Migraciones: entre la sociedad y la
cultura
Ana María Gorosito Kramer
Las
migraciones en perspectiva
Optaré por partir
de una evidencia, un tópico para el que no es necesaria mayor discusión: estamos
en el cierre de un siglo que se caracterizó por los movimientos migratorios como
una marca característica de los países que se vieron afectados por esas mareas
de población humana en movimiento, tanto porque perdían rápidamente contingentes
importantes que partían hacia nuevos rumbos, como porque los recibían de una
forma tan masiva que, más temprano o más tarde, debieron instrumentar políticas
públicas precisas para contener y orientar el problema.
Sólo por este hecho, esos países, los que ganaban y los que
perdían población, vieron transformadas profundamente sus estructuras sociales.
Ni qué decirlo, fueron muchos de esos traslados masivos los que asimismo
resolvieron problemas en estructuras sociales y económicas previamente
perturbadas, para lo cual esas migraciones resultaron en la posibilidad efectiva
de la transformación hacia el progreso, cualquiera fuere la forma en
que dicho valor era comprendido por las elites de las naciones-estados
respectivos.
Por otro lado, todo apunta a confirmar que, en el
siglo que empezamos, la movilización de poblaciones seguirá siendo una constante
progresivamente problemática y dificultosa en varios planos que nos
corresponderá analizar en mayor profundidad. Es también altamente probable que
actualmente muchos de los miembros de nuestra generación -segunda o tercera en
el caso de América latina que es descendiente a su vez de una generación de
migrantes-, ya haya practicado –a causa de los más diversos motivos- por lo
menos alguna experiencia de migración. Todo indica que, en la generación que nos
suceda, ningún miembro del cuerpo social deje de experimentar, una o varias de
esas experiencias de traslado.
En el trabajo docente y al menos para la Argentina,
es frecuente que el tema “migraciones” se relacione exclusivamente con las
etapas fundacionales de nuestras respectivas naciones. Acentuando con mayor
destaque a aquellos procesos que transcurrieran en los cuarenta o cincuenta años
que van desde fines del siglo XIX a comienzos del XX, dichas migraciones son
consideradas como la base de nuestra nacionalidad actual –de manera más
importante como construcción ideológica que otros procesos de conformación de la
nación-, de una supuesta “fisonomía” física y una orientación psíquica
colectiva, y hasta explicativa para celebrar una presunta orientación
democrática e intercultural en sus ciudadanos. Así, el concepto de “crisol de
razas” o “melting pot”, consolida una
imagen social, reforzada en los procesos educativos, que simultáneamente afirma
el carácter pro-europeo de su población (“los argentinos descendemos de los
barcos”), el carácter plural de su cultura hecha de retazos armoniosamente
sintetizados, y finalmente el carácter pluralista de su organización política y
social. De esta manera, las migraciones de aquél período contribuyeron a formar
una nación nueva, en el sentido de inexistente hacia entonces, metáfora que a su
vez presenta múltiples aperturas hacia otras agradables y bucólicas, referidas a
su juventud, su vigor y toda clase de asociaciones positivas por el estilo (para
las cuales la Venus de Botticelli, emergiendo como una joven perfecta y bella de
entre las aguas, es la mejor representación plástica de este conjunto de
ideas).
Este tipo de ideas, respecto a los pueblos nuevos,
nos remite necesariamente a aquél trabajo fundamental de Darcy Ribeiro, “Las
Américas y la Civilización” (1969, Tomo 2), en el que distinguía, en las
matrices históricas de las actuales naciones latinoamericanas, tres grandes
categorías: los “pueblos nuevos” (Chile, Argentina, Uruguay), los “pueblos
testimonio” (con importante presencia de poblaciones indígenas originarias) y
los “pueblos transplantados” en los que el componente social tenía su origen en
ese otro masivo proceso de migración forzada desde Africa a América, y que tan
potente incidencia ha tenido en muchos de nuestros
países.
