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Asunto: | [AndaluciaLibre] nē 323 - Identidad de Andalucia - Che Guevara | Fecha: | Martes, 18 de Septiembre, 2007 13:25:29 (+0200) | Autor: | Andalucia Libre <andalucialibre- @......es>
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nº 323
Presentación
En
los ultimos numeros de Andalucía
Libre (nº 317,
nº 319,
nº 320,
y nº 321)
hemos venido recogiendo diversos articulos
que hemos agrupado bajo la rubrica Debate ¿Andalucia o España?.
En esta entrega le sumamos a los materiales aportados un trabajo de Isidoro
Moreno que introduce otros aspectos de la cuestión y que ademas,
muy posiblemente, resultara polémico; no sólo para quienes actuan como
españoles sino incluso tambien entre quienes se saben y sienten
andaluces.
De otra parte, reproducimos
tambien el texto del Manifiesto de Homenaje al Che Guevara en
el 40º Aniversario de su Muerte, sumandonos así a la campaña
que impulsa la Coordinadora Andaluza de Solidaridad con Cuba;
de la que
tambien damos cuenta y en la que os invitamos a participar.
Finalmente, damos noticia del
proximo Encuentro
de exmilitantes del PTE y la JGR que se celebrará en Sevilla y os
recomendamos encarecidamente un renovado vistazo a nuevos materiales
sobre la lucha de Delphi.
Saludos
--oOo--

La identidad histórica y cultural de
Andalucía
El proceso de formación de la identidad de
Andalucía:
continuidad y discontinuidades en un foco permanente de
Civilización mediterránea
Isidoro Moreno
Grupo de
Investigación Comunicación y Cultura
Universidad de Sevilla
1. ANDALUCIA, LA CIVILIZACIÓN MÁS ANTIGUA DE
OCCIDENTE.
No es sólo una frase publicitaria feliz sino una
realidad hoy fuera de toda duda -separado ya el mito de la Historia-
que en Andalucía se dio "la civilización más antigua de Occidente".
En efecto, dentro del ámbito occidental del Mediterráneo, fue en
Andalucía, y centrado en el valle inferior del Guadalquivir, donde por
primera vez emergió el fenómeno civilizatorio. Tartessos
constituyó una estructura económica, social y política de nivel
estatal, basada en la metalurgia del bronce y con escritura autóctona,
que controló e influyó a un más basto territorio y que entabló
relaciones comerciales y de diverso tipo con las lejanas civilizaciones
del Mediterráneo Oriental: con fenicios y luego griegos, que si bien
trajeron diversas innovaciones a las costas andaluzas también
recibieron a cambio manufacturas de bronce, joyas artísticas de plata
de Tartessos al otro confín del mar.
Los casi tres mil años que van de Tartessos a hoy
han presenciado el desarrollo en el actual territorio andaluz de varios
horizontes civilizatorios, separados por diversas rupturas de tipo
político-religioso y de estructura económica pero enlazados por una
continuidad básica de civilización. Es esta característica la que
personaliza e identifica más claramente a Andalucía como un país con
historia e identidad propias en el conjunto de los pueblos del
Mediterráneo. Contrariamente a lo ocurrido en prácticamente todo el
conjunto del Mediterráneo -con la quizá única excepción de Bizancio-
aquí no se dio nunca un trauma civilizatorio global, una pérdida del
papel foco cultural de mediterraneidad.
Sin entrar ahora en una discusión profunda acerca
de las características de la mediterraneidad como tradición
civilizatoria, ésta se ha basado históricamente en un ecosistema de
mar, montañas y valles con una agricultura basada en la trilogía del
trigo, el olivo y la vid, complementada por una ganadería bovina,
caprina y porcina; una estructura de las explotaciones con predominio
de la gran propiedad en las tierras fértiles de producción extensiva y
de la pequeña en los estrechos valles y en las zonas de montaña; así
como en una clara tendencia a la concentración de la población en
núcleos que pueden ser grandes o pequeños pero que posibilitan una
interacción social y unos modos de vida urbanos. Esto último produce
que, junto a la salvaguarda de la privacidad familiar, se desarrollen
muy ampliamente las relaciones sociales en espacios públicos: en la
plaza, la calle, el mercado, los baños, la taberna, el casino, la
hermandad, y otros varios lugares y contextos, según épocas y
sociedades específicas pero todos ellos centros de sociabilidad.
Asimismo, está presente una acusada tendencia a la
segmentación y la contraposición social y simbólica, bien sea en grupos
o facciones múltiples o en agrupamientos duales, no necesariamente
coincidentes con las divisiones de clase; y ha sido también un rasgo
importante, aún al menos parcialmente vigente, una clara dicotomía de
sexos en cuanto a papeles sociales, percepciones y simbolismos.
En este contexto general -que se concreta
en instituciones y expresiones culturales específicas de casa pueblo y
cada época histórica- la especificidad de Andalucía estriba, sobre
todo, en haber mantenido y desarrollado con menores interrupciones
traumáticas que en el resto del área esos rasgos estructurales,
habiendo sido, en algunas ocasiones, depositaria casi exclusiva de
ellos, y en haber actuado de crisol y síntesis de elementos
provenientes de varias de las más importantes tradiciones culturales en
que se ha subdividido históricamente la gran tradición civilizatoria
mediterránea.
Es necesario subrayar que subyacentes a las
diversas rupturas y horizontes culturales que podemos dibujar en el
proceso histórico de Andalucía permanecen continuidades de fondo,
aunque esta afirmación contradiga la lectura convencional que la
historiografía ha venido haciendo de las diversas "invasiones"
de que ha sido objeto, desde el norte y desde el sur, Andalucía. A lo
largo de los últimos tres milenios. Una lectura que ha privilegiado los
ámbitos políticos, militares y religiosos en detrimento de las demás
dimensiones civilizatorias, en las cuales -y aún en algunos aspectos no
superficiales de aquellos- nunca ocurrió en Andalucía un nivel de
ruptura comparable, por ejemplo, al de la irrupción de las tribus
nómadas germánicas en la mayor parte del Imperio Romano europeo o de
las beréberes en la orilla sur de este.
La Andalucía Bética.
Cuando los comerciantes griegos de las ciudades
del Egeo fundan sus factorías en enclaves concretos de toda la costa
mediterránea occidental, no encuentran en el interior del territorio
andaluz, como en el resto de los lugares, sólo grupos autóctonos de
tecnología y organización sociopolítica poco desarrolladas, sino el
reino tartésico. Por ello, siglos más tarde, Roma no civiliza
Andalucía, como sí lo hace intensamente con la restante costa
mediterránea de Hispania y más lentamente con el interior mesetario,
por el simple hecho de que desde mucho tiempo atrás ya había en la
mayor parte de ella una verdadera civilización. Y ello explica también
que fuera la Bética -con unos límites ya bastante aproximados
a los actuales, hace dos mil años- una de las regiones más importantes
de todo el Imperio por su significación económica su peso político y
cultural, el número de ciudadanos y la cantidad y calidad de núcleos
urbanos. No fue por casualidad que la Bética diera a Roma dos
emperadores, Trajano y Adriano, un conjunto de intelectuales, entre los
que descuellan los Séneca, Lucano o Columela,
con muy difícil parangón en otras provincias, o que el trascendental
Concilio de Nicea fuera presidido por un cordobés el obispo Osio.
La civilización bética, que no fue sólo fruto de
la romanización sino de la fusión entre la cultura latina y las altas
culturas autóctonas descendientes de las de Tartessos y El Argar (esta
última centrada en la parte oriental de la actual Andalucía y
desarrollada en base a la metalurgia del cobre), tampoco sufrió el
cataclismo que tuvo lugar en la inmensa mayor parte de las tierras del
Imperios, tanto en las riberas norte como sur del Mare Nostrum. Aquí,
la civilización clásica no fue destruida y sustituida por la
organización cuasitribal de los pueblos nómada conquistadores: la
presencia de los vándalos silingos fue efímera y poco significativa y
el dominio político visigodo suave y lejano, hasta el punto de que las
grandes familias aristocráticas béticas pudieron mantenerse de forma
casi independiente, aprovechando las disputas dinásticas y religiosas
del reino visigodo, centrado en la meseta, y apoyando incluso
militarmente en el Imperio Bizantino. Es significativo, en este
sentido, que durante casi un siglo los bizantinos ocupasen toda la
franja costera andaluza desde el Estrecho hasta Alicante, en alianza
con estas grandes familias de la Bética. Así fue posible que
culturalmente, en Andalucía apenas se diera la etapa que en
prácticamente toda Europa, incluida la mayor parte de la península
Ibérica, supuso la Alta Edad Media de declive casi total de la vida
urbana, campesinización del conjunto de la población, eclipse de los
saberes y olvido de la cultura clásica grecolatina-. Hispalis, Córduba,
Malaca y muchas otras grandes y medianas ciudades de la Bética
continuaron siendo importantes centros urbanos y cabezas episcopales en
las que fueron creadas bibliotecas y se preservaron en gran parte las
formas de vida, los conocimientos y la filosofía clásicas impregnadas
de orientación cristiana. Las "Etimologías", obra del arzobispo Isidoro
de Sevilla y resumen enciclopédico de la ciencia, el pensamiento y
la teología de la Antigüedad que seguían aquí vivos, representan y
ejemplifican una realidad cultural única en la Europa de su tiempo.
