argentino llega al extremo de sostenerla
por 30 años, reducción o eliminación de impuestos, libre importación de
maquinarias e insumos, deducción en gastos de prospección, exploración, etc.,
pago de regalías bajo declaración jurada. Pero la situación aún se complejiza
más si a todos los beneficios impositivos se suman otro tipo de facilidades. Sí
bien en reiteradas ocasiones tanto las empresas, como los diferentes gobiernos
han hecho hincapié en que las explotaciones se rigen bajo estrictas normas
ambientales, los resultados vistos a lo largo de todo el subcontinente suponen
lo contrario. De esta manera se pueden encontrar innumerables denuncias por
parte de los pobladores locales, que ven deteriorarse su salud, a través de la
contaminación de los cursos de agua y el aire por las sustancias tóxicas
utilizadas para la producción y que no tienen un manejo adecuado, que
efectivamente demuestran que los controles por parte de los organismos estatales
son extremadamente laxos o inexistentes.
Si
bien, tipo de políticas resultaba esperable bajo los gobiernos neoliberales que
dominaron la escena política desde el retorno a la democracia en la región y que
tuvieron su punto culminante en los ’90, con la llegada de los gobiernos
progresistas, de discursos nacionalistas y de integración social y productiva,
este tipo de modelo de explotación resulta inviable.
En
contraposición a la lógica discursiva, los gobiernos sudamericanos, no solamente
no revocaron las medidas implementadas por sus antecesores, sino que redoblaron
la apuesta en pos de seguir siendo mercados atractivos bajo los términos
preexistentes. Clara muestra de ello lo expresaba Néstor Kirchner durante la
presentación del plan minero nacional en el año 2004: “El sector minero
argentino es uno de los pocos que durante la década del '90, con cambios
importantes en la legislación, empezó a tener un principio y un punto de
inflexión que le permitió avizorar un destino estratégico diferente. Nosotros lo
pudimos ir percibiendo en distintos lugares de la Argentina y hasta la profundización
del proceso de recesión, de depresión en la Argentina, el sector minero fue
mostrando en sus distintos aspectos un crecimiento casi
permanente.
Más
allá de una legislación que nosotros estimamos que fue positiva, que ayudó, y
que evidentemente hoy estamos ante una posibilidad concreta de consolidar el
proceso de inversión y de desarrollo minero en la Argentina con todas las calidades
que marcaba con toda exactitud recién el responsable del área minera.”
Resulta evidente que el gobierno
argentino no estaba dispuesto a perder el carácter de país modelo de la nueva
minería. Bajo la justificación del crecimiento de las inversiones y la creación
de fuentes de trabajo se ha encubierto los negocios fabulosos de las empresas
mineras.
Si bien es cierto que
han crecido exponencialmente los emprendimientos en este sector, estas empresas
pagan 3% en conceptos de regalías, pero sí esto no es suficiente, Argentina se
ha convertido en el sexto país a nivel mundial entre los países con mayores
recursos mineros, pero además de ello ocupa un tercer puesto en concepto de
rentabilidad de cobre y oro, los dos metales con mayor cotización en el mercado
mundial actualmente. (Prado, 2005: 35 - 36). De esta forma, el capital
transnacional no esta dispuesto a renunciar a los beneficios que de los que esta
gozando. Pero tampoco el gobierno argentino, a pesar de lo que se expresa tienen
intenciones de desarrollar políticas tendientes a generar un proceso de
crecimiento interno y redistributivo.
Allende la
cordillera, la situación no es diferente a lo que sucede en Argentina. Chile un
país con una gran tradición minera, ha visto crecer su economía, especialmente
en los últimos años a partir del incremento de la cotización internacional de su
principal recurso dentro del sector: el cobre.
Como todos los países
que han tenido una larga historia sustentada en la explotación minera en
Sudamérica, dicha actividad estuvo manejada por el capital transnacional desde
su comienzo, si bien es cierto que la participación estatal en general aparecía
cuando los niveles de rentabilidad no eran óptimos para las empresas
extranjeras. Pero, durante el gobierno de Salvador Allende se va a producir en
hito en la historia de ese país, a partir de la nacionalización de los recursos
y la creación de la empresa estatal CODELCO. Este acontecimiento permitió al gobierno
de la Unidad Popular tomar el control y la administración de un recurso
considerado estratégico para la economía del país
trasandino.
Pero tras el golpe de
estado, si bien la empresa siguió estando bajo el control estatal, se comenzaron
a sentar las bases para la “devolución” de los beneficios al capital extranjero,
gran aliado del gobierno de Pinochet.