Por lo tanto, hasta aquí tenemos al menos dos órdenes
de consideraciones en relación al impacto que las migraciones han jugado en
nuestra historia social y política, desde la ocupación colonial y hasta nuestros
días: las que surgen de las consideraciones de Darcy Ribeiro, respecto a la
diversa presencia de pueblos que debieron conformarse y contribuyeron a crear
las actuales condiciones en nuestros respectivos países, a partir de la
desigualdad profunda que esta tipología expone respecto al modo como cada uno de
estos componentes iniciaron el camino hacia las formas actuales: migraciones
forzadas con supresión de la condición de sujetos, subordinadas a un carácter de
mercancía esclavista; migraciones por expulsión de sus localidades de origen
(por obstáculos al acceso a las posibilidades de subsistencia, por guerras o
conflictos y persecuciones religiosas o étnicas) o, en fin, producto de una
creciente ola de proyecciones de futuro, progreso y bienestar alentadas por las
propagandas de los países receptores de migración o por las variadas vías de la
comunicación personal, en mundos cotidianos afectados de alguna manera por la
penuria o simplemente la falta de esperanzas. Por otro lado, los “pueblos
testimonio”, dotados por obra de la ideología oficial y de las prácticas
educativas de una inmovilidad inmemorial –la falta de memoria y de movimiento
son, por esencia, no humanas sino minerales, y no por casualidad esta asociación
metafórica encuentra en tantas expresiones una suerte de evidencia que no
necesita de la comprobación, tan arraigada está en el imaginario oficial y sus
múltiples irreflexivas reproducciones. Y sin embargo, también ellos afectados
por los desgarramientos históricos de la constitución de nuestras sociedades,
sujetos a migraciones alentadas por la esperanza o determinadas por las
agobiantes condiciones de vida en sus localidades de origen o bien, finalmente,
transportados como mano de obra servil u otras formas similares, desarraigados
como efecto de políticas de pacificación y apropiación territorial,
relocalizados en aplicación de políticas indigenistas aparentemente
paternalistas aunque, la mayoría de las veces, mal han podido ocultar la codicia
sobre los territorios que habían ocupado desde muchos siglos
atrás.
En cuanto al segundo orden de consideraciones, la
inevitable perspectiva de las migraciones como un proceso que, en algún punto de
su recorrido, está afectado por el conflicto, el sufrimiento humano, dimensión
que los mensajes del estado-nación suele ocultar, así como selecciona algunos y
oculta otros, y que la atención a los sujetos de los actos de migración, sus
historias y estrategias de reacomodamiento permiten reconstruir y evaluar en
toda su intensidad.
Se ha trabajado abundantemente en el aspecto masivo e
intercontinental o aún regional, de estos procesos. Su relevancia hacia el
futuro seguramente producirá nuevos y mejores instrumentos analíticos para
considerarlos desde esta misma óptica: Sin embargo, será necesario incorporar
progresivamente metodologías de análisis más cercanas a la localidad y a la
experiencia individual para aportar cada vez mejores perspectivas sobre nuestro
conocimiento de las migraciones, sus obstáculos y, de manera fundamental, para
la apreciación de los nuevos fenómenos sociales que estos desarraigos y
reacomodamientos habrán de producir.
La experiencia europea reciente, con los
enfrentamientos en la península balcánica, las luchas y odios interraciales en
vecindarios donde, antes de la eclosión de los conflictos, la convivencia era
relativamente pacífica, nos obliga a considerar los procesos migratorios bajo
una faz que no estábamos habituados a considerar. El racismo, la xenofobia y el
odio al extranjero, particularmente incrementados en condiciones de crisis
social, vulnerabilidad en las condiciones de reproducción de la vida y
retracción del mercado de empleos, podían explicarse por remisión mutua cuando
estallaban concentrando su virulencia en los migrantes recientes. Pero los
hechos de Yugoeslavia exponen una situación desconcertante: viejas, centenarias
migraciones que a lo largo del tiempo permitieron la convivencia de grupos
sociales distintivos, que generaron intercasamientos y múltiples formas de
asociación humana, ahora son el disparador de nuevos conflictos en nombre de la
presunta invasión, la impureza y tantas otras cuestiones invocadas como
justificativo de la violencia colectiva.
Estos hechos indican la urgencia en la
reconsideración de los procesos migratorios bajo aspectos que no se consideraban
determinantes por no aportar –conforme se estimaba- información relevante para
entender las transformaciones a nivel de estructuras sociales y espaciales.
Tales aspectos tienen que ver particularmente con la producción y la
exacerbación de diferencias, llevándolas al extremo del antagonismo y la
desautorización de la condición humana para aquellos a quienes se las
adjudican.
