El espacio
y el territorio en el turismo

Stella
Maris Arnaiz Burne
1.
Introducción
Cuando se habla de turismo siempre se lo referencia, ya sea en las ciudades, en
el mundo rural, en la selva o en las playas, y pensamos que estos valores que se
dan a los diferentes espacios han sido inalterables en el tiempo, lo cual no es
así.
Por ello
es necesario analizar las diferentes visiones que ha tenido la sociedad
occidental del espacio donde se da el turismo alternativo y, más
específicamente, el rural.
Pero para
poder realizar este viaje por la historia, es necesario primero definir las
categorías que vamos a usar, lo cual nos llevará a la categoría inicial,
el concepto de espacio, referente donde se dan todos los procesos
sociales.
Una de las
primeras categorías que se usan indistintamente, aunque no son ni siquiera
similares, son la de espacio y paisaje, ya que este último es la
“materialización de un instante de la sociedad” (Santos 1996) y el espacio es el
resultado de la integración de la sociedad con el paisaje.
Así el
espacio es un conjunto de objetos y relaciones que se ejercen sobre esos
objetos, por ello el espacio es el resultado de la acción de los hombres sobre
el propio espacio por medio de objetos naturales y artificiales (Santos
1996).
Mientras
que el paisaje es todo lo que vemos, lo que alcanza nuestra vista, por lo que la
dimensión del paisaje es la percepción de la dimensión, de allí que cada sujeto
tenga una visión o una idea diferente de los distintos paisajes, y este tema es
importante porque la idea del mismo corresponde a un tiempo
social.
Así un
bosque en el siglo XVI no era para un ciudadano lo mismo que lo es hoy en el
siglo XXI, algo fundamental para poder entender la construcción social de la
realidad, como las sociedades van en su desarrollado dejando huellas y
cosas que forman el espacio de las relaciones sociales y producción y como la
visión de éstas se transforma en el paisaje.
De allí
que el hombre transforma espacios para hacerlos paisajes agradables y
coincidentes con los imaginarios que éste tiene, como son los destinos
turísticos, o recupera viejos espacios productivos como los antiguos molinos y
sus tierras de labranza y los transforma en un paisaje atractivo a todas
aquellas personas que tratan de revivir un pasado que ya no volverá, pero a la
manera de ocio enlatado, o sea, sin los costos elevados de esa época, se quedan
con las formas y no con el fondo.
Santos
nos habla de cuatro espacios diferentes en las sociedades capitalistas, que a su
vez, representan cuatro tiempos: el espacio doméstico, el espacio de la
producción, el espacio de la ciudadanía y el espacio mundial (Delgado
2003).
En nuestro
caso, o sea, el tema relacionado con uno de los modelos de desarrollo –
expansión del sistema capitalista mundial, el turismo, hablamos de varios
espacios que en su mayoría coinciden con la visión de Milton
Santos.
En el
desarrollo del turismo, el espacio productivo sirve tanto para la producción
como para esta actividad, pero a su vez, dividimos el espacio productivo en
activo e inactivo, el primero ya lo vimos y el segundo el inactivo, el campo de
arqueología industrial o de la historia rural es hoy uno de los espacios que más
se aprecian como lugares para desarrollar el turismo.
El turismo
recicla los viejos espacios adecuándolos a la nueva realidad, revive el pasado a
partir de la técnicas del presente, hace vivir un imaginario que uno considera
heroico y admirable cuando en su momento fue trágico y despreciable, todo a
partir de la magia que generan los imaginarios sociales.
El espacio
de la ciudadanía es el gran interrogante, la gran duda, cuando se privatiza,
cuando deja de ser de todos para ser del beneficio de unos pocos, como ocurre
con el turismo, donde los espacios sociales, desde plazas, paisajes y
cotidianidad, que son patrimonio de la gente, se los vende como propios sin
consultar a ésta.
Tenemos un
caso concreto en Puerto Vallarta. Una empresa de turismo de aventuras, “Vallarta
Aventures”, quizás la más exitosa y la única de esa magnitud en la región de
Bahía de Banderas.