Los siglos de Al Andalus.
Sólo teniendo presente esta situación, y no
considerando a la Andalucía "visigótica" como una parte más del
reino visigodo, pueden entenderse la realidad y el verdadero
significado para Andalucía de los siglos de la civilización de Al
Andalus. Esta supuso principalmente no la "arabización" de
Andalucía, como convencionalmente suele afirmarse, sino la creación de
una síntesis cultural entre la tradición cultural bética y las
tradiciones árabe y, sobre todo, beréberes recientemente islamizadas,
en la que los elementos autóctonos andaluces predominaron de forma
ostensible, tanto por ser propios de los que seguiría siendo la inmensa
mayor parte de la población como por resultado de una civilización que
tenía ya entonces una profundidad de 1.500 años.
La que suele denominarse en la inmensa mayor parte
de la historiografía y en los libros de texto escolares "invasión
árabe" fue sin duda una ruptura política: la sustitución de la
cúpula de poder visigótica por una nueva oligarquía, la árabe, pero al
menos en la Al-Andalus andaluza junto a elementos de todo tipo
que representan rotundas continuidades. Incluso en el ámbito religioso,
que es uno de los que se acostumbra a utilizar, si no el que más para
tratar de demostrar la supuesta ruptura total con la tradición
civilizatoria anterior, es necesario tener presente que, a muchos
efectos, el islamismo estaba incluso menos alejado del cristianismo
unitarista ampliamente difundido en la Andalucía visigótica que el
trinitarismo oficial de la religión de estado visigoda.
En cualquier caso, nadie podría discutir que
Andalucía fue durante varios siglos el centro de gravedad del
desarrollo y esplendor de una civilización peculiar, de imposible
paralelo en la Edad Media europea, que fue diferente a las culturas
cristianas del norte -incluyendo en el norte a una parte que sería
crecientemente mayor de la península Ibérica- y también claramente
diferenciada de las culturas del sur -considerando como sur los
territorios y pueblos más allá del Estrecho-.
Cuando se habla de la "Andalucía Árabe" se
dice solamente una verdad a medias, o, lo que es lo mismo, una media
falsedad. La "arabización" (mejor lenta y sólo parcial
islamización) de los bético-visigodos sólo puede aceptarse como
realidad si a la vez afirmamos una aún mayor "beticización" de
la élite árabe y de las más amplias capas beréberes que se asentaron,
aunque siempre demográficamente en minoría, en territorio andaluz. Lo
que se dio en Al-Andalus fue una civilización autóctona, producto de
una específica combinación de elementos procedentes de tres tradiciones
culturales: la predominante, en términos civilizatorios, fue la
autóctona, que tenía ya milenio y medio de desarrollo en el que había
incorporado muy importantes aportaciones de las culturas en cada
momento histórico más significativas del Mediterráneo (fenicios,
griegos, latinos y bizantinos); la árabe-islámica, en una fase primera,
expansiva, de su construcción, que era la inicialmente propia de la
élite política de los nuevos dominadores pero que estaba todavía poco
interiorizada entre la mayor parte de la población beréber que era su
principal soporte demográfico; y, finalmente, la judía, ya previamente
coexistente y en relación más o menos armónica o conflictiva, según
fases y situaciones históricas, con las dos tradiciones anteriores
aquende y allende el Estrecho de Gibraltar.
Estas tres grandes tradiciones culturales eran
todas ellas ramas diversas del gran tronco civilizatorio mediterráneo:
de ahí que su combinación fuera posible sin forzados sincretismos,
permitiendo la creación y desarrollo de una civilización brillante y
peculiar, por única, y también la perduración durante varios siglos de
modos de vida, formas de organización social, instituciones y creencias
propias de las tres diferentes tradiciones en una relación si no de
autonomía sí al menos de convivencia y de general tolerancia -salvo
momentos y sucesos puntuales-, incluyendo la dimensión religiosa.
Ejemplos de ello, entre otros muchos, son el mantenimientos del culto
cristiano, con presencia ininterrumpida de obispos en Sevilla, Córdoba,
Ecija, Cabra, Elvira (Granada) y otras ciudades hasta mediados del
siglo XII, la celebración de concilios y la aparición incluso de
herejías, o la peculiar lectura de muchos preceptos del Corán referidos
al vino y a una gran diversidad de comportamientos que en Al-Andalus no
se llevaron a la práctica.
Durante más de cuatrocientos años, tanto en la
época del emirato como del califato y en la posterior de los señoríos o
reinos de taifas -en realidad una especie de repúblicas ciudadanas al
modo de lo que serían más tardes las de Italia-, más allá de las
guerras cíclicas, pactos y cambiantes alianzas con los reinos
cristianos del norte, y de las revueltas y conspiraciones internas de
palacio, florecieron de forma permanente la filosofía, la poesía, el
arte, las matemáticas, la astronomía, la medicina y otras ciencias como
en ningún otro lugar de la Europa y el Mediterráneo de su tiempo. Maimónides,
Averroes, Ibn Khaldum, Ibn Hazm (autor del
"Collar de la Paloma"), Al Motamid (el rey poeta de Sevilla) y
muchos nombres más, injustamente preteridos hoy, son una buena prueba
de ello.
La brillante civilización andalusí decayó e
incluso fue destruida en muchos de sus más importantes vertientes, y
sobre todo en su sentido profundo, no abruptamente por las conquistas
cristianas de mediados del siglo XIII y finales del XV respectivamente
para el valle del Guadalquivir y la Andalucía penibética, sino en buena
parte antes, por el dominio político y la intransigencia religiosa de
los integristas islámicos, procedente del Magreb, que incorporaron a
Andalucía a sus imperios africanos e impusieron a sangre y fuego su
ortodoxia, eliminando el "desviacionismo" religioso y cultural
que desde su lógica representaba la civilización de Al-Andalus. Primero
los almorávides, en el tránsito entre los siglos XI al XII, y luego los
almohades, a mediados a este último, ambos grupos étnicos originarios
del desierto sahariano, sometieron militar y políticamente al conjunto
de Al Andalus y le impusieron una cultura que sólo tenía con la
andalusí "clásica" similitudes, y ello de forma muy relativa, en
ciertos aspectos de la religión, la lengua y la arquitectura.
Es preciso tener esto muy en cuenta a la hora de
valorar lo que representó la conquista castellana y la
recristianización que ella conllevó para el proceso histórico andaluz.
en este sentido dos lecturas falseadoras de las Historia constituyen
hoy obstáculos importantes para una adecuada comprensión. La lectura
dominante, que continúa hoy impregnando una gran parte de la
historiografía oficial, está asentada en la mitología de la Reconquista
como base de la legitimación del discurso ideológico de España como
nación, y según la cual los siglos de Al Andalus serían una especie de
paréntesis de más de cinco o casi ocho siglos -según nos refiramos a
una zona u otra de Andalucía- en el curso natural de la historia "patria"
(?), debido a la irrupción de una población, una cultura y una religión
extranjeras. La otra lectura, minoritaria pero no menos mixtificadora
de la realidad histórica, es la que mitifica el horizonte andalusí como
el único supuestamente "auténtico" en la historia andaluza,
siendo su conclusión el inicio del "verdadero" paréntesis.
Andalucía en el reino de Castilla.
Más allá de las casi siempre estériles polémicas
acerca de si hubo o no un cambio casi total de población inmediatamente
después de la conquista castellana, y de la poco útil discusión acerca
del peso diferencial de las diversas tradiciones histórico-culturales
en la identidad cultural actual de Andalucía, conviene destacar que,
para esta, tan decisivos fueron los siglos de Al Andalus -tanto por su
significación propia como por impedir la instauración de unas
estructuras y un régimen plenamente feudales tal como se dio en el
resto de Europa-. como el milenio y medio previo de proceso
civilizatorio, como los efectos de la castellanización y
cristianización que no anula sino que se imbrica con todo lo anterior.