La
Región guaranítica
En mi trabajo en esta región –a la que llegué como
migrante en busca de oportunidades laborales hace ya un cuarto de siglo-
vinculada durante mucho tiempo a la etnografía guaraní en el área, la cuestión
de los límites y las fronteras fue en algunas oportunidades un tema urticante y
en otras un impulso para la búsqueda de nuevas líneas de investigación. Por una
parte, la migración como aspecto de un proceso de fisión y formación de nuevos
asentamientos, aspecto estructural de la organización nativa que en tiempos
precoloniales había producido la extraordinaria expansión de ese grupo étnico,
con tantas subdivisiones y modalidades como se han presentado a lo largo del
tiempo en gran parte de las tierras bajas americanas, terminología que en la
etnografía y arqueología clásicas norteamericana se aplicaba a esta región
platina, hoy conformando el Mercosur.
Hasta hace 25 años y en momentos previos a la
expansión de la implantación de bosques para la industria celulósica, todavía
podía apreciarse esa dinámica expansiva con múltiples ingredientes de naturaleza
económica y política en la organización social indígena. Para la época, un
proceso con efectos similares se producía en la ocupación de las zonas
nordorientales de la provincia de Misiones –expansión de colonos de tercera o
cuarta generación que instalaban sus propias chacras en las tierras fiscales a
lo largo de la Sierra del Imán y hacia las riberas del río Uruguay. Por procesos
que nos son parcialmente conocidos de este lado de las fronteras académicas, a
su vez se advertía la avanzada migratoria de población de origen brasileño que
posiblemente respondiera, entre otros factores, a la presencia de una dinámica
similar a las mencionadas: la fisión de las unidades familiares y la búsqueda de
nuevas tierras para el establecimiento de las unidades productivas y
reproductivas de los grupos de población más
joven.
Tiempos felices, en los que aparentemente la
disponibilidad de tierras libres no iba a acabar nunca, y donde la frontera
demográfica avanzaba gradualmente produciendo situaciones de contacto e
interrelación ricas y de variada gama de
posibilidades.
Pero eran también los tiempos de la doctrina de la seguridad
nacional y, particularmente en la Argentina, de las fronteras “calientes”.
Vistos desde las instituciones nacionales bajo el cariz de la sospecha, todos
estos migrantes debían expresar contundentemente su condición de ciudadanos de
la nación para tener derecho a “un lugar bajo el sol”. Eran los tiempos en que
las elites políticas locales oscilaban entre las declamaciones discursivas del
Día de la Raza o del Día del Indio y el control de la nacionalidad de los indios
concretos los restantes 343 días del año. Si los indios son los antiguos dueños
de la tierra ¿podían olvidar esas elites que había indios nacidos en Paraguay o
en Brasil? Y dado que esa era el caso, ¿qué nacionalidad tenían? Junto al temor
de que los beneficios concedidos a los indios argentinos fueran usufructuados
asimismo por indios nacidos en Paraguay o Brasil -¿es necesario destacar el
eufemismo de la construcción “beneficios concedidos a los indios”?- que
intentaba vanamente poner coto a los estafadores (“¿Por qué tendríamos nosotros que
preocuparnos por los indios brasileños? ¡Que vayan a reclamar a su país!” )
la dinámica social, como la vida, se abría paso por sobre esas restricciones.
Todo un complejo mundo de relaciones, traspasos de jefaturas, alianzas
matrimoniales, seguía estableciéndose entre los diversos asentamientos nativos a
despecho de las fronteras, que en nada obstaculizaban esa organización, vital
por otro lado para la prolongación de un estilo de vida sustentado en su
vigencia.
Merced a las comunicaciones entre antropólogos interesados en este
tema, se registraban como puntos de contacto entre familias que habían iniciado
migraciones en esta época, localidades de los estados de San Pablo, Río de
Janeiro y Espíritu Santo. Hacia el sur, sorprendentemente hace diez años, las
cercanías de la ciudad de Montevideo. En Paraguay, hacia Caazapá y otras
localidades, para la búsqueda de esposa, reuniones de liderazgos indígenas o el
reforzamiento de técnicas tradicionales para las más diversas
actividades.
