La organización espacial del sistema alimentario:
el papel jugado por los circuitos ‘de
proximidad’
Clécio Azevedo da Silva
Departamento de Geociências
Universidade Federal de Santa Catarina –
Brasil
Resumen
La organización espacial del sistema alimentario supone una
división del trabajo entre lugares a lo largo de las cadenas productivas,
necesaria a la producción y circulación del excedente. Los “circuitos de
proximidad” comprenderían relaciones instituidas a escalas local y regional,
cuyas características estarían vinculadas a una mayor cercanía con la origen
natural de los alimentos y a una gran participación de pequeños agentes
(economía familiar, artesanal, etc.). A pesar de presionados por una tendencia
de alargamiento – impuesta al sistema alimentario por el desarrollo de las
fuerzas productivas – estos circuitos podrían incrementar la apropiación
territorial de la renta gracias a (1) la concentración espacial de funciones o a
(2) la explotación de la calidad superior de los productos de la tierra. Los
beneficios estarían dependientes de la renta diferencial lograda por los agentes
locales o regionales.
Palabras clave: sistema alimentario, circuitos de proximidad,
cooperación espacial, apropiación territorial de la renta.
Abstract
The spatial organization of food systems would suppose a labour
division vital to the production and circulation of surpluses throughout the
productive chain. ‘Proximity circuits’ comprise local or regional relationships
and would have a closer link with the origin of the food in the nature and a
strong presence of small agents (family and an artisan economy etc.). Although
under pressure to grow larger – imposed on food systems through the development
of productive forces – these circuits could increment the territorial
appropriation of income by: (1) a concentration of spatial functions or (2) the
exploitation of the superior quality of the land produce. These benefits would
be conditioned to the differential income obtained by the local or regional
agents.
Key words: food system, proximity circuits, spatial cooperation,
territorial appropriation of income.
Introducción
Los norteamericanos Davis & Goldberg (1957) cualificaron las
relaciones que se generan en el sistema alimentario a partir de la noción de
“cadena productiva” que, desde entonces, es ampliamente utilizada en la
literatura económica. Los encadenamientos – logrados por medio de compromisos
jerárquicos y de complementariedad entre agentes y/o instituciones –
caracterizarían una división del trabajo a través del reparto de las funciones y
operaciones de producción, transformación, distribución y consumo de los
productos alimentarios.
La división del trabajo a lo largo de la cadena va a suponer,
además, el fraccionamiento del
espacio según su función en el sistema alimentario. En las sociedades donde
prevalece el autoconsumo, la producción y el consumo de alimentos suelen ser
realizados a distancias muy cortas o sobrepuestos en los mismos espacios (de
control familiar o comunitario); ya en las economías de mercado, las funciones
son más numerosas y están repartidas de forma más o menos dispersa. Se trataría
de afirmar, por lo tanto, que el sistema alimentario está dotado de una
organización espacial o socioespacial.
El circuito espacial (de producción, circulación y consumo de
mercaderías) – noción introducida en los estudios de geografía urbana a través
de diversos trabajos de Milton Santos (1966; 1971; 1972; 1975) – se aplicaría al
estudio del sistema alimentario como herramienta para descifrar esta
organización socioespacial, relacionando transferencias entre agentes
(productores) o sectores (agricultura, industria) con transferencias entre
países o mismo regiones. Tal perspectiva es reforzada por el geógrafo brasileño
Ricardo Castillo cuando afirma que la noción de “circuito” se distingue de las
nociones de “cadena”, “complejo agroindustrial”, entre otras, por ser
complementaria e indisociable de la división territorial del trabajo (Castillo,
2005, p. 4).
En cualquier caso, la localización y la circulación aparecen como
los dos aspectos esenciales a los estudios geográficos sobre el sistema
alimentario, ya que se trata de abordar movimientos continuos y regulares de
materia (flujos materiales) entre unos puntos concretos en el espacio. Más allá
de lo que sería el estudio de una “geografía de la producción” o “del consumo
alimentario”, tomadas de manera aislada, lo importante es aclarar como los
flujos de productos y de valor activan el fraccionamiento y, en última
instancia, la producción del espacio.
