Tras haber
dejado a su dirección nacional negociar durante siete años con el ocupante los
términos de un acuerdo global que pondría fin a un siglo de opresión colonial,
los palestinos de Cisjordania y de la banda de Gaza han llegado a la conclusión
de que el estado de Israel no está aún dispuesto a un compromiso que pueda ser
aceptable para su pueblo, y que la libertad y la independencia deberán ser
ganadas mediante la continuación de la lucha. La mesa de negociaciones,
con su árbitro americano vendido, ha demostrado ser una trampa en la que los
dados están completamente trucados.
¿Hay que repetir que Barak es el
responsable?
La visita
intencionadamente provocadora del jefe de la derecha israelí a la explanada de
las mezquitas de Jerusalén no fue más que le chispa que hizo que estallase la
pólvora. Esta se había acumulado desde hacía meses, y desde la cumbre de Camp
David se sabía que la explosión era inminente. Esta cumbre orquestada por un
Presidente americano apresurado por obtener un acuerdo antes de dejar el puesto
a su sucesor fue percibida por los palestinos como el fin del proceso de Oslo.
Contrariamente a lo que han afirmado los medios, no fué la intransigencia de
Yasser Arafat sino la de Ehud Barak la que puso fin a las
negociaciones.
En Camp David, este último creyó, o puso cara de creer,
que la delegación palestina daría pruebas de la misma moderación sobre el
acuerdo final que sobre los diversos acuerdos interinos. En efecto, si desde
hace más de 6 años los dirigentes palestinos han dado pruebas de una moderación
grave, aceptando incluso reducir a la baja acuerdos ya firmados y cerrar los
ojos ante la prosecución de la colonización en los territorios ocupados, era
precisamente porque se trataba de acuerdos interinos, y por consecuencia
provisionales; ninguno de los dirigentes palestinos había ocultado cuales
serían los parámetros del estatuto definitivo, y esto desde las negociaciones
secretas de Oslo: la retirada total de los territorios ocupados en junio de
1967, el desmantelamiento de todas las colonias, el derecho a la vuelta de los
refugiados, el establecimiento de un estado palestino independiente y soberano
en toda la banda de Gaza y Cisjordania, incluyendo Jerusalén Este.
Los dirigentes
israelíes creyeron, o fingieron creer, que todo esto era negociable, y que para
las negociaciones sobre el estatuto definitivo podrían imponer su concepción al
jefe de la Autoridad Palestina, como lo habían hecho en los diferentes acuerdos
precedentes. En cuanto a la opinión pública palestina, Arafat y su policía se
encargarían de que lo aceptase, dado que, como se sabe, los árabes son masas sin
voluntad propia, que siguen las decisiones de sus dictadores, de buen grado o
por la fuerza. Esta actitud típicamente colonialista de Barak y de su equipo,
era compartida por una parte importante de la opinión pública israelí favorable
a la paz . Volveremos sobre ello. Es extremadamente improbable que la delegación
palestina hubiera aceptado revisar substancialmente a la baja el marco general
de sus reivindicaciones. Incluso si lo hubiera hecho como afirma una cierta
prensa israelí completamente enfeudada al actual gobierno, Barak ha hecho
estallar las negociaciones planteando el asunto más tabú de todos, el que ni
siquiera Benjamin Netanyahou había osado plantear: una soberanía israelí sobre
el sitio de las mezquitas de Jerusalén, esgrimiendo las ruinas del templo de
Salomón, hundidas, se dice, algunas decenas de metros por debajo de algunos de
los sitios más sagrados del Islam.
¿Estupidez
irresponsable y criminal o provocación intencionada?
Poco importa,
era el fin de las negociaciones. Y la promesa de una confrontación que, esta
vez, tendría una dimensión religiosa y no ya únicamente nacional. La historia
recordará a Ehud Barak como el que abrió, en Camp David, una cruzada religiosa
en medio Oriente, si no es en el mundo entero. La historia se acordará de Ehud
Barak como de un dirigente criminalmente irresponsable que habrá provocado la
guerra santa por la liberación de Jerusalén. Comparado a Barak, Ariel Sharon es
un provocador de cuarta categoría.