Poniendo en foco la dinámica indígena, la cuestión de la frontera
trinacional (o cuatrinacional, si atendemos a la migración hacia Uruguay ya
mencionada), se convertía en un entramado institucional sobre el cual estas
poblaciones podían recrear y hasta innovar con nuevas estrategias de
reforzamiento cultural: las variaciones de valor entre monedas locales y su
capacidad de compra, por ejemplo, o bien las variaciones en las políticas
indigenistas de cesión de tierras y programas sociales especiales, o bien las
persecuciones emprendidas contra esos mismos dirigentes o la quema de aldeas
impulsaba a movimientos en el marco de una concepción del espacio que se
proyectaba en un mapa de obstáculos y posibilidades cambiantes, como ejercicio
activo de una política de identidad y preservación de la autonomía
cultural.
Procesos de poblamiento
Mientras esos procesos se daban, particularmente en
el norte de la provincia involucrando a la región –y sería necesario que
concertáramos y cruzáramos información para ilustrar hasta qué punto estos
macroprocesos, expuestos para la población indígena, no encontraban su réplica
en los otros sectores de población campesina o de trabajadores rurales con
planos de interpretación que asimismo y en claves propias expresarían aspectos
de la vida social, económica, política y simbólica de esas poblaciones-
simultáneamente se daban otros, en parte empujados por la saturación de espacios
de trabajo en las regiones urbanas del sur: de esta manera, una nueva pleamar
traía hasta estas zonas a técnicos y profesionales con chances para insertarse
en las nuevas estructuras institucionales del Estado o generadas por la
iniciativa privada: sistemas de comunicación, de relevamiento e información, la
apertura y expansión de la Universidad nacional, constituían otros tantos
lugares abiertos para una población calificada, en tanto haca el sur partían con
diverso destino misioneros que iban a insertarse en las empresas de la
construcción, el transporte o la industria, pero también en el servicio
doméstico de la región metropolitana y las ciudades
intermedias.
Antes de que este último flujo se invirtiera, hacia
la década del 90, con el regreso a la provincia de los trabajadores desalentados
por el cierre de las fuentes de trabajo o el empequeñecimiento de los ingresos,
reuniéndose en las ciudades cabeceras de departamento o en la capital con el
caudal de nuevos expulsos del agro y dando origen a la preocupante explosión de
áreas urbanas mal servidas y al colapso de los sistemas de salud y educación, en
síntesis: antes que el nuevo paisaje social atribuido a la globalización
modificara drásticamente las perspectivas e indujera a repensar estos
movimientos poblacionales, había florecido un concepto que contenía y expresaba
a los recién llegados a Misiones.
Ese concepto era el de pionero. Acuñado con las
migraciones europeas a Misiones desde fines del siglo XIX, pero aplicado
extensamente a toda la gran región ser pionero
equivalía a ser una suerte de conquistador e innovador avanzando en las
oscuridades de una tierra desconocida. Había una connotación de placer algo
masoquista en el término: ser el primero, con el riesgo de equivocarse; observar
el fruto del esfuerzo como resultado de las propias potencialidades, sin deudas
reconocidas hacia atrás. Ser pionero, en fin, era ser un creador de reglas y muy
a menudo el pragmatismo de la acción era su propio justificativo. Y se era
pionero en la explotación del bosque, en la instalación de empresas, pero
también en el campo de la creación intelectual y artística. Hasta los 90, la
fantasía del pionero se complementaba con el lugar común según el cual, “este es
un lugar en el que todo está todavía por
hacerse”.
En la segunda mitad del siglo cualquiera podía ser pionero
en el campo que quisiera. A diferencia de la restricción a este calificativo que
imperara a comienzos de siglo, cuando ser pionero era estrictamente vencer al
bosque y cultivar el suelo, de suerte que no era pionero el que se dedicara al
comercio o a los servicios, por ejemplo. Adicionalmente, ser pionero a partir de
los años 50 permitía establecer una línea de continuidad en una cadena de
desarraigos: los neo-misioneros llegados recientemente continuaban así una
tradición inaugurada por los pobladores de cien años atrás, y esto proveía un
sentido de continuidad y tradición que reparaba la fragmentación de la
experiencia personal, la ruptura biográfica producida por el traslado, y
sostenía el hilo que ligaba una historiografía local aquejada de rupturas y
novedades continuas.