Tal perspectiva coincide con lo que Joan-Eugeni Sánchez llamó de
“geografía de la producción del excedente”, en la cual lo importante sería “el
circuito de valor, y la distribución, tanto social como territorial”. Así, el
espacio adquiere una doble importancia: como lugar de producción y como ámbito y
posibilidad de desplazamiento del excedente, de forma tal que “…pueda consumarse
la distribución social gracias a la posibilidad de distribución territorial, y
superpuesta a aquélla” (Sánchez, 1991, p. 114-115).
1. Delimitando los circuitos de
proximidad
Podemos definir los circuitos de proximidad como aquellos donde la
destinación final de la producción y circulación del excedente es el consumo
local o regional. Son circuitos trazados a cortas distancias (comparándolos con
los circuitos de alcance nacional o internacional), y el interés en su estudio
estaría ligado, por un lado, al particular dinamismo que podrían provocar en las
economías territoriales y, por otro, a una expectativa de protagonismo de los
actores locales en la construcción social del proceso del
desarrollo.
Si bien que nos interesamos por los circuitos de proximidad, es
importante destacar que éstos cargan con una parte discreta de los volúmenes de
materias primas y productos circulantes en el sistema alimentario. Su
integración a la economía capitalista constituye y es resultado de dinámicas
locales y regionales, las cuales, por definición, son incapaces de ejercer el
comando de los grandes flujos (nacionales e internacionales) de mercancías que
atraviesan el espacio global. Este es un límite claro para su realización y sus
perspectivas evolutivas.
Pero, igualmente es verdad que los circuitos alimentarios son
dotados de extensiones variadas, y la posibilidad de que se dibujen a escalas
cada vez mayores no son un hecho sino que va a depender de las condiciones
encontradas por el sistema alimentario, en su proceso de desarrollo, de
establecer conexiones entre puntos alejados en el espacio, como efecto de la
modernización de los medios de transporte y el incremento tecnológico a lo largo
de la cadena productiva.
Al introducir la noción de circuitos en los estudios sobre el
sistema alimentario, Malassis (1973) evaluó que un circuito corto no estaría
necesariamente situado en una condición periférica en la estructura
socioeconómica. Según su análisis, el principal factor que confiere la hegemonía
a los circuitos largos es el progreso técnico y que ésta misma hegemonía puede
variar según la forma y el grado de industrialización – o artificialización –
que el sistema alimentario presenta en cada territorio.
Para este autor, los circuitos con distintas extensiones poseen
funciones específicas que no pueden sobreponerse sino parcialmente Aunque admita
la generalización de un modelo de referencia para el consumo alimentario, basado
en los países occidentales desarrollados, su reflexión nos pone ante el
imperativo de que la conformación de los circuitos alimentarios está
estrechamente vinculada a las estructuras productivas nacionales y sus
particularidades y excepciones frente al resto del mundo. Así, destaca que:
“Le
processus de diffusion par imitation, qui joue à l’intérieur d’un pays, joue au
niveau mondial, dès que la croissance du pouvoir d’achat dans les PMD le permet.
Le modèle nutritionnel occidental tend à devenir, à l’échelle de l’entière
humanité, un modèle de référence. Or, il n’est pas prouvé que cette référence
soit bonne, ni que la généralisation du modèle occidental soit possible: la
généralisation de ce modèle de consommation impliquerait en effet la la
généralisation du modèle de production qui le sous tend (...) La solution
n’est d’ailleurs pas dans l’opposition entre PD et PMD, mais dans l’avènement de
nouveaux modèles de consumation, tant dans les PD que dans les PMD.“
(Malassis,
1973, p. 73-74)
Evidentemente, tal percepción se muestra permeable a los valores
socioculturales que diferencian los países y regiones, y cuyos orígenes suelen
ser anteriores a la aparición del capitalismo. Más adelante, el mismo autor
acrecienta que el sistema alimentario se estructura en acuerdo con cada
formación social y económica, lo que inviabilizaría la perspectiva hipotética de
una configuración homogénea y “universal” (Malassis, 1973, p. 98). En su
reflexión insiste, además, que varios modelos de consumo pueden coexistir dentro
de una misma formación social y económica, tal como lo pone a seguir:
“
Plusieurs modèles de consommation peuvent coexister au sein d’une FES, notamment
selon les catégories de revenu et les localisations géographiques (urbains et
ruraux)… Il convient donc de distinguer soigneusement le modèle de consommation
“moyen”, les modèles différenciés par catégories socio-économiques et le modèle
tendanciel, vers lequel s’oriente une population lorsque son revenue s’élève et
que se développe l’appareil de production et de distribution agro-alimentaire.”