Si bien este
acontecimiento es esperable de los gobiernos dictatoriales, ya que fueron el
instrumento necesario del imperialismo para imponer los procesos de apertura y
desestructurar la resistencia, nuevamente con la llegada a la democracia no se
evidencian cambios que reviertan tales medidas, sino que las
profundizan.
Como punto de partida
para analizar la política que ha llevado adelante la Concertación, partido que
gobierna Chile desde la llegada de la democracia en 1990, hay que tener en
cuenta que retoma la idea del gobierno de Pinochet de conducir a Chile a un
proceso de modernización y crecimiento económico, ¿pero a qué costos?
La minería chilena ha
tenido un cambio sustancial desde 1990, cuando se comienza a observar la
irrupción acelerada de empresas extranjeras, especialmente canadienses. Esta
presencia ha sido fuertemente cuestionada ya que, se consolida un proceso de
enajenación de los recursos, pero por sobre todas las cosas éstas adquieren
mayor protagonismo por tener una fuerte injerencia en las políticas estatales
del sector, generando la pérdida de control por parte del estado en la
producción de su mayor fuente de recursos. (Luna Quevedo, 2004:
4)
Si bien las
inversiones se han enfocado en metales como la plata y el oro, el punto de
atención esta centrado en el cobre. Chile cuenta con la mayores reservas a nivel
mundial de dicho metal, algo que con un fuerte control estatal le permitiría
incluso controlar los niveles de precios en el mercado mundial.
Los costos del
proceso de extranjerización han sido muy altos, ya que la mayor fuente de
divisas del país le permitía al estado chileno reinvertir en proyectos,
educativos, de salud y de promoción social. Se estima que desde 1971 a 1999, la
explotación le ha aportado a las arcas fiscales más de 25 mil millones de
dólares. En contraposición a ello, la apertura del mercado minero
ha generado que la población chilena pierda entre 1996 al 2000 más de 6.287
millones de dólares que podrían ser invertidos en su propio desarrollo. (Luna
Quevedo 2004: 4).
Pero si toda esta
situación ya de por sí sola es un gran inconveniente, el Estado chileno ha
tenido que afrontar un proceso de sobreproducción, generando pérdidas para la
empresa estatal.
No sólo el Estado
chileno no hizo nada para revertir esta situación, sino que muy por el contrario
redobló la apuesta en beneficio de las empresas extranjeras. Bajo el lema de la
integración de los pueblos en el año 2000 se firma el Tratado Minero Argentino
Chileno. Este acuerdo no es una estrategia nueva, sino que tiene sus bases en el
Tratado de Paz y Amistad firmado por ambos países en el año 1984, y que se da
como corolario al conflicto que ambos países habían tenido por problemas
fronterizos en el canal de Beagle. Resulta llamativo que luego de un conflicto
que incluso había tenido amenazas bélicas, surja un tratado con la intención de
consolidar los lazos entre pueblos hermanos para intensificar la cooperación
económica y la integración física, incluyendo la exploración de los recursos
naturales. De esta forma, este tratado sentó las bases para todos los acuerdos
económicos que sucesivamente se firmaron entre ambos
países.
Pero sí debía existir
una muestra más de la autoría de este acuerdo del capital hegemónico, fue que en
los tratados de cooperación y desarrollo económico que se fueron firmando
previamente
se habían incorporado dentro del área de operaciones mineras al sur chileno,
zona eminentemente agrícola y sin tradición en la actividad. En una sesión de la
Comisión Unida de Relaciones Exteriores y Minería de la Cámara Alta de Chile,
solicitaron explicaciones al entonces Presidente de la República Eduardo Frei y
a funcionarios del Ministerio de Minería y ninguno supo dar explicaciones ni
detalles técnicos que la inclusión de esta área. Como explica Luna Quevedo:
“ello es un claro indicio que no son las autoridades chilenas las que incluyeron
el área sur en el Área de Operaciones del Tratado, sino las grandes
transnacionales mineras. Estas empresas, gracias a los sofisticados satélites,
incluidos los satélites militares
de sus respectivos gobiernos, habrían permitido encontrar en el sur de la
Cordillera chileno – argentina, recursos mineros que ambos países desconocían”
Resulta evidente que,
como en otros sectores de la economía, el capitalismo central ha ido sentando
las bases progresivamente para el proceso de apropiación de los recursos. Con el
Tratado Minero Argentino – Chileno se ha consolidado el proyecto de uno de los complejos más grandes del
mundo Veladero- Pascua Lama. Dicho
complejo esta asentado sobre ambos lados de la Cordillera en áreas inestables
desde el punto de vista ambiental y marginales desde el punto de vista
socioeconómico.