Inmigrantes europeos, inmigrantes
argentinos
Nos acercamos así a una perspectiva más cercana a la
experiencia del migrante, en la que creo que podremos encontrar el nexo
interpretativo que enriquezca nuestros enfoques sobre las migraciones y vincule
fenómenos que están produciéndose en otros espacios del
orbe.
Puesto que la imaginación colectiva asimila figuras
que se expresaron en épocas muy distintas, construyendo personajes con similar
constitución psíquica y orientación ética, tales como el “pionero”, extrayendo
de ella un modelo de acción y un referente identificatorio, ¿qué hay en ese
modelo de referente real?
Los testimonios orales y los diarios y cartas
personales nos permiten indagar en esta cuestión.
La primera cita que voy a utilizar proviene de una fuente
indirecta: se trata de las memorias de Tutz Culmey, hija de Carlos Culmey,
organizador de una gran cantidad de colonias de origen alemán en Brasil y en
Misiones, Argentina, por cuenta de empresas de colonización y explotación
maderera y yerbatera. Se trataba de un sujeto proveniente de una clase media con
vinculaciones aristocráticas- según su hija- y con una importante formación
educativa. A falta de transcripciones de sus propios discursos o relatos
, atendamos
a las especulaciones de la hija, muchos años después de la muerte de Culmey en
un accidente:
“Cuántas veces
me pregunté, ¿por qué emigraron mis padres de su patria, donde tenían
condiciones de vida tan favorables? Será que al comienzo sólo fue una idea,
seguida de la palabra y después de la acción, e inmediatamente comenzaron los
efectos de tales ideas. ¿Habrían querido ponerse a prueba, demostrarse a sí
mismos las propias fuerzas que residían en ellos?“ (1998: 14).
(...)
“Nunca entendí
por qué mi padre emigró al Brasil, por qué en primer lugar siguió hacia el
interior del país con su joven esposa en vez de preferir a Porto Alegre como
residencia. ¿Habrá sido solamente por el placer de la aventura o tenía otro
ideal, ya que amaba una vida en libertad? Ambos eran orgullosos, de firmes
decisiones y no querían ayuda de padres, parientes ni amigos de su patria. Así,
tuvieron que iniciarse por un camino lleno de espinas; sin embargo, escasamente
lo sentían debido a su recíproco amor y sana juventud” (Ob.cit.:
18).
Estos breves rasgos pueden ajustarse a la semblanza del
“pionero”, pero también al
sujeto que surge con la modernidad. El hombre
con vocación empresarial o gerencial, construido como “self made man”, sobre la base del propio
esfuerzo, énfasis en valores tales como el de la tenacidad y el trabajo intenso
y dotado del sentido de la oportunidad. El sujeto capaz de rehacer desde la nada
su propia biografía (“forjarse un nombre”), manifestando a la vez confianza en
sí mismo y desapego a las tradiciones del pasado. Una concepción semejante se
ajusta a las condiciones del capitalismo en su etapa expansiva, que encuentra en
los continentes abiertos a Europa, sea en América o en las regiones coloniales,
el escenario favorito de su manifestación. Pero también se ajusta a la
adecuación de los sectores dominantes del pasado a las nuevas condiciones de
ascenso social, reconvirtiendo el capital social y cultural del que disponen en
capital económico, bajo la perspectiva del progreso como un horizonte de
posibilidades ilimitadas para la acción individual. La Primera Guerra Mundial
potencia aún más estas ideas, junto a la evidencias de una “vieja Europa” en
proceso de descomposición social y económica. De este modo, en el texto de Tutz
Culmey la referencia a los pioneros en general, a partir de una visita
conmemorativa a la localidad de Montecarlo, fundada por su
padre:
“El inicio en
la tierra virgen: todo se representa nuevamente ante mis ojos. Una niña, una
soñadora, ve el cerro (Monte Carlo) en medio del Alto Paraná. Una zona de
colonización que conlleva muchos trabajos, muchas preocupaciones y sufrimientos.