Ella vende
aventuras en lugares productivos, improductivos y en los grandes espacios
sociales, que incluyen a la gente como atractivo, pasan por los pueblos que son
el testimonio de la vida rural y van describiendo el mismo como una gran
postal, dejando atrás polvo y enojo de la gente.
¿Por qué
usan el espacio social como propio? ¿Quién los autoriza? Nadie, porque no está
regulado este espacio, ni la privacidad de las comunidades aisladas, esta
libertad sin límites es una forma de ocupación sin papeles, de hacer trabajar a
la gente sin pagarles.
¿Qué se
puede hacer? ¿Pedir permiso? No es posible, aunque sería lo adecuado, pero hay
un camino más corto, generar derrama en el lugar, pedirles que vendan frutas,
comidas, artesanías, incluso que cuenten leyendas, etc., siempre con una
remuneración, no podemos hacer del espacio social un mecanismo de
enriquecimiento unilateral.
Aquí se
unen el espacio doméstico con el social, mucho más en las zonas rurales donde la
barrera de lo privado y lo público es tan transparente como la falta de rejas en
las casas, donde se da una relación más directa derivada del reducido número de
miembros y los lazos de parentesco consanguíneo y social que los
unen.
La
privacidad es alterada, tenemos muchos ejemplos, quizás el más ilustrativo sea
el del viejo Vallarta, el pueblito ícono de este gran destino que es Puerto
Vallarta. Allí las viajas casa, construidas hacia fuera y no hacia dentro, las
gentes viven con las puertas y ventanas abiertas, siendo tradicional el uso de
una pequeña reja de madera, para evitar la salida a la calle de los niños o, en
otros casos, de las mascotas.
Los
turistas que caminan por estas angostas veredas, llenas de subidas y bajadas,
van viendo hacia dentro, se van sorprendiendo sobre cual es el “lujo” o el
equipamiento de estas casas, que tienen mirando a la calle, a veces la sala,
otras un dormitorio – sala, etc, la cotidianidad asaltada, la privacidad
manoseada, ¿se han acostumbrado o ya se cansaron de luchar? Algunos la
aprovechan, venden en la puerta tamales o tacos de canasta, los más integrados
alguna artesanía, en fin, la supervivencia de la tradición y la modernidad es un
camino sinuoso, porque los visitantes no tienen el nivel cultural medio para
discernir entre lo público y lo privado.
El espacio
mundial es el lugar donde circulan los turistas, es el mundo posible de conocer,
son los sueños posibles de realizar, primero visitados a través de
la Web, luego en
aviones o cruceros, en automóvil o autobús.
Espacio y
paisaje son la primera dupla de categorías que interactúan en el turismo, pero
en realidad el espacio, el territorio y la región y los procesos que de ella
derivan forman la base de la espacialidad de la vida social general, que a su
vez, absorben a la actividad turística.
En el
turismo es muy importante poder diferenciar al espacio del territorio, entendido
éste como un espacio de poder, de gestión y de dominio del estado, de
individuos, de grupo, de organizaciones y de empresas.
Geiger lo
define como una extensión terrestre delimitada que incluye una relación de poder
o posesión por parte de un individuo o grupo social (Montañés y Delgado
2004).
Para
llegar al concepto de región, debemos desprendernos de las viejas categorías de
la geografía clásica, superadas a partir de la segunda mitad del siglo XX por la
denominada Nueva Geografía.
El nuevo
discurso emergente replantea el contexto espacial relativista, ya que la
convergencia espacio – tiempo desarrollada por Donad G. Janelle, habla de un
encogimiento o comprensión del mundo, lo cual sirvió para monitorear los
cambios locacionales en el espacio relativo. Este concepto con efectos sobre el
comportamiento humano fue desarrollado por Harvey que sostiene que en este
tiempo postmoderno, la experiencia sensorial y cultural de un mundo que se
contrae permanentemente a consecuencia de nuevas tecnologías del transporte y la
comunicación (Delgado 2003).
En el caso
de las regiones, se abandona la concepción de éstas como sistemas cerrados por
nuevos sistemas abiertos, regiones modales, que en nuestro caso tendrán como
centralidad a un destino turístico y de allí se van ampliando hasta hacer una
región turística.