Al nuevo cambio político-religioso acompañó una
modificación demográfica más amplia que la ocurrida en "invasiones"
anteriores, aunque menos radical de la que muchos afirman. De cualquier
modo, el resultado de la incorporación de gran parte de Andalucía al
estado castellano-leonés a mitad del siglo XIII, y doscientos cincuenta
años más tarde del reino nazarí de Granada --en el que se dio un nuevo
y último resurgir de la civilización andalusí en un contexto político
de permanente inestabilidad y de acoso por los cristianos del norte y
los nuevo integristas del sur, ahora los benimerines-, constituyendo
sin duda una importante inflexión histórica en muchas dimensiones de la
vida social, no supuso un shock cultural comparable al producido siglos
antes en la casi totalidad del mundo mediterráneo por la irrupción de
tribus nómada germánicas y bereberes, o poco después por la expansión
del imperio turco en todo el mediterráneo oriental.
No debe subestimarse la importancia, pese a los
periodos recurrentes de guerra, de los siglos de fuerte y prestigiosa
influencia de la alta cultura andalusí sobre los reinos
cristiano-germánicos del norte peninsular, en especial sobre el
castellano-leonés, lo que se refleja, por ejemplo, en el hecho de que
varios monarcas castellanos se definieran como "reyes de las tres
culturas" (la cristiana, la judía y la árabe) y se vistieran e
incluso vivieran a muchos efectos, antes y después de las conquista,
casi como monarcas andalusíes. Por eso Pedro I, cuando quiere
construirse un gran palacio en Sevilla, no destruye el alcázar
precedente sino que llama a arquitectos y alarifes granadinos para
ampliarlo y convertirlo en una especie de Alhambra sevillana. De aquí
también que aunque se destruyan las mezquitas (con la excepción de la
de Córdoba), se respeten sus minaretes, sólo parcialmente transformados
o incluso sin transformación alguna, como torres cristianas, y en la
construcción de iglesias -a excepción solamente de las catedrales o las
promovidas directamente por las más altas jerarquías eclesiásticas o
del estado- sólo se utilice de forma pura el estilo arquitectónico de
los conquistadores (el estilo gótico) en la parte más sagrada de las
mismas, el ábside sobre el altar principal, mientras que las técnica
constructivas, las cubiertas del resto del templo y los motivos
ornamentales sean predominantemente de tradición andalusí. El mudéjar
andaluz es, así, un arte mestizo, híbrido, ejemplo palpable de una
difícil pero real fusión cultural, que se extendió a muchos otros
aspectos de la vida y las costumbres, desde la gastronomía a la música,
y desde el vocabulario a la ideología, aunque ello haya sido
frecuentemente minusvalorado por quienes sólo prestan atención a las
dimensiones político-militar y teológica de las civilizaciones.
Una matización, sin embargo, es preciso hacer a
este planteamiento respecto a los territorios andaluces que se
incorporaron a Castilla en 1492, tras la conquista del reino de
Granada. Dos siglos y medio después de la incorporación de Jaén,
Córdoba, Sevilla, Jerez y el resto de la Andalucía del Guadalquivir, la
Castilla que rompe rápidamente lo firmado en las capitulaciones
granadina no pretende ya ser el reino de las tres culturas sino que es
la que ese mismo año dicta la deportación en masa de los judíos del
reino y está en los inicios de un proyecto claramente imperialista
tanto respecto a los otros reinos peninsulares como para la expansión
ultramarina y el reparto del mundo legalizado con la firma de Portugal
y la bendición del Papa de Roma en el tratado de Tordesillas.
Ello es lo que explica el nivel sin precedentes de
intolerancia, integrismo religioso y represión política y cultural que
sucedió a la conquista de la Andalucía penibética, alcanzando niveles
de verdadero etnocidio. Destrucción de bibliotecas, prohibición de la
lengua propia incluso en el ámbito familiar, conversiones forzadas,
imposiciones económicas insufribles, política en fin de arrasamiento y
opresión que dieron como resultado las sangrientas luchas étnicas
conocidas como Guerra de Granada, en 1568-71 con la posterior expulsión
total de los moriscos supervivientes en 1610: una deportación
generalizada a todos los reinos de la Corona.
Será esta diferente forma de incorporación a
Castilla de la Andalucía granadina respecto a la que se dio dos siglos
y medio antes en el resto de la antigua Al-Andalus, la que explica
algunas de las diferencias que todavía hoy existen entre comarcas de la
Andalucía granadina y de la Andalucía del Guadalquivir y la Sierra
Morena en aspectos poblacionales, de uso de tierra, lingüísticas y, en
general culturales. El objetivo de los conquistadores fue distinto y se
enmarcaba a fines del siglo XV en un proyecto que era ya imperial: por
eso las opción fue la asimilación total de su cultura, o su
desaparición física.
Durante los últimos doscientos cincuenta años de
la Edad Media europea -cuyas características generales son inaplicables
al proceso histórico andaluz- Andalucía estuvo dividida en dos estados
y dos culturas aunque la ósmosis entre ellas fuera mayor de los que
suele reconocerse, ya que ambas constituyeron verdaderas "culturas
de frontera". Una vez integrados ambos territorios al estado
castellano, el centro de gravedad de éste, hasta entonces
fundamentalmente situado en la meseta norte, cambia sobre todo en
términos económicos, no en lo político, hasta el punto de pivotar en
gran medida sobre Sevilla. Si la capitalidad política de Castilla es
Valladolid, más tarde y ya definitivamente Madrid, la capital
económico-comercial fue durante más de dos siglos la Baja Andalucía,
concretamente el eje Sevilla-Cádiz.
Sevilla se convierte, de hecho, en la capital
administrativa del imperio colonial americano y en le centro económico
más importante del estado castellano. El monopolio del comercio, la
salida y entrada anula de la flota de su puerto durante la etapa final
del monopolio, a fines del XVII, trasladado a Cádiz-, con el cargamento
de la plata, hace de Sevilla una de las ciudades más populosas,
cosmopolitas y pluriétnicas de Europa. A la vez, el hecho de ser
Sevilla centro comercial de primer orden dinamiza la agricultura de
mercado que ya antes predominaba en las fértiles campiñas del
Guadalquivir: el aceite, el vino y otros productos salen por el puerto
de Sevilla hacia los virreinatos americanos y también -sobre todo el
vino- hacia el centro y norte europeo. Se consolida así, en las tierras
más productivas de la campiñas andaluzas, y alrededor de producciones
para el mercado tanto interior como exterior, unas relaciones sociales
de producción que no dudamos en considerar como capitalista varios
siglos antes que en otros lugares de la Península y de Europa.
La relación fundamental, en muchos casos casi
única, entre grandes propietarios agrícolas y trabajadores muchos de
ellos en una situación de proletarización plena, es el salario. En el
siglo XVI estamos ya, en algunas zonas de Andalucía -especialmente del
Valle y las campiñas- en presencia de una situación económico-social
que es claramente moderna: las producciones van dirigidas, en su
práctica totalidad, al mercado, sin que el autoconsumo o la forma de
producción campesina, aunque exista, tanga un peso fundamental; la
tierra funciona como capital y los beneficios que de ella se obtienen
se reinvierten, en gran parte, en la adquisición de otras nueva, con lo
que se refuerza la tendencia a la concentración de la propiedad; la
plus valía se extrae a los trabajadores principalmente mediante el
salario; existe un creciente proceso de proletarización -que culminaría
en el siglo XIX como resultado de las desamortizaciones de los bienes
comunales y de propios-; y se asiste a una también creciente
polarización social entre propietarios y obreros agrícolas sin tierras
o con una muy pequeña cantidad de ésta.
Las anteriores características, que claramente
dibujan un contexto de economía capitalista de mercado, al menos
incipiente, no se contradicen con el hecho, también cierto, de que los
grandes propietarios agrícolas, en su mentalidad, pautas de vida y
consumo, aspiraciones y, en muchos casos, también títulos, sean nobles
aristócratas, la mayoría de ellos procedentes de Castilla, beneficiados
por los repartimientos y por las compras posteriores de más tierras a
medianos y pequeños propietarios. La inadecuada creencia de que los
modos de producción han de tener una correspondencia automática en los
modos de pensamiento, y de que todo capitalismo ha de responder al
modelo del capitalismo industrial, están en la base de multitud de
mixtificaciones e interpretaciones erróneas del caso andaluz, como la
que afirmaba la presunta existencia de una "situación feudal o
semifeudal" en Andalucía hasta tiempos recientes.