Desde el punto de
vista ambiental, Chile tiene una legislación laxa. Como explica César Padilla:
“Chile posee una legislación permisiva y carece de control una vez aprobados los
estudios de impacto ambiental. Las empresas mineras transnacionales (…) han
convencido al estado que la mejor regulación es la auto –regulación”
. Esta flexibilidad por parte del estado chileno ha generado un creciente grado
de contaminación producto de la actividad.
El proceso de
extranjerización de la minería chilena no ha venido acompañado del crecimiento
económico para el país, que usualmente se usa como pretexto a la hora de
permitir tales emprendimientos. Al contrario de esta situación, si bien Chile es
el mayor exportador mundial de cobre y uno de los principales productores
mineros del mundo, el gobierno de ese país ha visto mermar sus ingresos de la
misma forma que ve emigrar sus recursos. Con una tradición de una actividad
controlada por el estado y que le permitía generar riquezas y empleos tanto
directos como indirectos, hoy la estado ha dejado de recaudar millones de
dólares para destinar al proceso de crecimiento de su mercado interno. Pero
además, las nuevas formas de explotación de la minería requieren de una
complejidad tecnológica que el país no puede proveer, lo que implica una mayor
dependencia, con respecto a este rubro, del mercado externo. Pero como si esto
no fuera suficiente, esta “nueva minería” como se denomina a la explotación a
cielo abierto, no sólo trae aparejados problemas desde el punto de vista
ambiental, sino que ha destruido la estructura de la minería artesanal, dejando
gran cantidad de mano de obra desocupada, que se suma a la población ya
marginada y a los campesinos expulsados de sus tierras, muchas veces por estas
mismas empresas para poner en funcionamientos sus
megaproyectos.
Estas situaciones
descriptas tanto para Chile como anteriormente para Argentina no están asociadas
a la casualidad sino a la causalidad.
Otros de los países, de larga tradición
minera, pero que ha visto incrementadas las inversiones extranjeras en ese
sector es Perú.
Como el resto de los
países de la región ha visto con buenos ojos la llegada de capitales para el
desarrollo de minería. Coincidiendo con la dinámica de apertura de la economía
acaecida en los países periféricos, Perú generó las condiciones que permitieran
el proceso de apertura de su economía en los años ’90. Durante esta década, el
gobierno de Alberto Fujimori, privatizó las empresas mineras que habían sido
nacionalizadas durante el gobierno de Velazco Alvarado en la década del ’60,
sentando las bases para la llegada de las grandes corporaciones del
sector.
Hoy el país se
encuentra entre los principales productores del mundo y junto con Argentina y
Chile esta catalogado como uno de los países en donde se prevén mayores
inversiones en el mediano plazo.
En este sentido, este
país se encuentra a la vanguardia del resto de los países sudamericanos, ya que
fue el primero en donde se puso en marcha la explotación a cielo abierto. De
esta forma, la minera Yanacocha, de capitales estadounidenses, se ha convertido
en una de las minas a cielo abierto más grande del mundo. Ubicada en la
provincia de Cajarmarca, al norte del país, esta explotación ha generado serios
inconvenientes desde su puesta en funcionamiento.
Pero, sí este país no
fue la excepción en seguir las políticas surgidas del Consenso de Washington,
que garantizaban altas rentabilidades para el capital transnacional y la
enajenación de los recursos, tampoco es la excepción en las prebendas ofrecidas
para convertirse en un mercado atractivo.
Desde la llegada de
las mineras extranjeras al país, los conflictos sociales como ambientales han
ido en aumento. Las poblaciones campesinas han sufrido el hostigamiento por
parte de estas empresas, debiendo dejar sus tierras porque eran ocupadas o en su
defecto porque los altos niveles de contaminación han generado problemas de
salud y la infertilidad de los suelos.
Paradójicamente las
provincias mineras son hoy las que mayores ganancias generan, pero no para el
Estado peruano, y son las que a su vez gozan de los peores indicadores sociales.
El incremento de la pobreza y de la marginalidad ha sido exponencial, ya que a
las poblaciones campesinas desplazadas de su lugar de vida y de trabajo se debe
sumar a los trabajadores que realizan su labor en condiciones de
precarización absoluta bajo las órdenes de las mineras.