(Malassis,
1973, p. 98).
La cuestión que emerge aquí es entender como el desarrollo
capitalista afecta a la existencia de los circuitos a escalas local y regional:
si con una presión excluyente (hacia la marginalización) o incluyente (hacia la
valoración).
Debemos recordar, como punto de partida del análisis, que el
alimento no es una mercancía cualquiera sino que se incorpora al sistema
económico como una materia esencial para la reproducción biológica de la vida
humana. Si el cuerpo humano es parte de la naturaleza, el alimento también lo
debe ser - se involucran, ahí, cuestiones simbólicas y materiales de dominio
específico y no transferibles a otros sectores de la economía.
Los antropólogos desde hace mucho incorporaron esta especificidad
en sus modelos de análisis y no vacilan en afirmar que la alimentación humana es
un fenómeno biocultural, esforzándose por descifrar los mecanismos complejos que
la condicionan. Como advierten Jesús Contreras y Mabel Gracia Arnaiz, “tomar
conciencia de la extrema complejidad del hecho alimentario nos obliga a tener en
cuenta cuestiona muy diversas, de carácter biológico, ecológico, tecnológico,
económico, social, político e ideológico” (Contreras y Arnaiz, 2005, p.
33).
Desde la sociología, Polain (2004, 244-245) hace hincapié en el
hecho de que la alimentación humana no puede librarse de unas presiones
biológicas – impuestas al comedor por los mecanismos químicos de la nutrición y
las capacidades del sistema digestivo – y otras ecológicas – derivadas de las
influencias del medio en que vive y se constituye el comedor. Estas presiones
son objetivas y afectan a la constitución de las cadenas alimentarias en todas
sus etapas. Así, las perspectivas de superación de la naturaleza – aplicadas al
ámbito de la producción, transformación, distribución y consumo de alimentos –
no siempre están claras o estrictamente seguidas como referencias para el
desarrollo del sistema alimentario.
En medio a esta complejidad, no es posible antever la desaparición
de los circuitos de proximidad, aunque sometidos a la presión “alargadora” del
desarrollo capitalista. El anglo-brasileño John Wilkinson (1999), apoyado en la
sociología económica, nos ayuda a consubstanciar esta perspectiva al describir
las características peculiares de las cadenas alimentarias – frente a las
posibilidades de cambio estructural – y que están relacionadas a seguir.
La primera característica es el origen vivo de la materia prima y
el apelo social a la preservación de su integridad nutricional, lo que está
relacionado a las limitaciones de orden físico química de gran parte de los
alimentos, en cuanto mercancías sujetas a la pérdida progresiva de calidad
biológica, sanitaria e, incluso, estética.
En parte, ese panorama se mantiene porque el alargamiento de los
circuitos de los productos frescos – aquellos más frágiles al almacenamiento,
transporte y manipulación – depende del desarrollo de estudios genéticos y
técnicas de conservación muy complejos y, en muchos casos, inviables
económicamente o de éxito discutible junto al consumidor. Sin embargo, aún
manteniéndose a escala local / regional, los circuitos de frescos siguen estando
sujetos a una cierta modernización: asimilan (y demandan) innovaciones, como la
producción fuera de la estación o en condiciones climáticas adversas (en
invernaderos o cultivos protegidos), la aceleración del crecimiento
vegetal/animal, la reducción del tamaño de las plantas y otras alteraciones
diversas en la fisiología, además de cambios exógenos referentes a la
presentación y embalaje de los alimentos.
La segunda característica es la heterogeneidad de la matriz
tecnoeconómica del sistema, dictada por la enorme variedad de normas y
procedimientos técnicos a ser cumplidos en las tareas de producción,
transformación, distribución y preparación, considerando el abanico de productos
animales y vegetales utilizados en la alimentación humana. Tal heterogeneidad
hace suponer que el número de lugares conectados y las distancias recorridas
varíe según cada alimento o grupo de alimentos, aún cuando las cadenas de
producción estén igualmente modernizadas.