Esto
permite entender la región en su dinámica interna y en relación con las
macro-regiones o territorios estatales o nacionales, lugares donde el sistema
dominante define las reglas económicas, que en este caso estamos hablando del
capitalismo mundial.
Así la
región, que es un territorio sin fronteras, está definido a partir de un
criterio inicialmente cultural – histórico y en la actualidad económico –
geográfica. Esto nos lleva al planteamiento de Boudeville que señala tres tipos
de regiones, según sea el criterio que las unifique.
El primer
tipo son las regiones polarizadas, con un gran polo al centro, como lo es hoy
Cancún o Acapulco; las regiones homogéneas a partir de lazos históricos, legua y
cultura, como lo es en el caso del turismo de la región “Mundo Maya”.
La Región
Plan deriva de
estudios específicos, como el corredor Costa Maya, Riviera Maya o el corredor
Costa Alegre, son regiones predefinidas a partir de un estudio técnico (César y
Arnaiz 2004).
Con estas
categorías, que vienen de la nueva geografía, estaremos en mejores condiciones
de analizar el espacio turístico, pero antes debemos ver lo referente a la
naturaleza, ya que la misma está en la base de estas realidades.
2. La
naturaleza y el hombre, una larga historia de desencuentros
En la actualidad la palabra naturaleza tiene un significado que se lo asocia a
lo opuesto a lo artificial, como si realmente entre ambos conceptos hubiera una
diferencia insalvable.
Lo natural está referenciado en la naturaleza, algo que se define en oposición a
lo construido por el hombre y, por ende, representa algo ajeno a la perversidad
que el hombre elabora y desarrolla, como son las guerras, masacres,
contaminación y otros impactos que alteran eso que algunos denominaban el mundo
natural.
Debido a que en el turismo lo natural o la naturaleza juega un papel fundamental
como referente asociado a la salud, a la paz y, como paisaje, es sinónimo de
belleza es importante definir que es lo natural y lo artificial no sólo hoy sino
en el transcurso de la historia.
La naturaleza, entendida en su visión más amplia como el orden y la disposición
de todos los elementos del universo, el cual no es estable sino en movimiento y
cambio, se ha utilizado en forma irracional desde los comienzos del pensamiento
humano.
Así tenemos a Aristóteles que habló de la esclavitud como algo dado por la
naturaleza de las cosas y en otro extremo está Descartes que llegó a considerar
a los animales como si fueran maquinas (Ferry 1994).
La historia del hombre ha sido un largo proceso donde se ha ido desarrollando
una compleja relación del hombre con la naturaleza, expresada en sus diferentes
ecosistemas, una relación que hoy muchos consideran que ha llevado al extremo de
la supervivencia de lo que denominamos el mundo natural, dando lugar a una
concepción moderna denominada el ambientalismo, que estudia la relación de los
ecosistemas con el hombre y sus procesos de desarrollo.
Esta
visión moderna va más allá de la ecología que estudia los ecosistemas en
relación a la naturaleza, lo cual hoy es algo imposible de ver dada la gran
incidencia de la actividad humana.
Durante
unos dos millones de años, los primeros seres humanos vivieron de la recolección
y la caza hasta que llegó la agricultura y el sedentarismo, la ganadería y
los animales bajo control humano.
Pero la
agricultura no solucionó el problema de alimentación mundial, por lo que hay que
ubicar que hasta hace no más de doscientos años, una gran parte de la población
mundial vivía en el límite de la inanición (Ponting 1991).
Este hecho
no es uno más, sino un punto de partida para ver la difícil relación del hombre
con la naturaleza para poder sobrevivir como especie, una lucha que aún no ha
concluido.
Aunque
esto no es homogéneo en todo el planeta, ya que las grandes “civilizaciones”
lograron su expansión entre la esclavitud, la guerra y el descubrimiento de
nuevas tecnologías, pero en el otro extremo había muchas de lo que hoy se
denominan sociedades frías que sobrevivían en equilibrio, al límite con la
naturaleza.
Hoy los
estudios sobre estas sociedades, que no conocen los términos medio ambiente o
ecología son muy variados. Uno de ellos es el de Lathrap, que es el de la
ecología histórica, habla de la adaptación de los grupos que hoy viven en ese
ecosistema al cual llegaron en sus migraciones y luego se fueron adecuando, al
extremo que lograron mantenerse sin necesidad de apoyos hasta la llegada del
hombre blanco y todos los problemas que les ha significad (Hames y Vickers
1987).
