EN LA TABERNA CON
PAPILLÓN
De Quito, Ecuador, pasamos a Caracas, Venezuela. Allí
me enteré de porque el país recibió ese nombre. Cuando los primeros europeos
llegaron a la zona quedaron admirados de la belleza de aquel paisaje saturado de
casitas metidas en el mar, sobre pilotes, que le daban un colorido y un panorama
similar al de Venecia. Y comenzaron a llamarla Pequeña Venecia, Venecia Chica…
Venezuela.
-o-
La delegación de legisladores, empresarios,
dirigentes gremiales y periodistas que ya habíamos dejado Ecuador estaba
presidida por Julio Broker. Y poco después arribó a Caracas el entonces ministro
Ver Gelbard, el invitante. Como antes, como siempre, lo primero es el laburo y
después, si hay tiempo, la diversión. Y así fue que después de visitar el
Palacio Miraflores, donde nos recibió el entonces presidente Carlos Andrés
Pérez, pasé el informe al Noticioso. Los empresarios cumplieron su tarea, los
legisladores mantuvieron entrevistas con sus colegas y los gremialistas… no eran
muy afectos al laburo.
-o-
Hacía calor. Día propicio para camisa de mangas
cortas y sin corbata. En los portones del Palacio Miraflores un guardia, con
cara de guardia y gestos de guardia me retó:
-
Oiga…
usted, así, ¡no entra! –y agregó otras expresiones propias de su recelo. Íbamos
a ver al presidente.
Compré una corbata y me puse el saco de un amigo
(Luis Cordeiro), que me llegaba a las ancas –el saco, no el amigo– y así, de
payaso, entré. Igualito que en la Rosada. La burocracia es
mundial.
-o-
Caracas es una hermosa ciudad. Y como siempre
hablábamos desde el Noticioso con colegas de Radio Rumbos lo primero que hice
fue visitarlos. José Luis Gallardo era el más conocido porque cada vez que en
Buenos Aires había un lío, -había muchos en aquel tiempo– nos pedía información.
Y le pasábamos muchas más cosas de las que no podíamos pasar en Buenos Aires.
Para Caracas no había censura. Aquí… censura y algo
más.
Muchas cosas me sorprendieron. El conductor del
ómnibus que me llevó desde el aeropuerto a la ciudad era un morocho con cara de
pícaro y medio granuja. A la vera de la autopista –de ocho manos ida y vuelta–
veíamos los enormes edificios de 10, 15 y hasta 20 pisos que se levantaban a la
vera de la ruta, sobra la ladera de las montañas. Y el chofer, con ironía, como
un sarcasmo, nos decía:
-
Estos
edificios los construyó Pérez Jiménez… (y agregaba con tono socarrón: “La
ditadura e´ Pérez Jiménez…!)
Cuando
advirtió
que
nos
llamaba la atención la magnitud de la autopista, más que la 9 de Julio de Buenos
Aires, volvía con su canturreo sobrador: “la hizo Pérez Jiménez… la ditadura e´
Pérez Jiménez…” (La jota de Jiménez era aspirada, como es normal en varios
países de América Central).
-o-
En
los taxis –otra sorpresa– no aceptaban dólares. Si no tenía bolívares, el
pasajero no subía. Y también en los taxis, los conductores
hablaban
de
Pérez
Jiménez
como si fuera Superman. Intrigado, le pregunté a mi amigo José Luis
Gallardo:
-
Decíme,
José Luis, aquí todo el mundo habla de Pérez Jiménez, si hay elecciones gana por
afano!
-
¡No!
Todos hablan de Pérez Jiménez, pero si hay elecciones nadie lo
vota!
Pérez Jiménez no estaba en Venezuela pero sí su hija,
que se presentó como heredera de la popularidad, el cariño, la admiración y el
prestigio de su padre. Y obtuvo unos 300 mil votos. El candidato que ganó tuvo
unos 5 millones…!
Tenía razón José Luis. Todos hablaban, pero pocos lo
querían.
En cuanto a las carreteras, los edificios y el
progreso que esas obras pudieron haber significado para el país, sirvieron de
poco. Habían sido levantados para los habitantes de las villas que allá se
llamaban por su nombre (villa miseria), pero los ocupantes de las nuevas
viviendas, cuando terminaron de vender bañeras, cañerías, artefactos, cerámicas
y la grifería, se volvieron a sus taperas
miserables.
-o-
La costumbre de tomar un trago con amigos me deparó
otra historieta, con José Luis nos sentamos en la vereda de una taberna
famosa.
-
¿Sabés
donde estás sentado, argentino?
-
Ya
lo veo: en una silla, como todo el mundo!
-
Si,
pero en esta cantina Henry Charriere escribió su famoso libro PAPILLÓN, del que
vendió cientos de miles de ejemplares. Cuando venía aquí se comportaba como un
ex presidiario que había pagado su condena. Después de su libro se convirtió en
un nuevo rico que ya no frecuentó la borrachería de
Caracas.
Cuando mi amigo Gallardo lo evocó, en esa cálida y
estrellada noche de copas y añoranzas, Charriere había
muerto.
Pero esa noche memorable su espíritu parecía estar
allí, compartiendo recuerdos de aquellos penosos años del
presidio…
-oOo-
Nota: Otra
versión.
El verdadero PAPILLÓN fue el francés René Belbenoit,
que murió en la
Amazonia y no en California, como dice su historia oficial, en
1978 a
los 73 años. El deceso se produjo en Villa Surumú, estado amazónico de Roraima.
Belbenoit fue el primero que escapó de la Isla del Diablo –el tenebroso presidio
de la Guayana
Francesa– en 1935 después de 13 años entre los más crueles
criminales enviados por Francia. Según periodistas brasileños que investigaron
su vida, Balbenoit era periodista, hablaba por lo menos 4 idiomas y fue preso
por robar alhajas en su país. Henry Charriere escribió la novela de su vida y se
enriqueció. No se sabe si Belnenoit participó de las
ganancias…
-oOo-