En estos casos, no se trata precisamente de plantear la
heterogeneidad como una manifestación de unas “temporalidades” desiguales de las
cadenas productivas (hacia una vocación universal de internacionalización) sino,
más bien lo contrario, de que cada territorio es capaz de asimilar esta
heterogeneidad por medio de la formación de unos circuitos regionales propios,
sea por razones económicas o culturales.
La tercera característica se aplica al papel decisivo de la
demanda en la (re)estructuración de las cadenas de producción y las redes de
abastecimiento. El esfuerzo de la industria agroalimentaria por conquistar el
consumidor a través de la manutención, recuperación o imitación de los atributos
originales de la materia prima (como sabor, color, aroma, textura y valor
nutricional) es, a la vez, un factor limitante y un parámetro para el
procesamiento.
Tal característica se relaciona con la escala de circulación de
los alimentos en el sentido de que los consumidores podrían no ser meramente
espectadores en la constitución de los mercados sino que jugarían un papel
relevante en la adaptación o incluso la creación de circuitos con una
conformación local o regional
Estas tres características garantizarían, desde el punto de vista
estructural, que los circuitos a poca distancia no estén condenados a la
marginalidad o a la destrucción, sino que estén sujetos a unos cambios
evolutivos específicos, donde la agregación de valor y capitalización se
encuentran condicionadas a un menor grado de transformación (artificialización)
de la materia prima. Las estrategias por los agentes económicos se pautarían,
por tanto, sobre tal perspectiva.
2. Las estrategias de los agentes
En las últimas décadas, los estudios sobre el sistema alimentario
vienen enfatizando el papel jugado por las instituciones en el proceso de
acomodación de las estrategias individuales. Se tratan de incursiones teóricas
desde la sociológica económica que vinculan el comportamiento colectivo a las
reglas, normas de conducta y formas de actuar que son socialmente
instituidas.
El neoinstitucionalismo – una rama de la teoría económica que
cobra fuerzas a partir de años de 1980 – pone énfasis en la idea de que las
instituciones constituyen las reglas del juego y que actúan mediante unos
condicionamientos formales (reglas, leyes, constituciones), unos
condicionamientos informales (normas de comportamiento, convenciones, códigos de
conducta) y los poderes de coacción.
La teoría de las convenciones – una derivación de esta misma
matriz neoinstucionalista – añade la perspectiva de que los individuos no
separan la dimensión económica de las otras. Dias (2005, p. 16) resume esta perspectiva con la sentencia de
que la racionalidad de los agentes pertenece “a varios mundos” (familia,
empresa, grupo político etc.). Así, no cabría estudiarlos simplemente como actores con “libre
decisión”, de cara a un hipotético mercado de libre competencia, sino a través
de su inserción social, revelada por las organizaciones políticas (partidos,
administración, entidades reguladoras), económicas (sindicatos, asociaciones,
cooperativas), sociales (entidades civiles, clubes, iglesias) y científicas (I +
D, centros de enseñanza) que les representan.
Desde este punto de vista, la racionalidad de los agentes que se
distribuyen a lo largo de una cadena productiva estaría afectada por unos
valores de reputación, confianza y obligaciones mutuas. Tales valores serian
endógenos a la formación y funcionamiento del mercado, lo que supondría la
existencia unos costes asociados a la capacidad de acceder a este – los llamados
“costes de transacción”. Williamson (1985) resalta que estos costes no pueden ser
confundidos con los costes de producción y pueden aparecer en la relación entre
empresas, con el consumidor y con la burocracia estatal. En un escenario
hipotético e improbable, los costes de transacción serían nulos si unos y otros
agentes no aceptasen obligaciones mutuas.
Teniéndose en cuenta que los agentes negocian y encajan sus
compromisos en una determinada escala trazada por el circuito, podemos imaginar
que los comportamientos están no sólo socialmente sino también espacialmente
condicionados. Eso significa decir que los circuitos están sometidos a las
instituciones y valores propios de las escalas donde se
inscriben.
