Estimados amigos
Ante todo, quiero agradecer sus cálidos saludos en
estas Pascuas.
Los invito a que sigan escribiendo sus reflexiones,
aquí.
En esta ocasión, comparto un fragmento
de «Ser humanos».
Ser ciudadano
Retomando aquí algunos conceptos que ya desarrollé en mi
libro Argentina
Ciudadana, entiendo que –en términos
espirituales– la Argentina está quebrada por evasión cívica. Nuestro
problema
no es económico, social o político. Esos son síntomas.
El problema de fondo que nos aqueja es cultural, y tiene que ver con una
arraigada crisis de valores. En este país todos queremos ser habitantes y
nadie aspira a ser ciudadano. Somos ciudadanos apenas quince minutos cada
dos años: nos acercamos a las urnas, depositamos nuestro voto y volvemos a
casa a ver qué nos hacen. Y luego, en función de eso, premiamos o
castigamos, siempre eligiendo, por lo general, lo menos peor,
nunca lo bueno, porque nadie se quiere meter. Y si continuamos tropezando
en esa trampa, en lugar de
emerger nos vamos a seguir hundiendo.
Si aspiramos a ser ciudadanos genuinos, tenemos que empezar por
entender que no hay salvación posible si solo ponemos el énfasis en lo
privado. Un ciudadano de ley debería ser portavoz emblemático no de un
hecho jurídico, formal o electoral, sino de los valores
de la democracia y de la república. Asimismo, también es esencial
subrayar que el acto representativo es un pacto. Es decir, que el
representante y el representado tienen un convenio. Y que el
representado no abandona el pacto por haber votado, sino que intenta
sostener, en el tiempo, una conversación.
[…] La formación moral y cívica no debería ser una materia
obligatoria
del secundario, sino una materia prima del país.
Porque un país es su gente. Y países con muchos menos
recursos materiales, pero con más recursos espirituales, han logrado
revoluciones fundamentales. Por ejemplo: Singapur. Un país con el que no
podemos siquiera empezar a compararnos. Una nación que se sobrepuso a sus
restricciones materiales en base a una tenaz fuerza de espíritu y de
valores. Singapur se caracterizó por aplicar el premio al mérito, la
vocación de servicio, la educación y el reconocimiento a los logros por el
esfuerzo. Por una parte, se centraron en convocar a la función pública a
los mejores. Y los contrataron en iguales o mejores condiciones de las que
ofrecía la esfera de lo privado, a partir de una política de Estado de
permanente inversión.
Otro ejemplo digno de mención es Israel. Durante su etapa primera,
quienes fundaron el Estado transformaron un desierto abandonado en un
jardín fértil; y sus universidades en usinas de desarrollo tecnológico y
científico, llegando a ser referentes del mundo.
En la Argentina, en cambio, estamos bendecidos con una
superabundancia material, pero debemos cargar la cruz de una enorme pobreza
espiritual. Somos, tristemente, como enseñó José Ingenieros, una
sociedad mediocre.
Y no se trata tan solo de buenos y de malos. Se trata también de esos
muchos buenos que no hacen nada. Y de esos malos que trabajan muy bien y
logran sus objetivos. Mientras que los buenos que trabajan, lo hacen
bastante mal, porque no están articulados, sino atomizados y aislados. Algo
que es, a un tiempo, una estrategia del mal y una ineficacia del bien.
Una ciudadanía sana, basada en valores, tiene otras conversaciones. No se
pregunta a quién hay que votar, o quién nos va asalvar. Se pregunta cómo
se hace para que todos se involucren y participen. Que se vayan todos,
oímos durante mucho tiempo. No. Descartemos ese viejo leitmotiv,
que nada aporta y a nadie beneficia. Digamos, mejor: metámonos todos,
colaboremos todos, hagamos todos… Los que están no se van, los que no
nos metemos tenemos que participar.
Se me dirá que existen muchas sociedades que no están todo el tiempo reclamando a
sus habitantes que sean ciudadanos. Sí, es cierto. Estas sociedades
existen, pero son muy distintas de ésta en la que nos toca vivir. En esos
casos ya han logrado consolidar, luego de años de trabajo,
un sistema democrático real, y no tan solo electoral, en el que las
instituciones se ocupan de
hacer el trabajo cívico. Y cada cual puede elegir, en su
fuero íntimo, si quiere ser ciudadano o tan solo habitante, porque sabe que
puede reclinarse sobre un conjunto de instituciones que se encargan de salvaguardar el
conjunto en el respeto a los valores y la ley.
Nuestro sistema, en cambio, está devastado. Por eso no
podemos darnos el lujo de ser apenas habitantes. Y aunque en este sentido
la Constitución sea tan generosa, ya que otorga beneficios y derechos a
todos (sea cual fuere el grado con que se involucran en el hacer común),
nunca debemos olvidar que al país lo hacen lo ciudadanos no solo votando
sino fundamentalmente participando.
En agradecimiento y bendición.
Rab. Sergio
Bergman
Twitter: @sergiobergman
Facebook: Sergio Bergman
www.sergiobergman.com
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