Pese a todo resultó un gran éxito, gracias al sacrificio de la energía de su
fundador (su padre, Carlos Culmey) y
su colaboradores que veían en la tierra su futuro. Esos, principalmente, eran
inmigrantes venidos de Alemania que habían dejado todo, patria, amigos y
actividad, detrás de ellos, para crearse un lugar donde trabajar. Con ayuda del
fundador y sus colaboradores lo lograron. Eran todas personas que luego de la
destrucción que en su patria la gran guerra (la Primera Guerra Mundial) había dejado atrás, buscaban una nueva
patria. Seguramente era una misión riesgosa, especialmente para los mayores que
venían, que no sólo tenían que luchar con sus problemas externos, sino también
espirituales. La nostalgia atacaba a todos, algunas veces sorpresiva e
imprevistamente” (Ob.cit: 87).
Fundar una nueva patria, según la autora. Lo que se
deja atrás puede no ser sólo destrucción, sino también agotamiento o abuso, un
esquema institucional agobiante en contraste con el espacio libre donde el
sujeto de la modernidad florece con todas sus potencialidades. Este contrapunto
entre el agobio institucional que no deja resquicio al sujeto y el nuevo
espacio, donde hasta el trabajo se alivia como consecuencia de una tierra
pródiga, se encuentra en el siguiente testimonio. Se trata de una larga carta en
la que su autor refiere a la esposa e hijos que han quedado en Alemania las
alternativas del viaje marítimo y el largo recorrido hasta la nueva propiedad.
¿Qué lugar puede ser aquél donde no hay leyes ni
poderes, donde lo que se planta germina al segundo día, donde caballos y burros
no necesitan ser herrados, donde abundan bosques, caza –es decir, alimento
disponible- cristalinas aguas y cielos límpidos? ¿Qué lugar podría ser aquél
donde nadie controla el trabajo humano ni es necesario tampoco extenuarse para
vivir?. Sin duda, un lugar así responde muy ajustadamente a una descripción del
paraíso. Así escribe este migrante desde
Misiones:
“También hoy,
29 de abril /de 1924/ , todavía no
llegó nuestro equipaje, por eso nuestro lecho de noche no es envidiable
precisamente. Una colcha para los cuatro (se refiere a él mismo y sus tres
hijos mayores) y mantas, todo sobre varas
redondas de bambú, 20 cm sobre el piso desnudo, las paredes no son compactas, de
noche fresco, así campamos aquí, y sin embargo aquí es mucho más lindo que con
vosotros. No cambiaríamos nada con vosotros. Ningún alguacil, ningún recaudador
de impuestos, ningún inquilino para discutir, ninguna autoridad, ningún gendarme
o inspector de rentas, ningún control de fuegos o de limpieza de calles, todo
esto no conocemos. Señor libre sobre tierra virginal libre, inmensamente fértil
y no explotada, sobre la que semillas de avena, rábanos y otras plantas ya
germinaron dos días después de sembrar. Arboles de 25 o 30 metros de altura en
una distancia de 5 metros, el cielo casi siempre azul y sin nubes, de noche
mucha niebla que a la mañana baja a la tierra, en el bosque cae cual lluvia
fina, refrescando la tierra cada mañana con humedad. Aquí tenemos una seguridad
personal grande, ningún ladrón vagabundo, en todo soy señor propio, no hay
inquietud por la comida, hay abundancia de leña, no hay gastos de calefacción ni
de construcción o de muebles. No existen aquí chimeneas, tampoco estufas o caños
para el conducto del humo. (...) Caballos y mulos andan todos sin herrar, porque
el suelo es blando (...) La caza es libre para todos, hay jabalíes, venados,
loros y otros animales. (...) Cuellos duros no existen aquí (...) Uno está sano
y alegre, deja pasar el día y noche como quieren, mostrándole a nuestro Dios que
uno es un hombre bueno, vive alegre y contento. (...) Cada uno levanta su casa
en su finca donde quiere, reglamentos no hay; así los vecinos se encuentran
lejos uno del otro, viéndose rara vez. Quien ama la soledad, que venga con nosotros, pero quien
no tiene dinero, no quiere trabajar y gusta de entretenimientos, quisiera tener
ropas finas, pieles y sombreros, ese mejor que se quede en casa, para él no hay
lugar aquí. (...) Quien vivió y trabajó durante un tiempo, quiere quedarse para
siempre, para él Alemania no es más deseable. (...) Ahora, querida madre y
queridos hijos: la opinión mía y de los hijos restantes es: a nosotros nos gusta
mucho aquí, queremos tener aquí a nuestra familia entera, también Alfred y
Robert, hay para comer y beber para todos; queremos establecer una patria nueva,
y con la ayuda de Dios ser y permanecer felices y contentos, alemanes del
extranjero” (Müller, 1995: 67 a 71).