Santos y Silveira (2001) aplicaron la noción de “círculo de
cooperación espacial” como herramienta para el examen de este condicionamiento
espacial. Se trata de una categoría fronteriza a la sociología que puede se
definida como el conjunto de relaciones que articulan lugares dispersos
geográficamente a través del control de los flujos de transferencias de
capitales, mercancías e información. Este círculo sería plenamente constituido a
partir del momento en que el circuito “se cierra” en una rutina de circulación
del excedente.
Por definición, los círculos de cooperación espacial son los
responsables por la construcción socioespacial de los circuitos. Cuando los
círculos de cooperación espacial expresan el predominio de los agentes locales o
regionales, sus respectivos circuitos suelen presentar particularidades en
relación a las características físicas de los alimentos, a su procesamiento, a
su calidad (aspectos nutricionales y de salud, ambientales) y a las formas de
control social sobre procesos y productos (registro, información al consumidor,
control sanitario etc.).
Evidentemente tal construcción es asimétrica, en términos de las
relaciones de poder; Maluf (2004, p. 308) observó, por ejemplo, que los
circuitos locales/regionales pueden estar controlados por uno o más agentes que
se dediquen a organizarlos. Eso ocurre porque varía la capacidad de comando de
los agentes dentro de cada cadena productiva y, a menudo, las jerarquías y los
status diferenciados no constituyen amenazas sino que contribuyen para la
estabilidad de los circuitos. Las transferencias de valor inherentes a las
transacciones entre productores, procesadores, mayoristas etc. definen y
garantizan las asimetrías, y el reparto de los beneficios puede o no estar
explicitado/normalizado por reglas contractuales preestablecidas.
Considerando que el sistema económico, en su lógica general,
premia el aumento de escala y la internacionalización de los mercados, es cierto
que la disposición política de los agentes está influenciada por expectativas
del alargamiento de los circuitos. No obstante, la circunscripción local o
regional de los agentes no puede ser superada sin costes e, incluso,
penalizaciones. El paso para escalas superiores supone la incorporación de
costes asociados, por ejemplo, a la ruptura de contratos o al rehacimiento de
compromisos formales e informales, indispensables a la adecuación a las nuevas
normas técnicas y formas de control social. Estos costes de transacción serían
específicos para el momento del traspaso de escala (“costes de traspaso de
escala”).
De este modo, las leyes, normas técnicas, reglamentos de conducta
y de relación con el mercado ejercerían de instancias mediáticas entre factores
de desagregación y de cohesión interna. Milton Santos (2000, p. 241) concibió
estos factores como fuerzas centrífugas y centrípetas que se destinan, las
primeras, a privar la región de ejercer su propio control y las otras, a
promocionar la solidaridad regional. Presionadas por estas fuerzas, las
instituciones responderían, doblemente, a ordenamientos establecidos desde
escala superiores y a demandas generadas internamente; en ciertos casos, eso
podría ponerse de manifiesto en convenciones extensas y con elementos ambiguos.
En este escenario tenso, es aclaradora la observación hecha por
aquél autor de que el fenómeno regional, en la actualidad, es producido por
solidaridades organizacionales y que en nada tienen que ver con aquella
solidaridad orgánica que fue, históricamente, objeto de la ciencia regional. En
sus palabras,
“Hoy se constatan solidaridades organizacionales. Las regiones
existen porque sobre ellas se imponen ordenamientos organizacionales, creadores
de una cohesión organizacional basada en racionalidades de orígenes distantes,
pero que se convierten en uno de los fundamentos de su existencia y definición.”
(Santos, 2000, p. 240)
En su sentido económico, la solidaridad organizacional de los
círculos de cooperación espacial se dedica a dificultar o restringir las
transferencias de valores hacia otros territorios. Esta actuación hacia dentro
se concreta en la producción de estrategias territoriales de apropiación de la
renta (generada a lo largo de la cadena productiva). Estas estrategias se
dividen en dos grandes líneas: (a) retener la mayor parcela posible del valor
añadido dentro del territorio, y (b) incrementar el valor atribuido al
territorio. Las dos líneas estrategias no son mutuamente excluyentes y pueden
ser explotadas de forma complementaria.
La primera reivindica la concentración máxima de operaciones
dentro del mismo territorio. Tal concentración comprende un gran esfuerzo para
la composición de un círculo de cooperación espacial a favor de la promoción,
sustitución o mismo eliminación de determinadas funciones del lugar o de la
región, en lo que se refiere a su inserción en el sistema alimentario.