¡Que corra la
sangre!. La rabia asesina de las fuerzas armadas israelíes no ha sido una
"reacción exagerada" a las manifestaciones palestinas, o debida al hecho de que
se han viso sorprendidas por el uso de armas de fuego por algunos de los
manifestantes y de los miembros de los servicios de policía palestinos. El uso
masivo de la fuerza, incluso tanques y helicópteros de combate, había sido
planificado desde hacía mucho y todo lo que ha sido realizado en el terreno
estaba inscrito en los planes operativos del ejército. Desde hace más de un año
el estado mayor había recibido la orden de preparar planes de respuesta en el
caso en que la OLP declarara unilateralmente la independencia del estado de
Palestina. Si se cree a periodistas israelíes bien informados, estos diversos
planes tenían por objetivo hacer pagar caro a los palestinos su iniciativa.
"La sangre
deberá correr" menciona explícitamente uno de esos planes, y la sangre ha
corrido. La utilización masiva de tiradores de élite no deja ninguna duda: el
ejército ha recibido la orden de tirar a matar. Más de cien muertos y miles de
heridos. El precio pagado por los palestinos es extremadamente pesado, y sin
embargo la determinación, hasta el presente, no se ha debilitado. Al contrario:
por miles, los militantes se preparan para un combate duradero, bien bajo la
forma de confrontaciones de masas o de operaciones de guerrilla contra los
objetivos israelíes en los territorios ocupados. Y sin duda también atentados en
el mismo Israel, que harán víctimas en la población civil. Pues el sentimiento
de revancha se mezcla hoy con la voluntad de golpear a la ocupación israelí, su
ejército y sus colonias.
Proceso de Paz y levantamiento contra la
ocupación.
La gran
conquista de estas últimas semanas ha sido, para los palestinos, volver a poner
las cosas en su sitio y recordar a la opinión pública israelí e internacional
que la ocupación israelí seguía constituyendo el marco real, no siendo "el
proceso de paz" más que un elemento, entre otros, en ese marco. En su mayoría,
los israelíes y la comunidad internacional han invertido los términos de la
ecuación, como si, desde la firma de la Declaración de Principios de Washington,
en septiembre de 1993, la ocupación se hubiera acabado, reemplazada por un
proceso de paz. Esto venía bien a todo el mundo, salvo a los palestinos, que,
rápidamente, comprendieron que a pesar de ciertos cambios, ciertamente no
despreciables, Israel continuaba ocupando Cisjordania y una parte de la banda de
Gaza, mantenía su aparato represivo y continuaba utilizándolo, aunque de forma
menos masiva, reforzaba la colonización y continuaba robando el agua y las
tierras.
Incluso había
un aspecto en el que la situación se había degradado: el fin de la libertad de
movimientos, como consecuencia del bloqueo permanente de Gaza y de
Jerusalén.
El
levantamiento actual ha permitido también poner en hora los relojes de los
negociadores israelíes. En su arrogancia que no conoce límites, creyeron que
podrían imponer sin dificultades su concepción de la paz israelo-palestina, y
forzar a los palestinos, a través de su dirección nacional, a renunciar a sus
derechos más elementales. Esta concepción se traduce por la fórmula
separación+dominación, o, si se prefiere, un sistema de apartheid. Mientras el
pueblo permanecía a la expectativa, esta ilusión podía durar. El fracaso de Camp
David, y sobre todo la inmensa provocación de Barak sobre la cuestión de
Jerusalén han puesto fin a siete años de atentismo. Todo ocurre como si los
palestinos de Cisjordania y de Gaza hubieran dado un mandato a Yasser Arafat
para negociar en su nombre la solución del conflicto israelo-palestino, y este
mandato llegara a su fin, con el alto el fuego que le acompañaba.