Así, pues, durante la Edad Moderna existe en buena
parte de Andalucía , especialmente en la Baja Andalucía, una economía
de mercado en expansión, de tipo moderno, de base agrícola, que es la
más dinámica del estado castellano, y en base a ella se da un
cosmopolitismo que produjo importantes movimientos y creaciones de tipo
artístico y literario. Esta situación, sin embargo no afecta a la
totalidad del país: en muchas comarcas de las Sierras y de la antigua
Andalucía granadina la situación es muy otra y permanecen formas
predominantemente del territorio y el sistema social andaluz.
La Andalucía contemporánea: entre la modernidad
y el subdesarrollo.
A pesar de los desequilibrios internos -no mayores
que el de otros países y territorios de España y de Europa en su
tiempo-, Andalucía se sitúa al comienzo de la Edad Contemporánea en una
posición potencialmente favorable, aunque también con algunas trabas,
para revalidar su modernidad convirtiéndose en un foco de
industrialización. Y, en efecto, el primer impulso industrializador se
dio y fue importante. Pocos conocen que los primeros altos hornos de
España fueron los de Marbella, en 1826, para el aprovechamiento del
hierro de Sierra Blanca, y El Pedroso, en la Sierra de Sevilla. Basta
con leer las informaciones y estadísticas contenidas en la
enciclopédica obra de Pascual Madoz para comprobar que varias
provincias andaluzas se encontraban a mediados del XIX dentro de las
primeras de España en varias de las más importantes producciones
industriales. Málaga era primera en producción de jabón y aguardientes,
segunda en productos químicos y tercera en fundiciones y construcción
de maquinaria siendo también muy importantes sus fábricas textiles, que
continuaban, al igual que en Granada, una vieja tradición basada en la
seda y el cáñamo. Sevilla ocupaba el primer lugar en vidrio, loza,
yeso, y cal y el cuarto en hierro, acero y maquinaria. Y Cádiz era
quinta en el sector químico y séptima en hierro y acero.
Mucho tuvo que ver en esta situación el verdadero
boom minero del hierro, el plomo, el cobre, el azufre, e incluso el
oro, que se dio durante varias décadas en los focos de Río tinto
(Huelva), la costa mediterránea, en especial la Sierra Almagrera
(Almería), los Pedroches (Córdoba), Linares (Jaén) y varios más, que en
algunos casos dieron lugar a la aparición de siderurgias. Por no citar
el mantenimiento de la importancia de las producciones agrícolas y
agroindustriales, muchas de ellas dirigidas principalmente a la
exportación: vinos de Jerez, Málaga, Montilla y El Condado de Huelva,
uvas.-pasas malagueñas, uvas de mesa almerienses, aceita, caña de
azúcar, trigo con unos altos rendimientos.....
A finales de los años sesenta durante la década de
los sesenta y durante la década de los setenta, sin embargo, casi todo
ello comenzó a ser sólo un recuerdo de lo que pudo ser y no fue, una
inmensa frustración colectiva y un motivo para la arqueología
industrial. En lugar de una profundización en la vía industrial, se
produce una re-agrarización y reruralización profunda del país que lo
aboca al subdesarrollo. Motivos internos, referidos a la propia
estructura económica y social andaluza, y externos, en relación sobre
todo a la nueva reorganización de la división territorial del trabajo
que supuso la cristalización global definitiva del modo de producción
capitalista, confluyeron para producir este efecto.
Sólo a modo de apretada síntesis apuntaremos
algunos de entre los mas decisivos factores concurrentes: la política
de desamortizaciones agrícolas de los gobiernos liberales del Estado,
que desvió hacia la compra de tierras buena parte de los capitales que
sin esta posibilidad hubieran podido ser invertidos y reinvertidos en
la industria. El carácter colonial, puro y duro, de varias de las
grandes explotaciones mineras, cuyo paradigma fueron las minas de Riotinto,
en manos de la Compañía Británica, que no produjo ni una sola fábrica
ya que suponía solamente un mecanismo de expoliación del mineral y
desertización del territorio. El minifundismo, por contraste a lo
anterior, predominante en la minería no controlada por grandes
sociedades extranjeras. El desfase entre las necesidades de carbón y
las disponibilidades de carbones vegetales y minerales cercanos a las
siderurgias, con unos costos prohibitivos de importación de los mismo
debido al retraso e inadecuada planificación para los intereses
andaluces de la red de ferrocarriles. La presencia económica y la
influencia política de la crecientemente pujante burguesía industrial
de otras zonas del Estado, en especial Cataluña, con mayor dinamicidad
en las innovaciones tecnológicas, más cercano acceso a las fuentes
financieras y mayor atención a la reinversión y la competitividad, y a
la que interesaba sobre todo garantizar su monopolio sobre el mercado
interior español, lo que consiguió en gran medida favorecida por la
política de infraestructuras de transportes y comunicaciones que se
llevó a cabo efectivamente a nivel del Estado. También, y no en pequeña
medida, debe ser considerado el grado limitado de la apuesta por el
riesgo de la burguesía andaluza y el hecho de que el sector más
conservador de esta -la oligarquía agraria con base en el sistema
económico y social latifundista- no podía contemplar con buenos ojos un
proceso de industrialización que podía tener como unos de sus efectos
el éxodo del campo a los núcleos industriales, poniendo en peligro la
continuidad de los bajos salarios y las condiciones de trabajo típicas
del primer capitalismo, aquí en la agricultura, que eran la base de su
poder no sólo económico sino también social y político.
No es algo casual, sino muy significativo, que
fuera esta oligarquía agraria, propietaria de grandes explotaciones de
aprovechamiento extensivo, agrícola y ganadero, y que aunque con
proclividad a los modos de vida, la mentalidad y la parafernalia
señorial era rotundamente, en términos de clase económica, una gran
burguesía agraria, la que optara, y al fin impusiera a nivel del
Estado, una política fuertemente proteccionista en lo económico y
centralista en lo político, frente a los sectores burgueses andaluces
más dinámicos: industriales, agroindustriales y de la agricultura para
la exportación, que se vieron fuertemente perjudicados.
Este proteccionismo económico que interesaba a los
grandes propietarios de las explotaciones cerealista y olivareras
andaluzas coincidía plenamente con los intereses económicos de la gran
burguesía catalana, centrada sobre todo en el textil, y de la gran
burguesía financiera y luego también industrial -centrada en la
industria pesada- del País Vasco. De aquí que pueda hablarse de una
coincidencia, e incluso, al menos en cierto sentido, de un pacto entre
estos sectores de la gran burguesía española de la segunda mitad del
XIX. A partir de entonces y durante un siglo, hasta la reciente
reestructuración del modelo económico estatal resultado de una nueva
organización territorial del trabajo, esta vez a nivel europeo y
mundial, Andalucía hubo de asumir un papel dependiente en lo económico
-y también crecientemente en lo político-- principalmente centrado en
las producciones agrícolas con apenas transformación ni valor añadido,
en el suministro de recursos mineros y también humanos, cuando era
necesaria una abundante mano de obra en las zonas industriales de
España y Europa y en constituir un extenso mercado para la industria
foránea, lo que representa, claramente, una situación de subdesarrollo.
En las últimas década, sin alterarse esencialmente
los factores anteriores, se han añadido otros tres: especialización en
un turismo de masas estacional, de dudosos beneficios económicos y a
veces irreversibles efectos en la ecología de las costas,
intensificación de cultivos para la exportación en lugares también
costeros de clima templado o subtropical, en base sobre todo al trabajo
familiar, y destrucción del ya de por sí débil tejido industrial
existente.
2. LA IDENTIDAD ACTUAL DE ANDALUCIA Y SUS
COMPONENTES ESTRUCTURALES.
La cultura andaluza actual y Andalucía como pueblo
cristalizan en la Edad Contemporánea -en el "presente histórico" de
los últimos ciento cincuenta años- como resultado de la imbricación
entre una Historia compleja y peculiar, que como hemos visto se
diferencia muy claramente de la de otros pueblos y territorios situados
a su norte y su sur, una estructura social fuertemente polarizada,
resultado de dicho proceso histórico, y una situación de dependencia
económica y política dentro del Estado español. De ahí que pueda
afirmarse a la vez de Andalucía, siendo ambas afirmaciones ciertas,
que, por una parte, representa la civilización más antigua de Occidente
y, por otra, que es uno de los pueblos más jóvenes de Europa
La actual identidad de Andalucía es resultado,
pues, de la existencia de un acervo de elementos culturales muy rico y
diverso, procedente de una superposición de temporalidades y horizontes
históricos, todos ellos en un contexto civilizatorio mediterráneo,
percibidos y readaptados desde la posición económica y políticamente
periférica que en el último siglo y medio, como nunca hasta entonces en
tres mil años, ha tenido el país. De ahí las contradicciones y
ambivalencias que presenta; de ahí también la dificultad de
comprenderla y profundizar en sus adecuadas significaciones.