El círculo de cooperación espacial tendrá como primer desafío
vencer la carga de conflictos con agentes interesados en promover otras
funciones. En muchos casos, también ocurre que la concentración de operaciones
deseadas (de procesamiento, por ejemplo) fuerza el desplazamiento hacia el
territorio de operaciones complementares no deseadas (deposición de residuos,
por ejemplo). Además, puede que sea necesario enfrentarse a la incompatibilidad
con las funciones atribuida al entorno o a lugares cercanos.
Hay dos caminos para incidir sobre este proceso y cuya elección
dependerá de las relaciones de poder instituidas en cada formación social: uno,
sería el fomento a la localización de grandes unidades destinadas a ejercer
funciones de comando de la cadena productiva, serían éstas ligadas a la
transformación o a la distribución; el otro sería el estímulo a formas de
asociación (cooperativas, asociaciones, consejos locales) entre pequeños
productores o empresarios como modo de generar un cluster o una red atomizada de
agentes.
Cabe, en este particular, aludir a la contribución de von Thunen a
la economía clásica al establecer los principios de la renta diferencial en
función de la localización privilegiada de las actividades productivas. Sobre
esta renta, explica Antoni Tulla que “Normalmente el model de von Thunen situa
els productes més perecibles a prop del mercat, com és el cas de la llet i les
verdures, però quan és un producte làctic transformat, llavors el model es
trasllada a la fábrica considerada com a centre.” (Tulla i Pujol, 1993, p.
84)
Aplicado al nuestro análisis, una “localización privilegiada”
equivaldría a una concentración espacial de funciones. En otras palabras, el
territorio se beneficiaría de una renta diferencial debido a la realización de
un conjunto más amplio de actividades que aquellas entendidas como
tradicionalmente agrarias – lo que podría incluir, por ejemplo, la
transformación primaria y el control de formas de distribución.
La concentración espacial de funciones no supone una “regresión”
en la división del trabajo – aunque, por veces, pueda ocurrir – sino su
consecución total o parcial sobre una misma base territorial. Su efecto directo
es la reducción del número de lugares conectados desde el productor inicial
hasta el consumidor final. Sin embargo, esta reducción no significa,
obligatoriamente, un recorte de la distancia absoluta entre los dos extremos del
circuito; tampoco lo podríamos tratar como un acortamiento de la
“distancia-tiempo”, la cual está relacionada a una aceleración de los flujos
(que más bien se aplica a un proyecto de alargamiento del circuito). De hecho,
el recorte no es más que relativo y puede ser mejor explicado como un
“estrechamiento” de la cooperación entre los agentes.
Esta cooperación estrecha aparece en los puestos de venta directa
de productos perecibles o poco transformados en los mercados y ferias urbanas,
en la entrega (por los mismos agricultores) a domicilio y en otras formas de
relación estimuladas por cooperativas de consumo y asociaciones diversas. Aquí
pueden incluirse, además, algunas estrategias no capitalistas de cooperación,
las cuales están más preocupadas en incidir sobre el valor de uso de los
alimentos, como la práctica del comercio justo a escala local y el intercambio
directo de productos.
En cualquier caso, la viabilización de esta línea estratégica
dependerá de la existencia de un nivel mínimo de oferta y de una escala mínima
de demanda capaz de dar soporte a la acumulación de funciones sobre un mismo
territorio. En ámbitos territoriales muy pequeños o de gran vacío demográfico,
ese sería, desde luego, un límite concreto para el estrechamiento de la
cooperación con los consumidores urbanos. La opción que quedaría a los agentes
sería la búsqueda de nuevos mercados e instituciones a través de su
incorporación a circuitos más largos.
La segunda línea estratégica se refiere al incremento del valor
del territorio. Se trata, aquí, de asignar valores a los productos en
conformidad con la capacidad superior o singular del territorio en
producir/transformar/ofertar estos mismos productos. El valor añadido, por
tanto, sería proporcional al reconocimiento social de la calidad superior del
territorio. A partir del debate de la economía clásica – considerando las
premisas delineadas por Ricardo y Marx – es posible interpretar esta línea
estratégica como una forma de explotación de la renta diferencial de la
tierra.