El
levantamiento actual ha confirmado también hasta qué punto era superficial y
falaz la comparación hecha entre la autoridad palestina y su policía por un
lado, y Petain y sus milicias por el otro. Son los policías palestinos y el
partido político de Yasser Arafat los que han estado en las primeras filas de
los enfrentamientos. Son ellos los que han utilizado las pocas armas que existen
en los territorios controlados por la Autoridad Palestina. El presidente de la
OLP hizo hace siete años una opción problemática y extremadamente arriesgada
decidiendo un alto el fuego a cambio de unas negociaciones israelo-palestinas
bajo el alto patronazgo del imperialismo americano. Además, aceptó compromisos
extremos impuestos por Israel y los USA, y tomar medidas represivas contra los
que le negaban el derecho a hacer tales compromisos en nombre del pueblo.
Algunos de sus colaboradores más cercanos han llegado a franquear a menudo la
línea que separa negociación y colaboración con el enemigo.
Sin embargo,
Yaser Arafat, y más aún los centenares de miles de militantes y de combatientes
que le apoyan, no son las marionetas de Israel. Si han aceptado los diktats
israelíes, era con la idea de obtener, al término del periodo provisional, el
final total de la ocupación israelí de Cisjordania y de la banda de Gaza. Y un
estado soberano en los territorios liberados, con Jerusalén como capital. La
historia dirá si el método era el bueno, pero en cuanto la dirección israelí
exige de los dirigentes palestinos la puesta en cuestión del objetivo último de
las negociaciones, se encuentran en el punto de partida, con, frente a ellos, el
movimiento nacional palestino reunificado en una guerra por la libertad y la
independencia.
El segundo frente.
Si los
dirigentes israelíes han podido soñar con el enfrentamiento y hacer correr la
sangre, no les ha hecho falta mucho tiempo para comprender que la confrontación
militar era más problemática que lo que esperaban. No a causa de los pocos
miles de armas ligeras que poseen los policías palestinos y los grupos
nacionalistas, sino a causa de la solidaridad árabe. Una solidaridad exacerbada
también por la centralidad de los símbolos religiosos como Jerusalén y sus
mezquitas. Esta solidaridad ha abierto dos nuevos frentes, más difíciles de
manejar que los manifestantes de Ramallah y de Rafah.
El segundo
frente se abrió pocos días después de los enfrentamientos de Jerusalén. Se trata
del frente de los ciudadanos palestinos de Israel que han tomado la iniciativa
de un verdadero levantamiento popular en Galilea y en la región del Wadi=B4Ara,
en el corazón de Israel. Durante más de una semana los pueblos judíos
establecidos en los dos últimos decenios para "judaizar Galilea", han estado
verdaderamente asediados por miles de manifestantes palestinos, decenas de
carreteras cerradas a causa del peligro que representaban las emboscadas de
jóvenes palestinos armados de piedras y de cócteles Molotov, y enfrentamientos
cotidianos han opuesto a la población palestina con las fuerzas del orden en
decenas de pueblos y ciudades árabes de Galilea y del Wadi Bra, a una quincena
de kilómetros de Tel Aviv.
Durante una
decena de días, estos ciudadanos israelíes han expresado simultáneamente su
rabia frente a la masacre en los territorios ocupados y a los 50 años de
frustración ligados a la desigualdad flagrante y a las humillaciones que les
impone el estado judío. La reacción asesina de las fuerzas de policía del
Comisario General Alik Ron, racista notorio cuya dimisión inmediata de su puesto
de comandante de la región norte exigen los árabes, y las amenazas de volver a
los años de plomo del Gobierno Militar proferidas por ciertos dirigentes
políticos, han servido de luz verde a la irrupción de verdaderos progromos
antiárabes. A través de todo el país: centenares de jóvenes armados de palos,
pero también de armas de fuego han saqueado varias localidades árabes, herido a
centenares de personas, incendiado una media docena de mezquitas y quemado, en
las ciudades judías, apartamentos en los que vivían árabes. La policía, lejos de
atacar a los progromistas, se ha unido a ellos para disparar contra los
árabes que se defendían. En Nazaret, tras el progromo del Kippur se contaron 2
muertos y 80 heridos, todos árabes.