“Queremos establecer una patria nueva”, dice el pater familias, “buscaban una nueva
patria”, refiere Tutz Culmey: así, Estado y patria se diferencian, como se
diferencian los órdenes del control y los de la identidad con un sentido
espiritual, siendo la patria nueva una condición del espíritu que se realiza en
un lugar nuevo, virginal, utópico. Las versiones acerca de la abundancia de
alimentos, el acceso al bienestar y a una tierra que produce sin esfuerzo,
“tierra de la leche y la miel”, temas de una propaganda desplegada por los
gobiernos y las propias empresas colonizadoras en periódicos europeos, revivía
el antiguo mito de varios siglos atrás, según el cual bastaba hurgar el suelo
con la punta del pie para encontrar oro, y se actualizaba en las ingenuas
creencias de los recién llegados al Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires,
desencantados porque todavía no se había hecho realidad aquello en lo que
firmemente creían, puesto que los migrantes anteriores lo contaban en sus cartas
a los parientes europeos: ”La calle está sembrada de monedas de oro”.
Debe recordarse, sin embargo, que la credulidad con
que estas versiones son incorporadas y retransmitidas no obedece a ingenuidades
personales, exclusivamente; hacen pie en un horizonte de supuestos subjetivos
que ya está previamente dispuesto a otorgarles credibilidad: son eficaces porque
operan en una significación disponible en la conciencia social. Dicho de otro
modo: la subjetividad de la creencia reposa en una conciencia social objetiva en
la que se refuerzan, confirman y orientan a la producción de conductas. De este
modo, hay coincidencia en creer que la patria deseada no será ya la que se deja
atrás sino otra, utópica pero realizable en los nuevos espacios a los que se
lanza la migración. Esta es la característica de las que Arjun Appadurai (2001)
ha denominado “diásporas de la esperanza” a las que volveremos más
adelante.
Para un migrante del interior del país, maestro
catamarqueño que para los años 40 se traslada a Misiones con su flamante
nombramiento en una escuela pública de la localidad de Eldorado, la visión es la
misma, aunque su versión de la patria se proyectará en sentido inverso al que
experimentan los casos anteriores. Debe recordarse que para esa fecha una
importante corriente de migración interna partía desde Catamarca hacia las zonas
en crecimiento de Córdoba y Buenos Aires, pero también a engrosar los
contingentes de trabajadores de la explotación petrolera y carbonífera en la
Patagonia.
Consciente de su condición de provinciano en Buenos
Aires y de las desazones de un sujeto sencillo en la gran ciudad,
escribe:
“Buenos Aires
no me agrada para vivir. Hay que andar pisando algodones, hablando en secreto,
sonriendo a los que conoces o desconociendo a tu más próximo vecino y... ¡ojo!
La puerta cerrada con doble llave. Buenos Aires es chico y hay mucha gente, de
modo que el sol y el aire se dan por pequeñas porciones. En el campo no se vive
tan bien, pero oxígeno y sol se reparten por porciones muy grandes”
(1994:76).
Las relaciones viciadas por el escepticismo y la
hipocresía: los tópicos de la “vieja Europa” se aplican también a Buenos Aires;
en contraste con ello, la pureza del paisaje abierto y el aire puro, metáforas
consistentes con la pureza de las relaciones sociales virginales, que en este
contexto quieren decir, auténticas.
Pero aquí el migrante interno tropieza con una patria
en la que no se lo reconoce adecuadamente. Y de manera inversa a la que se
expresaba Müller en la cita anterior, acerca de la fundación de la patria en el
extranjero, este catamarqueño siente que los argentinos, por el contrario, son
extranjeros en esta porción del país.