La renta diferencial de Ricardo hace referencia a la ventaja
obtenida por la explotación agrícola bajo condiciones superiores de fertilidad
de la tierra. Aplicada al nuestro análisis, esta ventaja comprendería un aumento
del valor añadido a partir de la vinculación entre una calidad superior del
alimento y unos atributos propios del territorio. La naturaleza es inseparable
de esta valoración en la medida que los productos son vinculados a su origen
territorial – los “productos de la tierra”.
No obstante, esta valoración no está, jamás, disociada de los
conocimientos (tradicionales o científicos) aplicados a los procesos de
producción, transformación y elaboración de los alimentos, considerando que, en
alguna medida, estos procesos son controlados por el hombre. El valor del
producto de la tierra siempre contiene el valor dado al trabajo humano para
producirlo, aunque este trabajo – cuando abordado como expresión de la cultura
tradicional o de prácticas ancestrales – pueda ser erróneamente
naturalizado.
Aquí nos resulta indispensable recurrir a la renta diferencial II,
presentada por Marx como la expresión superior de la renta diferencial de
Ricardo. Esta renta surge de una “producción de la calidad” asociada a sistemas
técnicos de cultivo y procesamiento, a prácticas de manipulación / preparación
específicas, a inversiones en publicidad y a la institución de convenciones
(como la denominación de origen, la indicación geográfica protegida, la
certificación social/ecológica/orgánica, la indicación para usos nutricionales y
terapéuticos etc.).
De esta forma, la calidad puede ser replanteada desde otras
operaciones en la cadena productiva que no la producción en la naturaleza. Sólo
con esta “desnaturalización” es posible alcanzar la alienación necesaria para
que el producto de la tierra sea plenamente fetichizado como una mercancía de
especial atractivo.
Seguramente, el fetiche del “producto de la tierra” es un estímulo
para la constitución de circuitos largos – incluyendo la posibilidad de
internacionalización del mercado. Pero también pueden beneficiarse los circuitos
de proximidad, sea a través del aumento del consumo por la población residente o
del incremento del flujo de visitantes para la adquisición del alimento (junto
al productor primario, la industria o al sector de restauración). Respecto a
eso, los geógrafos ingleses Ian Cook y Philip Crang (1996, p. 135) señalan que
el vínculo construido entre el producto y el territorio arrastraría consigo una
probable “fetichización del lugar”, que no raramente involucra la producción
agroalimentaria en el desarrollo de una economía regional o rural del
turismo.
Podemos, por tanto, subrayar que el valor añadido al territorio
depende del éxito en su fetichización como medio de producción de la calidad.
Desde un punto de vista espacial, eso significa que el mayor valor atribuido al
alimento no es de apropiación exclusiva por los productores primarios y será
objeto de promoción y disputa por los más diversos agentes incluidos en el
círculo de cooperación espacial.
La fetichización del lugar, por otro lado, genera un ambiente de
conspiración entre los agentes y sus instituciones a favor de la defensa y del
incremento de la calidad diferencial del territorio (calidad diferencial “II”).
En un nivel de análisis más abstracto, tal ambiente parece confirmar la
explotación de las diferencias como la nueva forma de mercantilización de la
cultura (incluyendo la cultura de producir y consumir alimentos), tal como
propone Lawrence Grossberg,
“...it is no longer a matter of capitalism having to work with and
across differences. If, in the past, capitalism refused any conding (difference)
wich tied its productvity to an external code, today it works instead by a kind
of recoding, i. e., precisely by the production of difference itself (...) it is
difference wich is now in the service of capital.” (Grossberg, 1995, p. 184-185)
El valor añadido por el territorio producir la diferencia le hace
a él mismo la diferencia. Aquí tendríamos una referencia valiosa para aquella
indispensable “solidaridad organizacional”, mencionada por Santos (2000). Esta
línea estratégica no demanda, per se, el aumento de la escala de producción
local / regional sino que necesita la promoción de una “economía de la
diferencia”. Los agentes principales de esta economía estarían ligados a la
agricultura (o ganadería, o pesca) de base familiar y a la transformación y
elaboración artesanales. Debido a la necesidad de atender a unos requisitos
mínimos de escala de producción y homogeneidad (física, sanitaria), la industria
alimentaria y la gran distribución no siempre estarían implicadas en esta
economía, aunque podrían ser beneficiadas indirectamente por el uso de la
“marca” territorial.