De esta manera, una de las potencialidades
principales de Andalucía de hoy el capital simbólico que supone su
Patrimonio Cultural, tanto material como, sobre todo, inmaterial, cuyo
conocimiento y puesta en valor debe ser uno de los objetivos
fundamentales de cualquier política en el presente.
En pocos países no ya el Estado Español sino de
todo el Mediterráneo y de Europa existen unas creaciones artísticas, en
la arquitectura, pintura, música, poesía, y en casi cualquier ámbito de
la expresión cultural que puedan parangonarse en cantidad y calidad a
las andaluzas. En los últimos cinco siglos, para no remontarnos más
atrás, los nombres de andaluces universales pueden llenar
enciclopedias. Pintores desde Velázquez o Murillo a
Picasso, poetas desde Herrera o Góngora a Federico
García Lorca, Antonio Machado, Aleixandre o Alberti,
músicos como Manuel de Falla, por no citar más que unas pocas
figuras, son una buena aunque sólo minoritaria prueba de ello.
Pero si la creatividad, la chispa incluso genial,
es la nota característica en la cultura "culta", ello no sólo se
amengua sino que incluso de desborda en las producciones de la cultura
"popular".
¿Cuántas realidades de otros lugares son comparables a la estética de
los pueblos blancos de las Sierras de Cádiz y Ronda y de tantas otras
comarcas andaluzas? ¿Dónde encontrar una estética tan global y
exquisita como la de las procesiones de Semana Santa en cualquier
ciudad o pueblo andaluz, en una representación tan sensual y rica de
componentes y matices que ha podido ser calificada como "ópera
popular total"? ¿Qué otra expresión, salvo quizás el jazz, se
enraíza como el flamenco en lo más hondo del dolor y la angustia de un
pueblo hasta alcanzar tan elevadas cotas de humanidad universal?
Sin duda, sería posible multiplicar los casos y
ejemplos con sólo una mirada mínimamente comprensiva sobre la realidad
cultural de Andalucía, sobre los marcadores diferenciales de la
etnicidad andaluza, pero conviene, más allá de las situaciones,
comportamientos y formas de expresión concretos, tratar de acceder a
las características estructurales de la identidad que subyacen bajo
realidades, actitudes y expresiones plurales que dan a lo andaluz tan
gran riqueza de diversidades y matices.
Tres son las características estructurales
básicas, resultado del complejo y rico proceso histórico-cultural
desarrollado en Andalucía y de las condiciones socioeconómicas en que
han cristalizado sus elementos y expresiones actuales. La primera es el
acentuado antropocentrismo, o tendencia a la personalización humanizada
de las relaciones sociales; la segunda sería la negación a admitir
cualquier tipo de inferioridad real o simbólica que afecte a la
autoestima, con la consiguiente tendencia hacia una ideología
igualitarista, sobre todo en el nivel de los simbólico; y la tercera,
una visión del mundo y una actitud relativista respecto a las ideas y a
las cosas.
Antropocentrismo y segmentación social.
En relación a la primera de las características,
conviene subrayar que el acentuado antropocentrismo supone la búsqueda
de unas relaciones fuertemente humanizadas, lejos de las relaciones
categoriales, puramente funcionales, en que se ponen en contacto sólo
los contenidos de rol. Cualquier relación anónima tiende a ser
reconvertida en una relación personalizada, lo que es fácilmente
captado por los foráneos considerándola, de forma no pocas veces
simplista, como prueba del carácter abierto de los andaluces.
El antropocentrismo en modo alguno equivale a
individualismo, como inadecuadamente se afirma muchas veces a la
ligera, sino reafirmación y búsqueda de la individualidad globalizada
de cada sujeto social para hacer posible una relación humana y no una
relación exclusivamente instrumental. Raro será el andaluz que se
emborrache en soledad o cante solo, o guarde para sólo él, o ella, la
alegría. Como también será difícil encontrar el esfuerzo constante y
solitario. Para lo uno y lo otro, para lo positivo y lo negativo, la
comunicación se da entre protagonistas simétricos como entre
protagonista y coro, sea a través de la palabra o de la música, o
mediante el silencio que no es vacío sino medio de comunión.
El objetivo de fomentar situaciones de relación
social globales y personalizadas es también la causa de una muy
extendida sociabilidad, que a veces está institucionalizada en
asociaciones de diverso tipo -que más allá de sus objetivos explícitos
poseen siempre una marcada tendencia a la plurifuncionalidad-, y muchas
más de no estar formalizada y funcionar fluidamente en grupos,
facciones, "cuasi-grupos" y otros tipos de agrupamientos. Esta
acentuada sociabilidad entre iguales, reales o simbólicos -y así se
consideran recíprocamente todos aquellos que en un contexto, situación
o lugar específicos pueden entablar relaciones humanas personalizadas-,
explica uno de los caracteres más significativos de la sociedad
andaluza: su fuerte segmentación en grupo y subgrupos de dimensiones
generalmente reducidas, con conciencia de "nosotros" diferenciado y
poco permeables al exterior, cada uno de los cuales interactúa en un
lugar específico y separado, física o simbólicamente, sea éste un bar o
taberna, una peña, casino, cofradía, caseta de feria, asociación
ciudadana o incluso sindicato o partido político.
Esta fuerte segmentación, que tampoco equivale a
individualismo, no se produce solamente siguiendo las líneas de
división de clases y de estratos sociales, sino que se da también en el
interior de unas y otros y atraviesa muchas veces verticalmente los
límites entre las diversas clases y estratos, lo que explica la
proliferación de dualismo y pluralismo con base territorial y no
clasista o definidos respecto a un eje de carácter explícitamente
religioso, o político, o ceremonial, o deportivo o de otro tipo, pero
cuya principal dimensión es la simbólica. Todo ello produce un tejido
social muy complejo, difuso, difícil de percibir y de poca densidad de
nudos, que dificulta la aglutinación en torno a proyectos globales que
no contemplen el protagonismo de los diversos "nosotros" o sean
empujados por los sujetos sociales que se sitúan en los no muy
numerosos, y por ello estratégicos, nudos de la red.
El antropocentrismo se refleja en la conducta
cotidiana de los sujetos sociales, que adopta un carácter socialmente
activo, penetrante y abierto en un primer nivel de relación con quienes
no forman parte del grupo o cuasi-grupo propio, que es el universo
social conocido, pero que enmascara una actitud defensiva y de
resistencia a la apertura y la comunicación más allá de dicho límite.
De aquí que los andaluces tengan fama de abiertos, de fáciles, para los
integrantes de otras etnias que ha entablado una relación poco profunda
o esporádica con ellos; pero esta consideración puede cambiar
extraordinariamente, e incluso convertirse en asombrada frustración, si
intentan insertarse en la sociedad andaluza o en uno de sus múltiples
grupos a demasiada velocidad.
En el plano político, la acentuada personalización
de las relaciones tiene también consecuencias importantes. El grado de
credibilidad, la confianza que los líderes políticos, sindicales,
ciudadanos, o de opinión puedan merecer -y esto puede ser extendido
también al campo de las empresas e instituciones- es más importante que
los propios proyectos e ideologías que estos defiendan. O, al menos el
peso de éstas no es mayor al de aquél. Y al nivel más cercano, local,
esto se acentúa.
Como también es el antropocentrismo el que pueda
explicar adecuadamente la específica religiosidad andaluza, en general
distanciada de misticismos y centrada en la humanización de las
imágenes religiosas y de las relación con ellas. Por este
antropocentrismo, las imágenes concretas de Jesús y de María no son,
para el imaginario colectivo de los andaluces, iconos intercambiables
en su significación sino individualidades no equivalente entre sí que
pueden concentrar identificaciones, devociones, fidelidades y hasta
hostilidades intransferibles. La búsqueda, también en esta dimensión,
de las relación personalizada explica la forma humanizada de conducir a
las imágenes en sus tronos o pasos, para que cobren existencia casi
humana y puedan andar, o incluso danzar; el modo de vestirlas y el de
dirigirse a ellas, siempre proyectando esquemas humanos: con mayor
distanciamiento respecto al Padre Jesús -que para provocar la devoción
popular ha de estar vivo y sufriente y no muerto en la cruz o en el
sepulcro-- y con mayor familiaridad, e incluso confianza, respecto a
las Vírgenes, que concentran los roles humanos de madre, novia, e
incluso mujer joven e idealiza a secas.