La
naturaleza en toda su dimensión no fue del agrado de las sociedades antiguas, lo
cual llega hasta fines del siglo XVIII, en que la ciencia fue levantando los
oscuros mantos que se han tendido sobre la realidad a partir de la superstición.
Un ejemplo
de ello era el mar, el cual recién a mitad del siglo XVIII comienza develarse a
favor de su uso.
El océano
formaba parte de esas cosas inconclusas que habían quedado de la creación, era
un elemento de punición y para otros de catástrofe, era un verdadero vestigio de
los grandes castigos de la antigüedad.
El mar era
para los autores de la época, como Thomas Burneo, algo que emerge después de la
caída del hombre del paraíso, un gran abismo que Dios creó con las aguas del
diluvio universal (Corbin 1993).
Era tan
absurdas las ideas como la que desarrolló Richard Sirvan, que según él, el aire
que infestaba la tierra procedía también del diluvio: constituía el maloliente
vestigio del nefitismo reinante en el momento de la retirada de las aguas,
cuando la superficie de la tierra estaba cubierta con la carne muerta y
putrefacta de los animales ahogados. Para librarse de esas emanaciones los
hombres continuaron habitando por mucho tiempo en las montañas (Corbin
1993).
En la
tierra firme también había restos de esos períodos trágicos, de esa época de
castigo universal, así los pantanos y las lagunas de poca profundidad eran zonas
donde emanaban las miasmas, formadas en la fermentación de estas aguas
estancadas o los “vapores” del pantano, causa de enfermedades y epidemias
(Arteaga 1980).
El hombre
vivía lejos de los bosques, los que rodeaban las ciudades eran cortados a fin de
evitar ataque de animales, se rellenaban los pantanos, se huía de las costas del
mar y de los ríos, así gran parte de la naturaleza era la fuente del mal más que
del bien, como hoy se la considera.
Así
mientras el mundo entra a una nueva era, la era industrial, y con ello emerge la
nueva ciencia, las disciplinas y se profundizan los estudios en todos los
niveles y dimensiones, la sociedad comienza a construir una nueva visión de la
naturaleza, menos agresiva, más utilitaria, con la llegada de los sanitaristas,
los termalistas y todos los que comenzarían a ver en la naturaleza una fuente
para mejorar la vida, más allá de los que antes la consideraban una fuente de
alimentos y recursos.
Con la
emergencia de la ciencia ecológica en el siglo XIX y los estudios médicos y de
otras disciplinas se comienza a construir una visión que trata de racionalizar
la relación hombre – naturaleza y sus resultados son posiciones bastantes
diferentes (Ferry 1994).
Una
primera, muy banal pero no dogmática, se protege primero al hombre y luego se
busca una relación más racional con la naturaleza, que le permite a éste tomar
conciencia de los costos de la destrucción de la misma.
La segunda
es más moral y trata de buscar no sólo el bienestar del hombre sino también de
lo que lo rodea, principalmente los animales que le sirven, lo entretienen o lo
salvan, y de esta posición que se da en los países anglosajones deriva un
movimiento moderno de “liberación animal”.
La tercera
es la más cerrada y ortodoxa, ya no se trata de cuidar al hombre y a los
animales, sino a todos, los vegetales, los minerales, a toda la naturaleza, esta
posición extrema hoy tiene vigencia en unos movimientos extremistas como
la Ecología
profunda.
Hoy la
sociedad ve a la naturaleza como uno de los bienes más preciados y amenazados, y
cuyo exterminio afectaría al hombre, por lo que ha comenzado a buscar formas de
racionalizar su manejo.
Hoy la
naturaleza es una riqueza y, en el turismo, es uno de los elementos
fundamentales que se expresan no sólo en el paisaje sino en los imaginarios de
los viajeros a lugares naturales, selváticos, a zonas donde pueden reproducir,
aunque bajo control, una aventura.