Habrá sido
preciso el progromo de Nazaret para que el primer ministro comprendiera la
gravedad de la situación y denunciado a los progromistas. De hecho, de lo que se
trata es de una verdadera "bosnización" del conflicto: una confrontación
intercomunitaria en la que una de las comunidades está protegida por la policía
y apoyada por el gobierno. Pero esta reacción asesina e histérica ha reabierto
una cicatriz que no se cerrará tan pronto, y que va a obligar al estado judío a
hacer opciones estructurales entre su voluntad de ser un estado judío y su
pretensión democrática. No hay duda de que los palestinos de Israel no están
dispuestos a volver al estatu-quo anterior al Nuevo Año judío y la
reivindicación por una ciudadanía real se ha afirmado con tal vigor que incluso
los presupuestos y los puestos asignados apresuradamente por el equipo Barak
"para reducir el foso", como lo reconocen todos los políticos israelíes, no
llegaran a taparlo.
El contexto regional y Sharm
el Sheikh.
Mientras la
situación parecía circunscrita a las relaciones israelo-palestinas, la
administración americana podía dejar a Barak que actuase según le pareciera.
Pero las imágenes de los jóvenes manifestantes palestinos masacrados han
provocado un movimiento de solidaridad muy amplio en los países árabes, así como
en el seno de las comunidades musulmanas de todo el mundo. Desde el 1 de Octubre
es la estabilidad del nuevo orden americano lo que está en cuestión con
centenares de miles de personas en la calle y un llamamiento a los dirigentes
árabes para que protejan a los palestinos y liberen Jerusalén.
Las
operaciones de Hezbollah en el Líbano, que por dos veces ha conseguido
secuestrar a israelíes, pueden también provocar un desbordamiento y la
eventualidad de una escalada que lleve a una guerra generalizada no se puede
descartar. Los diversos gobiernos israelíes se han negado siempre a comprender
que las negociaciones israelo-palestinas, decididas en Oslo, y tan seductoras
para los dirigentes de Tel Aviv dada la desproporcionada relación de fuerzas, no
eran más que un engaño y que de la paz israelo-palestina depende la estabilidad
del "Nuevo Medio Oriente". Las manifestaciones de masas en Beirut y en
Rabat, la movilización de las poblaciones musulmanas en los centros
imperialistas, son advertencias no solo al presidente egipcio Mubarak o al rey
Abadallah de Jordania, sino también a los verdaderos dueños del nuevo orden
mundial.
Para el imperialismo americano era pues urgente frenar los
enfrentamientos y crear la impresión de un reinicio de las negociaciones
israelo-palestinas. Misión cumplida por Clinton en Sharm el Sheikh, con la
ayuda eficaz del presidente egipcio y del joven monarca hachemita: las dos
partes se han comprometido a llamar a un alto el fuego, creando una falsa
simetría entre agresor y agredidos; un documento secreto define los objetivos
concretos de la vuelta al orden, sirviendo la CIA como fuerza de control,
neutral por supuesto. En lugar de la comisión de investigación internacional
exigida por los palestinos, apoyados en esto por el presidente Chirac, serán los
americanos quienes hagan un estudio, neutro por supuesto, de la situación y
-concesión hecha a los árabes- éste será sometido, a su debido tiempo, al
Secretario General de las Naciones Unidas.
Pero nada
permite afirmar que Yasser Arafat pueda poner fin o ni siquiera congelar la
revuelta actual. Contrariamente a los fantasmas racistas del gobierno israelí,
el pueblo palestinos no es un rebaño al que se saca a la calle o se le encierra
según se quiera. Pero aunque fuera capaz de lograrlo, no sería suficiente para
volver a la situación que había antes del Nuevo Año judío. En este sentido, de
forma irremediable, se ha pasado una página.
Michel Warschawski, periodista israelí, es
colaborador del Alternative Information
Center (Jerusalén/Belén).