Siendo uno de los
principales productores mineros del mundo, dicha actividad sólo representa bajo
porcentaje del PBI nacional, producto del escaso proceso de industrialización
que tiene en el país, pero además, esta relevancia en el mercado mundial no
representa tampoco un importante aporte a la generación de
empleo.
Pero el gobierno de
Alan García va por más. En función del Tratado de Libre Comercio firmado con
EEUU, se ha modificado la legislación acorde con los acuerdos previsto por éste.
De esta forma, con la firma del Decreto Legislativo 1064, que permite a las
empresas mineras sortear el requisito, que previamente tenían, de entablar un
acuerdo con las comunidades para poner en funcionamiento sus emprendimientos. De
ahora en más sólo bastará con el consentimiento de Estado nacional, lo que
evidentemente allana el camino y ya siquiera se necesita incorporar a los
proyectos ni a los discursos palabras bonitas que avalen el proceso de
expoliación. (Observatorio de Conflictos Mineros en América
Latina)
Por lo expuesto hasta
aquí, resulta evidente que el notable crecimiento de la actividad minera en
Sudamérica, acompañado por un fuerte proceso de extranjerización son la
antítesis de un proyecto de integración regional que involucre el desarrollo de
los pueblos.
Palabras finales
…
Si
hay un elemento que puede caracterizar al actual progresismo sudamericano, es la
divergencia entre la retórica discursiva y la acción concreta.
Se
han presentado aquí tres formas de integración, que a priori responderían a tres
modelos diferentes de desarrollo regional, pero a la hora de observar los
hechos, si bien existen ciertas diferencias no resultan ser tan
taxativas.
La
actividad minera ha resultado un buen ejemplo de esas divergencias entre
discurso y la práctica. El desconcierto que Jorge Beisntein plantea de este
progresismo, emanado de la profunda crisis social que dejó el neoliberalismo, es
absoluto. Resulta sorprendente que gobiernos que se apoyan en las banderas de
sus antecesores políticos, como Simón Bolívar, Salvador Allende o Haya de la
Torre,lleven adelante tales polítcas. Palabras como unidad, desarrollo y
bienestar de los pueblos, resultan vacías cuando posteriormente se aplican
medidas que benefician al capitalismo hegemónico y les permite sortear sus
propias crisis a costa de los pueblos que dicen defender.
A
tal efecto se podría decir que la esperanza esta centrada en que efectivamente
el ALBA, sea el proyecto que verdaderamente permita a los pueblos de América
aspirar a una verdadera
integración. Si bien es cierto que se han llevado a cabo ciertas medidas en pos
del beneficio popular, no se debe dejar de lado que, bajo esta idea de ayuda y
cooperación también se han puesto en marcha proyectos que convalidan el proceso
de acumulación de los grandes grupos económicos. Proyectos como el IRSA, apoyado
por todos los países de la región no es más que una reestructuración regional
pensada en beneficios del gran capitalismo y no en pos de que prevalezcan las
potencialidades regionales. Sí se aboga por un proceso regionalista ¿porqué se
proyecta un Banco Sudamericano, siendo su primera transacción el préstamo de
dinero a Argentina para que cumpla los requerimientos el
FMI?
El
capitalismo esta en crisis y ha puesto en funcionamiento todo su arsenal para
sortear sus conflictos, para ello se ha volcado ferozmente sobre el patrimonio
de los países más pobres y los gobiernos de éstos se lo han permitido.
Resulta interesante la idea expuesta por
A. Roy:”La privatización, (…) consiste esencialmente en la transferencia de
activos públicos productivos a empresas privadas. Entre éstos activos se
encuentran los recursos naturales (…) Éstos son activos que el Estado posee en
nombre del pueblo al que representa (…) Arrebatárselos, para venderlos a
empresas privadas representa un proceso de desposesión bárbaro, a una escala sin
precedentes en la historia.”
Tanto
los gobiernos de derecha, como los progresistas hoy están implementando un
proceso de privatización y enajenación de los bienes públicos. Resulta evidente
que para aspirar a la conformación de la Patria Grande que aspiraban Bolívar y
San Martín se debe romper con esta estructura dependiente del imperialismo. La
solución a ello es que sean los pueblos de Sudamérica los que impulsen la
integración y no que prime por sobre ellos la integración
burguesa.
“La
unidad regional nunca fue una meta de las oligarquías y continúa siendo un
objetivo ajeno a las clases dominantes contemporáneas”
Bibliografía
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