3. El
nuevo mundo del hombre: lo artificial
Hoy en día
es muy difícil hablar de lo natural como algo que nunca ha sido alterado, ya que
muy pocas partes del planeta han quedado fuera de la acción del hombre en sus
diferentes etapas de desarrollo.
Lo que ha
sido transformado, alterado o simplemente rehecho por el hombre es lo que se
denomina artificial, una palabra que aún tiene connotaciones negativas por ser
la contraparte de algo que consideramos en este tiempo como algo puro, sano,
creador de paz, como es la naturaleza.
Así como
el ambiente natural tiene su historia, el ambiente artificial también la tiene e
incluso se habla de una estructura geológica, ya que cada fase histórica
sedimenta sus productos, frutos de diferentes niveles de la técnica, de una
organización social determinada, un sistema de consumo y una
cultura.
Las
grandes transformaciones de la humanidad son sismos que modifican la disposición
de los estratos, que luego el arqueólogo recupera y ordena en el
tiempo.
Este
ambiente artificial tiene una larga vida, por lo que algunos ya hablan de una
verdadera evolución muy similar a la evolución biológica y sus grandes saltos
(Manzini 1996).
Todos
estos elementos integrados en la cultura generan modelos espaciales que a su vez
sirven de referente a diferentes grupos sociales, son un espacio que se movía
sin ruptura en sus tres dimensiones pero que hoy está en crisis.
Las
regiones históricas con sus antiguos pueblos son el ejemplo de un espacio
construido artificialmente, estos paisajes aparentemente naturales como los
olivares o los viñedos y que son fruto del hombre, hoy son de los paisajes o
espacios históricos que el turismo más usó en la venta del ocio enlatado con
sabor a historia.
Hay
espacios nuevos con la
Web totalmente artificiales, que no se construyen a partir de
un espacio natural como la tierra, son los umbrales en los que se unen dos
mundos diferentes así como el mundo del subterráneo, contrasta con el de la
superficie y tiene en sus bocas la entrada o el umbral a otro mundo diferente.
Ayer la
gente transformaba los espacios naturales, los adecuaba con objetos naturales y
así los parques, las campiñas, las plazas eran los lugares comunes; hoy los
nuevos lugares comunes son el centro comercial, el aeropuerto, el supermercado,
todos ellos definidos como los “no lugares”, totalmente artificiales, sin
objetos naturales (Auge 1996).
Esto ha
crecido tanto que hoy en esta sociedad post-moderna, que no abarca todo el
planeta, se ha instaurado un nuevo reparto entre lo real y la ficción que afecta
la vida social hasta el punto de que nos hace dudar de la realidad.
Esto ha
llevado a Auge a profundizar sobre la ficción, que sostiene que es un término
ambivalente, ya que por un lado en el diccionario se lo asimila a una mentira
opuesto al concepto de verdad, pero por el otro se le reconoce el significado de
inverso, imaginación oponiéndolo al de realidad .(Auge
2001).
Lo
artificial y la ficción son como hermanos en la construcción de la fantasía del
turismo, que se sintetiza en los parques temáticos, en las rutas turísticas,
donde la magia nos permite viajar montados en una ficción.
Los
turistas comienzan a viajar con la imaginación antes de salir y los receptores
comienzan a adecuar los lugares para hacerlos coincidir con los imaginarios que
se venden, las fantasías para consumir ocio fabricado. Luego viajan y logran
asumir esa realidad transformada como algo natural puesto para que ellos lo vean
y después viene la inmortalización de esa fantasía, las fotos o el video, para
continuar rumiando la fantasía entre amigos o solo al terminar el viaje.
La
producción y reproducción del mundo artificial está sostenida por la
temporalidad de los nuevos aparatos y así todo el ambiente artificial dotado de
materialidad cambia de naturaleza, cada vez es más plano, cada vez nos impacta
menos.
Al ver los
aeropuertos modernos, verdaderas catedrales del viaje de la fantasía, vemos la
superficialidad de las formas, no tienen historia, el tiempo no deja huellas, y
si las deja es a partir de la degradación inmediata.