El rechazo simbólico de la inferioridad.
La segunda de las características estructurales de
la identidad andaluza actual es la fuerte tendencia al no
reconocimiento, y aún menos interiorización, de ningún tipo de
inferioridad; el rechazo a ser considerados y autoconsiderarse, real o
simbólicamente, inferiores.
Esto implica el intento de evitación, tanto a
nivel individual como colectivo, de cuantas situaciones supongan
reconocer, objetiva o subjetivamente, "ser menos" y conlleva un
fuerte sentimiento igualitarista en el sentido de que nadie es superior
al yo individual y el nosotros colectivo propio aunque existan
evidentes diferencias y desigualdades económicas, sociales y de poder.
La explicación de muchos acontecimientos sociales y políticos en la
historia contemporánea de Andalucía estriba, en gran parte , en este
rechazo a la consideración de inferiores. Ya en 1869 apuntaba
lúcidamente Antonio Machado Núñez el fundador de la Sociedad
Sevillana de Antropología y catedrático de la Universidad Hispalense-,
refiriéndose sobre todo a las "clases pobres", que "no se
someten jamás a los actos de humilde servidumbre que exigirían muchas
veces sus necesidades, porque no sufren los alardes de superioridad ni
la altivez en los que mandan... Los artesanos poseen este espíritu
altivo y orgulloso que no se doblega y los trabajadores del campo se
sublevan en cuanto el labrador les trata con algún despego o altanería.
La dureza de otro hombre a quien creen su igual, y para ellos todos lo
son, los exaspera y le arrojarían a la cara el pedazo de pan que
tuvieran para alimentarse aquel día si al cogerlo hubieran de sufrir en
su orgullo o amor propio".
La afirmación de la dignidad está en la base de
los movimientos campesinos y jornaleros andaluces, tanto del siglo
pasado como del actual, y de una cultura del trabajo tradicional
-puesta hoy en entredicho por los altísimos niveles de paro
estructural, sobre todo en el campo, y la política estatal de
subsidios-- en la que es central la consideración de que sólo el
trabajo directo legitima el derecho a la propiedad. La reivindicación
histórica de "La tierra para el que la trabaja" y valores
firmemente
enraizados en la clase obrera andaluza como "el cumplir" y "la
unión", que son elementos centrales en las culturas del trabajo de
los trabajadores andaluces, tienen subyacente esta característica
estructural de la identidad andaluza contemporánea.
Sólo desde esta clave cultural de rechazo a la
aceptación de la inferioridad, esta vez de Andalucía como pueblo
respecto a otros pueblos de España, pueden explicarse esas verdaderas
explosiones populares del sentimiento de identidad política andaluza
que fueron el 4 de Diciembre de 1977, el referéndum de iniciativa
autonómica del 20 de Febrero de 1980 y los sorprendentes resultados de
este , que hicieron que Andalucía se incorporara, mediante su
protagonismo activo, a las otras tres "nacionalidades históricas"
del Estado. Se trataba, antes que ninguna otra cosa, de rechazo airado
al intento de que los andaluces aceptaran ser un pueblo de segunda
categoría en cuanto a los niveles y ritmo de su autonomía.
Sólo había un camino constitucional, el de
artículo 151, para equipararse legalmente a los países a quienes se
había otorgado, no poco arbitrariamente -de hecho en virtud del peso
político de sus partidos nacionalistas y de su presencia en la
elaboración de la Constitución del 78-, el acceso directo a la
Autonomía de primer grado: Cataluña, Euskadi y Galicia (esta última
añadida a las dos primeras para no hacer demasiado escandalosa la
discriminación positiva que se les hacía).
Y fue precisamente esa vía, tortuosa y
prácticamente inviable en la práctica, no considerada posible por todos
los partidos políticos sin excepción, que trataron el tema sólo como un
elemento más en su juego de intereses y pugna por el poder, la que los
andaluces, a partir de ayuntamientos, asociaciones, instituciones y en
realidad todo el conjunto de la sociedad civil, consiguieron recorrer,
desbordando a los partidos, ante el asombro, e incluso estupor, de
quienes venían repitiendo que Andalucía no poseía conciencia de pueblo
ni era en ella posible una reafirmación política reivindicativa. En
clave cultural, el motor de la movilización popular fue,
fundamentalmente, el rechazo a ser tratados como pueblo de segunda
categoría cuando a otros se concedía el derecho -o al menos esa era la
lectura- a decidir por sí mismos sobre su propio futuro y la forma de
encarar sus problemas colectivos.
Es esta misma clave cultural la que también
explica el éxito, al menos a costo plazo, de quienes -personas u
organizaciones- pueden hacer creerr colectivamente a los andaluces, o a
sus grupos y segmentos en contextos subétnicos, que se les otorga la
consideración de iguales, e incluso de superiores, para continuar
explotándolos o instrumentalizándolos económica, social o
políticamente. Es esta una práctica que han venido realizando las
clases dominantes tradicionales andaluzas respecto a algunos sectores
de sus trabajadores, estableciendo con estos, en contextos no
laborales, formas de relación social aparentemente igualitarias para
ocultar la asimetría en las relaciones de producción.
El rechazo activo de la aceptación de la
inferioridad no es, sin embargo, más que un caso límite. La mayoría de
las veces lo que se da es un rechazo simbólico, por múltiples vías, de
esta interiorización de la subalternidad. Si Andalucía pudo ser
definida en la primera década de nuestro siglo como "la tierra más
alegre de los hombres más tristes del mundo", ello es porque desde
las características estructurales de la identidad cultural no se da una
interiorización masoquista ni desesperada de la pobreza y la tristeza.
Por el contrario, la cultura andaluza es muy rica en mecanismos
simbólicamente compensatorios: las familias jornaleras sin tierra ni
trabajo de cualquier pueblo andaluza pueden ser muy pobres, pero esto
no se exteriorizará como una lacra o una herida para producir compasión
o reflejar la propia pobreza, sino que las fachadas de sus casas
cegarán con la cal mil veces reafirmada y en su interior estarán los
ladrillos del suelo gastado de tanta limpieza mientras las planta y
flores proliferarán en todas partes aunque los tiestos sean de lata
oxidada. La pobreza existe pero no se interioriza ni se hace gala de
ella; incluso se compite simbólicamente en blancura, limpieza y flores
-las joyas de las andaluzas pobres- con las viviendas de los grandes
propietarios.
Incluso, en ocasiones, el rechazo simbólico de la
inferioridad estructural se realiza mediante una verdadera inversión
ritualizada del orden social y jerárquico. Un elemento importante de no
pocas fiestas andaluzas -algunas de ellas tan famosas y tan
generalmente mal comprendidas como la romería del Rocío- es la
apropiación de los símbolos colectivos centrales del ritual por partes
de sectores cotidianamente subalternos que se convierte en
protagonistas. Como también hay que interpretar en esta clave el humor
distante y escéptico ante situaciones difíciles o nuevas que no pueden
controlarse realmente pero que se superan simbólicamente negando su
importancia o trivializándolas.
La base de esta característica estructural de la
etnicidad andaluza está fuertemente sumergida en la historia. En
Andalucía nunca hubo un contexto plenamente feudal; no lo hubo en Al
Andalus y tampoco tras la conquista castellana, ya que los repobladores
que viene del norte lo hacen como hombres libres y no como siervos de
los señores. No se dio, pues, un vínculo de vasallaje que supusiera
subordinación jurídica e interiorización simbólica de la inferioridad y
la dependencia. Por ello no surgieron comportamientos y modos de
pensamientos basados en la aceptación de diferencias innatas o
estructurales en la dignidad personal como consecuencia automática de
las desigualdades económicas, sociales y de poder. El tener menos nunca
ha sido, ni es, interpretado como signo de ser menos. El estar sujeto a
una subordinación económica y social no se interioriza ni se considera
como prueba de ser inferiores. La dignidad personal y la autoestima no
descansan en el tener sino en la percepción del ser propio y de los
otros.
El relativismo respecto a las ideas y las cosas.
Es esta la tercera de las que consideramos
característica estructurales de la etnicidad andaluza actual. Está
estrechamente ligada y es, en realidad, una consecuencia de las dos
anteriores. La relativización de lo que se considera eventual,
pasajero, sujeto al azar, a modas y vicisitudes, o es resultado de
condicionamientos externos -riqueza, posición social, poder, títulos,
incluso creencias religiosas y credos políticos- es la otra cara de la
moneda del antropocentrismo, de la centralidad que se otorga a lo
humano, a la persona desligada de sus circunstancias y atributos
procedentes del mundo externo.