Conclusiones
A pesar de que los circuitos configurados a escalas local y
regional – a los que nominamos como circuitos de proximidad – no reúnen un
volumen de excedente y de valor muy significativos para el conjunto del sistema
alimentario, nos pareció necesario incluir algunas observaciones para actualizar
y subrayar cuestiones que realzan su condición de indispensables en la
organización espacial del sistema alimentario.
En primer lugar, es necesario señalar que, si en algún momento de
la historia, los circuitos internacionalizados pasaron a comandar el
funcionamiento general del sistema alimentario, el proceso de modernización ya
no empuja los circuitos de proximidad hacia una amenaza de desaparición o
marginalización.
El desarrollo histórico de las fuerzas productivas, aplicado al
sistema alimentario, no debe ser tratado simplemente en términos del “tiempo”
necesario para se alcanzar un estadio superior sino en relación a la condición
especial del alimento, en cuanto mercancía destinada al mantenimiento biológico,
social y cultural de la vida humana. En este contexto, las cadenas alimentarias
son forzadas a adecuarse a criterios específicos para su desarrollo, que
incluyen una permanente revisión de los postulados del progreso técnico frente
al origen natural del ser humano y de su alimento.
En el mundo contemporáneo, no siempre el mayor valor atribuido a
un alimento es resultado de una mayor artificialización. Como vimos, tal
panorama es beneficioso para los circuitos de proximidad, y la apropiación
territorial de la renta (generada en las cadenas alimentarias) y su repartición
interna estarían influidas por la solidaridad organizacional ejercida dentro del
círculo de cooperación espacial.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que los círculos de
cooperación espacial, cuando comandados a escala local o regional, no sólo están
calculando sus posibilidades de expansión sino también que desarrollan
estrategias para la apropiación territorial de la renta, lo que nos hace
indispensable recuperar la contribución de los estudios clásicos sobre la renta
de la tierra (Von Thunen, Ricardo y Marx). La renta diferencial por localización
se realizaría a través de la reducción del número de lugares conectados (renta
diferencial por proximidad relativa). Por otro lado, la renta diferencial
atribuida a las condiciones de la tierra estaría relacionada al reconocimiento
social del lugar como un medio de producción de alimentos con atributos
superiores (renta diferencial por calidad).
Para la consecución de estas estrategias, es fundamental la
aceptación de unas convenciones pautadas por leyes, reglamentos, normas técnicas
y de conducta que ejercen de mediadoras entre factores de agregación y de
desagregación territorial. El ambiente institucional generado en este proceso
concurre para el estrechamiento de la cooperación entre los agentes y la
promoción de la calidad de los productos.
Bajo este aspecto, la acción solidaria dentro de los círculos de
cooperación espacial es una forma de hacer frente a la ignorancia y la
amoralidad social en relación a la biografía de los alimentos y, a la vez, es
una alternativa para guiar las acciones de los agentes económicos y los
consumidores en medio a – como advierte Poulain (2004, p. 69) - una
multiplicidad de discursos disciplinadores de la alimentación, (médicos,
dietéticos, morales, identitarios etc.).
Cabe, por último, reafirmar que la búsqueda de la calidad a que se
lanzan los territorios – como forma de apropiarse de los nuevos (y difusos)
valores que se legitiman y se instituyen en el espacio social alimentario – es
la misma búsqueda de la diferencia que conlleva a la fetichización de los
productos de la tierra y de los lugares. Un hipotético escenario de
intensificación de la competencia interterritorial (por su diferencial de
calidad) podría, en alguna medida, incidir como fuerza ecualizadora de los
beneficios y, por tanto, de anulación del valor de las mismas diferencias.
Creemos que el conjunto de cuestiones que surgieron a lo largo de
este texto justifican que los circuitos de proximidad – y no menos que los
circuitos largos o internacionalizados – deben atraer el interés de los estudios
geográficos sobre el sistema alimentario. No obstante, aún es preciso avanzar
hacia una metodología que incorpore no sólo la dimensión formal, esquemática,
sino también los aspectos económicos y políticos que dan contenido social a los
circuitos organizados a escalas local y regional.
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