Esa corta
vida, cambiante y superficial ya fue definida por Debord (1995) en la sociedad
del espectáculo, donde hay una gran interactividad entre sujetos – objetos, ya
que todo el sistema adquiere una mayor capacidad de realizar y transformar los
productos adecuándolos al consumidor. (Manzini 1996)
Esta
transformación de lo artificial, que se aleja mucho de lo que antes se
consideraba tal, lo hecho por la mano del hombre, hoy queda en el recuerdo de
las artesanías, ha permitido readecuar los restos del mundo natural con los más
abundantes del artificial y así redefinir la naturaleza de las cosas, donde a la
explicación la reemplaza el cuento mágico, que hace de la cotidianidad un camino
entre diferentes formas de fantasías entre las que destaca el turismo.
La
historia de la humanidad y la de lo artificial son coincidentes, por ello lo
artificial es profundamente humano ya que para el hombre producir lo artificial
es profundamente natural.
Esto ha
redefinido a la sociedad moderna, ya que antes la técnica creaba cosas
inanimadas pero hoy en día se crea materia viviente con la ingeniería genética,
formas inteligentes y sistemas expertos; el mundo ya no es el mismo y lo
artificial no es lo artesanal es algo que ya ha tomado identidad propia más allá
del hombre.
4.
Conclusiones
Es en esta
sociedad donde lo artificial domina y transforma, donde la fantasía reemplaza a
la cultura como era antes de la revolución informática, donde aparecen nuevas
formas de consumir el ocio y donde lo artificial expresado en la creación de
fantasías juega un papel fundamental.
La
disneylandización de la sociedad va más allá de la Mcdonalización, ya que hace de
las ciudades verdaderos parques temáticos con un cúmulo de tecnología que
representan los avances y los egoísmos de los hombres, frente a la miseria que
domina el planeta; por ello son la síntesis de esta gran contradicción que hay
en el nuevo siglo.
El turismo
moderno va más allá de las propias masas que mueve, es una forma de entretención
más compleja que va adecuando al nuevo actor a los grandes retos y cambios que
se dan en este siglo; por esto es un fenómeno social que es imposible de
analizar desde fuera de la sociedad que lo aloja.
Referencias
- Arteaga, Luís (1980)
Miserias, miasmas y microbios. La topografía médica y el estudio del medio
ambiente en el siglo XIX. Geocrítica: Cuadernos Críticos de Geografía Humana No.
29. España.
- Auge, Marc (1996) Los “no
lugares”, espacios del anonimato. Antropología de la modernidad. Gedisa.
Barcelona .
- Auge, Marc (2001) Ficciones de fin
de siglo. Gedisa. Barcelona.
- César
Dachary, Alfredo y Stella Maris Arnaiz Burne (2004) Desarrollo y turismo en la
costa de Jalisco. Universidad de Guadalajara. México.
- Corbin, Alain (1993) El
territorio del vacío. Occidente y la invención de la playa (1750- 1840)
Mondadori. Madrid.
- Debord, Guy (1995) La
sociedad del espectáculo. Editorial La Marca. .Argentina.
- Delgado
Mahecha, Ovidio (2003) Debates sobre el espacio en la geografía contemporánea.
Universidad Nacional de Colombia. Bogota.
- Ferry,
Luc (1994) El nuevo orden ecológico. Tus Quets Editores.
España.
- Hames B., Raymond y William T.
Vickers (1987) Teorías sobre las respuestas adaptativas de los nativos de
la Amazonia.
En Hombre y Ambiente. El punto de vista indígena. No.3.
Ediciones ABYA- YALA. Ecuador.
- Manzini, Ezio (1996) Artefactos.
Hacia una nueva ecología del ambiente artificial. Ediciones Celeste.
Madrid.
- Montañés
Gómez, Gustavo y Ovidio Delgado Mahecha (2004) Espacio Territorio y Región:
Conceptos básicos para un Proyecto Nacional.
- Ponting,
Clive (1991) Historia verde del mundo. Ediciones Paidos Ibérica.
España.
- Santos,
Milton (1996) Metamorfosis de espacio habitado. Oikos – Tau.
Barcelona.
- Santos,
Milton (1996) De la totalidad al lugar. Oikos – Tau. Barcelona.
Ponencia
presentada en el Simposio Geografía y Turismo. Octavo Encuentro Internacional
Humboldt. Colón, Entre Ríos, Argentina. Viernes 29 de setiembre de 2006.