“Misiones la
hermosa, Misiones es siempre primavera. Frases con que se quiere significar el
estupendo paisaje que ofrece la provincia, o su clima benigno. Estas frases
pretenden por otra parte un despegue turístico, bastante atrasado y bastante
incierto. En 1940 hombres venidos de todas partes el mundo, habitaban y trabajaban el suelo
de Misiones, creando riqueza, soportando calores y plagas. Pocos misioneros,
algunos correntinos y, contados, otros del resto del país. Para los argentinos,
Misiones era tierra de misterio, abundaban las víboras, los tigres, leones e
indios que están detrás de cada árbol, apuntando con sus flechas a los
cristianos. Era pues razonable que los contados habitantes del interior que
llegáramos hasta aquí, fuéramos extranjeros en nuestra propia tierra”
(Ob.cit.: 85).
De esta manera, sutilmente, comienzan a instalarse
los temas de una tensión cuyas contingencias históricas dependerán de las
situaciones críticas a la que la sociedad resultante de tan diferentes historias
personales, atraviese en el futuro.
Sin embargo, no todo está en el sentimiento o la
imaginación personales y su vinculación con un modo social de pensar en el que
toman cuerpo y adquieren explicación. Otros elementos, muchos de los cuales
abrevarán en los mismos temas, se incorporarán con el avance del siglo XX y el
progresivo trabajo simbólico e ideológico de los medios de comunicación, la
propaganda gubernamental y los posicionamientos del gran sistema
internacional.
El
proceso de migración masiva en la actualidad ¿qué tan actual
es?
Eric Wolf en “Europa y los pueblos sin historia” (1987),
afirma que en el desarrollo del capitalismo se destacan tres oleadas de
migración: la primera, asociada con el período inicial de la industrialización
europea, es básicamente rural-urbana, cubre distancias relativamente cortas y
alimentará el creciente mercado de trabajo urbano-industrial. La segunda, que ha
quedado parcialmente identificada en los testimonios citados más arriba, envió a
una gran masa de europeos a las regiones de ultramar. La tercera, finalmente,
“llevó trabajadores bajo contrato a las
pujantes minas y plantaciones de los trópicos (...). Estos movimientos pusieron las bases de un
gran aumento de la producción de los trópicos y también desempeñaron un gran
papel en la creación de una infraestructura de transporte y comunicación, que
son requisitos de la aceleración posterior del desarrollo capitalista” (Ob.
cit.: 438 y 439).
David Harvey (1998), al referirse a las condiciones
actuales del desarrollo capitalista, al que denomina “de la producción
flexible”, analiza la composición del mercado de trabajo mundial y demuestra
cómo los segmentos mejor remunerados de éste están sujetos a una alta movilidad
espacial, en consonancia con la naturaleza internacional de los grandes
proyectos de inversión (grandes obras de infraestructura, generalmente asociadas
a consorcios empresariales multinacionales); pero cuando se atiende a otros
segmentos de menor remuneración, se advierte asimismo la movilidad espacial en
la búsqueda de diferentes ofertas de empleo, lo que agrega al desplazamiento
espacial el de la rotatividad en diferentes tipos de actividades a lo largo de
la historia laboral de los sujetos.
Si pudiéramos comparar las perspectivas de futuro de estos
últimos trabajadores, migrantes del capitalismo flexible, con lo que los
testimonios relatados antes nos permiten inferir, advertiremos que en el momento
contemporáneo las ideas sobre la supuesta fundación de una identidad definitiva,
“nueva” en consonancia con la creación de una sociedad liberada de las excesivas
ataduras propias de la que se dejaba atrás, son totalmente anacrónicas en el
estado actual de cosas. Antes bien, un movimiento migratorio, cualquiera sea la
distancia que recorra, puede ser sólo un punto en una biografía que estará
marcada por innúmeros puntos, sin que en cada uno de ellos el sujeto pueda
aspirar a fundar nada definitivo, sino provisorio y sujeto a una gran
vulnerabilidad. Así, la metáfora tomada de un texto de Karl Marx que utiliza
Berman en el título de su obra “Todo lo
sólido se desvanece en el aire”, pasa a
ser también una dura condición de la cotidianeidad y la biografía personal en
las condiciones actuales.
Diásporas, mercados de trabajo globalizados, guerras y
persecuciones
BIBLIOGRAFIA
CITADA
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maestro catamarqueño en Misiones. Posadas, Editorial Universitaria,
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Posadas, septiembre de 2002
Exposición realizada en el Panel Procesos
Migratorios, durante el Cuarto Encuentro Internacional Humboldt "Geografía de la
Integración". Puerto Iguazú, 16 al 20 de setiembre de
2002. |