Aunque ello no deje de ser una empresa imposible y
metodológicamente poco correcta, de lo que se trata es de desligar al
máximo posible el tener -material e inmaterial- del ser -de la
"esencia" honrada o desalmada, digna o sin vergüenza, de cada ser
humano--.
Esta relativización está en la base de una
importante dosis de tolerancia y permisividad, en todo aquello que no
afecte a la autoestima, a la dignidad personal o refiera a las
relaciones humanas "desnudas de roles". En base a ello, la cultura
andaluza es especialmente flexible para la aceptación de innovaciones y
de elementos procedentes de otras culturas para insertarlos en su
sistema global sin necesidad de transformar estructuralmente éste. De
ahí su capacidad para readaptarse y permanecer incluso en contextos
adversos.
El carácter fundamentalmente pacífico,
antidogmático y abierto a las influencias exteriores de la etnicidad
andaluza dimana, precisamente, de esta relativización de los valores
materiales e ideológicos. Los conflictos, tanto entre individuos como
entre colectivos, sólo se producirán, en general, y serán entonces muy
fuertes, cuando la dignidad personal o colectiva se considere agredida,
y no por las diferencias existente de riqueza, poder o creencias en sí
mismas.
Este relativismo, positivo en muchos aspectos,
también posee, sin embargo, vertientes negativas, bloqueadoras de
esfuerzos colectivos y de implicaciones en proyectos a largo plazo. Si
estos no tienen como objetivo la lucha contra la discriminación,
sufrida en carne propia, personal o colectiva, la conquista de la
consideración de iguales, o el reconocimiento y reafirmación de un
nosotros colectivo, y no son liderados por personas a las que se
considere puede entregarse sin reparos la confianza, tendrán pocas
posibilidades de éxitos. Si por el contrario, se dan estas condiciones,
la fuerza reivindicativa y la solidaridad en el trabajo, la lucha y el
esfuerzo podrían alcanzar cotas muy altas. Como también el grado de
frustración y de desencanto cuando dichas personas decepcionen o
traicionen la confianza puesta en ellas o haya una percepción de
manipulación del nosotros.
3. LOS IMAGINARIOS COLECTIVOS Y LAS
POTENCIALIDADES IDENTITARIAS.
Desde los comienzos mismos de la civilización en
Andalucía hasta hoy, pocos países como el andaluz han gozado -o
sufrido, según se mire- de una mayor calidad de idealizaciones,
mitificaciones, mixtificaciones, alabanza y denuestos. Pocos lugares en
el mundo, y quizá ninguno tan continuadamente, han exaltado tanto el
imaginario colectivo foráneo.
Ya en la Antigüedad, geógrafos, historiadores y
filósofos, griegos como Avieno, Estrabón, Herodoto, Justino o Platón
pusieran en ella su atención, su interés admirativo y su capacidad de
imaginación. La histórica Tartessos fue convertida hasta tal punto en
mito legendario que, durante mucho tiempo, hasta que las evidencias
arqueológicas no resultaron ya incontestables, llegó incluso a dudarse
de su existencia.
La admiración de los griegos por la civilización
semidesconocida pero real asentada en las ricas tierras cercanas a las
Columnas de Hércules, en el finisterre de su mundo, fue heredada por
los romanos de la República y el Imperio que importaron de ella ricos
productos agrícolas, minerales y marinos -el famoso garum, caro e
insustituible condimento para la cocina de más alto nivel-,
intelectuales e incluso emperadores.
La época de Al Andalus, ya desde su presente y
hasta la actualidad, ha provocado en el resto de la Península y en
prácticamente todo Europa la más profunda de las fascinaciones a la vez
que las más encontradas y apasionadas interpretaciones.
La fascinación no concluye, sino que cambia de
decorado con la Sevilla capital del mundo, puerto y puerta de las
Indias, emporio de la plata, creadora de escuelas artísticas en la
pintura, la escultura y la poesía, ciudad de pícaros y de santos, de
Rinconete y Cortadillo y del pecador arrepentido y luego venerable
Mañara, foco del pensamiento erasmista y de la Inquisición; Sevilla,
como paradigma de Andalucía y también de Castilla e incluso del
conjunto de los países hispánicos.
Cuando la decadencia llega, el interés por
Andalucía se redobla y las tierras y personajes andaluces pasan a
constituir objetos literarios para una Europa que sigue viendo en
ellos, -y sobre todo queriendo ver- lo diferente, lo apasionante, lo
vitalista que ya no puede encontrarse -en realidad no se busca- en
otros países modernizados. Carmen y Don Juan, estereotipos andaluces se
convierten en figuras universales y los viajeros románticos ingleses,
franceses y norteamericanos difunden por el mundo la imagen de
Andalucía enigmática, contradictoria, oriental y vitalista en la que "todo
es posible todavía". Andalucía excita como ningún otro país la
fantasía y la imaginación de los europeos. Y esta situación, en gran
medida, se ha mantenido hasta hoy, con sus ambivalentes consecuencias.
La fuerza de Andalucía en el imaginario colectivo
ha tenido también una responsabilidad directa en la no inocente
consideración de lo específicamente andaluz como genéricamente español.
Un mecanismo que ha sido fomentado desde los intereses del nacionalismo
de estado español para dotar a éste de un contenido cultural del que en
gran parte carece, por su carácter pluricultural y pluriétnico.
Debido a esta instrumentalización, a la
mixtificación interesada de la Historia y al propio "efecto de rebote"
de las imágenes exteriores, en general hiperbólicas o segadas, la
conciencia de identidad andaluza no se corresponde hoy con la
intensidad de su nivel como sentimiento. Los factores de bloqueo son en
la actualidad más fuertes que las situaciones y elementos
catalizadores, pero ello no hace desaparecer, sino sólo paralizar, la
activación de la potencialidad étnica andaluza, tanto en lo cultural
como en lo político y lo económico.
De cara al futuro el Patrimonio Cultural e
Histórico, las virtualidades de muchos de los rasgos y componentes de
la identidad y el propio nombre de Andalucía son activos de primera
importancia a considerar y utilizar, mediante su puesta en valor,
articulándolos con otras realidades y posibilidades referidas a
producciones y actividades. La combinación de unos y otras en Andalucía
es única entre los países del Mediterráneo. Su aportación a un Arco
Latino que complemente y reequilibre el peso del norte europeo puede
también serlo.
BIBLIOGRAFIA.
- Acosta Sánchez, José: Andalucía.
Reconstrucción de una identidad y lucha contra el centralismo.
Barcelona, Anagrama, 1978.
- Anales de Sociología, nº 4-5 : Número
monográfico sobre Andalucía. Barcelona, 1968-69.
- Bernal Rodríguez, M.: La Andalucía de los
libros de viajes del siglo XIX. Granada, Biblioteca de la
Cultural Andaluza, 1985.
- Clavero Arévalo, M.: El ser Andaluz Madrid
Ibérico Europea de Ediciones, 1983.
- Historia de Andalucía (A. Domínguez Ortiz,
Director). Madrid CUPSA-Planeta, 1981 (2a. de. 1983)
- Limón, A.: Andalucía ¿tradición o cambio?
Sevilla, Algaida, 1988.
- Marías, Julián: Nuestra Andalucía.
Sevilla, Rodríguez Castillejo, 1990.
- Martínez Alier, J.: La estabilidad del
Latifundismo. París, Ruedo Ibérico, 1968.
- Moreno Navarro Isidoro:
- Andalucía: Subdesarrollo, clases sociales
y regionalismos . Madrid, Manifiesto De., 1977
- Andalucía Identidad y Cultura (Estudios de
Antropología Andaluza) Málaga, Ágora, 1993
- "La identidad andaluza u el Estado español", en
R. Ávila y T. Calvo (Comp). Identidades, Nacionalismos y Regiones,
México, Universal de Guadalajara, 1993.
- VV.AA.: Los andaluces, Madrid,
Istmo, 1980.
- VV.AA.: Andalucía. Editoriales
Andaluzas Unidas. Granada, 1986.
- Zambrano, María y J. Ortega y Gasset: Andalucía,
sueño y realidad . Granada, Biblioteca de la Cultura Andaluza,
1984.
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CAMPAÑA HOMENAJE AL CHE EN EL 40 ANIVERSARIO
DE SU MUERTE
COORDINADORA
ANDALUZA DE SOLIDARIDAD CON CUBA
TEXTO A PUBLICAR EN EL DIARIO EL PAÍS (EDICIÓN
ANDALUZA) EL 5 DE
OCTUBRE DE 2007
El Che, presente en las luchas de la Andalucia de hoy
Hace 40
años, tropas del ejército boliviano, entrenadas y asesoradas
por militares estadounidenses, hirieron en combate al Che y lo hicieron
prisionero. El domingo 9 de octubre de 1967, el Comandante Ernesto
Guevara fue ejecutado. Sólo tenía 39 años, la misma edad con la que
Emiliano Zapata y César Augusto Sandino fueron también
asesinados.
Desde entonces, la ausencia física del Che se transfiguró en un símbolo
universal de dignidad y de rebeldía y en una inagotable fuente de
inspiración para nuevas generaciones que siguen luchando por las
utopías y por los sueños, por otro mundo posible. Las personas,
colectivos y organizaciones que suscribimos este texto nos sumamos,
desde Andalucía, a las Jornadas Internacionales de homenaje al Che en
el 40 aniversario de su muerte, testimoniando así la gratitud hacia su
ejemplo y la reivindicación de su legado político, intelectual y moral.
En su intensa vida, el Che se reveló como un brillante
guerrillero,
convirtiéndose en uno de los Comandantes legendarios que dirigieron la
lucha por la segunda y definitiva independencia de Cuba. Exhibió además
notables energías intelectuales y un fértil pensamiento y puso sus
cualidades de constructor revolucionario al servicio de Cuba y de su
digna andadura antiimperialista y socialista que llega hasta nuestros
días. Sus principios y su conducta constituyen el paradigma de aquellos
que persiguieron siempre “derrocar todas las situaciones en las que
el
hombre es un ser rebajado, esclavizado, abandonado, despreciado” (Marx).
El Che destacó por su ejemplaridad en el trato con los demás y
por su
ética humanista; era el compañero que siempre actuaba como pensaba, el
primero en el trabajo voluntario, el cual concebía como la expresión
radical del hombre nuevo y como el emergente de una sociedad
emancipada, un hombre nuevo concebido como agente y resultado del
proceso de transformación en que habrá de enfrentar la reapropiación de
sus condiciones de existencia y la demolición del viejo mundo, un orden
social en el que las personas resultan seres extraños para sí y
enajenados de su propia humanidad. Él escribió: “El socialismo
económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la
miseria, pero a la vez contra la alienación… Si el comunismo desprecia
los hechos de conciencia, puede ser un método de reparto, pero dejará
de ser una moral revolucionaria”.
El Che tenía profundas convicciones antiimperialistas e
internacionalistas. Describió el imperialismo como una lógica de
agresión y saqueo promovida por los países capitalistas más poderosos,
un sistema producto del expolio y la dominación y, a la vez, el medio a
través del cual se expolia y se domina. Ese imperialismo cruel que
asoló Vietnam con miles de bombas, quemó sus selvas y ahogó en
sangre y
tragedia a sus hombres, a sus mujeres y a sus niños, es el mismo que en
los tiempos actuales lleva la barbarie a las ciudades de Iraq o
de
Palestina.
Finalmente, se despidió de su familia, del pueblo de Cuba, de
Fidel y
marchó a otras tierras para continuar la lucha contra la explotación y
la miseria de los oprimidos. “Muchos me dirán aventurero, y lo soy;
sólo que de un tipo diferente, de los que ponen el pellejo para
demostrar sus verdades”. La CÍA ordenó su asesinato y la
desaparición
de su cadáver. Treinta años después, los restos del Che fueron hallados
y el 12 de julio de 1997 llegaron a Cuba, donde el pueblo acogió con
profundo respeto su regreso, rindiéndole el homenaje que merecía,
porque fue el hijo más querido y el mejor de sus héroes. Y como máxima
muestra de ello es la persistencia digna de los cubanos en su lucha por
la soberanía y la equidad, siguiendo sus pasos, reivindicando el
ideario antiimperialista, la moral humanista del Che y su sensibilidad
para denunciar las injusticias, con independencia de la latitud del
mundo en la que ocurrieran.
Cuatro décadas después, el Che nos sigue infundiendo admiración:
mostró
la nobleza de que es capaz el ser humano, defendió que puede nacer un
hombre nuevo en el seno de una sociedad más justa y más generosa y
entregó su vida para ello. Fue una persona de su tiempo, inmersa en los
conflictos de aquella época, pero también fue un hombre del futuro y
supo prefigurar estelas de utopía, visiones de la esperanza.
Vivimos en una época de barbarie. Reina la globalización
neoliberal que
es la “filosofía del despojo” y la guerra permanente, la
devastación de
las selvas y el envenenamiento del mundo. Impone su ley el capitalismo,
que es la mercantilización de la vida, el poder que convierte a los
gobiernos en empresarios y policías, que humilla a los desposeídos y
mata de hambre, que lleva la decrepitud a la democracia. Desde
Andalucía, tierra de paz y de solidaridad, manifestamos que sólo las
ideas podrán salvar el mundo y por eso proclamamos nuestro cariño al
Che, por el aliento que significa su ejemplo. También defendemos a
Cuba, pequeña nación rebelde e incesante en su expedición colectiva por
la dignidad nacional y la justicia social. A través del tiempo, la
figura legendaria del Che Guevara representará siempre el decoro de la
Humanidad y el eco de sus palabras y de su vida resonará en la
conciencia de los hombres y en la aventura de cambiar el mundo.
Andalucía, octubre
de 2007
Para la
colaboración en la publicación de este Manifiesto en el diario
EL PAIS edición Andalucía el próximo día 5 de octubre puedes hacer una
aportación de 6 € en la cuenta del BBVA 0182 2118 10
0201525058 o dirigirte a los siguientes colectivos:
ALMERÍA
- ASOCIACION DE AMISTAD CON EL PUEBLO CUBANO, ANTONIO NIETO 689674033
CÁDIZ -
ASOCIACION DE SOLIDARIDAD CON CUBA "CAMILO CIENFUEGOS", JESUS CASTILLO COSTA
651624160
CÓRDOBA -
COLECTIVO DE SOLIDARIDAD CON CUBA, 660242894 666818540 bacuba@...@yahooes
EL CORONIL -
ASOCIACION DE AMISTAD CON CUBA "HABANA VIEJA", SOFIA GONZALEZ 658853728
GRANADA -
PLATAFORMA DE SOLIDARIDAD CON CUBA, ANTONIO PADILLA 609561359
JAÉN -
ASOCIACION DE AMISTAD HISPANO CUBANA "INDIO NABORI", Mª SELINA ROBLES 653365971
MÁLAGA -
ASOCIACION DE AMISTAD HISPANO CUBANA DE MALAGA, EMILIANA DURAN COLLADO
686671262 asomahoo.ahoo.es
MORÓN DE LA FRONTERA
- INICIATIVAS SOLIDARIAS "ALHUCEMA", Mª JESUS GOMEZ 645563438
PUERTO REAL -
ASOCIACION DE AMISTAD Y SOLIDARIDAD PUERTO REAL-CUBA, MONOLO ROMERO 649983928
SEVILLA -
ASOCIACIÓN DE AMISTAD CON CUBA “BARTOLOMÉ DE LA CASAS”, BASI DOMINGUEZ 629839819 asocubasevilla@...
Memoria Histórica - Encuentro de exmilitantes del PTA y
la JGR
PTE-JGR
El 22 de septiembre nos
vemos en Sevilla: Encuentro-Fiesta
de los
ex-militantes del Partido del Trabajo de Andalucía y de la Joven
Guardia Roja de Andalucía. En el Casino de la
Exposición desde las 12h. hasta las 19h.
El Encuentro-Fiesta será en el Casino de la
Exposición (Sevilla).
Necesitamos saber cuántos seremos para hacer los preparativos de comida
y bebida: Apúntate ya, corre la voz, nadie querrá perdérselo. Por
supuesto todos los camaradas del resto de España también estáis
invitados. El precio será de 40 euros, tienes que ingresarlos (lo antes
posible) en CAJASOL nº de cuenta corriente 2071 0913 61
0201779032 a
nombre de Encuentro 30PTA Sevilla. Si quieres contactar con los
organizadores escribe a encuentro30pta@pte-jgre.com
Sugerencias
Merece la pena ver esta imagen
de Delphi, que resume tanto en tan poco. Más fotos AQUI y
AQUI
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Solidaridad con Palestina y
la Nacion Arabe
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SERVIDOR E-LISTAS:
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